1 ago 2013

MEDITACION PARA LC 12,13-21

LC 12,13-21
1. Dos actitudes de la sociedad

"Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad" (Ecl 1,2). El autor de esta frase bíblica es un judío profundamente pesimista que, al repasar todos los aspectos de la vida humana, siempre encuentra limitación, engaño o desgracia. ¿De qué sirve todo lo que hacemos?, ¿no es la vida humana un intento inútil?, ¿se puede conseguir la felicidad?

La parábola del rico necio nos presenta una actitud muy distinta: la de un hombre seguro de sí mismo, que cree que su felicidad se identifica con lo que hace y tiene.

Son dos actitudes distintas, pero igualmente comunes en el corazón humano. ¿No somos una curiosa mezcla de estas dos posturas? Por una parte, autosuficientes y seguros, como si la felicidad fuera algo que podemos comprar y asegurar por nosotros mismos; por otra, pesimistas y desengañados, como si nada valiera la pena y la vida careciera de sentido. También nuestra sociedad de consumo y de la técnica parece una mezcla de estas dos actitudes: quiere infundirnos seguridad y confianza, como si tuviera la fórmula de la felicidad -idea repetida machaconamente en los anuncios de la televisión-, a la vez que se palpa en ella la inquietud y el desconcierto, la falta de rumbo y de sentido a la vida, su caminar de crisis en crisis.

¿Hay una respuesta cristiana a todo esto? La actitud de Jesús no es la del pesimista: su mensaje es anuncio de una "gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2,10); tampoco la del hombre seguro de sí mismo: la crítica que hace de él es total. ¿Será la suya una especie de actitud intermedia? No; ésta será una respetable actitud humana, no sé si realizable, pero no es la actitud de Jesús ni debe ser la del cristiano.

La respuesta cristiana es "caminar", abrirnos a la vida de Dios manifestada en Jesús, ahondar en sus planteamientos. La respuesta cristiana definitiva está siempre "más allá".

2. La riqueza acumulada es pecado

Las palabras que dirige Jesús a los ricos y a los que están saciados deberían resonar como un mazazo en nuestra civilización de consumo, en nuestra economía del lujo, en nuestra locura de producir sin haber determinado previamente qué hombre, qué sociedad y qué clase de vida queremos construir o estamos construyendo.

El problema del mundo moderno, como el problema del rico, no es que no posea bienes, sino que no sabe usarlos ni distribuirlos bien, no sabe someterlos a su servicio, no hace que sirvan a todos los demás, no acierta a destruir todo lo que está hipotecando el futuro humano.

La riqueza acumulada -por individuos o naciones es un pecado social gravísimo: esa riqueza que uno guarda para sí solamente, esa riqueza que nos convierte en sus esclavos, esa riqueza que impide que los demás tengan lo necesario para vivir con dignidad. Carecer de los bienes imprescindibles para una vida humana digna es un estado lamentable, del que hemos de guardarnos y preservar a los demás, porque crea en los que lo padecen una preocupación, un tormento, una esclavitud, que les impiden ser libres y ponerse a disposición de los demás. Tener demasiados bienes es también una preocupación y una esclavitud, del mismo estilo que la anterior, de la que nos debemos liberar y ayudar a los demás a liberarse.

El rico necio no es aquel que tiene las manos llenas, porque se pueden tener llenas y abiertas: ¡pronto quedarán vacías! Ni el pobre verdadero es el que tiene las manos vacías, porque las puede tener vacías y cerradas. Pobre, según la primera bienaventuranza de Jesús, es el que tiene las manos abiertas, tanto si están llenas como si están vacías; es el que lo espera todo, lo da todo, lo recibe todo..., y así vive en los que ama y le aman. No nos debe preocupar si tenemos mucho o poco, siempre que tengamos lo necesario. Lo único decisivo es saber si lo estamos compartiendo. Si los bienes que tenemos los estamos compartiendo, somos pobres de espíritu y no tardaremos mucho en serlo de bienes materiales. Si nos atrincheramos en ellos y los guardamos, somos ricos necios.

3. "Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia"

Este pasaje es propio de Lucas. Nos narra un caso real sobre una herencia y una parábola que generaliza el hecho.

El apego a las riquezas y el afán de lucro es un tema que Lucas trata con insistencia, sin que esté ausente de los demás evangelistas. Subraya constantemente el peligro que entrañan para la vida de fe y para la comunidad cristiana.

¿Por qué esta insistencia? Seguramente porque el afán desmedido de poseer estaba poniendo en peligro la unidad de la comunidad, el amor fraterno y la vivencia de la espiritualidad evangélica. Peligro presente en todas las épocas de la Iglesia.

A la vez, insistía en la pobreza y el desprendimiento radicales como único camino válido para un discípulo de Jesús.

Las palabras de Jesús sobre el afán de riquezas están motivadas por la petición, hecha probablemente por el menor de dos hermanos, a que intervenga ante su hermano mayor para que le dé la parte que le corresponde de la herencia. Como el derecho a la herencia estaba regulado por la ley mosaica, que favorecía notablemente a los primogénitos, era frecuente acudir a los rabinos para que hicieran de árbitros.

En este caso parece que el hermano mayor no quiere entregarle su parte. El hombre acude a Jesús, al que trata como doctor de la ley, para que ejerza su influencia sobre su hermano injusto.

Jesús rechaza este papel de mediador. Es natural: la vida humana transcurre frecuentemente por caminos distintos a los suyos. Los bienes, las riquezas en general, no son para el hombre la fuente de su vida. Por eso, para Jesús eran cuestiones muy secundarias. ¿Para qué defender un egoísmo de otro? El afán de riquezas era el verdadero motivo del conflicto que querían que Jesús resolviera. De ahí las palabras que dirigió a continuación a la gente, invitándola a guardarse "de toda clase de codicia".

Son los valores del reino de Dios los que mueven a Jesús a actuar y son los que deben mover a la Iglesia. Su negativa no debe interpretarse como si las cuestiones económicas y sociales no tuvieran ninguna relación con el reino de Dios, pero sí que es inútil resolverlas desde una óptica individualista o pretendiendo que la autoridad religiosa asuma unas funciones que corresponden a la autoridad civil. El mensaje de Jesús fundamenta una verdadera ética social, pero no es un código para resolver cada caso particular ni para establecer un determinado orden temporal en la sociedad. No se puede invocar el evangelio en favor de un determinado modelo de sociedad, porque ninguno agotará sus posibilidades.

El olvido de tan elemental principio ha llevado a la Iglesia a enfrentamientos innecesarios con las autoridades civiles. Su misión es explicar a los cristianos el sentido del evangelio y su relación con lo temporal, sin pretender dar una solución definitiva, pero sí defendiendo siempre los derechos de los marginados y explotados de la sociedad.

Plantear a Jesús problemas de herencias es no entender nada de su mensaje. Ni en los casos en que las riquezas fueran bien adquiridas, como fruto del esfuerzo personal o de la suerte. La cuestión es siempre la misma: no son un bien definitivo, para siempre. ¡Cuántas divisiones y enfrentamientos se producen por cuestiones de dinero y de herencias! Incluso entre hermanos, como vemos en este pasaje. El afán de dinero es una idolatría, a la que sacrificamos todo: hermanos, amigos, el buen entendimiento entre los hombres y entre las naciones. Se lo sacrificamos todo como si fuera un absoluto, como si dependiese de él la felicidad y el sentido de nuestra vida.

4. Todos los bienes temporales son relativos

"Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Todos los bienes temporales son relativos, transitorios, no producen la felicidad a que puede aspirar el corazón humano. Las riquezas no salvan de un cáncer o de un infarto; siempre quedan más acá de la muerte.

Además, traen con frecuencia desazones, ambiciones, falsas seguridades que nos atan a la tierra, que nos impiden ser nosotros mismos, que nos convierten en esclavos y nos dejan con las manos vacías a la hora de la verdad.

El afán de riquezas no queda limitado por el deseo de poseer bienes materiales; incluye también todo lo que no es definitivo o escatológico: la cultura, el prestigio personal, el bienestar, las diversiones... Todas estas realidades hemos de verlas en función de "los bienes de allá arriba, donde está Cristo" (Col 3,1). No pueden impedirnos responder a las llamadas de Dios.

El desprestigio del afán de riquezas nace de la experiencia cotidiana, accesible a la mirada más simple: la colosal desproporción que existe entre el trabajo que ponen los hombres por poseer muchas cosas y el hecho de que esos bienes no sirven en absoluto más allá de esta vida. De esa forma, el hombre pasa casi toda su existencia acumulando unos bienes que, en definitiva, no le sirven para nada.

La espera de la vida futura no puede alejarnos de las responsabilidades presentes. Pero sí empujarnos a dar a cada cosa su verdadero valor. Y las riquezas, que deberían aliviar la vida, son normalmente causa de su ruina al desviarnos de la verdadera dirección. Hemos de reconocer que la relación existente entre el afán de riquezas y el evangelio de Jesús es nula. A una sociedad como la nuestra, apasionada por los bienes materiales y el confort, que ni siquiera deja indiferentes a los más fogosos contestatarios de la sociedad de consumo, ávida de loterías y quinielas, lo único que podrá equilibrarla y darle ese sentido que necesita es el redescubrimiento del destino verdadero del hombre. Un destino que está en Dios, en todo lo que él significa para el hombre.

5. La parábola

La parábola del rico necio explica la idea de Jesús sobre la verdadera riqueza del hombre, sobre qué debe poner su afán. El protagonista es un rico agricultor que expresa su pensamiento y el modo de situarse ante la vida. Es un hombre rico al que todo le sale bien, que está seguro de sí mismo, de lo que posee, y que se promete una vida larga y feliz. Un hombre que se dispone a gozar sin tener en cuenta ningún otro valor ni finalidad en su vida, que entiende únicamente como confort, prescindiendo de Dios y de los demás. No hay en él ningún pensamiento generoso, de altruismo, de ayuda a los demás. En su reflexión repite hasta catorce veces palabras que expresan su egocentrismo y soledad.

"Túmbate, come, bebe y date buena vida". Este hombre es un egoísta que necesita llenar su tiempo y su espacio, pero no se le ocurre más que llenarlo de propiedad privada. No piensa en los otros: obreros, vecinos... Más que poseer riquezas, éstas le poseen a él. Puede tener la apariencia de un hombre emprendedor, que crea puestos de trabajo: "Derribaré los graneros y construiré otros más grandes"; pero, en realidad, sólo monta estructuras a su servicio personal. No crea esquemas económicos que favorezcan a los desposeídos; no hace historia humana, sólo acapara.

¿Qué hacer con un hombre así en el mundo a que aspira Jesús?, ¿qué sentido tendrá su vida? Nadie podrá reconocerlo como hermano, porque no se preocupó de nadie. Jesús ataca esta manía enfermiza de asegurarse la vida material individualmente o por clanes familiares. Hay que buscar los medios económicos necesarios para una vida humana digna, pero comunitariamente y para el conjunto de la humanidad. Parece evidente que no se puede servir a Dios y a los intereses de las grandes empresas industriales, bancarias o latifundistas privadas. Ni a las modernas multinacionales.

Hay que trabajar por una sociedad fraternal sin propiedad privada privante. Todo lo demás vendrá solo, lo traerá la auténtica fraternidad.

Jesús no ve posible que un hombre cambie su corazón sin cambiar su relación con el dinero y con todo lo que éste representa. Cambio que implica una profunda transformación en las estructuras sociales, políticas y económicas. Cambio necesario para poder entender los verdaderos problemas del mundo. Cambio que exige dejar de defender los intereses privados, las propias conveniencias y seguridades.

Dios interviene en el monólogo del rico: también él tiene algo que decir en la vida del hombre. El proyecto del rico no tiene futuro verdadero. Todo aquel que convierte la finalidad de su vida en amontonar riquezas es un necio, porque los hombres estamos llamados al encuentro con Dios, a vivir para siempre en su reino del compartir. Todos los bienes del hombre son muy secundarios: son medios para la vida, nunca fines. La verdadera riqueza y el afán de todo hombre bien nacido no puede ser otro que ser "rico ante Dios".

"Esta noche te van a exigir la vida". La vida es mía, pensamos; puedo hacer con ella lo que quiera. Y lo hacemos. Pero se nos escapa inexorablemente de las manos, se nos escurre con el paso de los días. La vida no es objeto de dominio como los bienes de la tierra; por eso tenemos que apoyarnos en otras cosas. ¿Qué queda de nuestra niñez, de nuestra juventud, de la plenitud de nuestras fuerzas... cuando nos vamos adentrando en la vejez? De poco nos valdrá hacer grandes proyectos volcados exclusivamente en la acumulación de riquezas, de honores, de poder..., si cuando nos llegue la hora decisiva nos encontramos vacíos de Dios y de nosotros mismos.

Deberíamos, a la luz de esta parábola, echar una mirada en profundidad a nuestra vida entera. ¿Qué bienes estamos acumulando?: ¿dinero -o cosas que se pueden comprar con él- o una vida entregada a un noble ideal? Las cosas que verdaderamente valen la pena no pueden comprarse con dinero.

6. Dos tipos de riqueza

Nos gusta ver a los niños jugando, divirtiéndose en su mundo de fantasías; son felices con lo que tienen y viven. Pero es muy triste que los adultos nos encerremos voluntariamente en un mundo que absolutiza lo que sólo es relativo. ¿No es así como vivimos? Esto es lo que significa "amasar riquezas para sí y no ser rico ante Dios".

Jesús contrapone dos tipos de riqueza: la que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la que el hombre pone al servicio del espíritu. La primera se cierra sobre el hombre; la segunda abre su vida al misterio, más allá de la frontera de la muerte, a la plenitud para siempre, a la vida con Dios y con todos los demás en su reino. "Es rico ante Dios" el desprendido, el que ha convertido su vida en un don para los otros, el que pone al servicio de los demás todo lo que es y todo lo que tiene.

El presente texto evangélico nos ha mostrado tres maneras distintas de tomarse la vida: el que espera que los demás le solucionen todos sus problemas, sin hacer nada de su parte y sin ningún tipo de responsabilidad personal; el que no confía en nadie, sino sólo en los bienes materiales; y el que convierte toda su vida en servicio y solidaridad con los demás. ¿Qué deberíamos hacer los cristianos para que los bienes materiales, culturales, artísticos, científicos... fueran un bien para toda la humanidad y estuvieran al servicio de cada hombre? Si sacáramos todas las consecuencias de este relato, tendríamos motivos suficientes para confiar en la proyección humana del evangelio y para iniciar el cambio que nuestra sociedad está necesitando. Fue quizá la proyección humana que Jesús dio a su mensaje la causa principal de su asesinato.

(Aporte de FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ, ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET – 2  PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 182-189)

 

 

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