30 ene 2017

¿Desde cuándo la Iglesia guarda el domingo y no el sábado?

Una respuesta rápida al santo y justísimo motivo de que la Iglesia guarde el domingo y no el sábado judío, es que Jesucristo resucitó en Domingo, – entonces el primer día de la semana – inaugurando así la “Nueva Creación” libre del pecado, la nueva y eterna Alianza entre Dios y la humanidad.
Así, el Domingo, el Día del Señor, es la plenitud del Sábado de los judíos, igual que el Nuevo Testamento es la plenitud y el cumplimiento del Antiguo, y Cristo es la consumación de toda la historia de la salvación, desde Adán hasta el fin de los tiempos y el Juicio final.
Igual que el Antiguo Testamento es figura del Nuevo; el Sábado judaico es figura del Domingo cristiano. No lo niega, sino que es su verdad espiritual y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios (CIC§2175). Domingo viene del latín Dominus dies, día del Señor.
El domingo cristiano empieza ya con la puesta del sol del sábado. Esa es la razón por la que es “válida” la misa de la tarde del sábado para el domingo. Para quienes rezan el Oficio Divino, es fácil comprobar que el rezo de las vísperas del sábado recibe el nombre de Primeras Vísperas del Domingo.
La celebración del domingo en lugar del sábado no se “inventó” en tiempos de Constantino, sino que es atestiguada desde el principio por la misma Biblia:
• En los Hechos de los Apóstoles (20,7): “En el primer día de la semana, estando reunidos para la fracción del Pan (esto es, la Eucaristía)…”.
• En Apocalipse (1,10), San Juan dice: “En el día del Señor (domingo), fui movido por el Espíritu…”.
• En 1Cor 16,2, San Pablo Apóstol confirma que la colecta cultual se hacía “en el primer día de la semana” (domingo).
Se trata de una cuestión tan elemental, que también la iglesia ortodoxa y las protestantes históricas (más antiguas) guardan igualmente el Día del Señor, – o Domingo santificado, – y no el Sábado.
Además del testimonio bíblico, el libro apócrifo Epístola de Bernabé (datado en el año 74), que es uno de los documentos más antiguos de la Iglesia, – habiendo sido redactado antes incluso del Libro del Apocalipsis, atestigua: “Guardamos el octavo día (domingo) con alegría, el día en que Jesús se levantó de entre los muertos” (15,6-8).
San Ignacio de Antioquía (107), mártir en el Coliseo de Roma y obispo de la Iglesia primitiva, lo dice claramente:
 “Los que vivían según el orden antiguo de las cosas se volvieron a una nueva esperanza, ya no observando el sábado, sino el Día del Señor, en el cual nuestra vida fue bendecida, por Él y por su muerte” (A los Magnesios 9,1)
S. Justino (165) mártir dice lo mismo:
“Nos reunimos el ‘día del Sol’, porque es el primer día después del Sábado de los judíos, pero también el primer día en que Dios, sacando la materia de las tinieblas, creó el mundo y, en este mismo día, Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos” (Apología 1,67)
También San Jerónimo (420), Confesor y doctor de la Iglesia, atestigua la praxis sempiterna de la Iglesia:
“El Día del Señor, el Día de la Resurrección, el Día de los Cristianos, es nuestro día. Por eso se llama Día del Señor: fue en ese día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo denominam Día del Sol, también nosotros lo confesamos de buen grado: pues hoy se levantó la Luz del Mundo, hoy apareció el Sol de Justicia cuyos rayos traen la salvación”. (CCL, 78,550,52)
Así que tanto las Sagradas Escrituras como el testimonio de toda la documentación histórica, juntamente con la sagrada Tradición apostólica nos muestran que, desde la Resurrección del Señor, la Iglesia siempre guardó y continua guardando no el Sábado judaico, sino el Domingo de la Resurrección y del establecimiento de la Nueva y Eterna Alianza como Día del Señor.

Reflexión del Padre Gustavo Jamut, acerca del Mensaje del 25 de enero de 2017 a Marija


“¡Queridos hijos! Hoy los invito a orar por la paz. Paz en los corazones, paz en las familias y paz en el mundo. Satanás es fuerte y quiere ponerlos a todos en contra de Dios, hacerlos regresar a todo lo que es humano y destruir en los corazones todo sentimiento hacia Dios y las cosas de Dios. Ustedes, hijitos, oren y luchen contra el materialismo, el modernismo y el egoísmo que el mundo les ofrece. Hijitos, decídanse por la santidad, y yo, con mi Hijo Jesús, intercedo por ustedes. Gracias por haber respondido a mi llamado."
Lo que sucede, cuando se arroja un pequeño guijarro o piedrecilla, a las aguas serenas y cristalinas de un lago, es que a partir del punto donde la piedra se sumerge, se forman ondas que se expanden hacia el exterior.
De manera similar sucede, cuando nos abrimos a la presencia del Espíritu Santo y a su acción en nosotros: Él que nos impulsa a orar con el corazón, y en esos momentos arroja a lo más profundo de nuestras almas, la paz que estamos necesitando; la cual nos libera de la inquietud, serena toda angustia, nos quita la ansiedad y el nerviosismo.
A partir de ese momento, la paz de Dios se adueña de todo nuestro ser, y nos capacita para llevar la paz a aquellos miembros de nuestras familias que no se encuentran bien, que están angustiados o que son esclavos del mal carácter.
Y así como los círculos en el agua, se expanden hacia las márgenes exteriores del lago, también nosotros irradiaremos la paz de Dios y de María en todos aquellos ambientes en los cuales tenemos que estar: lugares de trabajo, escuela o universidad, vecindario, parroquia o grupo de oración.
Aunque en realidad no seremos nosotros, sino el Espíritu Santo que -entre sus frutos-, nos llena hasta tal punto de su paz, que hace que rebalsemos y la derramemos también a otras personas.
Hay quienes contagian -a quienes les rodean- de una gripe o un resfriado; otros contagian a quienes están cerca con su mal humor. Pero nosotros, en cambio, contagiaremos de paz esos lugares del mundo a los que Dios quiera llevarnos y a esas personas a las que el Señor nos envía.
Pero, ¿qué es la paz?, y ¿a qué se refiere la Biblia cuando habla de la paz, como fruto del Espíritu?
La palabra que Pablo utiliza para la paz como un don de Dios, es la palabra griega “eirene”. Esta palabra tiene el significado de: paz entre personas, armonía, concordia.
Esta paz, es más que una simple quietud o la ausencia de problemas en la vida. Ella ofrece, ciertamente, un ambiente de tranquilidad y sosiego, pero también incluye salud y bienestar espiritual, junto con la certeza de que se está en buena relación con Dios.
La persona que se llena de esta paz, no padece desbordes de ansiedad y angustia, porque aprende a abandonarse con confianza en la misericordia del Señor, y pone en las manos de Dios y de la Reina de la Paz, su vida y todas las circunstancias.
Esta paz de Dios, nos ayuda a reconocer que Él suplirá todo lo que nos falte, como nos recuerda san Pablo cuando nos dice: “Sigan practicando lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes.” (Filipenses 4:9).
La Virgen Santísima no solo nos habla de paz, sino que ella misma, en su vida terrena, se nos presenta como modelo de paz, ya que supo confiar decididamente en Dios, de tal manera que podía descansar en Él, en medio de las tormentas de la vida.
Cuando nuestra vida se inunda de la presencia de Dios y de su amor, entonces sucede que, somos como las águilas, que vuelan sobre las montañas más elevadas sin cansarse, porque aprovechan las corrientes de aire.
Esta es la paz del Señor, que supera toda contrariedad y que, como dice San Pablo: “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6-7).
Debemos practicar el camino de la paz, comenzando con la única área que podemos afectar realmente: nuestros corazones; y hacerlo a través de los pequeños propósitos de cambio cotidianos. Y como añadidura, entonces seremos testigos de cómo el Espíritu Santo y María, irán irradiando esa paz a muchas personas en todos los ambientes.
Como ayudar a acrecentar la paz:
 Examinándonos cada día para “ver” si hemos estado en paz con todos.
 Si nos hemos apartado de conversaciones de queja, críticas o discusiones innecesarias.
 Proponiéndonos ser personas que mantiene la calma y la serenidad en cualquier circunstancia que se presente.
 Cuando otras personas se enojen, o tengan comportamientos faltos de caridad, debemos dialogar, orar, edificar, construir positivamente, y buscar los puntos de unión y acuerdo.
De este modo, Satanás tendrá cada vez menor poder en nosotros, en nuestras familias, comunidades y en el mundo, y nosotros estaremos avanzando decididamente en el camino que nos conduce a la santidad.
Te envío un fuerte abrazo y la Bendición sacerdotal, y te pido que reces por mí.
P. Gustavo E. Jamut
Oblato de la Virgen María

Rosario De Bendiciones l Padre Gustavo Jamut


Conheci um Modelo Fascinante de Catequese Católica

20 ene 2017

ACA LE DEJAMOS EL CUENTO: "CASTILLLOS DE ARENA"



Estaban los dos en la orilla del mar, en la arena clara, húmeda, buena para hacer castillos. Y eso estaban haciendo: un castillo de arena.
- Más alto, papi, más alto. Ponle también una torre cuadrada en el centro, y un puente levadizo hazle.
- Lo que tú quieras... si me ayudas.
El niño está de rodillas en la arena, volviéndose poco a poco más pequeño que su castillo.
El niño achica los ojos.
-Un soldadito haciendo guardia en la muralla. ¿Y esto? Una ventana. ¿Y qué se ve dentro de la ventana? La princesa del castillo.
El padre sonríe, sacudiéndose la arena de las manos.
- ¿Ves como sí puedes ayudar?
El castillo es tan lindo que da pena dejarlo. Pero se hace tarde y la comida se enfría. El niño le pide al sol: - Cuídame el castillo.
Y a las olas: - Vigílenlo.
Y a las gaviotas: - Si alguien viene, me avisan.
El sol se fue a iluminar el otro lado del mundo, las gaviotas se perdieron en la oscuridad y las olas subieron y bajaron.
Por la mañana, el castillo no estaba.
- ¡Alguien lo ha robado!? lloró el niño.
- Nadie roba castillos de arena, hijo.
- ¡Entonces lo pisotearon!
- No hay huellas de pies en la arena.
Padre e hijo se miraron. Lentamente en los ojos de uno se encendió una chispita que pasó a los ojos del otro.
- ¿Tú crees que fueron Los Enemigos?
- Sí: los enemigos del castillo, que vinieron durante la noche con sus caballos, sus arqueros y sus catapultas. Seguramente fue el Rey Sargazo, siempre belicoso.
¡Ay, tan lindo que era el castillito! suspiró el niño, y enseguida pidió: - Hazme otro, ¡pero que sea más grande, más fuerte y más alto! Ponle doble muralla y un foso todo alrededor. Yo buscaré soldados para que hagan guardia de día y de noche.
Trabajaron todo el día juntos en el castillo de arena. Con ramitas, pedazos de plantas marinas y conchas lo reforzaron y habitaron. En lo alto de la torre había otra vez una ventana y en la ventana había una princesa. ¡La princesa Caracola!
La princesa Caracola
bate con peine de nácar
sus cabellos de ola loca.
Toma su espejo de plata
y en él se ve más hermosa
que la sirena de Dacka.
- Papi, ¿dónde queda Dacka?
- ¿La de la geografía o la del cuento?
- La... del cuento.
- Donde que tú quieras.
El castillo es tan grande y fuerte que no da miedo dejarlo. Así y todo, el niño le encarga a sus viejas amigas las nubes que lo cuiden, y a un cangrejo moro le ruega que ayude cuando los enemigos ataquen, y al cocotero de pencas susurrantes, le pide que avise si hay peligro.
Por la mañana, no hay ni huella del castillo.
- ¡Otra vez, papi! ¿Tú ves?
- Se fue nuestro castillo.
- ¿Se fue...?
- Navegando por esos mares, o volando por esos aires o rodando por esas tierras.
- ¡Un castillo de arena no flota, no vuela, no rueda!
- Grano a grano, sí.
- Entonces no es un castillo.
- Cuando algo se hace bien, cada grano del algo es como el algo entero.
- ¡Sí, sí, pero no...!
- No llores. Haremos otro.
El tercero fue el mejor. No solo tenía muralla, fosos y torres para defenderlo, también tenía jardines que el niño llenó de maticas costeras y un patio donde, con la cáscara de un coco y un pedazo de coral, armaron un carruaje para la princesa.
La princesa Caracola
dejó su plata y su nácar
para montar, tan dichosa,
un coche sin fausto ni laca.
- ¿Quién es Fausto? ¿Qué cosa es laca?
- Fausto era solo una palabra de lujo y laca una cosa que brilla, pero si quieres, Fausto será el caballo y laca, abreviación de lacayo.
Mientras la princesa canta terminan el castillo de arena. Ha resultado tan fascinante que el niño no quiere irse cuando el día acaba. Y no le pide a nadie que lo vigile porque esta vez va a velar él mismo. Pero el sueño, su compañero de todas las noches, lo visita y cuando despierta la arena está lisa y limpia, húmeda y blanda, como la arcilla que espera al alfarero.
- ¿Por qué? solloza el niño?. ¿Por qué...?
- Porque tiene que ser; porque es el destino de los castillos de arena? responde el padre.
- ¡Mentira! "Porque sí" no es una respuesta; tú me lo has dicho millones de veces... Yo quería mi castillo.
El padre sonríe un poco: - ¿Cuál? ¿Cuál de ellos quieres: el primero, el segundo o el tercero?
Si no hubiera desaparecido el primero, no hubiéramos hecho el segundo, ni el último habría podido mejorar al del medio. ¿Te imaginas lo que sucedería si se conservaran todos los castillos de arena que la gente ha hecho? Aquí estarían los que tu abuelo construyó para mí y los que yo hice cuando tú aún no existías. ¿Crees que sobraría espacio para nuevos castillos? En lugar de playa habría una ciudad en miniatura y tú nunca habrías aprendido a construir castillos de arena.
El niño permaneció unos segundos en silencio, y entonces preguntó:
- ¿Y la princesa Caracola?
- Ella puede vivir en un lugar mucho más modesto que un castillo. Le basta con una cabaña de nácar... como ésta.
El padre le alcanza al hijo un gran caracol blanco, amarillo y rosado como el amanecer, y lo invita a acercárselo al oído.
- ¿Oyes?
- ¡La princesa Caracola! ¡Está cantando!... Pero ahora no entiendo su canción.
- Porque usa el lenguaje oleaje, que es el idioma del mar. Así es hasta que alguien hace un castillo de arena y ella puede asomarse a la ventana para cantar en el idioma del hombre o el niño que construye.
- Papi...
- ¿Qué?
- Vamos a hacer otro castillo.