30 ene 2018

LECTIO DIVINA DEL 5° DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO CICLO B.
Domingo 4 de febrero de 2018.
Job 7,1-4.6-7; 1° Corintios 9,16-19.22-23; San Marcos 1,29-39.


“¿Quién está más enfermo, el que se siente molesto con su enfermedad y llama al médico, o el que prefiere ignorar su enfermedad y no se toma la molestia de llamarlo?”
(San Agustín, Sermón 175,2,2)

Oración inicial:
“Señor Jesús, no curan las heridas y males del alma, una hierba o un bálsamo, sino tu Palabra, que todo lo crea y sostiene. Acércate a nosotros y extiende tu mano fuerte, para que asidos a ella, podamos dejarnos levantar, podamos resucitar y comenzar a ser tus discípulos. Jesús, tú eres la puerta de las ovejas, la puerta abierta en el cielo: a ti nos acogemos, con todo lo que somos y llevamos en el corazón. Llévanos contigo, en el silencio, en el desierto florido de tu compañía y allí enséñanos a orar, con tu voz, con tu Palabra para que lleguemos a ser anunciadores de tu Reino. Envíanos tu Espíritu con abundancia, para que te escuchemos con todo el corazón y con   toda el alma”. Amén.

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Job 7,1-4.6-7; 1° Corintios 9,16-19.22-23; San Marcos 1,29-39.

Claves de lectura:

1. "Para eso he venido" (Evangelio).
Este evangelio nos muestra que el trabajo que Jesús hizo sobre la tierra era una exigencia totalmente desmesurada. Debía buscar a las «ovejas descarriadas de Israel», una tarea que, dada la situación espiritual y religiosa del país, era imposible de llevar a cabo y a la que no obstante él se entrega con todas sus fuerzas. Cuando cura a la suegra de Pedro, «la población entera se agolpa a la puerta» de la casa; entonces cura a muchos enfermos y expulsa muchos demonios. Jesús se levanta de madrugada para poder por fin orar a solas. Pero sus discípulos le siguen y cuando le encuentran le dicen: «Todo el mundo te busca». Le buscaban los mismos de la noche anterior. Jesús no se excusa diciendo que ahora quiere rezar, sino que evita encontrarse de nuevo con la multitud alegando otro trabajo: en «las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido». Y las aldeas son sólo el comienzo: «Así recorrió toda Galilea». El auténtico apóstol cristiano puede tomar ejemplo del celo incansable de Jesús: aunque la tarea que tenga ante sí le parezca irrealizable desde el punto de vista humano, trabajará tanto como le permitan sus fuerzas; el resto será completado por su sufrimiento o al menos por su obediencia interior. Pero esta interioridad nunca puede ser una excusa para no hacer todo lo que pueda.

2. "Esclavo de todos" (2° Lectura).
Pablo, en la segunda lectura, sigue el ejemplo del Señor en la medida de lo posible. Ha recibido de Dios la tarea de anunciar el evangelio, y esto es para él un deber, no lo hace por su propio gusto. Pablo puede, para mostrar a Dios su libre obediencia, renunciar a una paga, pero nada le exime del deber estricto de comprometerse plenamente en la tarea que le ha sido confiada. No se presenta como el gran señor que está en posesión de la verdad, sino como el esclavo que está al servicio de todos. El apóstol dice (en los versículos que se han omitido en la lectura) que se hace esclavo de los judíos (se introduce en la mentalidad judía para hablar a los judíos del Mesías), esclavo de los paganos (para anunciarles al Redentor del mundo) y finalmente (aquí prosigue la lectura) esclavo de los débiles (aunque él se considera fuerte) para ganar también para Cristo, en la medida de lo posible, a los poco inteligentes, a los inseguros, indecisos y versátiles. No se olvida de nadie: «Me he hecho todo a todos», y esto no con la seguridad del que es ya partícipe de la promesa del evangelio, sino con la esperanza del que participa también él en lo que anuncia a los demás.

3. (1° Lectura).
Como "servicio" (militar): así define el pobre Job, en la primera lectura, la vida del hombre sobre la tierra. El hombre no es un señor, sino une esclavo que «suspira por la sombra»; no es un amo (el amo es Dios), sino un «jornalero». Se trata de una característica general de la efímera vida del hombre. Cristo y su apóstol no contradicen esta descripción de la vida humana. Sólo que la inquietud, la desazón de que habla Job, se ha convertido en la Nueva Alianza en el celo indomeñable de trabajar por Dios y su reino, ya se realice esto mediante una actividad exterior o mediante la oración. Porque también la oración es un compromiso del cristiano por el mundo, y ciertamente tan fecundo o incluso más fecundo que la actividad externa.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 137 s.)
MEDITACIÓN.

“Curó a muchos enfermos”.
El pasaje evangélico de este domingo nos ofrece el informe fiel de una “jornada tipo” de Jesús. Cuando salió de la sinagoga, Jesús se acercó primero a casa de Pedro, donde curó a la suegra, quien estaba en cama con fiebre; al llegar la tarde le llevaron a todos los enfermos y curó a muchos, afectados de diversas enfermedades; por la mañana, se levantó cuando aún estaba oscuro y se retiró a un lugar solitario a orar; después partió a predicar el Reino a otros pueblos. De este relato deducimos que la jornada de Jesús consistía en un trenzado de curar a los enfermos, oración y predicación del Reino. Dediquemos nuestra reflexión al amor de Jesús por los enfermos, también porque en pocos días, en la memoria de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, se celebra la Jornada mundial del enfermo.
Las transformaciones sociales de nuestro siglo han cambiado profundamente las condiciones del enfermo. En muchas situaciones la ciencia da una esperanza razonable de curación, o al menos prolonga en mucho los tiempos de evolución del mal, en caso de enfermedades incurables. Pero la enfermedad, como la muerte, no está aún, y jamás lo estará, del todo derrotada. Forma parte de la condición humana. La fe cristiana puede aliviar esta condición y darle también un sentido y un valor.
Es necesario expresar dos planteamientos: uno para los enfermos mismos, otro para quien debe atenderles. Antes de Cristo, la enfermedad estaba considerada como estrechamente ligada al pecado. En otras palabras, se estaba convencido de que la enfermedad era siempre consecuencia de algún pecado personal que había que expiar.
Con Jesús cambió algo al respecto. Él «tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades» (Mateo 8, 17). En la cruz dio un sentido nuevo al dolor humano, incluida la enfermedad: ya no de castigo, sino de redención. La enfermedad une a él, santifica, afina el alma, prepara el día en que Dios enjugará toda lágrima y ya no habrá enfermedad ni llanto ni dolor.
Después de la larga hospitalización que siguió al atentado en la Plaza de San Pedro, el Papa Juan Pablo II escribió una carta sobre el dolor, en la que, entre otras cosas, decía: «Sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo» (Cf. «Salvifici doloris», n. 23. Ndt). La enfermedad y el sufrimiento abren entre nosotros y Jesús en la cruz un canal de comunicación del todo especial. Los enfermos no son miembros pasivos en la Iglesia, sino los miembros más activos, más preciosos. A los ojos de Dios, una hora del sufrimiento de aquéllos, soportado con paciencia en unión con Jesús, puede valer más que todas las actividades del mundo.
Ahora una palabra para los que deben atender a los enfermos, en el hogar o en estructuras sanitarias. El enfermo tiene ciertamente necesidad de cuidados, de competencia científica, pero tiene aún más necesidad de esperanza. Ninguna medicina alivia al enfermo tanto como oír decir al médico: «Tengo buenas esperanzas para ti». Cuando es posible hacerlo sin engañar, hay que dar esperanza. La esperanza es la mejor «tienda de oxígeno» para un enfermo. No hay que dejar al enfermo en soledad. Una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos, y Jesús nos advirtió de que uno de los puntos del juicio final caerá precisamente sobre esto: «Estaba enfermo y me visitaste... Estaba enfermo y no me visitaste.» (Mateo 25, 36. 43).
Algo que podemos hacer todos por los enfermos es orar. Casi todos los enfermos del Evangelio fueron curados porque alguien se los presentó a Jesús y le rogó por ellos. La oración más sencilla, y que todos podemos hacer nuestra, es la que las hermanas Marta y María dirigieron a Jesús, en la circunstancia de la enfermedad de su hermano Lázaro: «¡Señor, aquél a quien amas está enfermo!» (Juan 11,3. Ndt).

(Aporte del P. Rainiero Cantalamessa,  ofm cap. Comentario a las lecturas de 5°Domingo del Tiempo  durante el año, ciclo B, 3 febrero 2006)

Para la reflexión personal y grupal:
¿De qué enfermedad el Señor tiene que sanarme?
¿Qué medicina, que gestos, que maneras tiene Jesús ante la enfermedad?
¿Cuál es mi experiencia de acompañamiento a enfermos?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Jesús no se ha dejado destruir por el activismo. No se ha "vaciado" en la actividad agotadora de cada jornada. Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso, después de anochecer, sabe encontrar tiempo para reavivar su espíritu.
Según la información de Marcos, Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un lugar solitario y, allí, se entregaba a la oración.
Cuando, al amanecer, los discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea. El cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad.
Un día las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la impotencia, el hastío.
Las raíces del cansancio pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos aburre.
Perdemos energías en las mil contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras fuerzas. Nos vaciamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no cuidamos el alimento de nuestro espíritu.
¿Qué hacer cuando la alegría interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?
Quizás, lo primero sea aceptar con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al mismo tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces.
Hay una oración callada, humilde y confiada que puede devolvernos el aliento y la vida en las horas bajas del cansancio y el agobio.
Todos necesitamos, de alguna manera, saber retirarnos a "un lugar solitario" para enraizar de nuevo nuestra vida en lo esencial.
Necesitamos más silencio y soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e importantes que hemos descuidado día tras día.
Esa oración no es huida cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 189 s.)
Oración final:
“Padre creador, que escuchas y atiendes los clamores de la humanidad, y que en Jesús nos mostraste el proyecto de bondad y libertad para tus hijos. Haz de nosotros creyentes audaces, que libres de todo afán de dominio o ganancia sepamos ser servidores de todos, especialmente de tus hijos solos y abandonados. Que seamos constructores de un mundo sin exclusiones en el que todos quepamos con igual dignidad e iguales oportunidades, para que la humanidad que sufre pueda también un día levantarse y tomar su lugar en el mundo”. Amén.




Hno. Javier

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