«Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue
según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla
[…]
a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y
no sea indiferente a sus penas y gemidos […]
a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino
que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos […]
a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras […]
a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,
dominando mi propia fatiga y mi cansancio […]
a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo»
(Diario 163).
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