27 sept 2018

LECTIO DIVINA DEL 26° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B.



Domingo 30 de septiembre de 2018.
Números 11,16-17ª.24-29; Santiago 5,1-6; San Marcos 9,38-43.45.47-48.

DOMINGO BÍBLICO NACIONAL
“Tus Palabras, Señor, nos ponen en camino de evangelio”.

“La Palabra de Dios se produce de tal forma que con su altura pone en evidencia a los más soberbios, con su profundidad mantiene a la escucha a los más avanzados y con su afabilidad nutre hasta a los más pequeños”.
 (San Agustín, Exposición del Génesis, 5,3)

Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias. Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que la Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros”. Amén


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Números 11,16-17ª.24-29; Santiago 5,1-6; San Marcos 9,38-43.45.47-48.

Claves de lectura:

1. «El que no está contra nosotros está a favor nuestro». (Evangelio)
El evangelio tiene dos partes (Mc 9,38-42 y 43-48). La primera habla de lo que es admisible, tolerable; la segunda de lo que es intolerable. Tolerable es que alguien que no pertenece a la comunidad de Cristo haga algo saludable en nombre de Jesús. El que apela a este nombre no es fácil que haga algo contra él. La comunidad tiene que saber esto: el pensar y el obrar cristianos se dan no solamente en ella. Dios es lo suficientemente poderoso como para suscitar una cierta actitud cristiana -el vaso de agua ofrecido- también fuera de la Iglesia, y para recompensar al bienhechor por ello. Intolerable es, por el contrario, que alguien, desde dentro o desde fuera de la Iglesia, se convierta en seductor de personas espiritual o moralmente inseguras («uno de estos pequeñuelos»). Su «superioridad» espiritual, con la que trata de seducir al creyente sencillo, es satánica y merece la aniquilación inmisericorde. Pero el hombre puede también seducirse a sí mismo: en la mano, en el pie y en el ojo se encuentran los malos deseos; en este caso hay que ser tan inmisericorde consigo mismo como con el seductor mencionado anteriormente. Hay que destruir lo que seduce; dicho simbólicamente: el miembro que hace caer hay que cortarlo. Un hombre espiritualmente dividido no puede llegar a Dios, lo antidivino en él pertenece al infierno.

2. «Habían quedado en el campamento dos del grupo». (1° Lectura)
Las dos lecturas pueden entenderse como aclaraciones de la primera y de la segunda parte del evangelio. Primera lectura: dos de los setenta ancianos designados por Dios, sobre los que debía descender el Espíritu, no habían salido del campamento con Moisés, sino que habían permanecido en él. Entonces el Espíritu se posó también sobre ellos y se pusieron a profetizar. Josué quiere impedírselo, pero Moisés deja hacer al Espíritu; lo mejor para él sería que todo el pueblo recibiera el Espíritu. Al Espíritu, que «sopla donde quiere», no se le pueden imponer barreras desde fuera. Su orden no siempre coincide con el orden eclesial, aunque sea el mismo Espíritu el que prescribe el orden eclesial y la Iglesia tenga que atenerse a él. Pero la Iglesia tampoco puede hacerse de las libertades del Espíritu una regla para sus propias licencias y tolerancias. Los pensamientos de Dios están muy por encima de los humanos, que deben atenerse a los mandamientos de Dios.

3. «Su riqueza está corrompida». (2° Lectura)
La segunda lectura desenmascara algo que es cristianamente intolerable: la riqueza que engorda con el jornal defraudado a los obreros y que no renuncia a su avidez aunque el día del juicio esté cerca (aquí llamado «día de la matanza»), la riqueza «corrompida», el oro y la plata «herrumbrados». El justo, a costa del cual se enriquecen los poderosos, es, en términos veterotestamentarios, el «pobre de Yahvé», y en términos neotestamentarios es Jesús y el que sigue a Jesús, el que no ofrece resistencia, el que, como cordero llevado al matadero, no abre la boca.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 195 s.)

MEDITACIÓN.

"No era de los nuestros". Así rezaba el título de una conocida novela. "No es de los nuestros", es el origen de guetos, discriminaciones e intolerancias, de fascismos y de opresión. Es el signo de una absurda y destructora soberbia humana, por la que el hombre pretende ocupar el lugar de Dios y da por condenado a quien no se somete a sus pautas, no bebe de su espíritu o no se acomoda a su saber y entender. "No es de los nuestros" es un veneno mortífero, al que no somos inmunes los discípulos, dispuestos a impedir predicaciones y milagros que se hagan en el nombre de Jesús, por la contundente razón de que no surgen de nuestro grupo.
Moraleja: Que Jesús vino a congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos, y los discípulos podemos estar dispersando a los hijos de Dios que la Fe congrega. Saberlo, ha de hacernos humildes: A menos que Jesucristo se haga presente en la Iglesia como piedra clave, nuestros valiosos criterios y nuestras estudiadas pastorales pueden impedir que muchos "pequeños" iluminen, salen y fermenten sus vidas con el Evangelio.
Moisés, el "amigo de Dios", lo tenía claro: ¿Quién soy yo para controlar y manipular el Espíritu? ¡Ojalá todo el pueblo recibiera el Espíritu del Señor y profetizara!. Aunque no sea de los nuestros. La clave es Jesús, y no un hombre sabio, carismático u organizador. Ha de quedar claro el nombre -la persona- de Jesús como referencia. La clave es Jesús, hasta el punto de que un vaso de agua dado a una persona porque es seguidora del Mesías, garantiza el favor de Dios. Hasta el punto de que, quien escandaliza a uno de los pequeños que creen en El, se pone en tal situación, que dice Jesús: "más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino al cuello." Los "pequeños". He leído comentarios a esta palabra. ¿Quiénes son los "pequeños"? ¿En quién pensaba el evangelista redactor de este pasaje? Entre todas las interpretaciones que leo, me quedo, por el contexto, con la que se refiere a aquellos que comienzan a asomarse a la fe. No son cristianos maduros ni cristianos rutinarios; son necesitados de redención para quienes Jesucristo, normalmente a través de la Iglesia, comienza a ser una esperanza. Son personas ilusionadas con un Mesías que han creído detectar en la Iglesia, y que reviven tantas escenas negativas del Evangelio, cuando tienen la osadía de manifestar su sospecha de que en Jesús hay un Salvador.
Unas veces tropiezan con algún agnóstico que les dice: ¿Pero tú crees que de la Iglesia puede salir algo bueno? Estudia y verás que la historia de la Iglesia es una historia de opresiones. Otras veces tropiezan con presuntos seguidores de Jesús, fariseos escandalizados de que un pecador pueda acercarse a Jesucristo, hermanos mayores del pródigo o gemelos de aquel Simón que se ufanaba de conocer mejor que Jesús el corazón de la pecadora: -¡Si conocieran como yo de qué persona se trata...!
A veces el "pequeño" que se acerca a Jesucristo en la Iglesia, es víctima de una ingenuidad mayor. Iba para creyente, pero alguien puso un estorbo en su camino. El estorbo no es necesariamente el aparatoso pecado de un creyente o la voz disuasoria de un agnóstico. Es la torpeza apostólica de una voz sabihonda que llega sibilina a sus oídos: -"No es de los nuestros". Y la esperanza de una vida nueva que había surgido en su corazón; ese inicio de fe que comenzaba a hacerle un "pequeño" discípulo de Jesús, queda absolutamente sofocada. Su destino puede ser el escepticismo más radical.
La tremenda invectiva de Santiago contra los acumuladores de riqueza, produce escalofríos en un mundo que valora "el tener" como primera o única fuente de salvación real. Ahí está, sin necesidad de muchas explicaciones, describiendo a algunas personas como cerdos de engorde que se preparan para la matanza.
Pero bueno será que, a la luz del Evangelio de hoy, y como reflexión de su lectura, acabemos pensando: -Si el dinero te hace olvidar a Jesucristo; si tu corazón y tu vida no necesitan de Dios más que para adorno religioso, porque estás abundantemente saciado, tira ese dinero; quémalo; dáselo a los pobres. Más te vale entrar desnudo en la vida que, forrado de oro, ser arrojado al abismo.
(Aporte de MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI, ESCRUTAD LAS ESCRITURAS, REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B, Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 163)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Hay en nosotros alguna huella de fanatismo?
¿Qué es lo que hoy nos produce escándalo?


ORACIÓN - CONTEMPLACIÓN.

El poder de hacer milagros.
Jesús anunciaba el Reino de Dios y, como signo de que éste ya llegaba, perdonaba pecados, curaba enfermos y expulsaba demonios. Y he aquí que un hombre, sin ser de los discípulos de Jesús, también expulsaba demonios invocando su nombre, y los demonios le obedecían. Los apóstoles le increparon, indignados, diciéndole que no tenía derecho a invocar el nombre de su Maestro. Pero Jesús les contestó: "No se lo impidan, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí".
Obrar milagros en el nombre de Jesús no significa simplemente pronunciar su santo nombre como si fuera una fórmula mágica, que mecánicamente produce su efecto. Cuenta Lanza del Vasto que en un monasterio de la India había un joven discípulo al que todos, empezando por el superior o maestro, tenían por muy poca cosa. Pensaban de él que nunca llegaría a descubrir la ciencia suprema ni a alcanzar la perfección. Si no le expulsaban era por pura lástima, de tan inútil que les parecía. Pero un buen día aquel discípulo tan incapaz empezó a caminar sobre el agua del río Ganges. Corrieron a comunicarlo al maestro. Éste llamó al discípulo, y cuando llegó ante él le confesó: "Estaba muy equivocado contigo. Te creía un inepto y ahora resulta que has logrado dominar la materia y eres capaz de andar sobre las aguas del río, cosa que ningún otro discípulo, ni yo mismo, somos capaces de hacer". El discípulo, muy humilde, le replicó: "Maestro, no es mérito mío, sino tuyo. Si he sido capaz de andar sobre el agua es porque no paraba de repetir tu nombre". Ante esta respuesta, el maestro se dijo: "¡No sabía que mi nombre tuviera tanto poder!". Corrió entonces hacia el gran río, se adentró en él y gritaba: "¡Yo, yo, yo!", hasta que el agua lo cubrió del todo... y se ahogó.

Obrar milagros en el nombre de Jesús.
Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles un episodio del mismo estilo. Cuando Pablo anunciaba el Evangelio en Éfeso, Dios operaba por medio de él muchos prodigios. En esto, unos exorcistas judíos, al verlo, intentaron también expulsar demonios diciendo: "Los conjuramos por aquel Jesús a quien Pablo predica". Pero el demonio que tenía poseído a aquel infeliz replicó: "Yo conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero ¿quiénes son ustedes?". Y se abalanzó sobre ellos con tanto furor que estos se vieron obligados a huir, medio desnudos y malheridos (Hc 19).
Totalmente distinto es este otro caso. Había en Jerusalén un hombre inválido de nacimiento que pedía limosna en la puerta del Templo. Pedro le dijo: "¡En el nombre de Jesucristo, el Nazareno, anda!". Le tendió la mano, lo levantó y el hasta entonces inválido entró con ellos en el Templo, andando y saltando y alabando a Dios.
Después Pedro dijo a la gente que se admiraba de lo acontecido: "Jesús le ha restablecido del todo, gracias a la fe que él ha puesto en su nombre" (Hc 3). Por tanto, lo que nos salva no es repetir mecánicamente las letras del nombre del Señor, sino pronunciarlo con fe y amor, creyendo que tiene fuerza suficiente para librarnos del pecado y de todos los demás males, y que nos ama tanto que ha entregado su vida por todos y cada uno de nosotros.

Invocar el nombre de Jesús con fe.
Un antiquísimo himno cristiano, que san Pablo citó al escribir a la comunidad de Filipos (un himno que es como un pregón pascual, y con el que la plegaria de la Iglesia inicia cada sábado por la tarde la celebración del domingo), recuerda este amor infinito con el que Jesucristo, aun siendo de condición divina, asumió la condición de esclavo y se hizo obediente al Padre hasta la muerte, y una muerte de cruz. Y el himno acaba así: "Por eso Dios lo ha enaltecido y le ha concedido aquel nombre que está por encima de cualquier otro nombre, para que todos, en el cielo, en la tierra y bajo la tierra, doblen sus rodillas ante el nombre de Jesús, y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fl 2,6-11).
Invocar el nombre de Jesús con fe es creer en su obra de salvación y en el poder que el Padre le ha concedido para salvar a todos los que crean en él. Hacemos esta invocación de múltiples maneras, pero la principal es la plegaria eucarística, memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Pero, cuidado con despreciar a aquellos que con buena voluntad invocan con amor el nombre de Jesús, aunque no sean del todo de los nuestros y no vengan a misa. Porque también nosotros podríamos invocar el santo nombre llevados de la rutina, repitiendo "¡nosotros, nosotros, nosotros!" hasta ahogarnos en el río de nuestra vanidad colectiva.
Que la Eucaristía nos ayude, superando toda rutina, a no pretender tener la exclusividad de los que trabajan al servicio del Reino de Dios.

(Aporte de HILARI RAGUER osb, monje benedictino de Montserrat, Barcelona,
MISA DOMINICAL 2000 12 40)

Oración final:
“Señor Jesús, que mi corazón permanezca abierto para amar y abrazar a mis hermanos. Un corazón bien dispuesto, que no caiga en los prejuicios que distorsionan y hieren mi relación con ellos. Que antes de juzgar, aprenda amar, para ver y apreciar el don precioso  que has puesto en los demás. Ayúdame a descubrir y superar mis incoherencias, y a no escandalizar a mis hermanos, sobre todo a los más sencillos. Que aprenda a ser agradecido ante el bien que realizas en medio de nuestro mundo, más allá de las fronteras de la Iglesia y a confiar en tus planes y en tus modos, más que en los míos. Para que así, aprendiendo a ser agradecido y dejándome sorprender por tu obrar, puedan  pronunciar mis labios una humilde alabanza a tu Nombre”. Amén.




Hno. Javier.

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