19 sept 2018

LECTIO DIVINA DEL 25° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.



Domingo 23 de septiembre de 2018.
Sabiduría 2,12.17-20;  Santiago 3,16-4,3; San Marcos 9,30-37.
Oración inicial:
“Señor Jesús, tú has venido a mostrarnos la manera de ser y la forma de vivir siendo el más importante de todos…; nos has mostrado tanto con tu vida, y ahora con tus enseñanzas, que para ser el más importante de todos, es cuestión de servir y darse a los demás, de actuar de corazón y de vivir en actitud de entrega y disponibilidad. Por eso, Señor, te pedimos que nos ayudes a asumir y a adecuarnos a tu manera de ser, a entender la dimensión de tu vida, para amar  y ser capaces de ser los últimos, para mejor servir y mejor darnos a los demás, en un proceso continuo de identificación contigo, de escucha atenta de tu  Palabra y  apertura a tu Espíritu”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Sabiduría 2,12.17-20;  Santiago 3,16-4,3; San Marcos 9,30-37.

Claves de lectura:

1.                  «Veamos el desenlace de su vida». (1° Lectura).
Resulta obligado aplicar este texto de la primera lectura al «Hijo de Dios», a Cristo. Cada uno de sus versículos concuerda con su comportamiento y con el de sus enemigos. El les ha echado en cara realmente sus pecados, su traición a la ley de Dios y a la auténtica tradición; y ellos han decidido su muerte, una «muerte ignominiosa». Las injurias de que Jesús fue objeto al pie de la cruz se corresponden con las de los malvados aquí descritos: si es realmente el Hijo de Dios, su Padre se ocupará de él; veamos si Dios le proporciona la ayuda con la que dice contar. Así considerada, la cruz de Cristo sería la prueba de que los enemigos que le condenaron a muerte tenían razón, aunque su muerte haya demostrado, como ellos pretendían, «su moderación y paciencia»: no ha sabido defenderse.

2.                  «El servidor de todos». (Evangelio).
El evangelio de hoy parece confirmar una vez más la concepción de los «malvados», según la cual el cristianismo sería una doctrina para niños indefensos y para los que quieren convertirse en tales: para la gente débil. Y sin embargo lo que se dice en él trastoca radicalmente todo lo dicho y hecho hasta ahora. En lugar de los malvados que acechan, aparece ahora la enseñanza de Jesús a sus discípulos: él será entregado en manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día. Pero es él mismo el que determina su destino, no ellos; y lo hace con una libertad suprema, como obra de su voluntad firme y decidida, obediente a Dios. Y en lugar de los malvados aparecen, como su desenmascaramiento y caricatura, los discípulos, que, después de haber oído esta enseñanza sin haber comprendido una palabra de la misma, discuten entre sí sobre quién es el más grande o el más importante. Ser grande y poderoso se opone a la paciencia y a la moderación de que Cristo hace gala. Entonces Jesús, cuya predicción no encuentra ningún eco entre los suyos, toma a un niño en sus brazos para demostrar en él, -en alguien cuya esencia todos conocen y comprenden la verdad que proclama toda su existencia: el más grande, Dios, manifiesta su grandeza humillándose y poniéndose en el último lugar como servidor de todos; y el niño, el más débil de los seres humanos, que por esencia ha de ser cuidado y acogido, es el símbolo real de este Dios que es acogido cuando se acoge a un niño: primero el Hijo humillado, pero en él también el Padre, que ha consentido esta humillación. Dios, en su servicio de esclavo asumido por libre amor hacia todos los malvados y embriagados de ansia de poder, se manifiesta justamente como el mayor de todos. ¿Quién tiene el coraje de seguirle?

3.                  «No pueden alcanzarlo». (2° Lectura).
La amarga segunda lectura, que desvela sin contemplaciones el interior pecaminoso del hombre ante Dios, saca ahora las consecuencias. El ansia de poder y grandeza, que es la causa de no pocas guerras y conflictos entre los hombres, no conduce a nada porque el «ambicioso», el «codicioso» es contradictorio en sí mismo. Ambiciona cosas que contradicen su naturaleza, vive en el «desorden» y se opone a «la sabiduría que viene de arriba». Por eso no obtiene nada cuando pide este tipo de sabiduría; no puede recibir nada porque para recibir debería ser como un niño: «amante de la paz, comprensivo, dócil». Sólo la doctrina de Jesús resuelve la contradicción interna que anida en el corazón del hombre, en la que éste se enreda y de la que no puede liberarse por sí solo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 193 s.)


MEDITACIÓN.

La escena evangélica que acabamos de leer presenta dos partes: una primera en la que los apóstoles manifiestan no entender a Jesús, y otra en la que Jesús indica a los suyos que, quien quiera ser el primero, tiene que hacerse el último. Nuevamente nos encontramos la cuestión de la fe; o, mejor dicho: lo difícil que puede llegar a ser convertirse en un hombre de fe, en un creyente.
Mucho se ha hablado y escrito sobre si la fe se puede o no razonar; sobre si, aunque no sea demostrable, al menos puede ser lógica, comprensible, acorde con la estructura psicológica humana y muchas otras cuestiones que no son para tratar ahora aquí. Todo esto es importante, pues ayuda a una mejor comprensión de la fe, del hecho en sí, de sus mecanismos, del engarce psicológico y vital que ésta puede encontrar en el hombre, etc.
Pero todo esto, con ser importante y necesario, en muchas ocasiones puede quedarse en un discurso académico. Lo más importante no es que el hombre discuta y dialogue sobre cómo puede ser esto de la fe, sino que la viva; como sucede con la alegría, la amistad, la felicidad o el amor, donde lo importante no es soñar con esas realidades, sino vivirlas.
La fe es una amistad, una relación personal, una confianza; es, por tanto, una vivencia, una experiencia; y no una costumbre social, una rutina, un atavismo tradicional; ni una suma de ritos, de prácticas superficiales, de actos semimágicos, etc. En cuanto relación personal, lo más importante es una persona, un Alguien con quien convivimos, con quien entrelazamos y entretejemos nuestra vida, un Alguien con quien contamos, a quien consultamos a la hora de tomar decisiones en nuestra existencia; un Alguien cuyas ideas influyen e informan nuestras ideas y, por lo tanto, nuestra vida; un Alguien cuya vida es un modelo a seguir e imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo meramente pensado, razonado o razonable, y es algo mucho más profundo, más serio y más vital.
La fe vivida y entendida como un confiar plenamente en Jesús; los discípulos que no entienden las palabras de Jesús, porque están en franca contradicción con lo que ellos imaginaban y suponían, en contradicción con la imagen y el juicio previos que ellos se habían forjado de lo que tenía que ser el Mesías, el Enviado de Dios: un ser fuerte y potente, que con brazo enérgico controlaría las fuerzas adversas y doblegaría todo lo que andaba mal en el mundo; y Jesús, que les habla de morir nada menos que ejecutado por mano de los hombres. Aquello no tenía sentido; era ilógico, incomprensible; no tenía sentido, no había manera de encontrarle una explicación medianamente aceptable. Pero, por encima de todo eso, estaba la fe, es decir: los apóstoles confiaban en Jesús; y, a pesar de las dudas y recelos, siguen con él; discutiendo, hablando en unos términos muy impropios de un discípulo de Jesús (¿quién es el más importante?), pero siguen con él.
Todavía tendrán que pasar por muchas dificultades, por muchas dudas, por muchas noches oscuras (Lucas dirá que se les abrió el entendimiento tiempo después de la resurrección -cfr. Lc. 24, 45-; Tomás será reacio incluso al testimonio de sus compañeros; Juan entró en el sepulcro vacío y entonces creyó, "porque aún no habían entendido lo que dice la Escritura: -Jn. 20, 8-; y así un largo etcétera). Pero siguieron adelante, confiando en Jesús, hasta que vieron que había merecido la pena aquella fidelidad y aquella constancia. Pero también podríamos decirlo al revés: sólo porque habían puesto, por encima de todo, la confianza en Alguien, en Jesús, pudieron seguir adelante y atravesar las noches oscuras, las situaciones incomprensibles, las palabras aparentemente ilógicas y sin sentido del Maestro, ir más allá de las simples apariencias.
Sólo la fe podía hacer comprensible para los apóstoles aquellas palabras de Jesús: "El que quiera ser el primero, que se haga el último". Nosotros hoy día estamos ya muy acostumbrados a la frase, pero si la escuchásemos por primera vez nos sonaría a algo absurdo, ilógico, estúpido; nos sonaría tan absurdo como nos podría sonar que nos dijeran: si quieres estar sano, ponte enfermo. Pero estamos acostumbrados a ella y nos causa poca impresión; además, andamos muy ejercitados en la tarea de parecer los últimos siendo los primeros o los segundos -o procurando serlo, que aún es peor-; es decir, hemos aprendido a nada y guardar la ropa, y tan tranquilos. Sin darnos cuenta que, en el fondo, eso significa que, a pesar de lo que digamos, tampoco nosotros entendemos muy bien que para ser los primeros tengamos que ser los últimos. Y no lo entendemos porque nos falta fe, porque no confiamos de verdad en Jesús: le llamamos Señor, pero recelamos de él y de sus capacidades y posibilidades; y por eso, "por si acaso", preferimos tener nuestros propios medios, nuestros propios recursos, nuestras reservas y nuestras seguridades; las palabras de Jesús no nos acaban de bastar y necesitamos otras cosas; diga lo que diga él, nosotros tenemos que procurar a toda costa no quedarnos los últimos, porque eso sería una catástrofe, una tragedia.
No lo podemos negar; ser el último, en nuestra sociedad, es una tragedia: el último de la clase se lleva las broncas de los maestros y padres; el último en la oposición hace la risa de todos; el último en dinero está fuera del sistema; el último en belleza nos es repugnante; el último en fama es un pobre desgraciado; el último en amor es idiota o tonto. Y Jesús, a lo suyo; que el último será el primero. ¿Quién puede entender esto? Nadie, o muy pocos, si no hay, por delante, una confianza plena y total en Jesús y, como consecuencia, en lo que él dice, en lo que él enseña, en lo que él indica.

(Aporte de LUIS GRACIETA, DABAR 1985, 47)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Por qué queremos ser siempre los primeros?
¿Qué implica en nuestra vida hacernos servidores de todos?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

"El hombre es invitado a compartir los sufrimientos de Dios a manos del mundo ateo. El hombre debe zambullirse en la vida del mundo incrédulo, pero sin pretender paliar su incredulidad con una apariencia religiosa y sin intentar transfigurarla... Ser cristiano no significa ser religioso de una manera especial, o cultivar una forma concreta de ascetismo. Ser cristiano significa ser hombre. Lo que convierte al cristiano en cristiano, no es un acto religioso particular, sino la participación en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo... Jesús no nos invita a una nueva religión: Jesús nos invita a la vida. ¿Qué es esta vida y esta participación en la impotencia de Dios en el mundo?... Volveremos a hablar de ello otra vez".
(Aporte del teólogo protestante alemán DIETRICH BONHOEFFER)
(Pero para el escritor de estas líneas no hubo "otra vez". La Gestapo entró en su celda y se lo llevó. Así, en lugar de hablar sobre la participación en el sufrimiento de Dios en el mundo, él mismo participaba efectivamente).

Para orar:
“Toda la providencia es un anhelo de servir.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;
donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú;
sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y la de ser justo,
pero hay sobre todo, la inmensa,
la hermosa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo
si todo él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.
No caigas en el error
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios:
arreglar una mesa,
ordenar unos libros,
peinar una niña.
Aquél, el que critica,
éste, el que destruye;
sé tú el que sirve.
El servir no es una faena de seres inferiores.
Dios que es el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse…¡el que sirve!
Y tiene sus ojos en nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol? ¿A tu hermana? ¿A tu madre?

(GABRIELA MISTRAL, poetiza chilena)

Oración final:
“Concédenos, Señor, por intercesión de María, tu Madre y nuestra Madre, la gracia de saber amar como servidores que están a disposición del Evangelio. Que no nos convirtamos en perseguidores de nuestros hermanos, que no los humillemos ni les hagamos más difícil su existencia, sino que inspirados en la sabiduría divina que brota de tu Palabra, seamos testigos de la vida nueva que viene de ti, siendo comprensivos con todos, misericordiosos y portadores de tu paz”. Amén.


Hno. Javier.


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