13 jun 2013

LA MESA DE LA PALABRA Y LA MESA DE EUCARISTIA ¿PARADIGMAS DE LA CATEQUESIS?

El obispo de Morón y anterior presidente de la Comisión Episcopal de Catequesis, Mons. Luis Eichhorn, nos hizo llegar su aporte escrito al II SENAC. Lo compartimos con ustedes semanas antes del encuentro para que puedan “espiar” un poco acerca de la riqueza, la actualidad y rigor del pensamiento que se va a desplegar en estos días en Córdoba.

Por Mons. Luis Eichhorn

1. Primacía y centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y en la catequesis

Dice el Concilio Vaticano IIº: “Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: ‘La Palabra de Dios es viva y eficaz’ (Heb 4, 12), ‘puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados’ (Hec 20, 32; cf. 1 Tes 2, 13)”[1].

Estas palabras nos mueven a hacer una reflexión que creo importante para nuestra vida como catequistas, y para toda la tarea catequística en general. El Papa Benedicto XVI confirma la importancia de fundamentar la vida de la Iglesia en la Palabra de Dios: “El Sínodo ha vuelto a insistir más de una vez en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente”[2], y en otra parte, en referencia directa a la actividad catequística: “Un momento importante de la animación pastoral de la Iglesia en el que se puede redescubrir adecuadamente el puesto central de la Palabra de Dios es la catequesis, que, en sus diversas formas y fases, ha de acompañar siempre al Pueblo de Dios”[3].

La Palabra de Dios es fuente de Vida: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68).

Es la primera consideración que hacemos: el plan de amor de Dios es darse, comunicarse: ¡Dios es amor! Y lo hace a través de su Hijo, Palabra hecha carne. Dios se mete en nuestra historia, en nuestra vida. Su Palabra encarnada es el Emmanuel, Dios con nosotros.

Esta Palabra es viva, eficaz, ayer, hoy y siempre[4]. Esta es nuestra convicción, nuestra fe: hoy Dios nos habla, entabla una conversación con nosotros, nos interpela, nos llama, nos ilumina…; “Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía”[5]; “En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos”[6].

Hay frases de Jesús en el Evangelio que nos hace ver la profundidad y las consecuencias de esto:

“El que me ama será fiel a mis palabras, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

 

“Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15, 7).

Todo el acontecimiento de la revelación, la historia de salvación, contenida en la Tradición de la Iglesia, es consignada en los textos Sagrados: “Los textos inspirados por Dios fueron confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar la fe y guiar la vida de caridad”[7].

Nuestra oración y vida espiritual debe fundarse en la Palabra, en las Sagradas Escrituras, leídas en la comunión con toda la Tradición de la Iglesia. Toda la vida del cristiano y de la Iglesia, toda su actividad pastoral, y por tanto, su catequesis, están animadas por la Palabra de Dios; es decir, tienen en ella su fuente misma que alimenta y nutre.

2. Espiritualidad bíblica de los catequistas

El catequista participa desde su vocación en el ministerio de la Palabra: esto implica una relación especial, personal y comunitaria, íntima y profunda con la Palabra; podríamos decir que todo gira en torno a ella, como una rueda lo hace en torno a su eje: sin él no podría moverse. Es la espiritualidad del catequista, centrada en la Palabra.

Es necesario, pues, alimentar nuestra oración, nuestra escucha y diálogo con el Señor, nuestro conocimiento y nuestra intimidad con Él, a través de la asidua (diaria) lectura orante de la Palabra. Leer orando, meditar creyendo y contemplar amando; dejando que esa Palabra “viva” -¡Dios me está hablando, tiene algo que decirme!- penetre en mi corazón, mi inteligencia, mis afectos, mi vida toda y la transforma en una Palabra, un Evangelio viviente, encarnado. Cultivar, por tanto, una auténtica espiritualidad bíblica.

Esta práctica de lectura orante y el cultivo de una espiritualidad bíblica, además, debe ser el objetivo central y el más importante en nuestras comunidades catequísticas: nuestras reuniones, primero y sustancialmente, deben girar en torno a esto: somos catequistas, y en primer lugar, comunidad de discípulos reunidos “en nombre de Jesús”: ¿hay algo más importante para los discípulos del Señor que escuchar a su maestro? ¡es nuestra propia identidad! Conocer a Cristo, tener una fuerte experiencia de Él entre nosotros, como nos decía san Pablo: “Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él…” (Filip, 3, 8).

Más aún, la Palabra es inspirada por el Espíritu Santo a la comunidad: es su ámbito propio, donde resuena con todos sus matices y armónicos. Más aún, la Palabra es para la comunidad, crea comunidad[8]. ¡Cuántas horas perdidas en nuestras reuniones “operativas”, de “planificación”, de “preparación de encuentros”! ¡Cuánto tiempo perdido, cuando lo esencial es escuchar, orar, compartir la Palabra: “Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados” (Col 3, 16). No digo que no sea importante lo práctico y concreto, el planificar tareas, pero démosle a la Palabra el principal lugar; lo demás “se les dará por añadidura”(Mt 6, 33).

3. Catequesis centrada en la Palabra de Dios y en la Liturgia

Una cuestión que se nos plantea con frecuencia es: ¿qué texto leer? Y en esto creo que, como catequistas, no debemos perder el rumbo: atender a la vida de la misma comunidad eclesial, que es el ámbito propio de la catequesis. Toda la vida de la Iglesia es alimentada por la Liturgia, donde la Palabra tiene su lugar descollante, imprescindible. Es el lugar propio donde la acción del Espíritu Santo hace resonar la Palabra y la vuelve eficaz. Al respecto, el Documento post-sinodal Verbum Domini, nos enseña: “Al considerar la Iglesia como ‘casa de la Palabra’, se ha de prestar atención ante todo a la sagrada Liturgia. En efecto, este es el ámbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde. Todo acto litúrgico está por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura”[9]. Y en otro lugar: “En la lectura orante de la Sagrada Escritura, el lugar privilegiado es la Liturgia, especialmente la Eucaristía, en la cual, celebrando el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Sacramento, se actualiza en nosotros la Palabra misma. En cierto sentido, la lectura orante, personal y comunitaria, se ha de vivir siempre en relación a la celebración eucarística”[10].

¡Qué elemento clave para centralizar y articular nuestra catequesis en torno al Año Litúrgico, y para ir viviendo nuestra fe, esperanza y caridad –nuestra espiritualidad– centrada en este camino eclesial! Pensemos, que cada año, se nos ofrece un Evangelio completo, y partes importantes del Evangelio de Juan; en tres años, (Ciclos A, B, y C), leemos todo el Nuevo Testamento y partes fundamentales del Antiguo: una catequesis completa, si la acompañamos con los textos apropiados del Catecismo de la Iglesia Católica[11]. Este es un elemento dinámico que no sólo puede renovar totalmente la catequesis, tanto de iniciación cristiana como el itinerario catequístico permanente, sino que también renueva a toda la comunidad.

Nuestros itinerarios catequísticos, por lo general, siguen un esquema distinto, poco afín al Año Litúrgico, y divorciado de las mismas celebraciones dominicales; creo que si planificamos y replanteamos nuestros objetivos catequísticos, esto no sólo es posible sino que será la gran transformación catequística que estamos proponiendo desde el replanteo de la iniciación cristiana en estilo catecumenal.

Como consecuencia de lo que acabamos de decir, se nos plantea una pregunta: ¿cómo usamos la Palabra de Dios en la catequesis?

En primer lugar, evitar el caer en planteos o posiciones fundamentalistas, usándola Palabra para “dar razón” a mi teoría o ideología. Lo correcto es lo contrario: ¡escuchar a Dios! Dejarnos iluminar por su Palabra. Discernir desde ella los signos de los tiempos. En ella Dios se revela, se da a conocer, nos ilumina sobre su proyecto para nosotros; con su Palabra nos llama: nuestra vocación. Su Palabra es Verdad, es Espíritu y Vida (cf. Jn 6, 63; 7, 16-18. 28-29; 8, 43-47; 12, 43-50; 14, 24). El itinerario mismo de toda la catequesis, será, entonces, la Palabra de Dios en su contexto litúrgico.

La Palabra es la fuente principal de la catequesis: de ella mana nuestro anuncio, nuestra iluminación, nuestra enseñanza. Sólo desde una escucha atenta de la Palabra podremos extraer una catequesis que “toque el corazón”, que resuene en el interior de cada persona; porque es Palabra “viva y eficaz”. Como ocurrió con los discípulos de Emaús: “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas la Escrituras lo que se refería a Él (…) Y se decían: ‘¿No ardía acaso nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc. 24, 27.32); podemos ver también un ejemplo hermoso sobre la catequesis con la Palabra de Dios en el encuentro del diácono Felipe con el Etíope (cf. Hech 8, 26-40). Recuperar, por tanto el amor, el aprecio, la confianza en la fuerza misma de la Palabra de Dios, Palabra inspirada por el Espíritu, que sigue hablando hoy.

4. La vida espiritual del catequista

Cuando tratamos de “vida espiritual”, hablamos de la vivencia interior, de la intimidad, del trato y relación personal con el Señor. Vínculo establecido y conducido por el Espíritu Santo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14, 15-17); “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!” (Rom 8, 14-15).

Es la experiencia personal de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunión de amor, un Dios que es amor, que mora en nuestro corazón. Es la vida espiritual (espiritualidad) de todo bautizado, la cual es potenciada, y se desarrollar por la fuerza de la Gracia de Dios –como la semilla de mostaza, o el poco de levadura que la mujer mezcla con la harina (cf. Mt 13, 31-33)– si con humildad amor, oración, entrega, dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros. Es, en definitiva, el desarrollo pleno del llamado (vocación) a la santidad que se nos hizo en el Bautismo. Esta vida espiritual, a veces, puede languidecer, debilitarse, como brasa que lentamente se va apagando perdiendo su fuego y su luz, terminando por desaparecer: no nos engañemos; la vida espiritual auténtica, fruto del Espíritu, es el motor mismo, la fuerza, la dinámica de toda la vida del cristiano y de la Iglesia y sus comunidades concretas: si no hay VIDA, nada se mueve, todo termina en muerte. Por algo denunciaba el Cardenal Ratzinger –después Benedicto XVI– “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en la cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”[12].

Uno de los motivos por el cual encontramos, a veces, una cierta mediocridad en nuestra catequesis, es la falta de vivencia y calidad espiritual, condición imprescindible para un catequista que quiera ser fiel a su vocación. La verdadera fuerza (dinamismo) que podrá renovar profundamente la catequesis es una Vida cristiana vivida a pleno, en una vida espiritual cultivada, abonada, regada, desde la misma Palabra de Dios, fuente inagotable y pura de vida espiritual en la Iglesia[13]. Es ahí donde debemos beber el agua pura, manantial de vida: “Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación…” (Is 12, 3; cf. Jn 7, 37-39; 19, 34); “También todos comieron la misma comida y bebieron la misma bebida espiritual. En efecto, bebían el agua de una roca espiritual que los acompañaba, y esa roca era Cristo” (1 Cor 10, 3-4).

Una vida espiritual no puede centrarse exclusivamente en devociones o prácticas de piedad, sino que principalmente debe alimentarse cotidianamente con la Palabra; una vida espiritual sólida tiene dos cimientos: la Palabra de Dios y la Eucaristía.

Si consideramos que en la Liturgia la Palabra tiene un puesto descollante, y que la Eucaristía, en la cual celebramos el Misterio central de nuestra Fe cristiana que es la Pascua del Señor, vemos claramente que éstos son dos lugares privilegiados para la vida de los creyentes; en la Palabra y en la Eucaristía se nutre la vida espiritual de los creyentes: “Se entiende así la gran importancia del precepto dominical, del ‘vivir según el domingo’, como una necesidad interior del creyente, de la familia cristiana, de la comunidad parroquial”[14].

La Palabra de Dios será, pues, el alimento cotidiano de nuestra vida espiritual. Lo afirma el Papa Benedicto en Verbum Domini: “El Sínodo ha vuelto a insistir más de una vez, en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente, en los diferentes ministerios y estados de vida, con particular referencia a la lectio divina. En efecto, la Palabra de Dios está en la base de toda espiritualidad auténticamente cristiana”[15]. Y recomienda la práctica periódica de la lectura orante de las Sagradas Escrituras, en especial la Lectio Divina con los textos del Domingo próximo: “La lectura orante personal y comunitaria prepara, acompaña y profundiza lo que la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico. Al poner tan estrechamente en relación lectio y liturgia, se pueden entender mejor los criterios que han de orientar esta lectura en el contexto de la pastoral y la vida espiritual del Pueblo de Dios”[16].

La Iglesia es la “casa de la Palabra”, y en especial, en su Liturgia, ámbito privilegiado del diálogo entre Dios y su pueblo: Él nos habla, nosotros escuchamos y respondemos; la liturgia es una continua, plena y eficaz exposición de la Palabra de Dios. Ahí la acción del Espíritu Santo ka hace operante en el corazón de los fieles. En la Liturgia, por otra parte, con “sabia pedagogía”, la Iglesia proclama y escucha las Sagradas Escrituras siguiendo el ritmo del año litúrgico, en cuyo centro resplandece el Misterio Pascual, al que se refieren todos los misterios de Cristo y de la Historia de la Salvación, los que se actualizan sacramentalmente[17].

Subrayando esta idea, me viene a la memoria lo que enseñaba san Bernardo, un gran amante de la Palabra:

“El que me ama guardará mi Palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada”.

He leído también en otra parte:

“El que teme al Señor obrará bien”. Pero veo que dice aún algo más acerca del que ama a Dios y guarda su Palabra. ¿Dónde debo guardarla? No hay duda de que en el corazón, como dice el profeta: “En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti”.

Conserva tú también la Palabra de Dios, porque son “dichosos los que la conservan”. Que ella entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, y tu alma se deleitará como si comiera un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien, sacia tu alma con este manjar delicioso. Si guardas así la Palabra de Dios es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y Él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, “nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial”[18].

Jesús, al enseñar a orar a sus discípulos, les dice: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá…” (Lc 11, 9). Es la base de los pasos que conforman el método de la Lectio Divina: cito un texto del Monje Guigo en su famosa carta al Hno. Gervasio (1173), quien nos transmitió la tradición de esta forma de oración:

“La lectura es un examen detenido de la Escritura realizado con espíritu atento. La meditación es una operación reflexiva de la mente que investiga, con ayuda de la razón, el conocimiento de la verdad oculta. La oración es una ferviente elevación del corazón hacia Dios para alejar los males y recibir los bienes. La contemplación es una elevación por encima de sí misma de la mente suspendida en Dios, que degusta las alegría de la eterna dulzura. Una vez descritos los cuatro grados, nos queda ahora por ver sus funciones.
La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide y la contemplación la gusta. Por eso el Señor mismo dice: “Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. Buscad leyendo y encontraréis meditando, llamad orando y se os abrirá contemplando. La lectura pone, por así decirlo, el alimento sustancial en la boca, la meditación lo mastica y tritura, la oración obtiene gustar, la contemplación es la dulzura misma, que alegra y reconforta. La lectura sitúa en la corteza, la meditación en la médula, la oración en la impetración del deseo y la contemplación en el gozo de la dulzura obtenida” (…).
“De todo esto podemos deducir que la lectura sin la meditación es árida, la meditación sin la lectura errónea, la oración sin la meditación tibia, la meditación sin la oración infructuosa; la oración fervorosa requiere la contemplación, pero una contemplación adquirida sin oración es rara o milagrosa (…) Lo cual Él mismo nos enseña a hacer cuando dice: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. Pues ahora el Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan”.

5. Eucaristía, centro de nuestra catequesis de iniciación cristiana y del itinerario permanente

La centralidad de la Eucaristía es algo incuestionable y ya sabido; con sólo recordar las palabras de Jesús en Cafarnaún, nos damos cuenta de ello:

“Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él…” (Jn 6, 53-56).

Sería hermoso poder desarrollar ampliamente este tema, pero quiero especialmente, con respecto a la catequesis y a la Palabra de Dios, referirme al tema de la Eucaristía y la catequesis.

El catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una pauta imprescindible al respecto: “La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. ‘La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación d los hombres.

La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo (es ‘mistagogia’), procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los ‘sacramentos’ a los ‘misterios’”[19].

Tanto la iniciación cristiana, como el itinerario catequístico permanente, tienen por objetivo una “vida eucarística”, esto es, una vida cristiana centrada en la vivencia del Misterio Pascual, que la comunidad celebra domingo a domingo con todas la consecuencias que tiene el vivir de “una forma eucarística”[20] nuestra fe y nuestro amor.

Sabemos que la fuerza misma de la iniciación cristiana se fundamenta en los sacramentos, donde Jesucristo actúa en plenitud. La catequesis de iniciación no es, pues, una preparación para participar plenamente en la primera Eucaristía, sino que es en la participación eucarística misma donde se va conformando el ser cristiano, su personalidad, su vida coherente con la fe que se profesa y se celebra en la comunidad. Aparece así la fuerza de la catequesis mistagógica, que lleva a comprender, profundizar, encarnar en nuestras vidas el Misterio de Cristo muerto y resucitado, integrándose en una auténtica comunidad pascual, testigo de la Buena Noticia de Jesús resucitado. Las primeras comunidades cristianas (cf. Hech 2, 42-47; 4, 37 y sigs.) nos dan ejemplo de esto: centradas en la comunión fraterna, celebrando la “fracción de pan” y perseverando “en la enseñanza de los Apóstoles”: la misma comunidad, el testimonio apostólico, la vida fraterna, el Misterio que celebran –“Cristo entre ustedes” (Col 1, 27)– es el marco propio en el que se forja la personalidad del discípulo de Jesús: es el “camino” del discipulado, la Nueva Vida que anuncian los Apóstoles (Cf. Hech 5, 20).

Así, afirmamos que el primer y más importante encuentro y lugar de la catequesis es la misma celebración dominical de la comunidad; es el primer e indispensable “encuentro semanal”: es en ese ambiente, con la proclamación de la Palabra –que es “Espíritu y Vida”– participando en forma cada vez más consciente y más activa[21], se logrará el fruto deseado: “hacer un cristiano”. La catequesis, no puede ser algo paralelo a la liturgia comunitaria y mucho menos algo divorciado de ella; ¡cuánta lucha, en ciertas comunidades, para que los chicos vayan a Misa! ¡Y ni qué hablar de los padres, primeros educadores y transmisores de la fe! ¿Y los catequistas? Un día, un párroco, me dice: “¿Qué quiere que haga, Padre, si ni los catequistas vienen a Misa!”. Creo que es un tema que hay que encararlo con decisión y voluntad firme para una renovación profunda. ¡Es todo un desafío! Metodológico, pastoral, incluso cultural. Me animo a decir, una “revolución copernicana” en nuestras parroquias.

Como decía más arriba, participando en la Misa dominical, en tres años leemos prácticamente toda las Sagradas Escrituras –el Nuevo Testamento; del Antiguo, sus partes más significativas- si sabemos aprovechar esto, podemos hacer una catequesis hermosa, siguiendo el Año Litúrgico y la misma Historia de la Salvación. Nos dice el Papa Benedicto: “Exhorto, pues, a los Pastores de la Iglesia y a los agentes de pastoral a esforzarse en educar a todos los fieles a gustar el sentido profundo de la Palabra de Dios que se despliega en la liturgia a lo largo del año, mostrando los misterios centrales de nuestra fe”[22]. Con buen método, mediante lectura orante, se ora, se aprende, se profundiza en el mensaje mismo de la Biblia. Un encuentro semanal, otro día, puede servir para completar y hacer un itinerario apropiado para sistematizar los conceptos y tendiente a fijar los mismos en el proceso de enseñanza –propio de la catequesis– y las actitudes básicas necesarias para la vida cristiana y la integración práctica en la comunidad, dar la imprescindible impostación vocacional, misionera, de compromiso con la realidad temporal (familiar, escolar, etc.) en la que vive el catequizando.

Al respecto, hay que hacer dos consideraciones que creo importantes: la primera, referida a los subsidios catequísticos, los cuales han de ser reformulados siguiendo la temática propia de los domingos a lo largo del año litúrgico, teniendo en cuenta que, de hecho, lo comenzamos (según el calendario civil propio del hemisferio sur) en cuaresma-pascua, lo cual nos facilita un comienzo fuertemente kerygmático, centrado en el misterio fundamental de nuestra fe que es la Pascua de resurrección; la segunda, es la oportunidad que nos brinda una aplicación práctica del “Directorio para las Misas con niños”[23], que junto con la Plegarias para las misas con niños del Misal Romano, son un instrumento muy valioso para la iniciación a la vida eucarística en nuestra catequesis; el mismo da muchas posibilidades pastorales prácticas; por ejemplo, en el Nº 17 dice: “Más aún, en algunas ocasiones, si las condiciones del lugar y las personas lo permiten, puede ser oportuno celebrar con los niños la liturgia de la palabra en un local separado, pero no demasiado alejado; antes de comenzar la liturgia eucarística, serían introducidos en el sitio donde entre tanto los adultos habrían celebrado su propia liturgia de la palabra”. Las posibilidades que esto presenta son muy favorables a esta propuesta que estoy haciendo.

Agrego a esto una idea más, que amplía la fuerza de esta idea y nos puede dar una pauta para la pastoral catequística, litúrgica y comunitaria. Si la Palabra que se proclama el domingo está bien comentada, explicada en la homilía, si está acompañada de la catequesis, se puede proponer a toda la comunidad, a modo de consigna semanal, ciertas actitudes o actividades concretas para vivir esa Palabra. Entonces se produce un milagro: se construye la comunidad, y asentada sobre roca, tal como lo enseña Jesús: Mt 7, 24-24-25. La comunidad, así, desde la Eucaristía, es evangelizada y se convierte en comunidad evangelizadora: da testimonio por la vivencia alegre y entusiasta del Evangelio. Recordemos: “La Palabra construye comunidad, construye la Iglesia”[24].

Este planteo metodológico nos ayuda a superar ciertos problemas que dificultan el proceso catequístico. El tema siempre reconocido pero nunca solucionado: ¿cómo hacer para que los catequizandos –tanto niños como adultos– al concluir un proceso catequístico continúen, integrados activamente en la comunidad? Es lógico que si la finalidad de todo el esfuerzo apunta a que logren prepararse para la primera comunión, al terminar el proceso, con este evento al final del itinerario, es muy difícil que “perseveren”. No hay motivación, no hay experiencia de comunidad, no hay “grupo afectivamente acogedor”. Los mismos padres, están “aliviados, porque ya todo terminó”. Creo que el problema reside en el concepto equivocado de nuestra catequesis: es “para” la primera comunión, cuando sabemos que la iniciación cristiana es un proceso que tiene como objetivo la inserción en el Misterio de Cristo, para vivir una vida cristiana –como cristiano maduro en su fe– integrado en su comunidad. La participación y comunión eucarística son el ámbito propio donde se desarrolla este proceso, y constituyen etapas, medios del itinerario catecumenal. ¿Por qué la primera comunión tiene que hacerse al final del proceso catequístico? ¿Por qué no pueden nuestros catequizandos acercarse a comulgar, cuando reúnan las condiciones necesarias, de acuerdo a su maduración personal? ¿No ayuda esto al mismo proceso de formación? Esto implica un elemento que no siempre tenemos en cuenta: la “sacramentalidad” de la catequesis –que no es lo mismo que una “catequesis sacramentalista”–. Todo el proceso catecumenal de iniciación cristiana es considerado como “un gran sacramento”, por la unidad intrínseca que hay tanto entre los tres sacramentos de la iniciación como con el proceso gradual y por etapas del catecumenado. Los sacramentos –eficaces “ex opere operatum”– por su propio efecto, por la Gracia que otorgan, introducen en la vivencia misma del Misterio Pascual de Cristo, identifican con Él, y además guían, conducen y hace realidad el proceso de crecimiento y maduración de la fe, que es el fin de la catequesis. Recordemos lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica, en el número que ya he citado anteriormente: “La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres”. Esta frase del Catecismo (Nº 1074) es una cita de CatechesiTradendae, documento post-sinodal de Juan Pablo IIº; en el siguiente párrafo (1075), nos habla de la catequesis mistagógica, como modalidad propia de la catequesis litúrgica. Que no es solamente catequesis sobre la Liturgia, sino, fundamentalmente, desde la Liturgia. La inserción del catequizando en la comunidad celebrante debe hacerse desde el mismo inicio del proceso y su participación plena, recibiendo la comunión eucarística, ni bien se den las condiciones propias para hacerlo –luego de un atento discernimiento por parte del catequista, junto con el párroco y los padres mismos–. Así, será normal que el la Misa dominical, semanalmente, algún o algunos catequizandos reciban su primera comunión, logrando una vivencia espiritual profunda, sin tanta alharaca social. Esto está, lo sabemos, a contrapelo de la cultura, y es motivo de discusiones y peleas. La experiencia dice que si se explica bien, con paciencia, después de haber hecho un trabajo evangelizador con los padres, es posible. Para conformar a todos, puede hacerse también en alguna fecha apropiada una “Fiesta Eucarística”, en la que se celebre la comunión de forma conjunta, con todos los elementos festivos tradicionales; pero está será posterior y de forma que no insinúe de ninguna manera la finalización del proceso catequístico. Esto solicita una atención seria a la pastoral familiar que debemos desarrollar con los padres de los niños de catequesis.

Así logramos unir definitivamente la Liturgia y la catequesis, las cuales son inseparables: una y otra se necesitan y complementan. No se trata, pues, de hacer celebraciones a lo largo del proceso catequístico, sino que el mismo proceso está conformado en torno a la Liturgia dominical –y por ende al Año Litúrgico– y también es iluminado por la misma celebración, desde la Mesa de la Palabra y la Mesa eucarística, donde se celebra el Misterio de la Pascua.

Hay otra ventaja en esto: la comunidad, decimos, es fuente, cauce y meta de la catequesis; solamente así, desde el corazón mismo de la comunidad celebrante, se logrará este ideal. La celebración eucarística dominical es la manifestación más plena de la comunidad de fe, esperanza y caridad que es la Iglesia, ya “hace” a la misma Iglesia. Porque será la misma comunidad la que acoge, acompaña, festeja, al catequizando. Y si este proceso se inicia –en el caso de la catequesis de niños– cuando los mismos son muy pequeños, los mismos padres los acompañan a la Misa y terminan siendo evangelizados, incorporándose a la comunidad. ¿Deberemos pensar en adelantar la edad para el comienzo de la catequesis? ¿Desde los tres años? ¿Por qué no?

6. Una pastoral orgánica como marco necesario

Otro tema que nos preocupa es el de la pastoral orgánica, y creo que desde esta forma de encarar la catequesis encontramos una pista para su implementación de manera real y auténtica. Hasta ahora es una utopía: confundimos las cosas y reducimos la organicidad pastoral a una mera coordinación y colaboración, a objetivos comunes y proyectos planificados; todo esto está bien, es necesario y forma parte de una pastoral. Todo, por supuesto, debe ser fruto del espíritu de comunión, de una espiritualidad de comunión verdaderamente vivida.

La pastoral orgánica va más allá, es algo más profundo e integral. Jesús da su mandato a los discípulos: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 18, 18-20). Este texto instituye la pastoral orgánica. La Iglesia continúa y prolonga en el tiempo la presencia de Jesús, el Hijo de Dios encarnado[25], concretando en cada época y en cada lugar la acción salvífica de Jesús. Es un mandato misionero: “Vayan…”; es envío, misión, tarea, que es la del mismo Cristo. La acción pastoral de la Iglesia tiene por autor principal a Jesús, que está con nosotros siempre, y es una tarea integral, global; lo correcto es decir “orgánica”, pues es la obra del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, que como organismo vivo –que vive la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– realiza todo lo que Jesús manda y hace: anuncia la Buena Noticia del Reino, hace discípulos, santifica bautizando, enseña a vivir un nuevo estilo de vida, como Jesús nos ha mandado: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12), para lo cual envía sobre nosotros el Espíritu que todo lo hace nuevo. Cuando cada una de nuestras acciones pastorales integre todas estas dimensiones, podremos entonces hablar de organicidad en la pastoral; y para poder hacerlo es como se necesita la colaboración subsidiaria de todos, el espíritu de comunión, el trabajar juntos, sin envidias ni recelos, sino con la alegría, el entusiasmo, la parresía de los primeros Apóstoles.

La catequesis centrada en la eucaristía, que forma al discípulo para una vida eucarística tiene la peculiaridad de ser de por sí orgánica: es anuncio, es kerygmática; hace discípulos, comunidad de seguidores de Jesús; santifica, bautizando, poniendo en camino de crecimiento de la Vida de Gracia; enseña lo que Jesús mandó: una vida coherente, comprometida, que trabaja para la presencia y extensión del reinado de Jesús en el mundo, construyendo la civilización del amor. Tarea de toda la comunidad, en la cual, en espíritu de comunión y participación, todos se integran y colaboran, como parte integrante de la vida cristiana. Es una vida a la cual se invita, que se propone, de la cual se da testimonio, y que es compartida por las familias, pequeñas iglesias domésticas. Se trata, en definitiva, desde la Iglesia comunidad, hacer cristianos que vivan su fe y su compromiso con la sociedad en y desde su comunidad. Un cristiano hombre nuevo para el mundo nuevo que se inaugura con el advenimiento del Reinado de Dios:

“El que vive en Cristo es una nueva criatura; lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente” (2 Cor 5, 17).

Así la catequesis de iniciación, como también la de adultos en itinerario permanente, renueva las comunidades, renueva la pastoral, renueva la vida cristiana misma de nuestros fieles creyentes.

Y todos en comunión, creyendo, celebrando, compartiendo la vida, buscando el Reino de Dios, “edificándonos mutuamente” con la fuerza de la Palabra.

Luis Guillermo Eichhorn

Obispo de Morón

NOTAS

[1] Concilio Vaticano IIº, Dei Verbum, 21.
[2] Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[3] Id. 74.
[4] Cf.: Heb 4, 12.
[5] Concilio Vaticano IIº, Dei Verbum, 2.
[6] Id. 21.
[7] Papa Francisco, Discurso a la Pontificia Comisión Bíblica, 12 de abril de 2013.
[8] Cf. Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[9] Benedicto XVI, Verbum Domini, 52.
[10] Id. 86.
[11] La Conferencia Episcopal Argentina ha publicado un subsidio “Servidores de la Palabra”. Para preparar la homilía”, que tiene citas del CATIC y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, para cada domingo del año. Un recurso valiosísimo para la catequesis.
[12] Card. Ratzinger, citado en el Documento de Aparecida, Nº 12.
[13] Benedicto XVI, Verbum Domini, 21.
[14] Documento de Aparecida, 252.
[15] Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[16] Id.
[17] Cf.: Benedicto XVI, Verbum Domini, 52
[18] San Bernardo, abad. Sermón 5, en el Adviento del Señor.
[19] CATIC, 1074-1075.
[20] Benedicto XVI, SacramentumCaritatis, 3ª parte.
[21] Cf.: Concilio Vaticano IIº, SacrosanctumConcilium, 11.
[22] Benedicto XVI, Verbum Domini, 52.
[23] Directorio para la Misa con niños. 1º de noviembre de 1973, publicado por la Secretaria de Estado del Vaticano por expreso mandato del Papa y por la Sagrada Congregación para el Culto Divino. La Oficina del Libro de la CEA lo publicó en el año 1995.
[24] Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[25] Cf. Pablo VI, EvangeliiNuntiandi, 14.
www.catequistas.org
www.isca.com.ar

11 jun 2013

Jesus y la mujer que se puso a llorar a sus pies! LC 7,36-8,3









DGO 11 DEL TIEMPO ORDINARIO, LUCAS 7,36.8,3 EL PERDON

Tema: "Perdonando a otros como somos perdonados"
Escritura: "Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón:-¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama" (Lucas 7:44, 47). ¿Alguna vez has hecho algo que no has debido hacer? ¿Te sentiste mal luego de hacerlo? (Puedes contar una historia personal o usar la mía...) Recuerdo una ocasión cuando estaba en un campamanto de verano de la escuela elemental, que comencé, con otra niña, a burlarme de otra que venía de otro campamento. ¡No sabía que la niña de la cual me burlaba estaba justo detrás de mí y que escuchó todo lo que dije! Me sentí horrible y nada de lo que hiciera podría mejorar la situación. Algunas veces cometemos errores en nuestra vida de los cuales nos arrepentimos. A veces, aunque cometemos la falta y nos arrepentimos, no tratamos de arreglar la situación. No asumimos la responsabilidad por lo que hicimos. Responsabilidad es una palabra bien grande. ¿Alguien sabe lo que significa? En este caso significa que en lugar de dar excusas por lo que hacemos mal, como "ella me hizo hacerlo" o "es culpa de él", admitimos que hemos cometido un error y luego tratamos de mejorar la situación o arreglarla.
Hoy estamos leyendo una historia bíblica acerca de una mujer que hizo algunas cosas males en su vida. No dice los que fueron, eso no es lo importante, pero sabemos que ella estaba muy arrepentida. De hecho, se sintió tan mal que fue a ver a Jesús en la casa de una persona, ¡aún cuando no estaba invitada! Me pregunto cómo se sintió. No conocía a nadie; las personas que estaban en la casa no deseaban verla allí y ¡se estaba reuniendo con Jesús! ¡Me imagino que debió sentirse muy poco importante y tendría miedo. ¡No sólo ella fue a esa casa, sino que se arrodilló cerca de Jesús y le lavó sus pies CON SUS LÁGRIMAS! Luego los enjuagó con perfume.

Te puedes imaginar cómo se sintieron las personas que estaban en la casa. ¡Uno de ellos se molestó con ella y con Jesús! Simón, el fariseo, no creía que Jesús debía permitirle a ella eso. Pero Jesús no solo la dejó, sino que le dijo que sus pecados, todas las cosas malas que había hecho en su vida, eran perdonados. Pudo salir de esa cosa contenta y con un corazón lleno de paz.
Hay muchas lecciones que podemos aprender de esta historia, pero veamos dos de ellas solamente. Primeramente, la persona hizo algo mal y deseaba corregirlo. Esto es algo que Jesús desea que hagamos. Si hacemos algo mal, ¿qué podemos hacer para corregirlo? ¿Cuáles son algunas de las cosas que podemos hacer para corregirlo? (pedirle a la persona que nos perdone, pedirle a Dios que nos perdone, decir "Lo siento" a la persona, arreglar lo que rompimos, hacer lo que se nos olvidó hacer, etc.).
Lo otro que necesitamos aprender de esta historia es la manera en que Jesús reaccionó. ¿Sacó Jesús a la mujer? ¿Dijo: "Hiciste algo malo, apártate de mí"? ¿Qué hizo Jesús? Él permitió que se quedara, le permitió que pidiera perdón y luego la perdonó. Es importante que hagamos lo mismo.
Oremos: Dios celestial, cuando nos equivocamos, ayúdanos a pedir perdón y tratar de corregir la situación. Ayúdanos también a perdonar las personas que nos hieren. En el nombre de Jesús, amén.

ACTIVIDADES POSIBLES
Recomendación de un libro: Un buen libro que ayuda a las maestra a enseñar acerca del perdón es “Down the Road”. (Lo he buscado en español y no he conseguido una traducción del mismo). Este libro es acerca de una niñita a la cual se le da la responsabilidad de ir a comprar algunos huevos. Camina a la tienda, los compra y entonces, con mucho cuidado camina hacia su casa. En el camino, accidentalmente se le caen. Está tan molesta que se sube a un árbol. Su papá se preocupa por ella y va en su búsqueda. -En este momento le hablo a los niños: ¿Qué hizo la niña? ¿Por qué se está escondiendo? ¿Qué crees que hará el papá? He hecho esta historia en dos ocaciones y, en ambas ocaciones, los niños han respondido que el papá demostrará mucho coraje. Todos se sorprenden pues… El la PERDONÓ. Esta es una bella ilustración para los niños.
¿Qué debes hacer?: Deje que los niños dramaticen los siguientes escenarios y luego pídales que compartan ideas en como pueden mejorar la situación. Si tienen niños mayores ellos podrían traer algunas situaciones adicionales que hayan visto o vivido.
(1) “Estás jugando con algunos de tus amigos en el patio de la escuela. A medio juego un niño se acerca a ti y te pregunta si puede jugar contigo. Le dices que NO. El niño se retira cabizbajo. Le has herido sus sentimientos. ¿Cómo puedes arreglar la situación?”
(2) “Estás en la casa viendo televisión. Estás en lo mejor del programa cuando tu mamá se acerca y te dice que te laves las manos y te prepares para cenar. No te mueves. Al ratito aparece nuevamente y ve que todavía estás sentado. Se molesta y te manda a lavar las manos inmediatamente y apagar la televisión. El programa está por terminar, y te quedas para terminar de verlo. La siguiente vez que mamá entra al cuarto donde estás, sabes que estás en problemas.” Has cometido un grave error al no escuchar y obedecer a tu mamá. ¿Cómo puedes arreglar la situación?
(3) “Invitas a algunos amigos a jugar en tu casa. Están en el patio jugando a los piratas. Tienes pedazos de madera representando las espadas y pelean con ellas. Sabes que al agitar la espada debes tener mucho cuidado, pero la agitas y, sin querer, le das en la cara a tu amigo. Tu amigo comienza a llorar.” Has herido a tu amigo. ¿Como puedes arreglar la situación?
Un recordatorio de lo que podemos hacer: Algunas veces necesitamos un recordatorio de lo que debemos hacer. En la mayoría de los casos, es más fácil hacer lo incorrecto. Pero Dios desea que hagamos lo que es correcto. Cuando estés haciendo algo que no se supone que hagas, recuerda estas siglas, R (recuerda), D (detente), P (piensa) y C (corrige). Consigue cuentas cuadradas con las letras RDPC y algunas otras cuentas decorativas, una arandela para las llaves y un cordoncito o lana para unir las cuentas y hacer un llavero. Puedes usarlo en su bulto de cargar libros.
Recreando: Esta es una historia muy buena para que los niños recreen o dramaticen, no importa si el grupo es grande o pequeño. Los personajes son Jesús, otro Simón, y otra la mujer. Puedes tener otros que sean los que están visitando en la casa y, por último, un lector. Puedes dramatizar entonces la parte en la cual todos participant.

10 jun 2013

El Hermano Rafael y la Eucaristía -

Pensamientos y escritos de Rafael Arnáiz Barón (más conocido como Hermano Rafael) sobre la Eucaristía.

Palabras que contagian amor a Jesús...
"Me levanto todos los días a las siete y media de la mañana. Podréis creerlo o no creerlo, pero es la verdad, pues antes tenía la buena costumbre de ir a comulgar todos los días, y he comprobado que empezando el día entregándome en manos de Dios, sale todo mucho mejor, el estudio aprovecha más, y si no fuese por el Amo que tanto me ayuda, yo no serviría para nada, y además, a alguien tengo que dar cuenta de todos mis actos, buenos o malos, ¿no te parece?"

"Acabo de recibir al Señor. Fui a misa de ocho con mi padre... Qué dulce es el Señor, ¿verdad? Cómo atrae y de qué manera. Mira, a la puerta del Cenáculo se está muy bien, y viéndole repartir el pan a sus discípulos, siempre quedan unas migajas para ti, ¿no te parece?... El te las da, y llenan de tal manera... ¡Qué bueno es Jesús! Te manda con una tierna mirada acercarte, contarle tus cosas, consolarle... Todo desaparece: los discípulos e incluso tú mismo... El lo llena todo. ¡Qué bueno es Jesús! Entonces no hay penas ni alegrías, no sabemos qué decir... No podemos; quedamos abismados en su regazo, y El, entonces, habla al alma con una dulzura tan grande... ¡Qué bueno es Jesús! y cómo nos quiere. Te aseguro que es para deshacerse.

Déjale hacer a El y ya verás; e aseguro que con una buena comunión tendríamos bastante para toda la vida, si supiéramos hacerla... Pero somos tan miserables."

"Estoy tan contento, aunque hoy me falta algo..., no he podido ir a comulgar; no me ha despertado mi padre... Los días que no recibo al Señor, estoy como descentrado y echando de menos algo que para mí es todo."

"Hoy en la santa comunión, cuando tenía a Jesús en mi pecho, mi alma nadaba en la enorme e inmensa alegría de poseer la Verdad... Me veía dueño de Dios y Dios dueño de mí... Nada deseaba más que amar profundísimamente a este Señor que en su inmensa bondad consolaba mi corazón sediente de algo que yo no sabía lo que era y que en la criatura buscaba en vano, y el Señor me hace comprender, sin ruido de palabras, que lo que mi alma desea es El... Que la Verdad, la Vida y el Amor es El... Y teniéndole a El, ¿qué busco? ¿qué pido?..., ¿qué quiero?"

"Multitud de sagrarios existen en la redondez de la tierra, pero solamente un Dios, que es Jesús Sacramentado. Consoladora verdad que hacer estar tan unidos el monje en su coro, el misionero en tierra de infieles y el seglar en su parroquia. Ni hay distancias, ni hay edades... Al pie del Sagrario estamos todos cerca, Dios nos une. Pidámosle por mediación de María que, algún día allá en el cielo, podamos contemplar a ese Dios que por amor al hombre, se oculta bajo las especies de pan y vino"

"En este momento de empezarte a escribir, llego del convento de las Esclavas. Son las seis y media. Allí, delante del Señor y con tu carta en el bolsillo, casi lloro de alegría... ¡Cuánto me quieres Señor! Mira, a Jesús fui a contárselo todo como siempre que recibo carta tuya... Primero hice un acto de agradecimiento. El me trata como no merezco. En fin, para qué te voy a decir lo de siempre. Después considerando delante de El unas cosas que me dices... Yo se lo dije al Señor y nos reímos los dos un poco... Me estuve en la iglesia hasta que me echaron... ¡Qué feliz soy! ¡Cómo me quiere Jesús!"

"En este momento llego de hacer la visita al Señor en las Esclavas... Fui a decirle todo lo que te he dicho en esta carta... Se me pasó el tiempo volando."

"El mundo no sabe que Jesús está en el Sagrario, que no hace más que esperar a que sus hijos vayan un ratito, aunque no sea más que un minuto, a estar con El."

"Se ofrece en el Sagrario, donde está día y noche, exclusivamente para atenderme en todo lo que le pida..."

"Alegrémonos de que es Dios quien nos llama y quien nos espera en el Sagrario"

"Jesús está en el Sagrario. Allí recibe a sus amigos, allí los consuela, los cura y los perdona."

"Quisiera estar arrodillado ante tu Sagrario día y noche."

NIÑOS SANTOS DE LA EUCARISTÍA


SAN TARSICIO, muerto el año 258, es el niño mártir de la Eucaristía, y el patrón de los monaguillos y de los niños de la adoración nocturna. Tenía unos 11 años, cuando le encargaron que llevara la comunión a los encarcelados, pero unos compañeros suyos, al querer descubrir lo que llevaba con tanto cuidado, lo mataron. No lograron arrebatarle su tesoro, pues un soldado, que era ya catecúmeno y lo conocía, pudo llegar en el último momento y trasladó su cadáver a las catacumbas de san Calixto. El Papa san Dámaso escribió de Tarsicio unos versos inmortales:
Queriendo a san Tarsicio,de Cristo el sacramento arrebatar,
su tierna vida prefirió entregar,antes que los misterios celestiales.



LA BEATA LAURA VICUÑA (1891-1904), recibió a los 10 años la primera comunión y a los doce años obtuvo el permiso de su confesor para ofrecer su vida por la conversión de su madre, que en el mismo día de sus funerales retornó a los sacramentos.
Amó entrañablemente a Jesús y lo visitaba frecuentemente en la iglesia.


MARÍA DEL CARMEN GONZÁLEZ fue una niña que ofreció su vida a Dios por la salvación de los que habían fusilado a su padre el 29 de agosto de 1936, durante la guerra civil española. Murió repitiendo el nombre de Jesús y de María. Su ofrecimiento tuvo lugar después de la comunión, pues, cuando comulgaba, se quedaba hablando con Jesús como una enamorada. Su proceso de beatificación está avanzando.



ANTONIETTA MEO, llamada Nennolina, murió a los seis años en 1937. Le escribió a Jesús 162 cartas. Sus cartas a Jesús han sido publicadas en dos libros Carissimo Dio Padre de Editorial Vaticana y las cartas de Nennolina de la Editorial San Pablo. En 1934 se enfermó gravemente y ofrecía sus sufrimientos a Jesús por los demás. Un día, después de la comunión, le dijo a Jesús que prefería morir antes de cometer un solo pecado mortal. Cuando su madre la llevaba a la iglesia, se arrodillabacon las manos juntas delante del sagrario. El 25 de diciembre de 1936 hizo su primera comunión con tanto fervor que los que la vieron creyeron que estaba en éxtasis, contemplando al divino Jesús.
Veamos una de las tantas cartas de Nennolina:Querido Jesús, estoy tan, tan contenta de que hayas venido a mi corazón quedeseo que nunca te vayas de mi corazón y te quedes siempre conmigo. Jesús, te quierotanto que me quiero abandonar en tus brazos para que hagas de mí lo que Tú quieras.Oh Jesús amoroso, dame almas, dame muchas almas. Te quiero tanto que te doy mi corazón. Saludos y besos de tu querida Antonietta.
GUIDO DI FONTGALLAND nació en París en 1913 y murió a los 11 años de una enfermedad incurable. El día de su primera comunión, Jesús le dijo que pronto lo llevaría al cielo y él le respondió SI. Antes de morir, consolando a su madre, le manifestó: La Virgen vendrá a llevarme. Dios lo quiere así. La Virgen me ha dicho que de tus brazos, pasaré a los suyos. No llores, mamá, será muy dulce morir así.


A SANTO DOMINGO SAVIO (1842-1857), desde pequeño, su madre le enseñó a amar a Jesús Eucaristía y a mandarle besos al sagrario. Desde los cinco años, ayudaba al párroco como monaguillo en las misas. Y deseaba tanto hacer la primera comunión para recibir a Jesús, que, a pesar de que la costumbre era esperar hasta los doce años, el párroco le permitió hacerla a los siete años... Para él fue un día muy feliz e hizo el propósito de confesar y comulgar todas las veces que pudiera y de morir antes que pecar.
Para realizar sus estudios, debía caminar cada día cuatro kilómetros cuatro veces al día. Un día, un campesino le preguntó si no tenía miedo de andar solo. Él el respondió: No estoy solo, tengo conmigo a mi ángel custodio.
Cuando Don Bosco lo recibió en el Oratorio, fue un joven ejemplar que trataba siempre de poner paz entre los que se peleaban. Y siempre le pedía a don Bosco que le ayudara a ser santo, pues esa era su meta y su ideal. Para ello centraba su vida en la Eucaristía. En una ocasión, terminada la misa, todos fueron a tomar desayuno y, después, a estudiar. A la hora de la comida, preguntaron dónde estaba Domingo y lo buscaron. Lo encontraron detrás del altar de la iglesia, inmóvil, como en éxtasis. Había estado orando desde la misa hasta las dos de la tarde. Murió a los 15 años y fue canonizado el 13 de junio de 1954, siendo un modelo y ejemplo para todos los muchachos de su edad.


LA BEATA IMELDA LAMBERTINI
sintió, desde muy pequeña, un inmenso amor a
Jesús Eucaristía y deseaba recibir la comunión lo antes posible. Sus padres la llevaron a vivir con las religiosas del convento de dominicas de Santa María Magdalena de Valdipietra de Bologna (Italia) y, cada vez que las religiosas se acercaban a comulgar, ella sentía unos vivos deseos de recibir a su amigo Jesús.
El 10 de mayo de 1333, fiesta de la Ascensión del Señor, la Comunidad estaba
oyendo la santa misa. Al terminar la misa las hermanas se retiraron y ella se quedó sola para seguir orando. Pero, entonces, ocurrió un prodigio que vio una religiosa que entró a la iglesia. Una hostia blanca y brillante aparecía suspendida encima de la cabeza de Imelda. Inmediatamente, llamaron a un sacerdote que tomó la hostia y la colocó en una patena. El sacerdote interpretó el suceso como que el Señor quería que Imelda, que tanto lo deseaba, pudiera comulgar y le dio la hostia en comunión. En ese momento, se sintió tan encendida de amor a su Señor que se quedó en éxtasis del que nunca más volvió, pues murió ese mismo día. Tenía 11 años.
Muchas personas comenzaron, inmediatamente después de su muerte a invocarla como a una santa. Su cuerpo incorrupto se conserva en la iglesia de san Segismundo de Bologna. Fue beatificada por el Papa León XII en 1826. En 1922 se fundó una Comunidad religiosa de dominicas de la beata Imelda, que tiene como carisma propagar el amor a la Eucaristía por medio de la adoración perpetua. El Papa Pío X en 1908 la nombró patrona de los niños que hacen la primera comunión.


ANGELO BONETTA nació el 8 de setiembre de 1948. Desde niño se distinguió por su bondad con todos y por su espíritu de sacrificio, ofreciendo sus sufrimientos por la salvación de los pecadores. A los seis años, le permitieron hacer la primera comunión por su gran deseo de amar a Jesús. Todos los domingos iba a misa y ayudaba al sacerdote como monaguillo.

En 1959 siente fuertes dolores en las piernas. Le descubren un tumor canceroso
y tienen que cortarle una pierna. Y él, con paciencia y resignación, ofrece todos sus
dolores por la salvación de los pecadores. En el hospital todos lo quieren y él aprovecha el tiempo haciendo apostolado entre sus compañeros enfermos. Con permiso del obispo, con trece años, hace voto de pobreza, castidad y obediencia dentro de la Asociación Silenciosos operarios de la Cruz. Ese día pudo decir: Ahora soy verdaderamente todo tuyo, Jesús. Todo tuyo y de la Virgen María para la conversión de los pecadores. El 27 de enero de 1963 hizo su última confesión y comunión, recibiendo también la unción de los enfermos. Al día siguiente, murió como un santo con sólo 14 años.
SILVIO DISSEGNA nació el 1 de julio de 1967 en Moncalieri (Italia). Recibe la primera comunión con mucha devoción a los ocho años. Tenía grandes proyectos. Quería ser maestro. A los 10 años empieza a sentir molestias en la pierna izquierda y le descubren cáncer al hueso. Tiene que recibir quimioterapia. En el hospital oye muchas blasfemias y, desde ese momento, quiere reparar tantas ofensas que hacen a Jesús, ofreciendo generosamente sus sufrimientos para consolarlo. Ofrece sus Dolores por el Papa , la Iglesia y los sacerdotes. Un día vio a Jesús en sus sueños con tal realismo que nunca dudará del amor de Jesús y, por eso, quería siempre recibirlo en la comunión para amarlo más y unirse más a Él, y porque decía que los Dolores que sufría solo podá soportarlos con Jesús. Muere el 24 de setiembre de 1979 a los doce años. Su padre escribió en el periódico:

El primero de julio de 1967 pude anunciar en las páginas de este periódico la alegría de mi familia por el nacimiento de Silvio. Después de dos años de sufrimiento, Silvio ha muerto, retornando a la casa del Padre que lo esperaba. Silvio era un niño maravilloso, alegre, siempre sonriente y generoso con todos. Él aceptó su cruz con amor, confianza y obediencia a los designios divinos. A pesar de ser un niño, vivió como un gigante!

Y ¿qué decir del amor a Jesús sacramentado de los niños de Fátima? Francisco,
estando ya enfermo, le decía a Lucía:
- Dile al señor cura que me traiga la comunión.
Al verme me preguntó:
- ¿Pediste al Señor escondido para que el señor cura me dé la sagrada comunión?
- Sí, se lo pedí.


Cuando volvió al anochecer, estaba ya radiante de alegría. Se había confesado y el sacerdote le había prometido llevarle al día siguiente la sagrada comunión. Después de comulgar al siguiente día, decía a su hermanita Jacinta:
- Hoy soy más feliz que tú, porque tengo dentro de mi pecho a Jesús escondido.

La misma Jacinta tenía un amor inmenso a Jesús Eucaristía. Dice Lucía:
En una ocasión, le llevé una estampa que tenía el sagrado cáliz con una hostia. Se fijó en él, lo besó y, radiante de alegría, decía: “Es Jesús escondido. ¡Lo amo tanto!

¡Quién me diera recibirlo en la iglesia! ¿En el cielo no se comulga? Si se comulga, yo comulgo todos los días. Si el ángel fuese al hospital a llevarme otra vez la sagrada comunión, ¡qué contenta quedaría!”.

Cuando, a veces, yo volvía de la iglesia y entraba en su casa, me preguntaba:
¿Comulgaste? Si yo le decía que sí, me decía: Llégate aquí bien cerca de mí, que tienes en tu corazón a Jesús escondido. No sé como es, pero siento a Nuestro Señor dentro de mí y comprendo lo que me dice, aunque no lo veo ni lo oigo, pero es tan bueno estar con Él


Extraído de: LOS NIÑOS Y LA EUCARISTÍA, P. ÁNGEL PEÑA O.A.R. - LIMA – PERÚ 2009)