10 mar 2016

BANUEV - TU ABRAZO ES MI LUGAR - Canción y Letra Lema JRJ 2016


LETRA

Señor Vos sos compasivo y fiel
nuestra fuente de alegría y paz
la esperanza de sentirnos amados para siempre
Llevo el peso de la contradicción
sin embargo esta tu compasión
tu gracia que me auxilia me salva para siempre
Me fui de acá, de la casa, lejos de Vos
perdi mi rumbo perdi mi lugar
que suerte que viniste así a mi
ahora en tu abrazo comprendi
ya mi desventura se va con tu ternura
Me fui de acá, de la casa, lejos de Vos
y hoy en este abrazo te vuelvo a encontrar!

Tu abrazo es mi lugar
es tu amor, mi lugar
x2

Antes de que llegue a la casa yo
venis corriendo a abrazarme Vos
Tu alegria y Tu amor son caricias para siempre
Señor Vos sos compasivo y fiel
y en tu misericordia mi amor
renace, revive y vuelvo a ser yo para siempre
Me fui de acá, de la casa, lejos de Vos
perdi mi rumbo, perdi mi lugar
Que suerte que viniste así a mi
ahora en tu abrazo comprendi
ya mi desventura se va con tu ternura
Me fui de acá, de la casa, lejos de Vos
y hoy en este abrazo te vuelvo a encontrar!

Tu abrazo es mi lugar
es Tu amor mi lugar!
x2

Esta es la fiesta de mi regreso
el Padre espera afuera para darme un beso
y con su abrazo pura ternura
me toma entre sus brazos, ya no hay amargura
Esta es la fiesta de mi regreso
Volvi y el Padre viene para darme un beso
con alegria cantos y palmas
es mi lugar, tu abrazo es mi casa!

Tu abrazo es mi lugar
es Tu amor mi lugar x 2
(esta es la fiesta de mi regreso, de misericordia!)
Tu abrazo es mi lugar (Señor vos sos compasivo y fiel)
es Tu amor, mi lugar (me fui de la casa lejos de Vos)
Tu abrazo es mi lugar (perdí mi rumbo perdí mi lugar)
es Tu amor mi lugar (y hoy en este abrazo te vuelvo a encontrar!)

Me llamaste!
es mi lugar!
Me aceptaste!
es mi lugar!
Me rescataste!
es mi lugar! es mi lugar! es mi lugar!
tu abrazo es mi casa!

Esto es una Fiesta
es mi lugar!
Esto es una Fiesta!
es mi lugar! es mi lugar! es mi lugar!
es mi lugar! x3
Tu abrazo es mi casa!

Un espejo para liberarnos

 



dia_contornoEn el tramo final de la cuaresma, el evangelio de la mujer pecadora (cfr. Jn 8,1-11) pone a Jesús sobre las cuerdas. Los fariseos utilizan este caso para tender nuevamente una trampa a Jesús. A ellos no les importa la mujer, simplemente es una pelota en sus manos para ir a destruir su objetivo y poder acusarle según la respuesta que dé el Maestro. Si Jesús se pone del lado de la mujer, entonces está en contra de la ley. Y entonces tendrás una razón más que suficiente para denostarlo como profeta y como Mesías. Pero si se coloca en contra de la mujer, entonces contradice su propia doctrina del perdón. Jesús no se deja acorralar: actúa desde su indiscutible libertad interior.
Jesús hace algo muy simple y sabio: deja estar a los acusadores y les da la vuelta a sus propios pensamientos. El pecado de la mujer se convierte en un gran “espejo” en el que cada uno ve reflejada su propia debilidad. La barrera de seguridad desaparece, los acusadores se ponen al nivel de la acusada. Jesús les obliga a que se sitúen en su propia verdad y a que permanezcan en ellos mismos en lugar de proyectar sus propios deseos sexuales hacia la mujer y desviarse de sí mismos. Él se inclina y escribe con el dedo en la tierra. No “vigila” el reconocimiento de sus pecados. Respeta a la persona y a cada persona, sin echar nada en cara. Ellos mismos han vivido el fuerte contraste con su pecado y su realidad.
Lo que entorpece el perdón
Quizá Jesús tenía en mente al profeta Jeremías: “Los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, porque abandonaron al Señor, manantial de agua viva” (Jer 17,13). Se trata de un comportamiento alegórico, que muestra a los fariseos cuánto han abandonado ellos a Yahvé, el verdadero Dios, el manantial de agua viva, y cómo se han entregado a la letra de la ley. Esta reflexión enlaza con el texto precedente, el encuentro de Jesús con la Samaritana. Él ha hablado de una fuente agua viva que brota en su interior y en el de todos los que creen. Quien no cree se reseca y se vuelve duro de corazón.
Al final, Jesús se queda solo con la mujer. San Agustín dice de esta imagen: “Los que se quedaron fueron dos, lo digno de misericordia y la misericordia”. Los pobres y quien tiene un corazón para ellos. Perdona a la mujer y la anima a que no peque más: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, y no vuelvas a pecar (Jn 8,11). No la obliga al remordimiento como tarea contra su autoestimas, sino que le da confianza y seguridad en el camino futuro. La libera para proyectar una vida nueva.
Solo Dios puede perdonar porque solo Él es rico en misericordia. Contrastémoslo con nuestra manera de perdonar, como hace Josep Otón en La mística de la Palabra: “Cuando nosotros nos proponemos perdonar a alguien, tenemos que enfrentarnos a nuestras emociones –el miedo, la rabia, la envidia o la amargura-, que entorpecen nuestra decisión. O, por el contrario, podemos hacerlo desde un cierto sentimiento de superioridad, disculpando los errores ajenos por haber sido cometidos desde el desconocimiento, la debilidad o la indolencia”.
“Podría haber sido una de ellas”
Santa María Micaela del Santísimo Sacramento proclamaba en el siglo XIX: “La caridad todo los sufre, todo lo tolera, lo juzga bueno y de nadie piensa mal”. Mujer de la alta sociedad madrileña de su época, a pesar de la oposición de su familia, comienza a trabajar y devolver la dignidad a las mujeres más marginadas de la capital. La santa tendrá que vender su caballo y empeñar sus joyas, su vajilla y equipaje para poder sostener la casa de mujeres que ha abierto, embrión de la Congregación de las Adoratrices. Poco a poco acostumbrará a las residentes a trabajar para que se ganen la vida honradamente con los oficios de su tiempo: coser, guisar, planchar, bordar, hacer guantes, e incluso con la música. También las enseñará a leer y a escribir.
Hoy esta labor la continúan sus religiosas. Ellas saben bien por experiencia que mirar el futuro con optimismo y esperanza, a pesar de las experiencias traumáticas que han sufrido, es una de las características de las mujeres supervivientes de la trata. Ofrecerles una relación de aceptación incondicional constituye la clave para favorecer sus procesos de crecimiento y desarrollo personal.
Así lo testimonia una mujer moldava que participa en el Proyecto Esperanza de las adoratrices: “Después de todo lo que he vivido estoy bien, intento no recordar todo lo que ha pasado y me encuentro muy bien. He conseguido lo que quería, sé que soy libre y puedo hacer lo que me gusta y nadie me puede hacer daño y herir. Lo he conseguido luchando, intentando olvidar el pasado y vivir el presente, trabajar, hacer cosas que me gustan”.
Dibu: Patxi Velasco FANO
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
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Comienzan los evangelios de San Juan: explicación

A partir de el lunes 7 de marzo hemos comenzado a leer y contemplar el Evangelio de San Juan durante la semana , en este tiempo de cuaresma la iglesia nos ayuda a prepararnos con la ayuda de este  evangelista para que nuestro corazón se funda con el de Jesús...en un mismo sentir .
...este vídeo  lo explica muy bien ...

8 mar 2016

Recomendados: curso para catequistas y agentes de pastoral por Radio Maria Arg


(todos los jueves 2030 hs )

hola podes escribirnos a secretaria@isca.org.ar ahí te van a dar toda la información. Muchas gracias!



1 º Encuentro: Iglesia evangelizada y evangelizadora

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07/03/2016 – En el primer encuentro del Curso Radial para catequistas organizado por el Isca junto a Radio María Argentina compartimos a la Iglesia que es evangelizada y se convierte en evangelizadora.
Durante el encuentro, nos acompaña Laura Lima de la comunidad de Nuestra Señora del Huerto, en Temperley, Lomas de Zamora, junto al P. Alejandro Puiggari y Mariana Nuzzi. 
“Esa experiencia de tener a Dios cerca es la que transmite el catequistas” comenzó diciendo Laura Lima. Él tiene que hacer sonar en el corazón de los demás lo que primero resonó en el suyo”. Soy, como catequista, anunciador de la maravilla que Dios ha obrado en mí. El catequista ayuda a leer esa presencia de Dios que a veces no hace lo que yo quiero, pero que está.
No se puede pensar la formación del catequista sino la formación de la fe del catequista. Me voy formando como catequista en la medida que me voy formando como cristiano. La Iglesia considera que el culmen de la vida cristiana es cuando el sujeto se convierte en apóstol, proclamando la Palabra.
Uno puedo explicar la teología y las verdades de la fe, y es hermoso. Pero el catequista tiene que ayudar a que esa fe transforme mi vida y le de sentido. La catequesis es este itinerario que ayuda a encontrar la vida en Cristo.
El II Congreso catequístico Nacional en Rosario en 1987 dio como fruto un documento del Episcopado Argentino llamado “Juntos para una evangelización permanente”. Allí en el punto 50 se enuncia:
” La Catequesis es un camino de crecimiento y maduración de la fe, en un contexto comunitario, eclesial, que da sentido a la vida. Por medio de la catequesis todos los hombres pueden captar el plan de Dios centrado en la persona de Jesucristo en su propia vida cotidiana. Además pueden descubrir el significado último de la existencia y de la historia” 
Por lo general se asocia a la catequesis a la preparación a un sacramento, y es verdad, pero el concepto es mucho más amplio. Es un acompañar la vida, todas las circunstancias de la vida, más allá de la vida sacramental.

“Vayan por todo el mundo y anuncien”

Con Cristo empezó la catequesis, en el momento en que con palabras nos ayudó a  descifrar sus gestos y a explicarnos quién era su Padre. Inmediatamente después los apóstoles empezaron a divulgarlo. Cristo es él catequista, porque era coherente. Cuando hablaba del amor del Padre, Él con su vida lo vivía.
La catequesis no es una clase sino que son encuentros. Primero que nada, el catequista debe ser un cristiano, no perfecto, si no alguien que busca.
Cada uno de los evangelios, por ejemplo, son diferentes porque suponen la fe de Lucas, de Marcos, me Mateo y de Juan y a destinatarios determinados. Eso es catequesis. El mismo mensaje, la presencia redentora del hijo de Dios, se expresó de distintas maneras a distintas personas. La unidad de la catequesis no implica que todos hagamos lo mismo.
Renovarnos es lo lógico al decir, anuncio lo mismo de siempre pero adaptado a mi público. Todo lo que la Iglesia hace es evangelizar, para que la gente se encuentre con Jesucristo y lo conozca. La catequesis es un momento, con un itinerario definido.
“La iglesia existe para evangelizar. La evangelización es la razón de ser de la Iglesia. Todo lo que la iglesia hace es para anunciar a Jesucristo, hacer a la Iglesia más apta para anunciar el evangelio a la humanidad, una iglesia evangelizada y evangelizadora que necesita escuchar continuamente aquello que debe anunciar, porque el anuncio de la Buena noticia suscita la fe. La iglesia que repite constantemente en su oración “creo, pero aumenta mi fe””  
Pablo VI en “EVANGELII NUNTIANDI”
Si quien tiene que predicar no escucha continuamente a Jesús, termina escuchándose a sí mismo. Necesitamos tener el oído en Jesús, porque nosotros lo que somos es ser discípulos de Jesús. No se puede ser discípulo sin ser misionero.  

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Estamos por comenzar con el Curso de Formación " Discípulos del Camino" escuchanos por Radio María! 

¡Enamórate!

¡Enamórate!
Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
  • Pedro Arrupe, sj

Pieter Van der Meer, poeta holandés ateo


Su vida fue un camino debúsqueda del sentido de su existencia. Sin saberlo, era a Dios a quien buscaba, puestenía nostalgia de Dios.


Por: P. Ángel Peña | Fuente: Libro ateos y Judíos Convertidos. 



PIETER VAN DER MEER DE WALCHEREN (1880–1970), gran poeta holandés, que vivía en un ateísmo intelectual donde no cabía la idea de Dios. En su libro Nostalgia de Dios nos habla de sus luchas interiores por querer creer, pero sin poder hacerlo hasta que llegó el momento de la gracia divina, cuando se entregó totalmente a Dios con su esposa y sus hijos. Veamos algunos de sus pensamientos, cuando todavía era ateo:

La tierra, dentro de miles o millones de años, será inhabitable y por fin perecerá. Entonces, será como si este planeta no hubiese existido jamás, todo será arrinconado en el vacío del olvido. Nadie llevará ya en sí la memoria de lo que aquellos extraños seres, que un día vivieron en la tierra y se llamaban hombres, realizaron y sufrieron... Todo habrá sido perfectamente inútil y esta comedia, que habrá durado miles de años y de la que nadie habrá sido espectador, podía igualmente no haber tenido lugar. ¿No es esto de una vertiginosa ridiculez? ¿No es para aullar de angustia y refugiarse en la muerte?

Por espacio de un momento, breve como el zig-zag de un relámpago, estamos en la tierra, vivos, con los ojos abiertos, atormentados por todos los deseos y por todos los ensueños, queriendo alcanzar y abarcar lo imposible, interrogamos al pasado, leemos lo que los hombres han pensado antes de nosotros, nada sacamos en claro; interrogamos a la tierra, al cielo, a las estrellas, a los abismos de los espacios y a los de nuestra propia alma, lloramos de nostalgia por la belleza, gesticulamos apasionadamente y, de repente, caemos muertos y ya no hay nada más, nada, nada, nada, nuestros ojos están cerrados para siempre, los ojos con que ahora miramos las estrellas, esas estrellas que no nos recordarán 32.


Poco a poco, empieza a dudar:

¿Qué significa la vida, a cuyo término está la muerte, ese inmenso agujero negro donde vamos cayendo uno tras otro como piedras? Decididamente es una perfecta estupidez tomarse la vida en serio si no existe el alma. Pero ¿acaso las religiones no son más que un hermoso sueño, bellas mentiras consoladoras a las que el hombre se aferra ante la perspectiva de desaparecer tragado por la noche espantosa de la muerte? ¿Contienen una realidad o no son más que quimeras? Sigo perplejo ante los enigmas. ¿Dónde puedo encontrar la verdad? 33

Y comenzó a leer los Evangelios y a pensar seriamente en las cosas espirituales, sobre todo, después de un viaje que hizo a la Trapa de West-Malle. Dice sobre esta visita: Todo era tan nuevo para mí, tan absolutamente desconocido. Nunca se me había ocurrido pensar que en nuestro tiempo existiese todavía semejante fenómeno: hombres que consagraban su vida a la oración... Si Dios no existe, ¿no es absurdo todo esto? En tal caso, sería algo propio de idiotas, de dementes, algo incluso criminal lo que hacen estos hombres, es decir, aislarse, renunciar a los placeres de la vida y adorar y glorificar algo que no existe. No obstante, en este lugar siento yo orden, paz y la atención está fija en el mundo interior, en el alma, en lo eterno 34.

He tratado de explicar a mi esposa Cristina lo que viví durante aquellas horas maravillosas (en la Trapa) y lo ha comprendido todo. Se me había revelado algo muy hermoso y muy santo. El tiempo se desvanece. La vida se halla en él iluminada por la eternidad divina. No me es posible creer que bajo la cabal belleza de estas palabras, de esta música, de estas oraciones no haya una realidad inquebrantable 35.

Esta mañana (4 de diciembre de 1909) he estado en misa en la capilla del convento de las benedictinas... Por primera vez, he experimentado la sensación de que ocurría algo inefable, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración. No sé decir cómo o de dónde me vino ese pensamiento, pero supe que algo había cambiado y que allí había ocurrido algo de una tremenda grandeza 36.


Continuó asistiendo, siempre que podía, al convento de las benedictinas a disfrutar de aquella sensación de lo eterno. Estuve toda una noche en la capilla de las benedictinas, seguí en ella los maitines, asistí a la misa de gallo y a la misa del alba. Aún pervive en mí la emoción que me produjo el excelso esplendor de esas ceremonias. El aspecto externo de las mismas es ya hermoso, los cánticos, las palabras, la solemnidad de la misa; pero lo que, de un modo especial, me ha conmovido ha sido el mundo interior, ya que cada ademán, cada palabra, cada acto entraña un significado, es como la llama visible de un fuego invisible, una guía que conduce a los acontecimientos divinos 37.

Leo la Biblia, los místicos y los libros de León Bloy. Sé que la Biblia contiene la verdad. Los místicos, Angela de Foligno, Ruybroeck, Catalina Emmerich y las vidas de santos, como la de san Francisco, me ayudan a comprender cosas muy oscuras y maravillosas... Bloy, al que leo intensamente, me da a conocer el catolicismo en su divino y omnímodo poder, en su sublime unidad y me enseña lo que es amar a Dios sobre todas las cosas38.

Bloy me presentó a un sacerdote para hablar con él. El sacerdote me ha entregado el catecismo y me ha aconsejado leer los capítulos referentes al Credo y a los sacramentos, especialmente el relativo al bautismo, y me ha dicho: “Usted debe orar, rezar el Padrenuestro y el Avemaría. Con estas oraciones debe usted llamar a la puerta de la Iglesia y Jesús se las abrirá. Si es usted de buena voluntad, Dios le ayudará, se lo aseguro. Y debe usted arrodillarse y hacer el signo de la cruz. Rezaré por usted”. Después he ido a postrarme ante el Santísimo sacramento que, en el Sacré Coeur (Sagrado Corazón) está expuesto durante todo el día y toda la noche. Hincado de hinojos, he puesto mi mirada en la hostia de nítidos contornos circulares, aureolada de luz, colocada en la custodia. Le he hablado a Jesús de mi zozobra espiritual y de mi miseria y le he pedido misericordia. Dadme, Oh Jesús, la fe, dadme el conocimiento y elamor para con Dios. Quitadme la ceguera de mis ojos para que pueda distinguir contoda claridad 39.

A cada momento descubro en el catolicismo nuevas maravillas. El catolicismo es como una catedral espiritual, infinitamente hermosa, y mi alma puede ahora penetrar en el interior de la misma... Cada mañana y cada noche nos arrodillamos los tres (con mi esposa e hijo) ante el pequeño crucifijo y oramos. Recitamos las plegarias en voz alta y yo me esfuerzo en rodear cada palabra de la más viva atención... Hago la señal de la cruz y la paz mora en mi corazón. No lo comprendo y no sé explicarlo. Me siento pequeño y, al mismo tiempo, inmensamente grande. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué sobre mí? ¿Por qué sobre nosotros esta gracia abrumadora? Buscaba la solución a mis enigmas y es tan sencillo: ¡Postrarse de hinojos y entregar el corazón a Dios! 40

Ayer (24 de febrero de 1911) nuestro hijo y yo recibimos el bautismo. Cristina y yo nos unimos en matrimonio. Jesús nos ha purificado y hemos renacido. Al conjuro de las palabras del sacerdote, se desprendió de mí la vieja vida con sucios andrajos y se me cubrió con vestido deslumbrantemente nuevo. El sacerdote ahuyentó de mi las turbulentas tinieblas del pasado, mi cuerpo quedó puro... Nunca, nunca olvidaré aquellas horas. El acontecimiento de ayer es el centro de mi vida, por siempre. Ahora soy cristiano. No se trata de un bello juego de imaginación, no se trata de autoengaño con palabras bien sonantes, no se trata de una hermosa apariencia ni de una consoladora mentira, no, se trata de una realidad eterna. Soy cristiano por toda la eternidad 41.

He comulgado, Jesús ha visitado mi alma. Antes de la misa, he ido a confesarme y he pedido a María que me ayudara a recibir al Rey en mi pobre morada... Después de comulgar, regresé a mi lugar. Estaba solo, el Rey estaba solo en mí. Muy pronto, empero, fue descendiendo sobre mi alma, poco a poco, con gravidez y a la par de un modo extremadamente suave, una paz resplandeciente, me sentía lleno de Él, como de una nube de oro. ¡Oh delicia maravillosa y sin igual! ¡Está bien que haya venido, decía yo, ebrio de loca alegría! 42

Después de doce años, puedo decir que esta nueva vida es infinitamente más hermosa, más rica y más profunda de lo que nunca había podido sospechar ni siquiera en los primeros años de mi conversión 43.


Pieter van der Meer se entregó con su esposa totalmente a Dios y Dios le pidió todo. Primero se llevó a su hijo de tres años, el 30 de diciembre de 1917. Y, cuando su hijo Pieterke era ya monje por diez años y cinco de sacerdote, también se lo llevó con Él. Su hija se hizo religiosa, con el nombre Sor Cristina. En 1954 se llevó a su esposa y se quedó solo en este mundo, pero acompañado por Dios. Su vida fue un camino de búsqueda del sentido de su existencia. Sin saberlo, era a Dios a quien buscaba, pues tenía nostalgia de Dios.


32 Pieter van der Meer, Nostalgia de Dios, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1955, p. 48.
33 ib. p. 60.
34 ib. p. 80.
35 ib. p. 83.
36 ib. p. 162.
37 ib. p. 164.
38 ib. p. 173.
39 ib. p. 187.
40 ib. p. 194.
41 Ib. p. 214.
42 ib. p. 227.
43 ib. p. 238.

4 mar 2016

San Leopoldo Mandic


Sección: Santos recientes


Padre… ¿Me puede confesar? 
San Leopoldo Mandic Un "fracasado", no podía hablar bien, frágil como un pajarito, "solo" sabía hacer algo bien: Dedicar horas y horas a confesar para llevar a miles la misericordia y el perdón de Dios

Hay santos que desconciertan. Será que esperamos encontrar en el catálogo de los canonizados a super-hombres, lumbreras o seres extraor­dinarios: autores de obras teológicas y místicas, fundadores de Ordenes famosas, hombres en frecuentes estados de éxtasis o haciendo tres milagros promedio por semana y, cuando no, aclamados por multitudes. Lo admirable es compro­bar que eso es más bien lo excepcional, y que muchos de ellos no sólo están lejos de esa falsa imagen sino que han sido, según los pobres criterios humanos, “poca cosa”, personas de "poca valía".
Un hombre "fracasado"
Basta para ello asomarnos a la vida de este sacerdote por ahora casi desconocido, canonizado hace pocos años. No dejó obras literarias ni fundó obras sociales que lleven su nombre, ni deslumbró por su aspecto o cultura, sino por una cualidad que le hizo lucirse, sin darse casi cuenta, de modo excepcional.
Leopoldo Mandic, el penúltimo de una familia de doce hijos, había nacido en 1866 en Castelnovo o Hérzeg (Croacia, Yugoslavia), una ciudad frente al Mar Adriático, lugar de suave clima y estupendas playas. A los 16 años entró al noviciado capuchino de Udine (Italia). Al ver­le llegar, sus compañeros no pudieron contener cuchicheos y sonrisitas ante aquél joven­cito desgarbado, tímido, torpe en el hablar y en el andar, que movía a compasión y ternura mientras caminaba arrastrando sus pies con unas mal acomodadas sandalias. Se preguntaban los maestros cuántos meses podría soportar su cuerpecito los rigores y austeridades del convento. Pero Leopoldo los sorprendió a todos: era estudioso, listo, disciplinado, piadoso. Nueve años más tarde, en 1890 terminó los estudios y recibió la ordenación sacerdotal. Ahora sí…, pensaría, ya llegó el momento de empezar a poner en práctica tantos sueños alimentados desde niño para el sacerdocio. Pero su vida tenía pocas emociones. No pasaba nada, ni figuraron grandes acontecimientos; algún traslado de un convento a otro como es habitual en la vida de los frailes, y nada más. Como en su tierra natal había diversidad de cris­tianos separados de la Iglesia Católica, Leopoldo ansiaba dedicar su vida a las misiones y, decidido, aprendió bien los idiomas eslo­veno, serbio y griego para volver allí y trabajar por la unión de las Iglesias. Pero tampoco. Es hombre enfermizo y de débil complexión física que le impiden aquella aventura. Entonces me dedicaré —pensaría— a predicar incan­sablemente… Pero ni eso. Un defecto de pronunciación o cierta dislexia le hacía muy difícil hacerse entender y sus sermones no eran comprendidos casi por na­die.
Todas sus ilusiones se vinieran abajo, una por una…. Es que, francamente, el padre Leopoldo no podía ha­cer muchas cosas…. Aunque era un gigante por dentro, medía poco más de metro y medio de estatura y sufrió un ca­tálogo completo de enfermedades: veía mal, la artritis le amenazó todos sus miembros; hubo de someterse más tarde a que le extrajeran todos los dientes. El estómago le causaba tales dolores que no le dejaban reposo. Comía poquísimo y tenía digestiones difíciles. La fiebre no le dejaba casi nunca y en sus últimos años un cáncer acabó con su estómago. En realidad para el padre Leopoldo todo eran penalidades. Con trabajos pudo aprender bien el italiano viviendo en Italia; pero —eso así— aprendió otro lenguaje que sólo enseña Dios, una sabiduría preciadísima: conocía el idioma de las almas para hablarles al fondo del corazón.
"Al que nace para tamal, del Cielo le caen las hojas"
El dicho popular es mexicano: quien tiene vocación para algo, acaba teniendo las dotes necesarias. Leopoldo era muy listo. Entendía bien que detrás de esos aparentes fracasos humanos, Dios le tenía preparados otros éxitos, le quería sobre todo para la ardua tarea del con­fesonario, especialmente en Padua donde vivió gran parte de su vida. La gente no salía de su asombro: ¿qué tiene este hombrecillo que atrae como un imán a todas las gentes, si apenas sabe hablar y sin embargo transforma a los que le oyen? Le buscan por su candor y su paciencia, está entregado por completo a Dios, lleno de comprensión, dando esperanza a todos los que se le acercan. A base de esfuerzo y correspondencia a las gracias que Dios le daba, mejoró sus modos, y le creció enorme el corazón. Leopoldo se convirtió en el "apóstol de la Confesión", en el sacerdote dedicado, paciente y feliz, a esta valiosísima tarea —para la que hay tan pocos— de ofrecer el perdón de Dios, en el Sacramento de la Reconciliación, a decenas de miles de personas. Lo único que le impidió trabajar sin parar hasta el día anterior a su muerte, fue un ataque cere­bral que le sorprendió antes de celebrar la Santa Misa y que marcó el final de 52 años de su vida transcurridos en el oscuro silencio de un confesonario estrecho, de sillón duro y, por cierto, bastante incómodo.
Era hombre acomedido y paciente, que atiende a quien le busca en cualquier momento, también cuando está a comenzando a desayunar o está a punto de acostarse. Miles y miles de veces se habría dado este sencillo diálogo:
—Oiga padre…, ¿me puede confesar?
—Por supuesto, hijo.
Y don Leopoldo, viejecito, cada año con más canas y más encorvado, tomaba su bastón y se dirigía paso a pasito al confesonario o a su cel­da para oír a sus penitentes. No era padresito regañón, que frunce las cejas cuando no oye la voz tan bajita y apenada del pecador —que a veces está colorado de vergüenza—; ni tiene prisa por acabar y despacharlo antes de que termine de hablar. A las señoras…. —¡Dios mío…, cuánto se tardan!— hay que darles también su tiempo, lo mismo que a aquél otro señor que siempre me dice lo mismo y debo explicarle por sexta vez cómo confesarse mejor…. Es que Don Leopoldo no sólo es juez: es médico de las almas, maestro, pero, sobre todo, pa­dre: el padre que mira a los penitentes con ojos muy vivos —llenos de verdadero interés, que dan confianza— y sonríe de tal modo que facilita la acusación de los pecados, sean chicos, grandes o gordotes. Ya no le asusta oír barbaridad y media. Tiene el don de infun­dir esperanza ante las situaciones de sufrimiento y problemas que le plan­tean. Y por si fuera poco, qué ganas dan de volver con él otro día, porque, con todo, deja unas penitencias sencillas y fáciles de cumplir. Uno de tantos que se confesó con él declaraba: Le conocí por primera y única vez en 1936. Agobiado por múltiples problemas y, habiendo oído que era un verdadero santo, acudí a sus pies. No estuve con él más de diez minutos, pero salí de allí tan confortado y con una fe tan inconmovible que aún conservo hasta el día de hoy .
"En verdad, soy una calamidad…"
Se cumplieron de nuevo en su vida las palabras y el ejemplo de Jesu­cristo: Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas… (Juan X, 11). El padre Leopoldo siempre estaba allí dando la suya, disponible, prudente, modesto; era maestro respetuoso, conse­jero espiritual y comprensivo. En una palabra, era "el confesor", como le conocían sus penitentes y hermanos. Solo sabía confesar. Y no es poco. Es en la Iglesia Católica una de las tareas más importantes y también más necesarias en nuestro tiempo: mostrar continuamente el amor y la misericordia de Dios que perdona y devuelve la vida a los que están muertos por el pecado, que es la raíz última de todos los problemas que anidan en el corazón del hombre y, por tanto, también de todos los males que aquejan al mundo entero.
Y justamente aquí reside la grandeza del padre Leopoldo: saber desaparecer para ceder el puesto a Dios, al verdadero pastor de las almas. Su grandeza consistió no en algo externo o brillante sino en inmolarse y entregarse día a día, sin pausa. Y si alguien, asombrado de cómo podía resistir una vida así, le decía: —Padre, se está usted excediendo en su trabajo, descanse un poco… —¡¡El confesonario es mi vida!!, respondía. Seré misionero aquí en la obediencia y en el ejercicio de mi ministerio
¿De dónde sacaba fuerzas para sostenerse? Apenas comía y dormía. De­cía de sí mismo, en broma, que era tan pequeño su cuerpo que le bastaba lo que a los pájaros para alimentarse y descansar… Es que estaba en continua oración, hablando siempre con Dios, en una atmósfera sobrenatural pero también tocando tierra, haciendo un incalculable bien. Y, además, se tomaba poco en serio a sí mismo por sus limitaciones, convencido de que no valía gran cosa. No le importaba lo más mínimo: —En verdad, soy una calamidad. Soy una figura verdaderamente ridícula… Sobre esta pobreza de vida sin ninguna importancia exterior, Dios alumbró una nueva grandeza, muchas veces desconocida o despreciada: la fidelidad heroica a Cristo, en silencio, sin moverse mucho, pero amando como nadie, desvivido por los demás sin pensar en sus derechos. San Leo­poldo entendió muy bien que el mundo no puede existir sin el amor de Dios y que la reconciliación y la penitencia son fruto de ese amor que procede de Dios.
Ser paño de lágrimas para los demás
Estamos acostumbrados a oír que los valores más importante de la vida son el éxito, la autorrealización, el ganar dinero o prestigio, tener relumbrón, salir en el periódico o que hablen bien de nosotros. Con ese criterio, entonces la vida de Leopoldo es una pérdida de tiempo. ¿A quién y para qué sirvió su vida? Habría que responder que, por su trabajo y sacrificada dedicación, se donó a miles y miles de hermanos y hermanas que habían per­dido a Dios, o el amor o la esperanza; pobres seres humanos necesitados de algo más, y que acudieron un día a él pidiendo perdón, consuelo, paz y serenidad. A estos pobres dio la vida San Leopoldo, porque no son sólo pobres los que viven sin recursos económicos: también los son —y abundan más— los que se han sepa­rado del Creador, de su esposa, de sus hijos y de sus hermanos por sus yerros y faltas.
San Leopoldo no es un santo anticuado de otras épo­cas o a lo sumo para principios de este siglo. Fue canonizado el 16 de octubre de 1983, y ese día el Papa se refería a él diciendo: La Iglesia al ponernos hoy ante los ojos la figura de su humilde siervo San Leopoldo que fue guía para muchas almas quiere señalarnos las manos que se levantan (…) en la oración y se levantan en el acto de la absolución de los pecados, absolu­ción que llega siempre al amor que es Dios… ¿Qué nos dicen las manos de San Leopoldo siervo humilde del confesonario? Nos dicen que jamás puede cansarse la Iglesia de dar testimonio de Dios, que es amor. También sobre nuestra difícil época en que el hombre aparece amenazado no sólo por la au­todestrucción y la muerte nuclear, sino además por la muerte espiritual.
Hay que estar en un escalón más arriba
Recuerdo haber oído alguna vez este sabio refrán: Si el sacerdote es santo, su pueblo será fervoroso; si es fervoroso, su pueblo será piadoso; si es piadoso, su pueblo será honrado; si es honrado, su pueblo será impío.
El sacerdote es hombre como todos, pero debe esforzarse por ser más virtuoso y sacrificado. Si ha de ser servidor de una comunidad, ha de estar en un escalón más arriba, pero no en honores sino en abnegación gustosa para dedicarse también —aunque tenga mil ocupaciones— a este ministerio del Sacramento la Reconciliación que tiene un lugar primordial, y que se descuida cada vez más. Si atiende mejor a los fieles que se lo pidan, irá comprobando cómo ellos se transforman poco a poco.
Bien lo decía un anciano y ex­perimentado sacerdote: cuando en la parroquia aumentan las personas que se confie­san, disminuyen los asaltos en las calles aledañas, hay menos borrachitos, disminuyen los abortos, los divorcios, el consumo de drogas, los jóvenes desorientados, los hijos abandonados y todos los vicios, sobre todo la corrupción. Y con el tiempo comienzan a verse matrimonios más unidos y hombres más responsables que trabajan todos los días, que no se toman el San Lunes ni se gastan el salario con los amigotes. Sus hijos hacen las tareas, se van haciendo más obedien­tes y no se pegan a la televisión toda la tarde. Los ciudadanos pagan a tiempo sus impuestos y votan el día de las elecciones. Y más tarde, se va renovando el entorno, se llevan mejor los noviazgos y duran más los matrimonios …. y da hasta para que surjan muchas vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa. Es que la razón de todo es siempre la misma. El mal que vemos a nuestro alrededor, tantas penas y sufrimientos, no son más que reflejo del mal que anida en lo más profundo de cada quien, sólo que multiplicado por los más de 90 millones de habitantes de este país.
Pero al que quiera azul celeste, que le cueste. Dedicarse a confesar de modo habitual, es cansando, no es tarea fácil. Hay que tener buena espalda y aprender a oír mucho y hablar sólo lo necesario. Habría que preguntárselo a San Leopoldo…. Juan Pablo II decía una vez a los sacerdotes: Sí, conozco vuestra dificultades; tenéis que cumplir muchas tareas pastorales y os falta siempre tiempo. Pero cada cris­tiano tiene un derecho, sí, un derecho al encuentro personal con Cristo crucificado que perdona (…) Por todo esto os suplico: considerad siempre este ministerio de reconciliación en el sacramento de la penitencia como una de vuestras tareas más importantes[1]. Y en otra ocasión señalaba: oyendo las confesiones y perdonando los pecados estáis eficazmente edificando la Iglesia, derramando sobre ella el bálsamo que cura las heri­das del pecado. Si ha de realizarse en la Iglesia una renovación del Sa­cramento de la Penitencia, será necesario que el sacerdote se dedique con gozo a este ministerio[2].
San Leopoldo —orgullo de su tierra natal, Croacia, de Italia y del mundo entero— lo vivió y entendió muy bien muchos años antes, porque lo tocó en carne propia. Acostumbraba definir su misión así: Ocul­temos todo, aun lo que pueda parecer don de Dios; no sea que se mani­pule ¡Sólo a Dios honor y gloria! Si fuera posible, deberíamos pasar por la tierra como sombra que no deja rastro de sí .
San Leopoldo Mandic ha sido llamado El Santo de la Confesión del siglo XX.

[1] Alocución a sacerdotes en Zaire, 4 de mayo de 1980.
[2] Alocución a sacerdotes en España, 6 de noviembre de 1982