Importancia del gesto religioso para los niños
El gesto es, para el
niño, un medio mucho más significativo que la palabra. Por ejemplo: un niño
expresará mucho más mejor su sentimiento de alabanza si hace un gran saludo a
Dios con los brazos para acompañar las palabras: ¡Yo te alabo, Dios mío! Los niños,
sobre todo los pequeños, necesitan mucho más del gesto para expresarse. Una
cosa es decir que estamos contentos porque Jesús nos ama y otra, muy distinta,
es bailar una ronda en torno a una imagen de Jesús cantándole con todo nuestro
ser la canción: "Yo tengo un amigo que me ama". Debemos procurar que
los niños vivan los gestos religiosos que realizan con conocimiento,
autenticidad y sinceridad. Es muy importante buscar y explicar el significado
de los gestos sagrados que realizamos. El niño entra en el mundo de la liturgia
cargado de signos. La catequesis debe cargar paulatinamente de contenido al
gesto para que no resulte vacío ni sin sentido alguno.
Hablamos con todo el
cuerpo. Gestos y movimientos son vehículo de comunicación. El ser humano, por
su misma constitución espiritual y corporal, sólo se expresa plenamente cuando
a la actitud interna se une el gesto externo.
Pero las posturas y los gestos no sólo
expresan actitudes, sino que también las fomentan. Esto se ha vivi do en todas
las épocas; en nuestros días la liturgia renovada da particular importancia al
cultivo de la interioridad, haciendo que el cuerpo no sólo no distraiga, sino
que ayude.
El gesto que expresa una actitud es lenguaje
simbólico. Dice otra cosa, dice algo que está más allá de lo expresable con
palabras.
Lo primero que ha de tenerse en cuenta es que
todas las posturas señaladas para la asamblea, ante todo significan y fomentan
el sentido de comunidad y de unidad de todos los participantes (cf. OGMR 20).
ELEMENTOS SIMBÓLICOS
Somos seres humanos, es
decir, seres compuestos de cuerpo y espíritu, de elementos externos y de
elementos internos. Por consiguiente, nuestra actividad, también la liturgia,
ha de ser externa e interna. Por eso empleamos signos, gestos, palabras y
diversas acciones como expresión de la correspondiente actitud interior. La
concurrencia de lo externo con lo espiritual ayuda a captar mejor la realidad y
a enriquecer la vivencia.
La liturgia necesita símbolos.
Puesto que el símbolo es el lenguaje propio de
las experiencias profundas y de lo trascendente, la liturgia los necesita. Sin
símbolos no podría referirse ni experimentar o vivir lo más profundo. Quedaría
en lo superficial.
Cuando en la liturgia se quiere explicar todo
(es decir, razonarlo), se elimina de ella la mayor riqueza. Cuando se quiere
tener todo muy claro, sólo se ve la superficie. En es caso, “el precio de la
claridad es la pérdida de profundidad” (P. Ricoeur). Lo que se muy claro es
sólo la corteza. “El racionalismo es un enemigo de la celebración y de la
ciencia litúrgica” (P. Fernández).
En algunas celebraciones se suceden sin cesar
las explicaciones de todo. Eso perjudica grandemente la vivencia de la liturgia
Los niños, desde
pequeños, van adquiriendo el sentido de lo sagrado de manera global,
perceptiva. Su crecimiento va unido a su despertar a la fe y ellos, van
captando el sentido de lo sagrado, principalmente en las actitudes los adultos
que los rodean y quieren: padres, abuelos, familiares, educadores, entre otros.
Cuando los niños nos ven rezar, acudir a Dios, persignarnos, participar de una
procesión o asistir a Misa, entre muchos gestos y signos, van captando que Dios
para nosotros es algo importante y trascendente en nuestras vidas y no algo
mágico o supersticioso; sino alguien que nos ama, nos cuida y nos protege
siempre y que está muy presente en nuestras vidas.
Lo sagrado es lo que nos religa con Dios, lo
que no une a Dios, lo que nos da cuenta de que hay algo más en esta vida; algo
distinto, que no se puede explicar por la razón, pero que es real, que existe,
que es diferente a todo lo creado. Sagrado quiere decir “separado para Dios”.
Urge recuperar el sentido de lo sagrado en los niños, desde pequeños.
Autor del texto: Escuela de acólitos San Tarsicio y Luis María
Benavidez.
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