25 abr 2019

2° DOMINGO DE PASCUA CICLO C.


Domingo 28 de abril de 2019.
Hechos 5,12-16; Apocalipsis 1,9-11.12-13.17-19; San Juan 20,19-31.

“Domingo de la Divina Misericordia”.



“Nunca dejes que nada te llene de tanto dolor o tristeza que llegue hacer que te olvides del gozo de Cristo resucitado”
(Madre Teresa de Calcuta)

Oración inicial:
“Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido” (Misal - Oración del 2º Domingo de Pascua)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Hechos 5,12-16; Apocalipsis 1,9-11.12-13.17-19; San Juan 20,19-31.

Claves de lectura:

1.    «Para que, creyendo, tengan vida». (Evangelio)
El Señor se había designado ya durante su vida como «la resurrección y la vida», y demuestra la verdad de sus palabras en su evangelio. En su aparición a los discípulos se muestra como alguien indudablemente vivo -un espíritu no habría pronunciado el saludo de paz ni les habría mostrado las heridas con tanta naturalidad- sobre todo por el hecho de que confiere a su joven Iglesia el don pascual del perdón de los pecados. Pues con él los discípulos y sus sucesores pueden hacer comprensible al mundo del mejor modo posible la vitalidad de Jesús. Muchísimas personas a las que les han sido perdonados sus pecados, han tenido la experiencia de haber participado en una resurrección de entre los muertos, de haber poseído una nueva vitalidad. Para esto no es necesario ningún contacto corporal, como el que exige el incrédulo Tomás; la experiencia espiritual de un perdón sacramental de los pecados, cuando éste se recibe con auténtico arrepentimiento y propósito de enmienda, puede ser más profunda que la que los sentidos pueden ofrecer. «La vida [de Jesús] es la luz de los hombres» (Jn 1,4): no solamente el bautismo, sino también los demás sacramentos pueden ser llamados (como en la Iglesia antigua) photismos, iluminación. Dispensar vida y dar luz a una existencia oscura, es en la Iglesia una misma y única acción.

2. «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos». (2° Lectura)
La gran visión inaugural del Apocalipsis, en la segunda lectura, confirma esto totalmente, pues el Señor eterno se aparece al discípulo amado como el que ha dejado la muerte tras de sí para vivir eternamente. No sólo la ha superado como una desgracia, sino que la posee ahora en su poder viviente: «Yo soy el que vive, y tengo las llaves de la muerte y del infierno». La muerte que amenaza la vida ya no es un poder que amenace y limite la vitalidad de Jesús, mas bien ha quedado integrada en el ámbito del poder de su vida: «La muerte ha sido absorbida» en la victoria de la vida (1 Co 15,54). La vitalidad con que se aparece al vidente es tan imponente que éste «cae a sus pies como muerto», pero es enseguida levantado por la vida, que pone su mano sobre él, lo conforta y lo pertrecha para su misión. Por muy grande que sea la violencia con la que los poderes de la muerte puedan manifestarse en la historia del mundo, como muestra todo el Apocalipsis, éstos nada pueden contra la vitalidad del «Cordero que parecía degollado»; al final «la muerte y el abismo son arrojados al lago de fuego», son reducidos definitivamente a la impotencia y abandonados a una autodestrucción eterna.

3. «Y todos se curaban». (1° Lectura)
La primera lectura, en la que se informa sobre los milagros vivificantes de la Iglesia primitiva, especialmente sobre los realizados por Pedro, muestra que Jesús hace partícipe a su Iglesia de su poder de resurrección y de vida. Se producen curaciones tanto espirituales como corporales: crecía el número de los «hombres y mujeres» que se adherían a la fe; la gente sacaba a la calle a los enfermos y «todos se curaban»: bastaba con que la sombra de Pedro cayera sobre ellos al pasar. Los apóstoles no se jactan de los milagros que hacen; Pablo alude sólo de pasada a los realizados por él (2 Co 12,12), pues para él es mucho más importante la fuerza vital espiritual de la palabra de Dios anunciada por la Iglesia. No es la fuerza vital de apóstol la que es eficaz, al contrario: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte»; entonces manifiesta el Señor a través del apóstol su «fuerza divina»: pues «la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Co 12,9s; 13,4).

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 242 ss.)

MEDITACIÓN.

1. "AL ANOCHECER DE AQUEL DÍA... A LOS OCHO DÍAS..."
La liturgia de este domingo tiene su punto específico en la proclamación del evangelio de Juan 20, 19-31. Cada año leemos lo mismo precisamente porque nos acerca el misterio de este domingo. Primero remarca que el domingo proviene del Señor. El primer domingo de Pascua es el día de la manifestación del Resucitado, primero a las mujeres, después a los discípulos. La primera preocupación del Señor es reunir a los discípulos después del escándalo de la cruz. El segundo domingo, el primer día de la semana, esto es, hoy, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para confirmarlos en la fe.
Así, el Señor nos indicó que su día era el domingo porque este era el día en el que él quería encontrarse con los discípulos. Juan, el discípulo desterrado en Patmos, se encontró precisamente en el día del Señor con aquél que había muerto y ahora vive eternamente, el primero y el último, que tiene las llaves de la muerte y de su reino porque la ha vencido. El evangelio de Juan y la segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos hacen conscientes de la importancia y el sentido de la celebración del domingo, el día del Señor. En este día celebramos nuestro encuentro con los hermanos: es aquí donde por la fe y por la Eucaristía nos encontramos con el Señor.

2. "DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO"
Es la bienaventuranza del Resucitado, la que mira a las generaciones que vendrán después de los testimonios oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Creer, nos dice el evangelio de hoy, es renunciar a ver con los ojos de la carne, a tocar con las manos, a meter el dedo en las heridas del crucificado para identificar al resucitado. Creer es buscar y encontrar al Señor, nuestro Dios, en la asamblea de los que creen que Jesús es el Mesías, de los que encuentran en los sacramentos la vida que ha brotado de la cruz. No hemos conocido a Jesús según la carne, no buscamos visiones o hechos extraordinarios donde apoyar nuestra fe. La felicidad que nos salva ahora es la presencia vivificante del Señor que nos reúne por el Espíritu en la Iglesia donde no cesa de predicarnos el Evangelio y de partir para nosotros el pan. Cada domingo somos felices por este encuentro con el Señor.

3. "RECIBAN  EL ESPÍRITU SANTO"
Antes de la resurrección, no había venido el Espíritu Santo (Jn 7, 39). La tarde del primer domingo de Pascua, Jesús resucitado dio el Espíritu Santo a los apóstoles, exhalando su aliento sobre ellos. El Espíritu es el aliento de la nueva creación. El Espíritu es la fuerza que reciben los apóstoles que los hace hombres nuevos, luchadores contra el mal, liberadores del pecado, para ir formando dentro del mundo la nueva creación.
El Espíritu es el primer fruto de la Pascua del Señor y el que da la plenitud. Fijémonos cómo Juan sitúa en la tarde de Pascua, en el primer encuentro de los discípulos con el Resucitado, la donación del Espíritu Santo, lo que Lucas ve realizado cincuenta días después en la Pascua granada. Anticipemos que para Pentecostés también leemos la primera parte del evangelio de hoy. Lo que hay que recordar es que el gran don del Resucitado es el Espíritu.
Este hecho merece ser resaltado especialmente en este año, por cuanto en el camino de preparación hacia el tercer milenio tenemos presente de un modo particular al Espíritu Santo. Esta memoria del Espíritu, aliento de la nueva creación, ha de ser más intensa en el tiempo que transcurre entre la Pascua y Pentecostés, cuando celebramos y recordamos los sacramentos de la iniciación cristiana que, por obra del Espíritu, nos hace criaturas nuevas. Esto concuerda con la colecta de la misa de hoy en la que pedimos comprender mejor "la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido".

4. LA MISIÓN PASCUAL.
En la Historia de la Salvación, quien recibe un don es porque se le confía una misión. No puede haber un don en vano. La donación del Espíritu por parte del Resucitado incluye la misión, como sucede también al final de los tres evangelios: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Los discípulos son enviados a continuar la misión del Hijo de Dios, muerto y resucitado, misión que éste recibió del Padre. El Espíritu hará efectiva esta misión para destruir el reino del pecado y de la muerte, desvaneciendo el pecado, haciendo una creación nueva, en la que resida la "paz" eternamente, la "paz" que es un don mesiánico por excelencia y que el Resucitado comunica también hoy, de entrada, a sus discípulos.
Nosotros, todos los creyentes, presididos por los sucesores de los apóstoles, continuamos esta misión. De acuerdo con todo esto pedimos, en esta octava de Pascua, que "la fuerza del sacramento pascual persevere siempre en nosotros" (poscomunión).

(Aporte de PERE LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 6, 19-20)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Somos capaces de ver y experimentar los signos de Jesús?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

SIN HABER VISTO. 
Dichosos los que crean sin haber visto.

Las experiencias de Pascua terminaron un día. Ninguno de nosotros se ha vuelto a  encontrar con el resucitado. Al parecer, ya no tenemos, hoy día, experiencias semejantes. Pero, si las experiencias que se esconden tras esos relatos no son ya accesibles a  nosotros, y si no pueden ser revividas, de alguna manera, en nuestra propia experiencia,  ¿no quedarán todos estos relatos maravillosos en algo muerto que ni la mejor de las  exégesis logrará devolver a la vida? 
Sin duda, ha habido a lo largo de la historia, hombres que han vivido experiencias  extraordinarias. No se puede leer sin emoción el fragmento que encontraron en una prenda  de vestir de Blas Pascal.
Con toda exactitud nos indica el gran científico y pensador francés el momento preciso en  que vivió una experiencia estremecedora que dejó huella imborrable en su alma. No parece tener palabras adecuadas para describirla: «Seguridad plena, seguridad  plena... Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría... Jesucristo. Yo me he separado de El;  he huido de El; le he negado y crucificado. Que no me aparte de El jamás. El está  únicamente en los caminos que se nos enseñan en el Evangelio».
No se trata de vivir experiencias tan profundas y singulares como la vivida por Pascal.  Mucho menos, todavía, pretender encontrarnos con el resucitado de manera idéntica a  como se encontraron con él los primeros discípulos sobre cuyo testimonio único descansan  todas nuestras experiencias de fe.
Pero, ¿hemos de renunciar a toda experiencia personal de encuentro con el que está  Vivo? Obsesionados sólo por la razón, ¿no nos estamos convirtiendo en seres insensibles,  incapaces de escapar de una red de razonamientos y raciocinios que nos impiden captar  llamadas importantes de la vida? 
¿No tenemos ya nadie esas experiencias de encuentro reconciliador con Cristo en donde  uno encuentra esa paz que le recompone a uno el alma, le reorganiza de nuevo la vida y le  introduce en una existencia más clara y transparente? 
¿No hemos tenido nunca la «certeza creyente» de que el que murió en la cruz vive y está  próximo a nosotros? ¿No hemos experimentado nunca que Cristo resucita hoy en las raíces  mismas de nuestra propia vida? 
¿No hemos experimentado nunca que algo se conmovía interiormente en nosotros ante  Cristo, que se despertaba en nosotros la alegría, la seducción y la ternura y que algo se  ponía en nosotros en seguimiento de ese Jesús vivo? 
El hombre crítico, atento sólo a la voz de la razón y sordo a cualquier otra llamada,  objetará que todo esto es especulación irreal a la que no responde realidad objetiva  alguna.
Pero el creyente comprobará humildemente la verdad de las palabras de Jesús: «Dichosos los que creen sin haber visto». 

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 285 s.)

Oración final:
“Señor, Te espero al atardecer, al final de mis jornadas, en el silencio de la tarde que cae. No importa que mis puertas estén cerradas. Tú, ¡entra! lo mismo. Preséntate ante mí, déjame ver tu rostro radiante y regálame, como aquel día a tus discípulos, el don precioso de la “paz”. Yo también, como ellos, quiero ver tus manos y tu costado. Quiero ver tu amor hecho manos y corazón traspasados por mí. Jesús: dentro de mí encuentro mucho del Tomás desconfiado y necesitado de tu presencia. Mi fe también es débil fatiga diaria por llegar a Ti, por estar contigo, por sentir tu presencia en mí. Señor, necesito tu amor, tu cercanía que comprende mi fe débil. Necesito que al roce de mi mano con tu mano y tu costado, me venza tu amor y me arroje con infinita ternura en tus brazos confesando que soy tuya y que Tú eres mío: „Señor mío y Dios mío. Amén”.
(Hna. Clemencia Rojas, Hija de María auxiliadora)


Hno. Javier.

6 abr 2019

5° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C.


Domingo 7 de abril de 2019.
Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; San Juan 8,1-11.

"Una de las verdades fundamentales del cristianismo, verdad con demasiada frecuencia desconocida, es ésta: lo que salva es la mirada".
(Simone Weil)

Oración inicial:
“Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle. Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos”. (Sor Faustina Kowalska)


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; San Juan 8,1-11.

Claves de lectura:

1. "Tampoco yo te condeno". (Evangelio)
Curiosamente todos los textos de la misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea algo nuevo y hacia la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción a la semana de pasión. Pero justamente aquí se realiza lo nuevo, la salvación definitiva; y toda nuestra vida consistirá en dirigirnos hacia esta acción de Dios.
El evangelio nos muestra a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer pecadora. Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir a acusadores y acusada en la comunidad de la culpa; y la segunda para -como nadie puede ya condenar a otro- pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia de todos» (Rm 11,32). El que nadie pueda condenar a la pecadora pública se debe no sólo y no tanto a las primeras palabras de Jesús cuanto y sobre todo a las segundas; él ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos nosotros, y por esta razón ya nadie puede condenar a otro ante Dios.

2. «Olvidándome de lo que queda atrás». (2° Lectura)
Pablo, en la segunda lectura, está totalmente subyugado por este perdón de Dios otorgado mediante la pasión y resurrección de Cristo. Comparado con esta verdad, nada tiene ya valor: todo es abandonado como «basura» para ganar el acontecimiento de la pasión y resurrección de Cristo. El apóstol sabe que esto, que ya ha sucedido, es nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos sólo en la «meta». Porque esta meta está ya presente -el hombre ha sido ya «alcanzado» por Cristo»-, sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido (Pablo subraya esto dos veces). El cristiano no mira hacia atrás, sino siempre hacia lo que está por delante: toda su existencia recibe su sentido de esta carrera. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta está ya perdonada.

3. "Miren que realizo algo nuevo". (1° Lectura)
Ya el Antiguo Testamento había hecho de este mirar hacia delante un mandamiento: «No recuerden lo de antaño». En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que este hacer memoria del comienzo podía fortalecer la fe en el Dios que camina actualmente con el pueblo. Pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de este recuerdo del pasado, sobre todo no ahora, pues eso significaría pensar en el tiempo del exilio: el Señor promete algo nuevo, y es ciertamente algo que «ya está brotando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la vida eterna. De este modo Dios traza una camino para Israel, a través del desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza un camino que conduce a la bienaventuranza eterna.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 237 s.)

MEDITACIÓN.

Lo que salva es la mirada.
El impresionante relato, que acabamos de escuchar, forma parte del evangelio de Juan. Sin embargo, los especialistas afirman unánimemente que no fue escrito por el cuarto evangelista. Su estilo es muy distinto y, además, este relato no forma parte de los códices más antiguos de dicho evangelio.
Ningún Padre griego comenta este texto y hay que esperar al siglo Xll para encontrarse con un escritor griego que lo comenta, advirtiendo que falta en los mejores ejemplares del evangelio de Juan. Sin embargo este relato está bien atestiguado por los Padres latinos y forma parte de la Vulgata. Como afirma un comentario: «No han de ponerse en duda el carácter inspirado y la autenticidad histórica del relato, pero indudablemente no es obra de Juan. Su estilo es el de los sinópticos, especialmente el de Lucas, y lo más probable es que originariamente perteneciera a este evangelio» (AA.VV., Comentario bíblico "San Jerónimo" ll/1, Cristiandad, Madrid 1972).
La razón de por qué este pasaje se sitúa en este lugar del evangelio de Juan puede deberse a que unos pocos versículos más adelante, Jesús dice: "Sus juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio".
Teniendo en cuenta todas estas razones, la liturgia de la Iglesia acierta al presentar este relato dentro de un ciclo cuaresmal en que los evangelios están tomados de Lucas. Probablemente si, al comenzar la proclamación del evangelio de hoy, se lo hubiese atribuido a Lucas, nadie se hubiera sorprendido. Su estilo es muy parecido; incluso se inicia con esa afirmación de que Jesús se había retirado por la noche a orar al monte de los olivos -Lucas presenta con frecuencia a Jesús en oración, de forma especial antes de los acontecimientos importantes en su vida-.
La liturgia acierta además en la selección del evangelio de hoy dentro del ciclo de Lucas: podemos decir que este pasaje de la mujer sorprendida en adulterio es una continuación o, mejor aún, una concreción, del maravilloso evangelio del domingo pasado. Los personajes son distintos, pero el mensaje es el mismo: el hijo pródigo es ahora la mujer sorprendida en flagrante adulterio; el hermano mayor se convierte en aquellos que acusan a la mujer y la quieren lapidar; el padre bueno es ahora el mismo Jesús, aquel que ha venido a manifestarnos al Dios a quien nadie ha visto jamás.
Era impresionante también la parábola del domingo pasado, al presentarnos con cinco espléndidos brochazos la grandeza y la generosidad del perdón del Padre Dios: «cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo». Pero no menos impresionante es ese momento final del relato de hoy, cuando se nos dice que «quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie... "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?"... "Ninguno, Señor"... "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más"».
Escribe Simone-Weil que «una de las verdades fundamentales del cristianismo, desconocida con demasiada frecuencia, es esta: «Lo que salva es la mirada». En el relato de hoy la mujer no dice una palabra que nos parecería esencial. Mientras que el hijo pródigo -aunque en su vuelta a casa se mezclase el hastío de las algarrobas y el bienestar perdido- formula una oración: «Padre he pecado contra el cielo y contra ti», la mujer se limita a contestar que se han ido todos los que la condenaban y en ningún momento pide perdón por su pecado. Falta esa palabra que consideramos necesaria: la palabra «perdón».
Los comentaristas de este evangelio han especulado sobre qué escribiría Jesús en el suelo -la única vez que los evangelios nos presentan a Jesús escribiendo-; por otra parte, el verbo griego utilizado puede significar también «dibujar, hacer signos», o también «poner una acusación por escrito».
Pero se han ocupado muy poco de las miradas que se dirigieron Jesús y la mujer en aquel momento en que se quedaron solos. Sin duda fue un momento en que se plasmó esa verdad fundamental cristiana tan olvidada de que "lo que salva es la mirada". «Lo que salva es la mirada»: todos hemos experimentado alguna vez la fuerza de una mirada que dice más que muchas palabras y gestos. Algo maravilloso de la persona de Jesús debió ser precisamente su mirada.
Otro acierto de la liturgia de hoy es la selección de la primera lectura, porque uno cree que Jesús, al mirar a aquella mujer, le estaría diciendo al corazón lo que había expresado el profeta Isaías: "No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo; mira que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notas?". Y aquella mujer comenzaría a sentir, porque experimentaba una mirada que la quería y comprendía, que se abrían caminos nuevos en el desierto de su vida, ríos en el yermo de su corazón. Y comenzó también a experimentar lo que hoy también decía san Pablo: «Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta». "Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más". «Lo que salva es la mirada»: porque había alguien que creía en ella, aquella mujer podía comenzar a caminar. «Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que la ayudara a levantarse» (J. A. Pagola). Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mirada que la salvase y le dijese que, olvidando su pasado, podía comenzar a escribir un futuro nuevo. Algunos especialistas consideran que el extraño curso del relato evangélico de hoy tiene otra explicación: la dificultad de las comunidades cristianas en comprender la actitud de Jesús, su perdón generoso. Notemos que en los primeros siglos de la Iglesia había tres pecados calificados únicamente como mortales: el homicidio, la apostasía y el adulterio, cuyo perdón era especialmente dificultoso. Creyeron mejor silenciar y ocultar un relato en el que el perdón del adulterio era concedido con tan gran facilidad. Les costaba trabajo comprender que el perdón de Dios fuese tan generoso: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Quizá tampoco nosotros mismos nos acabamos de creer ese perdón de Dios. ¡Cuántas veces nuestros sentimientos de culpabilidad constituyen para nosotros una barrera que nos impide sentir que siempre Dios nos puede decir al corazón: «No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo. mira que realizo en ti algo nuevo»! ¿No nos sucede muchas veces que el lastre de nuestro pasado nos impide olvidarnos de lo que queda atrás y lanzarnos hacia lo que está por delante, corriendo hacia metas nuevas? ¿No habría que decir que este relato se ha salvado casi milagrosamente, entrando de rondón en el cuarto evangelio para mostrarnos que aquello de la parábola del Padre bueno no es una utopía poética, sino la realidad que Jesús mismo vivió?
"Sus juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio": estas son probablemente las palabras de Jesús que sirvieron para que el relato de la adúltera entrase en el cuarto evangelio. ¿Qué escribía Jesús en el suelo? Sin duda, algo que dolió en el corazón a aquellos que estaban dispuestos a aplicar la condena de muerte de la ley de Moisés. ¿No nos haría falta muchas veces que alguien nos recordase ciertas cosas antes de comenzar a lanzar piedras contra los demás? ¿No tenemos que reconocer que con bastante frecuencia nuestras condenas tienen dosis muy fuertes de emotividad descontrolada, de visceralidad, de una insuficiente penetración por el espíritu del evangelio?
Para hablar más en concreto, y desde una inequívoca actitud de condena de la corrupción, de la violencia y el terrorismo, creo que también nos tenemos que preguntar si nuestra visceralidad no nos está impidiendo asumir algo tan esencial como la presunción de inocencia de aquellos a quienes condenamos. ¿Quién de nosotros al enjuiciar o condenar a los demás se pregunta qué podría Jesús escribir en el suelo acerca de nuestra vida o cuál sería hoy la actitud del Maestro? ¿No nos podría hoy seguir diciendo que «nuestros juicios siguen normas humanas»?

(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS A LA VISTA,
Homilías ciclo C, Madrid 1994.Pág. 102 ss.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Por qué juzgamos a los demás con dureza?
¿Nos sometemos con docilidad a la mirada de Dios?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Si de tu padre siempre encontraste la mano,
si a tu madre nunca buscaste en vano;
si nunca padeciste hambre,
ni la miseria fue tu compañera..
No tires la primera piedra.
Si nunca sufriste la injusticia
de insultos, condenas y malicias;
si nunca fuiste humillado,
ni en soledad mil veces has llorado..
No tires la primera piedra.
Si nunca has conocida la locura,
ni estuviste sediento de ternura,
ni buscado en el fondo de un vaso
la forma de olvidarte de un fracaso...
No tires la primera piedra.
Si nunca has contenido un sollozo
tumbado en el rincón de un calabozo;
si nunca te tuviste que bajar
sin tan siquiera tener derecho a hablar...
No tires la primera piedra.

(Pastoral Penitenciaria Francesa)

Siempre me ha sorprendido la actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas.
Tal vez, el caso más expresivo es su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla de manera tan radical al exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que los discípulos opinan que, en tal caso, «no trae cuenta casarse». Y, sin embargo, cuando todos quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio, es Jesús el único que no la condena. Así es Jesús. Por fin ha existido alguien sobre la tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y ningún poder.
Alguien grande y magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió mal por mal. Alguien a quien se mató porque los hombres no pueden soportar el escándalo de tanta bondad. Sin embargo, quien conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.
El creyente descubre, además, en esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda, cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien acudir, has de saber que Dios es tu amigo. El está de tu parte. Dios comprende tu debilidad y hasta tu pecado.»
Esa es la mejor noticia que podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión de los hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios. Esto significa que, en todas las situaciones de la vida, en toda confusión, en toda angustia, siempre hay salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados en el amor y la fidelidad de Dios.
Por fuera, las cosas no cambian en absoluto. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida. Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios.
En realidad, no es tan importante lo que nos sucede en la tierra. Al menos si vivimos desde esa fe que san Pablo expresaba así: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución... el peligro, la espada? Estoy persuadido de que ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 35-39).

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 38 s.)

Oración final:
“Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar y perdonar como nosotros hemos sido amados y perdonados por el Señor. Que trabajemos intensamente por su Reino, hasta que llegue el día en que disfrutemos de la paz y de la alegría de los hijos de Dios en la eternidad”. Amén.



Hno. Javier.

2 abr 2019

ORACIÓN PARA CONSAGRAR EL MES DE ABRIL ,Padre Gustavo Jamut, omv.




ORACIÓN PARA CONSAGRAR EL MES DE ABRIL.
      Te ofrezco Señor este mes de Abril, cada día, cada minuto, cada hora, cada segundo para que mi corazón palpite en sintonía con tu corazón. Para como dice San Patricio camines delante de mí, detrás mío, a la izquierda, a la derecha, arriba abajo y sobre todo en mi corazón.
Te invito a que desde tu rincón de oración o desde el lugar donde te encuentre vallas repitiendo esta oración de ofrendas o de consagración de todo el mes de abril o haciendo tu propia oración escribiéndola o haciéndola de modo espontaneo.


Padre Celestial te doy infinitas gracias por tu amor, por tu providencia, por la intercesión de nuestra madre la Virgen Santísima y por todas las gracias que a lo largo de este mes me vas a conceder, te adoro y te lo consagro a ti.
Jesucristo Señor mío, te doy gracias infinitas por tu amor, por los beneficios; gracias por los méritos de tu Pasión, Muerte y Resurrección que hoy reclamo para cada instante de este mes, te adoro y te consagro todo este mes.
Espíritu Santo de Dios, Esposo de la Virgen María, te doy infinitas gracias por tu amor y por tu protección te adoro Espíritu Santo y te consagro todo este mes porque me guías, me santificas, me iluminaras y fortalecerás en cada instancia.
Reina de la Paz, Virgen Bendita, te doy gracias por todos los cuidados que recibiré por tu intercesión, te amo y me consagro a ti y te consagro todo este mes.
San Miguel Arcángel, te agradezco toda la protección que me darás a mí, a mi familia, a la Iglesia, a la comunidad a los hombres y a las mujeres de bien de mi casa, de mi comunidad, de mi ciudad, de mi país y del mundo.
Ángel de la Guarda, te agradezco el cuidado que has tenido a lo largo de mi vida, especialmente los cuidados que tendrás conmigo y todas las personas a lo largo de este mes, te amamos y te consagramos a tu protección.
A nuestros Santos intercesores del cielo y a las Almas del Purgatorio les agradezco todos los favores recibidos y gracias por la intercesión que realizan a lo largo de todo este mes y que encomendamos a sus peticiones.
Consagro de las mismas forma a todas las personas, a todos los necesitados, a todos los están enfermos, te pedimos señor que a lo largo de este mes se abran los cielos, desciendan las bendiciones, que el maligno sea atado, amordazado para que ya no pueda hacer daño a ninguno.
Cuida Señor de cada uno de nosotros, toma posesión a lo largo de este mes, amado Jesús, de mi  mente para que los pensamientos sean acordes a ti, toma posesión de mi  alma para que ame  al Padre con el corazón de Jesús, toma posesión de mi  cuerpo para que pueda servir con salud y bondad, toma posesión del tiempo que me concedes para que no lo desaproveche, toma posesión Señor del trabajo que te consagro, de la economía familiar, comunitaria , de cada proyecto, de cada decisión, para que surja de ti como de su fuente y tienda hacia ti como su único fin.
Toma Señor posesión de mi Apostolado, te lo consagro a ti, toma Señor los problemas y preocupaciones que sean los nuestros Señor porque tú tienes las respuestas para cada uno de ellos.
Toma posesión Señor de quienes tienen que criar a sus hijos, toma posesión en todos los aspectos de la vida, protégenos Señor y colocamos a mí y a cada uno adentro del recinto sagrado de tu corazón y al salir al mundo y extender tu reino envuélvenos por tu amor, inmersos y sellados por tu preciosísima sangre, acompañada por el Padre, El Hijo y el Espíritu Santo, por la Reina de la Paz y la Corte Celestial.
Señor Jesús sella con tu preciosa sangre nuestras casas, los vehículos que voy a ocupar este mes, nuestras comunidades y familia, los lugares donde voy a ir y los caminos que voy a recorrer, las personas con las que me voy a encontrar y me encuentro todos los días.
Cella con tu sangre todo lo concerniente a mi persona y a nuestra misión y a cada hermano que se une a esta oración. Tu que eres Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amen.