Cuentan que el cardenal Nicola Cusano (1401-1464,
obispo de Bressanone), tuvo un "sueño" donde le fue mostrada una realidad
espiritual ordinariamente ignorada u olvidada por el mundo:
el poder del abandono, de la
oración y del
sacrificio de las
almas que se ofrecen como madres y padres espirituales en el secreto del corazón.
"Entrando en una
iglesia pequeña y muy antigua, millares de almas consagradas rezaban... el cardenal nunca había visto rezar tan intensamente... Sus brazos estaban abiertos y las manos dirigidas hacia lo alto, en una posición de
ofrenda.
Lo increíble de esta visión es el hecho que estas almas, en sus pobres y sutiles manos, sostenían hombres y mujeres, emperadores y reyes, ciudades y naciones.
A veces las manos se estrechaban alrededor de una ciudad; otras veces una nación se extendía sobre un muro de brazos que la sostenía. Alrededor de cada persona orante se extendía un halo de silencio y de discreción. Pero la mayor parte sostenían en la mano sólo un hermano o hermana. En las manos de una joven y delgada religiosa, casi una niña, el cardenal Nicola vio al
Papa. Se comprendía cuánto la carga pesaba sobre ella,
pero su rostro brillaba de alegría. En las manos de una anciana religiosa estaba él mismo... Él se reconoció claramente con sus arrugas y con los defectos de su alma y su vida. (...)
El cardenal miró fijamente a las mujeres víctimas voluntarias. Él había siempre sabido de su existencia. Pero nunca le había sido tan claro qué significaban ellas para la Iglesia, para el mundo, para los pueblos y para cada persona; sólo ahora lo comprendía con consternación... y se inclinó profundamente delante de las mártires del
amor." (Cf. Documento "
Adoración Eucarística para la santificación de los
sacerdotesy maternidad espiritual", Congregatio pro clericis)
Este es el poder de la oración y el sacrificio.
Es lo que sostiene el mundo. Es lo que atrae la
misericordia de Dios y hace llover
gracias sobre todos los hombres. Muchas veces pensamos que lo valioso son las
grandes acciones, lo que brilla, lo heróico, las bellas palabras... Todo eso tiene sin duda un gran valor. Y sin embargo me atrevería a decir que lo que más atrae los ojos de Dios son aquellas almas silenciosas, sencillas, que brillan poco a los ojos de los hombres pero que están constantemente unidas a Él en el secreto de su alma, que viven con los ojos puestos en Él, presentándole las necesidades del mundo y suplicándole que se haga presente entre los hombres.
Hay vocaciones particulares y
misiones diferentes, podemos hacer el bien y llevar a
Cristo de muchas maneras. Pero nadie puede prescindir de esta dimensión:
respaldarlo todo con la oración. La oración y la ofrenda de la propia vida a Dios es lo que permite dar frutos abundantes, multiplica todo lo que hacemos y lo que somos, atrae al Espíritu Santo para que Él haga su obra en las personas a las que ayudamos. No importa cuántas cosas hagamos o cuál sea el estilo de nuestra vida, siempre podemos vivir interiormente así: con las manos hacia lo alto en ofrenda e
intercesión,
sosteniendo ahí a las almas que Dios nos confía.
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