27 ene 2019
3° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C
Domingo 27 de enero de 2019.
Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10; 1° Corintios 12,12-30; San
Lucas 1,1-4; 4,14-21.
Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus
dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia,
tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de
egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina
con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos
los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos
en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10; 1° Corintios
12,12-30; San Lucas 1,1-4; 4,14-21.
Claves de lectura:
1. «Hoy es un día
consagrado a nuestro Dios». (1° Lectura)
Este «hoy» de la lectura
solemne de la ley a cargo de Esdras ante todo el pueblo reunido en asamblea
(primera lectura) es un preludio veterotestamentario del «hoy» que pronuncia
Jesús en el evangelio. Esta solemne lectura de la ley en tiempos de Esdras se
describe de forma impresionante, añadiéndose algunas explicaciones al respecto;
el pueblo está visiblemente emocionado: se inclina y se postra rostro en tierra
en señal de adoración; llora porque desconocía lo que acaba de escuchar, pero
se le invita a regocijarse y a celebrar un banquete porque su acogida de la palabra
de Dios hace que este episodio sea un acontecimiento gozoso: «Pues el gozo del
Señor es vuestra fortaleza». Por eso nos extraña tanto más que un «hoy» mucho
más importante salido de la boca de Jesús (en el evangelio) provoque entre sus
oyentes reacciones totalmente diversas.
2. «Hoy se cumple esta
Escritura». (Evangelio)
En el evangelio de hoy
escuchamos solamente la parte introductoria de la escena, cuando Jesús, en la
sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado, lee también la Escritura y
pronuncia unas palabras incomprensibles y blasfemas para sus oyentes: que hoy
se ha cumplido la profecía de Isaías, que «el Espíritu del Señor está sobre mí,
que me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los
cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar la libertad a los
oprimidos». Jesús aplica estas palabras a su persona: sale de la oscuridad de
sus años de juventud y aparece ante todos sus conocidos con una luz nueva e
inaudita, asumiendo precisamente el papel del Mesías. En el evangelio del
próximo domingo se cuenta cómo fue acogido esto por los oyentes: no con
lágrimas y júbilo, sino con indignación. Pero nosotros nos detenemos aquí y nos
admiramos de dos cosas: del coraje de Jesús para asumir su misión, y de su humildad
al designar su actividad como pura obediencia al «Espíritu del Señor» que está
sobre él. Ambas cosas unidas caracterizan su convicción más profunda y muestran
su singularidad: su misión es el cumplimiento de todas las promesas más
excelsas de Dios, pero él la lleva a cabo como el verdadero «Siervo de Dios»,
en el espíritu del Siervo de Yahvé proclamado en el pasaje de Isaías.
3. «Todos hemos bebido
de un solo Espíritu». (2° Lectura)
Pero, ¿qué significa
para nosotros el hoy? Algo completamente distinto de lo que significaba para el
antiguo pueblo de Israel. La segunda lectura lo describe: el pueblo antiguo era
un pueblo que lloraba y se regocijaba ante la ley. Pero nosotros somos un
cuerpo, asumido en el hoy de Cristo. Los judíos no eran miembros de un cuerpo,
sino individuos dentro de la comunidad del pueblo; nosotros somos los unos para
los otros miembros dentro del cuerpo de Cristo. Pablo describe esto
detalladamente. Ya no hay individuos, sino sólo órganos, cada uno de los cuales
actúa para el todo vivo del organismo. El todo, Cristo solo, es lo indivisible,
in-dividuum. Nuestra diferencia no existe para nosotros, sino para todos los
demás que junto con nosotros forman lo indivisible. Y esto no fisiológicamente,
sino éticamente: en el siempre-hoy de Cristo nosotros vivimos para él y los
unos para los otros. Por eso cada uno tiene una tarea personal, insustituible,
pero no para sí mismo, sino para el todo vivo; una tarea que cada cual debe
cumplir en el Espíritu del todo, que es el que le ha conferido su singularidad.
Y como todos «han bebido de un solo Espíritu», todo el que posee el Espíritu ha
de vivir también fuera de sí mismo, en el amor a los otros, en los otros. Este
es el hoy que resulta del hoy plenificador de Cristo.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Págs. 223 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Págs. 223 s.)
MEDITACIÓN.
El primer signo de Jesús.
El texto evangélico que
acabamos de escuchar está compuesto por dos fragmentos diversos, uno el
comienzo del evangelio de Lucas y otro el inicio del capítulo cuarto. Entre uno
y otro fragmento están los relatos de Lucas sobre la infancia de Jesús, la
predicación de Juan Bautista, la breve referencia al bautismo de Jesús y el
episodio de las tentaciones del Señor, que escucharemos en el primer domingo de
cuaresma. Después de esta prueba en el desierto, Jesús comienza su ministerio
en Galilea, en la región en la que había crecido.
El evangelio de Lucas es
el único que aparece dedicado a un personaje, a ese «ilustre -o excelentísimo-
Teófilo», que no sabemos quién es. Quizá era un personaje real, un cristiano,
aunque también puede ser un artificio de Lucas y poseer un significado
colectivo. En efecto, Teófilo significa «amado de Dios», y ese nombre cuadra a
todo cristiano.
Lucas afirma que muchos
han emprendido la tarea de relatar los hechos de la vida de Jesús, de los que
la mayoría se han perdido. Eran relatos que recogían lo que habían
experimentado los que fueron testigos oculares de la vida de Jesús y después se
convirtieron en predicadores de su mensaje. El tercer evangelista afirma que ha
investigado con cuidado todo desde los orígenes -y, efectivamente, Lucas es el
que más datos nos da sobre la infancia de Jesús-. Añade que realizó su trabajo
con cuidado y escribió todo por su orden, lo cual no está reñido con el hecho
de que reflejase también su propia teología y su propia visión del camino y de
la vida de Jesús.
Este es el evangelio que
nos va a acompañar durante todo este año y podemos pensar que se nos dedica
también a nosotros, como Teófilos, «amados de Dios». Con la misma sencillez con
la que Pedro se refería al inicio del cristianismo -«la cosa empezó en
Galilea»- también Lucas se refiere a «los hechos que se han verificado entre
nosotros». Nadie puede discutir que aquella cosa y aquellos hechos han
trasformado la historia de los hombres. Si el evangelio de Juan sitúa el
comienzo de la actividad de Jesús y su primer signo en una boda de Caná de
Galilea, Lucas sitúa el primer signo de Jesús precisamente en la aldea donde
había crecido, en Nazaret. En cualquier caso, tanto en Juan como en los
evangelios sinópticos, «la cosa empezó en Galilea». Todavía Jesús no ha
escogido sus discípulos y aparece como un predicador solitario, enviado con la fuerza
del Espíritu que había bajado sobre él durante el bautismo, que le había
llenado y le había empujado a la prueba del desierto. Aquel predicador
solitario, con la fuerza del Espíritu, iba por las sinagogas de Galilea, su
fama se extendía por toda la comarca, «y todos se hacían lenguas de él».
Y Jesús llega a Nazaret,
a esa pequeña y desconocida aldea galilea -nunca citada anteriormente por la
Biblia-. Allí había crecido -como dirá el mismo Lucas "en saber, estatura
y favor de Dios y de los hombres"-. Allí había jugado como niño y tenido
esas amistades infantiles que tanto peso tienen después en la vida; allí había
aprendido a trabajar y a hacerse hombre; allí era conocido por todos aquellos
que habían compartido la monotonía de la vida aldeana. Sin duda habría
expectación cuando Jesús entró en la sinagoga de aquel pueblo en el que
acontecían tan pocas cosas: ¿qué había sucedido en el hijo de José el
carpintero para que su fama se extendiese por toda la comarca y todos se
hiciesen lenguas de él?
El servicio religioso de
los sábados en la sinagoga, al que alude también la primera lectura de hoy,
estaba muy articulado. Después de una primera parte de plegarias, venían las
lecturas. La primera estaba tomada de la ley o torá y se hacía ordenadamente en
ciclos de tres años -como sucede también en la actualidad entre nosotros-. Eran
lecturas que debían hacerla lectores profesionales y en las que no se podía
añadir o modificar nada. La segunda lectura, por el contrario, podía elegirla y
hacerla cualquier varón asistente. Podía además realizar un comentario o
homilía. Es lo que hace Jesús en el evangelio de hoy: actúa no como un lector
profesional, sino como un seglar.
No sabemos lo que
experimentaría Jesús en aquellos momentos. Pero no se puede evitar pensar que el
que fue verdaderamente hombre viviese algo similar a lo que siente un
misacantano la primera vez que tiene que predicar ante sus familiares y amigos,
ante las personas entre las que ha crecido, en el pueblo o en la ciudad en la
que ha nacido, jugado, estudiado...
También Jesús hizo lo
que todos hemos hecho en esos momentos: presentar un resumen del programa que
hemos asumido, de la misión que intentamos iniciar. Es lo que hizo Jesús, y
para ello escogió un viejo texto de Isaías -aunque en el evangelio da la
impresión de que lo encontró al azar-: «El Espíritu del Señor está sobre
mí", ese Espíritu tan presente en la vida de Jesús en el evangelio de
Lucas. Y su misión es dar una buena noticia, un evangelio, a los pobres, la
libertad a cautivos y oprimidos, la vista a los ciegos y, para todos, el año de
gracia del Señor.
Lucas refleja con
suspense el momento de tensión y expectativa en que todo el pueblo de Nazaret
tiene los ojos fijos en Jesús. Y surgen las primeras palabras del predicador:
«Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje».
Ya decíamos que el
primer signo de Jesús en el evangelio de Juan estaba lleno de simbolismos más
importantes que la conversión del agua en vino: era la presentación del nuevo
estilo, de la nueva religión, que ya no cabe en las tinajas de piedra de la ley
antigua.
El primer signo del
evangelio de Lucas es la presentación del programa de Jesús, del vino nuevo que
él nos trae. Su programa es una buena noticia, una noticia alegre, un año de
gracia y no de condena que nos viene de nuestro Dios; es un evangelio que está
especialmente dirigido a los pobres y es para ellos buena noticia. El programa
de Jesús trae libertad de todas las cautividades y opresiones que encadenan al
ser humano; es luz que ilumina la ceguera y la tiniebla del hombre (un tema tan
querido por el prólogo de Juan). Este es el vino nuevo que Jesús nos trae, esta
es su buena noticia: ya no dependemos de la ley que nos vino por Moisés,
estamos en la verdad y en el amor que nos ha traído Jesucristo.
«Hoy, en presencia de
ustedes, se ha cumplido este pasaje». Hoy también, veinte siglos más tarde, en
esta eucaristía en que nos reunimos creyentes en Jesús, se cumple ese programa
del maestro. Hoy también, veinte siglos más tarde, se actualizan aquellos
«hechos que se han verificado entre nosotros», como decía el prólogo de Lucas.
«Hoy, en nuestra
presencia», se presenta otra vez Jesús y nos habla al corazón a los que somos
«amados de Dios» y tenemos los ojos fijos en él. Y hoy, veinte siglos más
tarde, nos sigue repitiendo su mismo programa. Jesús sigue siendo buena noticia
para los pobres: porque se solidariza especialmente con ellos. Como dice J. A.
Pagola, «Dios no puede ser neutral ante un mundo dividido y desgarrado por las
injusticias de los hombres. El pobre es un ser necesitado de justicia. Por eso,
la llegada de Dios es una buena noticia para él. Porque Dios no puede hacerse
presente entre los hombres sino defendiendo la suerte de los injustamente
maltratados».
Y trae libertad a un
mundo en que tanto se habla de libertad, de ruptura de cadenas que secularmente
han esclavizado al hombre, pero en el que han surgido nuevos dioses que
encadenan y tiranizan al ser humano. También trae luz a un hombre que sabe
tantas cosas, pero al que le falta la sabiduría para saber vivir, para sacar
verdadero gusto a tantas cosas que tiene entre manos pero que le dejan el
corazón vacío. Y a todos, a ricos y pobres, a justos y pecadores, nos anuncia
el año de gracia del Señor. Jesús omite del viejo texto de Isaías la alusión al
«día del desquite -o de la venganza- de nuestro Dios». Para Jesús ya todo es
gracia. Ese es el programa del nuevo predicador hace veinte siglos que hoy nos
dirige a nosotros, «amados de Dios»: «Hoy, en nuestra presencia, se sigue
cumpliendo este pasaje».
(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS
A LA VISTA, Homilías ciclo C,
Madrid 1994.Pág. 202 ss.)
Madrid 1994.Pág. 202 ss.)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué relación vemos entre la Buena Noticia y el Reino de
Dios?
¿La Buena Noticia es para los pobres? ¿También para los ricos? ¿De
la misma manera?
Como discípulo,
¿Tengo la mirada puesta en Jesús esperando su enseñanza, para acogerla y
ponerla en práctica?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
NO SOLO UN ASUNTO
PRIVADO.
Para dar la Buena
Noticia a los pobres...
Está muy extendida entre
nosotros la tendencia a comprender y vivir la fe como un asunto puramente
privado. Bastantes piensan que la presencia comprometida de la Iglesia en la
vida pública es algo totalmente ajeno a la acción evangelizadora querida por
Jesús.
La Iglesia tendría una
misión exclusivamente religiosa, de orden sobrenatural, ajena a los problemas
políticos y económicos, y debería limitarse a ayudar a sus fieles en su
santificación individual.
Pero luego se observa
una postura curiosa. Se bendice y aprueba la intervención eclesial cuando viene
a legitimar o fortalecer las propias posiciones, y se la condena como una
degradación de su misión o una intrusión ilegítima cuando critica las propias
opciones. Este doble criterio a la hora de valorar la intervención de la
Iglesia, ¿no está indicando una fidelidad mayor a la propia opción
socio-política que a la búsqueda sincera de las auténticas exigencias de la fe?
Es indudable que la
Iglesia puede en algún caso no respetar debidamente la autonomía propia de lo
político y económico. Pero lo que resulta sospechoso es esa reacción casi
visceral ante cualquier posicionamiento de la Iglesia que trate de concretar
las exigencias sociales de la fe, sin coincidir con nuestra propia posición.
Lo paradójico es que,
con frecuencia, se le pide a la Iglesia que «se dedique a lo suyo». Pero,
resulta que «lo suyo», es actuar animada por el mismo Espíritu de Jesús quien
se veía «enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación
a los cautivos... y a dar libertad a los oprimidos».
No se quiere entender
que la Iglesia, si quiere seguir a Jesús, debe buscar la salvación integral del
hombre, que abarca a las personas concretas, los pueblos, las estructuras y las
instituciones creadas por el hombre y para el hombre.
La Iglesia es entre
nosotros una institución de gran incidencia pública, un «poder fáctico», como
dicen algunos. El problema de la Iglesia es cómo convertirse en servicio
evangelizador, inspirador de una sociedad más humana y fraterna, cómo poner su
influencia social al servicio de los más desheredados de la sociedad.
La salvación cristiana
no puede reducirse a lo económico ni a lo político o cultural, pero la Iglesia
«no admite circunscribir su misión sólo al terreno religioso, desentendiéndose
de los problemas temporales del hombre». Es un deber suyo «ayudar a que nazca
la liberación... y hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la
evangelización» (Pablo Vl).
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 303 s.)
NAVARRA 1985.Pág. 303 s.)
Oración final:
“Padre
Dios que en tantos pueblos y religiones has suscitado desde el principio de los
tiempos, por obra de tu Espíritu, hombres y mujeres capaces de intuir tu amor
liberador por los pobres, y que en Jesús nos has dado a nosotros el modelo
perfecto; te pedimos, que también nosotros "hoy", en nuestro día a
día, demos cumplimiento al sueño de los profetas, sintiéndonos enviados a
anunciar la Buena Noticia a los pobres y a todos los que necesitan volver su
mirada hacia ellos. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro”. Amén.
Hno. Javier, msa.
21 ene 2019
“Hagan lo que Jesús les diga” el Papa Francisco.
En el Ángelus del domingo 20 de enero, el Papa Francisco, retomando al evangelista Juan, en el pasaje de las bodas de Caná, muestra cómo se estipula una Nueva Alianza y a los servidores del Señor, o sea a toda la Iglesia, se les confía la nueva misión: “Hagan lo que él les diga”.
“Señales”
A partir de este domingo, hemos dejado el tiempo litúrgico de Navidad y hemos comenzado el “ordinario”, que como lo dice el Papa, es el tiempo para seguir a Jesús en su vida pública y en la misión por la cual el Padre lo envió a este mundo.
Comenta el Papa Francisco que “En el Evangelio de hoy (cf. Jn 2, 1-11) encontramos el relato del primero de los milagros de Jesús, que el evangelista Juan llama “señales”. El primero de estos prodigiosos signos tiene lugar en el pueblo de Caná, en Galilea, durante una fiesta de bodas. No es casual que al comienzo de la vida pública de Jesús haya una ceremonia de boda, porque en Él Dios se ha casado con la humanidad”.
Intimidad nupcial
El Papa nos invita a contemplar cómo en Jesús, “Dios se ha casado con la humanidad: esta es la buena noticia, aunque los que lo han invitado aún no saben que en su mesa está sentado el Hijo de Dios y que el verdadero novio es Él. De hecho, todo el misterio del signo de Caná se basa en la presencia de este novio divino que comienza a revelarse”.
En este contexto, retoma el Papa, “Jesús se manifiesta como el novio del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a él: es una nueva Alianza de amor”.
La alegría del banquete
Nos advierte el Papa que “Al convertir en vino el agua de la tinaja utilizada “para la purificación ritual de los judíos” (v. 6), Jesús hace un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en el Evangelio, portador de alegría”.
La actitud de María debe ser nuestra actitud de Iglesia: confiada pero activa. Supone el milagro, pero también supone nuestra acción.
El Papa reflexiona: “Las palabras que María dirige a los sirvientes vienen a coronar el cuadro conyugal de Caná: “Lo que él te diga, hazlo” (v. 5). Incluso hoy, la Virgen María nos dice a todos: “Hagan lo que él les diga”. Estas palabras son una herencia valiosa que nuestra Madre nos ha dejado. Y los siervos obedecen en Caná. Jesús les dijo: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”.
La respuesta es la sorpresa alegre: “has guardado el vino mejor hasta ahora”. (v. 10).
Francisco profundizó en esta reflexión y animó a todos a que cuando “el vino personal se nos termine”, busquemos a María. Ella será portadora de nuestra necesidad y nos dirá: “Hagan lo que Jesús les diga”. El camino para colmar nuestras necesidades es Jesús. Él nos dará la alegría del vino nuevo, de la vida nueva.
La misión de todo cristiano
En esta boda, afirma el Papa, “realmente se estipula una Nueva Alianza y a los servidores del Señor, o sea a toda la Iglesia, se les confía la nueva misión: “Hagan lo que él les diga”. Servir al Señor significa escuchar y practicar su palabra. Es la recomendación simple y esencial de la Madre de Jesús, es el programa de vida del cristiano”.
20 ene 2019
Video Oficial - Versión Internacional del Himno de la JMJ #Panama2019
HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRAVersión internacional del Himno de la Jornada Mundial de la Juventud Panamá 2019; a celebrarse del 22 al 27 de enero de 2019 en la Ciudad de Panamá.Compositor: Abdiel JiménezProductor y arreglista: Anibal Muñoz. Traducciones: Fr. Robert Galea, P. Marco Frisina, Communauté du Chemin Neuf y Ziza Fernandes.Intérpretes: Gabriel Díaz, Marisol Carrasco, Masciel de Muñoz, José Berástegui, Eduviges Tejedor, Lucía Muñoz, Pepe Casis, Erick Vianna, Kiara Vasconcelos, y grupos de música católica de Panamá.
Las Bodas de Caná-Invitados a hacer crecer la Alegría.
Invitados a hacer crecer la Alegría.
Las Bodas de Caná como bosque lleno de símbolos: el agua de la purificación (judaísmo), frente a la alegría del vino (cristianismo); María como nueva Eva, Jesús, Esposo de la Iglesia; agua del bautismo y vino de la eucaristía..., invitados a hacer crecer la alegría.
(Siglo II. Padres y Madres De la Iglesia)
19 ene 2019
EL SIMBOLISMO DE LAS BODAS DE CANÁ Jn 2, 1-11
Escrito por Enrique Martínez Lozano.
Jn 2, 1-11
Con el relato de las "bodas de Caná", situado al inicio del evangelio, el autor busca transmitirnos el primer retrato de Jesús. Por eso, una lectura del mismo en clave literal lo desfigura, al reducirlo a un episodio anecdótico que roza lo mágico, y lo priva de su significado para nosotros. En efecto, ¿qué sentido podría tener imaginar a un Jesús dotado de poderes mágicos, que los utilizara para cambiar el agua en vino en una fiesta de bodas? Cuando se ha leído de esa forma literal, se ha puesto el acento en el "poder" y en la "bondad" de Jesús, así como en la "preocupación atenta" de María. Nada de eso se niega, pero parece evidente que el autor no ha querido empezar su evangelio –sumamente elaborado- con una mera anécdota familiar. Sabemos que los relatos evangélicos que han llegado a nosotros tuvieron un largo recorrido hasta quedar plasmados en la forma en que hoy los leemos. Fueron textos transmitidos oralmente, adaptados a las diferentes situaciones de las comunidades primeras, elaborados y trabajados con fidelidad al trasfondo histórico pero, al mismo tiempo, con una gran creatividad, de cara a responder a las nuevas situaciones y hacerlos comprensibles en los nuevos contextos. Todo ello ha dado como resultado unos textos magníficos, cargados de simbolismo, que operan como catequesis que intentan, a la vez, vehicular la fe en Jesús y mostrar un estilo de vida coherente con su mensaje.
En aquel proceso primero de elaboración, el cuarto evangelio alcanza las cotas más altas. Todo él es un relato minuciosamente cuidado que juega con un rico simbolismo, con el que busca presentar a Jesús como el revelador del Padre.
El propio autor nos ha revelado su intención al terminar su propio escrito (el capítulo 21 es un añadido posterior) con estas palabras: "Estos (signos) han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna" (20,31).
Por lo que refiere al relato de hoy, si lo leemos con atención, descubriremos algunos "guiños" del autor, que nos hacen caer en la cuenta de su carácter simbólico y así evitar leerlo de un modo literal.
Planteó algunos en forma de interrogantes:
¿Cómo puede ser que, en una fiesta de bodas, no hayan preparado vino suficiente (teniendo en cuenta, además, de que se trata de gente importante y que la comida está a cargo de un "mayordomo").
¿Cómo entender que esa falta escapa al propio mayordomo que está al tanto de todo y, sin embargo, es advertida por una invitada (María)?
¿Por qué Jesús se dirige a su madre llamándola "mujer", un término que designaba a la esposa?
¿Qué sentido tiene que hubiera nada menos que seiscientos litros de agua (!) para el rito simple de las purificaciones?
¿Por qué la insistencia del autor del evangelio en que se trata del "primer signo" de Jesús?
¿Cuál es su significado?
¿A qué otros remite?
Todos estos interrogantes, irresolubles desde una lectura literalista, encuentran pleno sentido cuando acogemos el relato desde la que fue, probablemente, la intención del autor. Pero, además de estas cuestiones, una lectura atenta y conocedora del trasfondo histórico, cultural y religioso de nuestro evangelio, encuentra una serie de elementos portadores de significado preciso.
Entre ellos, hay que destacar los siguientes:
la boda,
la referencia a la "hora",
el tercer día,
el número seis,
que las tinajas sean "de piedra" y utilizadas para la purificación,
la carencia de vino,
el hecho de llenarlas de agua "hasta arriba",
la presencia de la madre de Jesús (a quien nunca llama María, sino "mujer"),
la frase: "Haced lo que él os diga", etc.
Ante tal presencia de elementos simbólicos, Ch. Dodd, uno de los mejores especialistas en el estudio de este evangelio, llega a plantear que el presente relato sería, en su origen, una parábola que tendría como "motivo central", igual que tantas otras, una fiesta nupcial. Posteriormente, el relato parabólico se habría convertido en una "historia de milagro". A partir de los elementos que el evangelista nos ofrece, parece que pueden detectarse fácilmente las claves que hacen posible la comprensión de nuestro relato en profundidad.
El agua simboliza la religión vacía;
el vino, la alegría y la vida abundante que proceden de Dios;
María es la "mujer",
el resto fiel de Israel, "desposado" con Dios;
las bodas son el símbolo de la unión (alianza) de Dios con el pueblo;
las tinajas de piedra (seis es el número de lo imperfecto e incompleto) representan a la Ley, que pretende purificar al ser humano, pero que en realidad es algo vacío;
la expresión "haced lo que él os diga" es prácticamente idéntica a la que pronunció el pueblo el día de la alianza (pacto, desposorio) del Sinaí: "Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho" (Libro del Éxodo 19,8); que sea el "comienzo de los signos" hace de éste el prototipo y clave de interpretación de los que seguirán (en total, serán "siete", el número que expresa la plenitud).
Con estas claves, podemos comprender que lo que ocurre en Caná preanuncia las bodas de la Cruz (19,25-27) y de la mañana de Pascua (20,1-18): María será llamada de nuevo "mujer", como símbolo del pueblo fiel del Antiguo Testamento que ha engendrado al Mesías y al nuevo pueblo (el "discípulo amado": "Mujer, ahí tienes a tu hijo"); María Magdalena, por su parte, es la otra "mujer", símbolo de la iglesia que se desposa con Jesús en el huerto o jardín (imagen del Edén y del huerto del Cantar de los Cantares).
Con todo ello, Caná declara que el judaísmo está caducado; y, con él, la religión. De hecho, a continuación, el evangelio presentará a Jesús... como el "nuevo templo" "«destruid este templo y en tres días yo lo levantaré de nuevo»: el templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo": 3,19-21) y proclamando que "para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén...
Ha llegado la hora en que los que rindan verdaderamente culto al Padre, lo harán en espíritu y en verdad... Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (4,21-24).
La boda en la que falta el vino simboliza la antigua alianza que va a ser sustituida por la nueva, en la que se dará el vino del Espíritu.
Jesús inaugura una nueva relación del hombre con Dios, que no estará mediatizada por la Ley, sino creada por el mismo Espíritu de Dios. Jesús, el nuevo Esposo (1,15.30) o centro de la nueva comunidad humana, anuncia el cambio, que tendrá lugar cuando llegue su hora, la de su muerte resurrección.
Así leído, descubrimos la hondura y centralidad de este relato.
El texto, en el conjunto del evangelio de Juan, significa la obra entera de Jesús, que proclama y posibilita las "bodas" de Dios con el ser humano (que en el Antiguo Testamento se entendían como alianza).
Para el evangelista, la nueva alianza se inicia ahora con la vida pública de Jesús; su consumación vendrá en la cruz. Esa será la "hora" de Jesús. En este evangelio, la obra de Jesús, desde sus mismos comienzos, está revestida de nupcialidad. Por eso, desde el comienzo mismo –desde el "primer signo"- anuncia el cumplimiento: el "nuevo pueblo" vive unas bodas con Dios, en las que el "vino" -la Vida, el Gozo y el Amor- se muestra sabroso y desbordante.
Es comprensible que, desde un nivel "racional" de conciencia, aun reconociendo el carácter simbólico del relato, se lea este texto en clave de dualidad. Dios y la humanidad (la creación) serían "dos entidades" capaces de entrar en relación, pero se seguiría pensando a "Dios" como un ser separado. Sin embargo, de acuerdo con la vivencia del propio Jesús, tal como queda reflejada en este mismo evangelio, y en sintonía con la percepción no-dual que se va abriendo camino, de un modo cada vez más generalizado, en nuestro momento cultural, y que es expresión de una nuevo nivel de conciencia (transpersonal), emerge una lectura del texto que adquiere una profundidad mayor.
Las "bodas" son el símbolo de lo real. Todo se halla "desposado" con todo, constituyendo una gran Red que se sostiene en la misma interrelación. Todo es divino humano-cósmico al mismo tiempo. No como realidades sumadas, ni siquiera unidas, sino como expresión no-dual de la Realidad única que en todo se expresa y manifiesta. El viejo Sutra del corazón nos recuerda que "Vacío es forma, y forma es Vacío". Lo divino y lo humano no son realidades paralelas, sino las "dos caras" –magníficas en su diferencia- de la misma Realidad.
En las "bodas de Caná", el agua puede bien simbolizar la ignorancia en que nos encerramos cuando nos reducimos al ego y a la mente: una ignorancia que es carencia y sufrimiento.
El vino, por el contrario, es expresión de la Vida y el Gozo y, como Jesús, accedemos a él en cuanto nos liberamos de nuestra perspectiva egoica (nos identificamos de nuestra "identidad" mental), para empezar a percibir nuestra verdadera identidad, no-separada de lo Real. La persona que lo descubre –como si se tratara, dirá Jesús, de "un tesoro en el campo"-, experimenta su existencia. llena del "vino" de la Alegría.
Enrique Martínez Lozano
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Jn 2, 1-11
Con el relato de las "bodas de Caná", situado al inicio del evangelio, el autor busca transmitirnos el primer retrato de Jesús. Por eso, una lectura del mismo en clave literal lo desfigura, al reducirlo a un episodio anecdótico que roza lo mágico, y lo priva de su significado para nosotros. En efecto, ¿qué sentido podría tener imaginar a un Jesús dotado de poderes mágicos, que los utilizara para cambiar el agua en vino en una fiesta de bodas? Cuando se ha leído de esa forma literal, se ha puesto el acento en el "poder" y en la "bondad" de Jesús, así como en la "preocupación atenta" de María. Nada de eso se niega, pero parece evidente que el autor no ha querido empezar su evangelio –sumamente elaborado- con una mera anécdota familiar. Sabemos que los relatos evangélicos que han llegado a nosotros tuvieron un largo recorrido hasta quedar plasmados en la forma en que hoy los leemos. Fueron textos transmitidos oralmente, adaptados a las diferentes situaciones de las comunidades primeras, elaborados y trabajados con fidelidad al trasfondo histórico pero, al mismo tiempo, con una gran creatividad, de cara a responder a las nuevas situaciones y hacerlos comprensibles en los nuevos contextos. Todo ello ha dado como resultado unos textos magníficos, cargados de simbolismo, que operan como catequesis que intentan, a la vez, vehicular la fe en Jesús y mostrar un estilo de vida coherente con su mensaje.
En aquel proceso primero de elaboración, el cuarto evangelio alcanza las cotas más altas. Todo él es un relato minuciosamente cuidado que juega con un rico simbolismo, con el que busca presentar a Jesús como el revelador del Padre.
El propio autor nos ha revelado su intención al terminar su propio escrito (el capítulo 21 es un añadido posterior) con estas palabras: "Estos (signos) han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna" (20,31).
Por lo que refiere al relato de hoy, si lo leemos con atención, descubriremos algunos "guiños" del autor, que nos hacen caer en la cuenta de su carácter simbólico y así evitar leerlo de un modo literal.
Planteó algunos en forma de interrogantes:
¿Cómo puede ser que, en una fiesta de bodas, no hayan preparado vino suficiente (teniendo en cuenta, además, de que se trata de gente importante y que la comida está a cargo de un "mayordomo").
¿Cómo entender que esa falta escapa al propio mayordomo que está al tanto de todo y, sin embargo, es advertida por una invitada (María)?
¿Por qué Jesús se dirige a su madre llamándola "mujer", un término que designaba a la esposa?
¿Qué sentido tiene que hubiera nada menos que seiscientos litros de agua (!) para el rito simple de las purificaciones?
¿Por qué la insistencia del autor del evangelio en que se trata del "primer signo" de Jesús?
¿Cuál es su significado?
¿A qué otros remite?
Todos estos interrogantes, irresolubles desde una lectura literalista, encuentran pleno sentido cuando acogemos el relato desde la que fue, probablemente, la intención del autor. Pero, además de estas cuestiones, una lectura atenta y conocedora del trasfondo histórico, cultural y religioso de nuestro evangelio, encuentra una serie de elementos portadores de significado preciso.
Entre ellos, hay que destacar los siguientes:
la boda,
la referencia a la "hora",
el tercer día,
el número seis,
que las tinajas sean "de piedra" y utilizadas para la purificación,
la carencia de vino,
el hecho de llenarlas de agua "hasta arriba",
la presencia de la madre de Jesús (a quien nunca llama María, sino "mujer"),
la frase: "Haced lo que él os diga", etc.
Ante tal presencia de elementos simbólicos, Ch. Dodd, uno de los mejores especialistas en el estudio de este evangelio, llega a plantear que el presente relato sería, en su origen, una parábola que tendría como "motivo central", igual que tantas otras, una fiesta nupcial. Posteriormente, el relato parabólico se habría convertido en una "historia de milagro". A partir de los elementos que el evangelista nos ofrece, parece que pueden detectarse fácilmente las claves que hacen posible la comprensión de nuestro relato en profundidad.
El agua simboliza la religión vacía;
el vino, la alegría y la vida abundante que proceden de Dios;
María es la "mujer",
el resto fiel de Israel, "desposado" con Dios;
las bodas son el símbolo de la unión (alianza) de Dios con el pueblo;
las tinajas de piedra (seis es el número de lo imperfecto e incompleto) representan a la Ley, que pretende purificar al ser humano, pero que en realidad es algo vacío;
la expresión "haced lo que él os diga" es prácticamente idéntica a la que pronunció el pueblo el día de la alianza (pacto, desposorio) del Sinaí: "Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho" (Libro del Éxodo 19,8); que sea el "comienzo de los signos" hace de éste el prototipo y clave de interpretación de los que seguirán (en total, serán "siete", el número que expresa la plenitud).
Con estas claves, podemos comprender que lo que ocurre en Caná preanuncia las bodas de la Cruz (19,25-27) y de la mañana de Pascua (20,1-18): María será llamada de nuevo "mujer", como símbolo del pueblo fiel del Antiguo Testamento que ha engendrado al Mesías y al nuevo pueblo (el "discípulo amado": "Mujer, ahí tienes a tu hijo"); María Magdalena, por su parte, es la otra "mujer", símbolo de la iglesia que se desposa con Jesús en el huerto o jardín (imagen del Edén y del huerto del Cantar de los Cantares).
Con todo ello, Caná declara que el judaísmo está caducado; y, con él, la religión. De hecho, a continuación, el evangelio presentará a Jesús... como el "nuevo templo" "«destruid este templo y en tres días yo lo levantaré de nuevo»: el templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo": 3,19-21) y proclamando que "para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén...
Ha llegado la hora en que los que rindan verdaderamente culto al Padre, lo harán en espíritu y en verdad... Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (4,21-24).
La boda en la que falta el vino simboliza la antigua alianza que va a ser sustituida por la nueva, en la que se dará el vino del Espíritu.
Jesús inaugura una nueva relación del hombre con Dios, que no estará mediatizada por la Ley, sino creada por el mismo Espíritu de Dios. Jesús, el nuevo Esposo (1,15.30) o centro de la nueva comunidad humana, anuncia el cambio, que tendrá lugar cuando llegue su hora, la de su muerte resurrección.
Así leído, descubrimos la hondura y centralidad de este relato.
El texto, en el conjunto del evangelio de Juan, significa la obra entera de Jesús, que proclama y posibilita las "bodas" de Dios con el ser humano (que en el Antiguo Testamento se entendían como alianza).
Para el evangelista, la nueva alianza se inicia ahora con la vida pública de Jesús; su consumación vendrá en la cruz. Esa será la "hora" de Jesús. En este evangelio, la obra de Jesús, desde sus mismos comienzos, está revestida de nupcialidad. Por eso, desde el comienzo mismo –desde el "primer signo"- anuncia el cumplimiento: el "nuevo pueblo" vive unas bodas con Dios, en las que el "vino" -la Vida, el Gozo y el Amor- se muestra sabroso y desbordante.
Es comprensible que, desde un nivel "racional" de conciencia, aun reconociendo el carácter simbólico del relato, se lea este texto en clave de dualidad. Dios y la humanidad (la creación) serían "dos entidades" capaces de entrar en relación, pero se seguiría pensando a "Dios" como un ser separado. Sin embargo, de acuerdo con la vivencia del propio Jesús, tal como queda reflejada en este mismo evangelio, y en sintonía con la percepción no-dual que se va abriendo camino, de un modo cada vez más generalizado, en nuestro momento cultural, y que es expresión de una nuevo nivel de conciencia (transpersonal), emerge una lectura del texto que adquiere una profundidad mayor.
Las "bodas" son el símbolo de lo real. Todo se halla "desposado" con todo, constituyendo una gran Red que se sostiene en la misma interrelación. Todo es divino humano-cósmico al mismo tiempo. No como realidades sumadas, ni siquiera unidas, sino como expresión no-dual de la Realidad única que en todo se expresa y manifiesta. El viejo Sutra del corazón nos recuerda que "Vacío es forma, y forma es Vacío". Lo divino y lo humano no son realidades paralelas, sino las "dos caras" –magníficas en su diferencia- de la misma Realidad.
En las "bodas de Caná", el agua puede bien simbolizar la ignorancia en que nos encerramos cuando nos reducimos al ego y a la mente: una ignorancia que es carencia y sufrimiento.
El vino, por el contrario, es expresión de la Vida y el Gozo y, como Jesús, accedemos a él en cuanto nos liberamos de nuestra perspectiva egoica (nos identificamos de nuestra "identidad" mental), para empezar a percibir nuestra verdadera identidad, no-separada de lo Real. La persona que lo descubre –como si se tratara, dirá Jesús, de "un tesoro en el campo"-, experimenta su existencia. llena del "vino" de la Alegría.
Enrique Martínez Lozano
http://www.enriquemartinezlozano.com/
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17 ene 2019
16 ene 2019
15 ene 2019
LECTIO DIVINA DEL 2° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.
Domingo 20 de enero
de 2019.
Isaías
62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.
Oración inicial:
“Dios de todos los pueblos,
que de muchas maneras te has comunicado siempre con la humanidad y que en tu
Palabra definitiva, Jesús, nos has dado la gran "señal" que nos
permite acceder a ti. Te pedimos que abras nuestros ojos, ilumines con tu
Espíritu nuestra mente, e inflames nuestro corazón, para que también nosotros
seamos para los demás señal de amor y de alegría, de esperanza y de
agradecimiento. Hasta que un día nos reunamos todos en tu presencia, nuestro hogar definitivo”.
Amén
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Isaías 62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.
Claves de lectura:
1. "En Caná...
manifestó su gloria". (Evangelio)
La liturgia de la
Iglesia ve en la festividad de la Epifanía una triple manifestación de la
gloria de Dios en Jesús: ante los Magos, en la teofanía del Jordán (que se
celebró el domingo pasado) y en el primer milagro de Jesús en Caná, donde Jesús
«manifestó su gloria». Una pobre pareja de novios celebra su boda; Jesús, su
Madre y sus discípulos están también invitados a la boda; pero en medio del
banquete los novios se quedan sin vino. María, imagen ya de la Iglesia que ora
e intercede, se dirige al Hijo: algo ciertamente extraño, pues todavía no le ha
visto hacer ningún milagro externo. Pero a María le basta con saber que su Hijo
lleva dentro, interiormente, un misterioso poder. Jesús, consciente de que el único
milagro que el Padre le encargará será la cruz, no quiere verse obligado a
ejercer el papel de taumaturgo, papel que el pueblo insaciable le impondrá a
partir de ahora. Entonces interviene la Madre, cuyas palabras, hermosas donde
las haya, dejan todo en manos del Hijo a la vez que instan a los servidores a
obedecerle: «Haced lo que él os diga». En realidad, aunque nadie lo advierta,
aquí brilla ya en todo su esplendor la gloria de María. Jesús no se resiste, no
puede resistirse: las palabras de la Madre le llegan al corazón porque son muy
familiares a lo que él lleva dentro, en lo más íntimo de sí mismo. En el
evangelio no se nos dice si se notó la transformación de lo inútil en algo
precioso, si Jesús fue ovacionado como taumaturgo, algo que él siempre procuró
evitar. Se nos dice simplemente que «creció la fe de sus discípulos en él»;
esto constituye el único éxito que él valora como tal. Muchos de los milagros
que realizará después, aunque él siempre mandó no decir nada a nadie, serán
pregonados con cierto sensacionalismo y dificultarán no poco su verdadera
misión.
2. «Como la alegría que
encuentra el marido con su esposa». (1° Lectura).
La primera lectura, que
compara la alegría de Dios por el pueblo convertido y purificado con la alegría
que experimenta el marido con su esposa, remite ciertamente al evangelio, donde
Jesús, con su milagro en la boda de Caná, bendice el matrimonio humano y lo
eleva a la categoría de imagen de una alegría nupcial totalmente distinta.
«Como un joven se casa con su novia», así hace Dios con su pueblo; el amor
erótico no es un símbolo rebajado o lejano del amor que Dios siente por la
tierra que El llama ahora la «Desposada», «mi favorita». El amor natural,
conocido por el hombre, debe ser para él un punto de partida para barruntar
cuánto le ama Dios. De este modo la unión carnal del hombre y la mujer será una
imagen insuficiente para representar la intimidad de la unión entre Cristo y
nosotros en la Eucaristía.
3. «En cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común». (2° Lectura)
La segunda lectura nos
lleva en otra dirección: el milagro de Caná fue un milagro realizado
simplemente para gozo y utilidad de algunos. Pero ahora, en la Iglesia, el
Espíritu Santo dispensa un don de gracia a cada creyente «para el bien común».
Estos carismas se pueden comparar, pues son dones sobrenaturales, con el poder
de hacer milagros espirituales, aunque vistos desde fuera sean insignificantes.
Pablo enumera en esta lista también los dones extraordinarios, mientras que en
otras series (Rm 12) habla de carismas mucho más modestos. Cuando Jesús dice
con una imagen que la fe puede mover montañas, se refiere a su fuerza
espiritual, que ciertamente puede «mover», trasladar grandes pesos en el
corazón de los hombres: no mediante técnicas psicológicas, sino en virtud del
poder divino del que todo verdadero creyente participa. Muchos santos han hecho
también milagros materiales, pero los milagros espirituales que han realizado
son mucho más grandes y más importantes.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.)
MEDITACIÓN.
Me gustaría detenerme sobre
todo en tres frases del relato:
La
inicial: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre
de Jesús estaba allí". La central, pronunciada precisamente por María:
"No tienen vino". Y la final: "Allí Jesús manifestó su
gloria", es decir, en este milagro hecho con ocasión de las bodas.
EL
MISTERIO DEL TERCER DÍA.
Partamos
de las palabras iniciales, del misterio del tercer día.
Juan,
que nunca usa casualmente ninguna palabra, introduce el episodio que abre la
serie de los milagros de Jesús y la manifestación de su gloria con la mención
del tercer día. ¿Qué es el tercer día? El evangelio de Juan comienza con la
descripción de una intensa semana de acontecimientos, calculados casi día a
día, hasta éste, que es el día último. Si leemos el cap. I, podemos fácilmente
recuperar los primeros días del ministerio de Jesús. En el v. 28 encontramos
"el primero", el día en que Juan Bautista anuncia la presencia de uno
mayor que él.
"Al
día siguiente", dice el evangelista, o sea, el segundo día, el propio
Jesús entra en escena y es llamado Cordero de Dios.
"Al
otro día", o sea el tercero, Jesús encuentra a dos discípulos y les dice:
"Venid y veréis", y los discípulos se quedaron con él todo aquel día
desde la hora décima. Por fin, "al día siguiente", el cuarto, Jesús
se encamina hacia Galilea y encuentra a Felipe y Natanael. Aquí es donde
empalma el evangelista: "Tres días después hubo una boda en Caná de
Galilea". Si tenemos en cuenta que la frase bíblica "el tercer
día" se traduce, en realidad, por "dos días después", incluyendo
en el cómputo el primer día como uno de los tres, llegamos a colocar el episodio
de Caná en el "DIA-SEXTO" de la semana, que es
el día de la creación del hombre y de la mujer.
Juan,
que ha comenzado su evangelio con las mismas palabras del Génesis: "En el
principio...", nos hace recorrer una semana entera de acontecimientos, y
el sexto día es éste, cuando en el misterio de un hombre y una mujer que hacen
de sus vidas una unidad, en Caná de Galilea, Jesús manifiesta su gloria.
Puede
decirse que el evangelista reconstruye una semana cronológica correspondiente a
la "semana" inicial de la creación, con el intento de fechar el
episodio de Caná y de hacerlo coincidir con el día en que Dios creó al hombre a
su imagen y semejanza y creó a la mujer para que le acompañara.
Con
semejante simbolismo cronológico, San Juan subraya que lo que Jesús hará este
día es la continuación y la culminación de la obra creadora de Dios a favor del
hombre. Pero la intervención de Jesús se producirá al constatar cierto malestar
en la situación del hombre, de la mujer y de la unión de ambos: "No tienen
vino".
Por lo
demás, todo el cuarto evangelio se mueve sobre afinidades que hay en toda la
historia de la salvación. En los capítulos finales, Juan describirá también
otro período de seis días; y la muerte de Jesús en cruz -con María, la Mujer, a
su lado- será el sexto día. Allí Jesús restituirá al hombre-Juan en su
plenitud.
En la
cruz se manifestará plenamente la gloria de Dios que había empezado a
manifestarse en el primer milagro de Caná; aquí la gloria emerge de manera
inicial, si bien se da ya una idea del amor con que Dios se acerca a la
situación humana percibiendo el íntimo malestar y restaurándola en su plenitud
y gozo primigenio.
LA
INCAPACIDAD DE AMAR.
En el
cuadro que hemos tratado de esbozar, ¿qué puede significar la palabra de María:
"No tienen vino?". En los evangelios hay expresiones paralelas a
ésta. Me viene a la memoria, por ejemplo, la expresión: "Ya no nos queda
aceite, y nuestras lámparas se apagan" (Mt 25. 8): es la misma situación
de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de bodas.
Otra
exclamación semejante es la de los discípulos en el desierto: "No tienen
suficiente pan (Jn 6, 1 ss).
Son,
todas éstas, ocasiones en que el hombre aparece carente, no a la altura de las
circunstancias, y, por lo mismo, se crea malestar en contraste con la atmósfera
de fiesta, de gozo, de expectación, con la esperanza de un amor sin sombras.
Allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la fiesta nupcial, del
estar juntos escuchando la Palabra, produjera una felicidad plena y sin fin,
resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los recursos, la
prudencia escasea y se produce una situación embarazosa que funciona como una
trampa: el hombre y la mujer se ven incapaces, sin saber qué hacer.
La
fiesta de bodas está a punto de cambiarse en una gran desilusión, en una señal
de mala suerte que pesará siempre sobre la pareja, como si fueran personas
perseguidas por el sino, incapaces de proveer, ya desde el principio, la buena
marcha de la casa. Aparece, pues, el sentido profundo del grito: "¡No
tienen vino!".
El
hombre y la mujer, creados para realizar juntos la perfecta unidad, no tienen
suficiente vino para el sexto día, cuando se debería ver actuando al hombre y a
la mujer, el día de la fundación de la familia, del trabajo, de la construcción
de la ciudad, que preludia al día séptimo, el del descanso.
El
hombre y la mujer viven una experiencia de cerrazón y de bloqueo; todo se había
fundado en el entendimiento mutuo, en la llamada a ser una cosa sola, y esta
vocación se ve impedida por imprudencias, imprevisiones, carencias de todo
género.
El
discurso se amplía. El hombre y la mujer se sienten llamados al amor, sienten
que es una vocación de la que no pueden prescindir y, sin embargo, experimentan
la incapacidad de amar.
Es
verdad que no siempre se tendrá la valentía de pronunciar esta palabra,
demasiado dura, demasiado radical; se echará la culpa más bien a los
malentendidos, las ambigüedades, los nerviosismos, las resistencias, el
cansancio, el desgaste de la vida diaria, las diferencias de carácter, etc.
Sólo raramente se llegará al interrogante existencial, que alguna vez un hombre
o una mujer se plantean con voz fatigosamente modulada: "Pero yo, ¿soy de
veras capaz de amar?" En el fondo de la existencia humana: el hombre, cada
uno de nosotros llamados a amar, ¿somos capaces de amar verdaderamente?
Nuestras reservas de amor, de paciencia, nuestras provisiones de vino, de
aceite, de pan, ¿son suficientemente consistentes como para durar toda una
vida? Cuántas veces se repite el grito: "¡Ya no tengo ganas, mi lámpara se
apaga!" Y esto vale para toda vocación que entrañe opciones de unidad, de
servicio prolongado y sacrificado. Y quizá tengamos cerca una persona como
María, que lo dice porque ya se ha dado cuenta: "No tienen vino". No
aguantamos más.
LA
FUERZA TRANSFORMADORA DE LA EUCARISTÍA.
La
palabra final: "Allí Jesús manifestó su gloria", nos consigna el
mensaje del paso evangélico que nos ha hecho entrar en lo vivo de una situación
existencial tan frecuente y dramática.
La
Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del hombre
en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre
de ser capaces de amar.
La
Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor que crea unidad: el
amor que crea unidad en el noviazgo, el amor que crea unidad en la vida
matrimonial, el amor que crea unidad en la comunidad, en la Iglesia, en la
sociedad. La Eucaristía es la manifestación de la potente gloria de Dios.
El
hombre que se encuentra sin vino, quizá sólo con una provisión de agua
incolora, inodora e insípida, necesita de la plenitud del Espíritu nuevo que le
transforme el corazón y la mente. Sólo así podrá confiar en un tipo de amor que
no sea únicamente entusiasmo, primer proyecto, primeras experiencias, sino
fuerza duradera para toda la vida. Por eso la Eucaristía se nos presenta como
aquel Jesús que, atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, da al hombre, a la
mujer, a la humanidad, la capacidad de ser ellos mismos.
(Aporte de CARLO M. MARTINI, Cardenal Arzobispo de Milán,
SE ME DIRIGIÓ LA PALABRA,
págs. 92-96)
págs. 92-96)
ORACIÓN
– CONTEMPLACIÓN.
En Caná aún no había
llegado tu hora de ser tú mismo el vino de las bodas. Pero, para que
supiéramos que la hora estaba cercana, nos has dado el signo del agua cambiada
en vino, como signo del vino convertido en tu sangre, derramada en la
cruz para la redención del mundo. (...)
"Había allí seis
tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos" (Jn 2,
6). Seis, es el número del hombre, el símbolo del esfuerzo humano: agua
ordinaria e inerte. Esta no es el agua que mana en vida eterna sino el
agua de la ley mal entendida, de la purificación exterior. Vas a partir
de nuestras pobrezas e incapacidades para que realicemos nosotros mismos
nuestra propia santificación, y vas a hacer de eso el vino de las bodas.
Nos vas a hacer superar nuestros legalismos que de nada sirven: esto está
permitido, esto está prohibido; el matrimonio es indisoluble; ir a misa los
domingos es obligatorio; no debes tomar la píldora; si eres un cristiano
actual, debes preocuparte del tercer mundo. Nos vas a mostrar que todo
eso no tiene ningún sentido si no se vive en el amor de Dios que
transforma. Tú nos propones no la purificación exterior, la del parecer, sino
la interior, la del corazón, la del ser, es decir la que se vive contigo y en
ti.
El agua que sacan los
servidores se convierte en el agua de tu misericordia. Aquella con la
que, en la superabundancia de tu amor, lavas los pies de los hombres, los de
Pedro y los de Judas. Es el agua de la reconciliación y de la
purificación que transforma nuestra vida y transfigura nuestro ser, el
agua y el vino por los que nuestra pareja se troca verdaderamente en
signo de tu amor. Por eso el matrimonio se celebra en la Iglesia; no por
obedecer a una regla sino para que los hombres vean algo de tu amor. Y por eso
no puede romperse el matrimonio; no por encerrar al hombre en una
obligación legal sin significado sino porque tu amor no tiene retorno y
dura eternamente. Y por eso también asisten a los casados unos testigos,
no por la preocupación jurídica de afirmar que el matrimonio ha tenido
lugar sino como testigos de los hombres que se interesan por este matrimonio,
que prometen hacerlo todo para que esta pareja sea auténtica, fuerte y
duradera, a fin de que el mundo crea en tu amor incansable, fiel y
transformador y transfigurador.
El agua que sacan los
servidores se convierte en ese vino, por el que cada una de nuestras
actividades humanas y nuestra vida misma, hasta en la muerte, es signo de
tu amor, puesto que no existe para el que cree en ti ninguna actividad
profana, ya que en ti todo es amor: la vida de la religiosa y la del
director general, la del sacerdote y la del minero, la de la soltera y la
de la pareja, la del niño y la del anciano. "Todo cuanto hagan, de
palabra y de boca, háganlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por su
medio a Dios Padre" (Col 3,17). Tanto si
tenéis hijos, como si no los tenéis; si vivís desahogadamente como con
dificultades; si tenéis un oficio como si estáis en el paro o jubilados.
Los hombres, preocupados
por las bodas humanas, no conocen la potencia del agua transformada en
vino. "Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como
ignoraba de dónde era... llama al novio y le dice: "Todos sirven primero
el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior"" (Jn 2,
9-10). Falsa prudencia de los hombres: aprovecha bien el presente; aprovecha tu
juventud; el vino se va a acabar, bebamos, pues la vida es corta.
Los invitados al
banquete ignoran la procedencia del vino "los sirvientes, los que
habían sacado el agua, sí que lo sabían" (Jn 2, 9). Lo saben porque
sirven. En el centro hay siempre una acción transformadora y redentora
conocida por tus servidores y desconocida de tus beneficiarios. La
Iglesia sabe que sirve y de qué la viene la posibilidad misma de servir y
el verdadero contenido de ese servicio. Este no es el vino barato de los
amores limitados y de las alegrías exageradas, sino la vida del júbilo y
de la Alianza de Dios, el vino de las bodas del Cordero. La pareja
cristiana sabe que sirve y de dónde le viene la posibilidad de servir y
de amar, así como el contenido de su servicio y de su amor de hombre y de
mujer. Este no es el vino barato y agrio de un placer egoísta y limitado; es
el vino del amor que se supera más allá de las apariencias y que no
renuncia jamás a pesar de las infidelidades. Quien cree en ti, Señor,
sabe muy bien que es un servidor y de dónde le viene la posibilidad de
actuar y de servir, así como el contenido de su acción y de su servicio.
Este no es el vino degradado de la voluntad de poder, de la riqueza o de la
gloria vana, sino el vino nuevo del hombre al que asocias a tu divinidad.
Mira, Señor, a todos los que todavía lo ignoran. Escucha a tu Iglesia que
no dice solamente lo que sucedió antaño sino que con María, intercede en
el presente, fiándose de ti. Manifiesta tu gloria por nosotros, tus
servidores, si así lo quieres, y ellos te creerán.
(Aporte de ALAIN GRZYBOWSKI, BAJO EL SIGNO DE LA
ALIANZA,
NARCEA/MADRID 1988, Pág. 133ss.)
NARCEA/MADRID 1988, Pág. 133ss.)
"No tienen vino"
La verdad es que no tenemos vino. Nos sobran las tinajas, y la fiesta se enturbia para todos, porque el sino es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida. Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo, embriágame de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia, vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
La verdad es que no tenemos vino. Nos sobran las tinajas, y la fiesta se enturbia para todos, porque el sino es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida. Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo, embriágame de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia, vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
(Pedro
Casaldáliga)
Oración final:
“Dios que en las bodas de Caná te has manifestado en tu Hijo
participando en las fiestas del pueblo, y servicial ante nuestras necesidades
humanas; transforma nuestra agua en vino, y haznos a los que seguimos a tu Hijo
testigos de la alegría, amigos de la fiesta de la vida. Amén.