14 feb 2019

6° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.


                                  Domingo 17 de febrero de 2019.
        Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.

Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia, tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.

Calves de lectura:

1. «Dichosos los pobres». (Evangelio)
En el evangelio de hoy aparecen cuatro bienaventuranzas (bendiciones) y cuatro maldiciones. ¿Qué significa «dichoso»? Ciertamente no «feliz» en el sentido que los hombres dan a esta palabra. No se trata de una invitación a que cada cual marche por su camino con tranquilidad y buen humor. No significa realmente nada que pertenezca al hombre, que el hombre sienta y experimente, sino algo en Dios que concierne a este hombre. Jesús hablará en este contexto de «recompensa», aunque esto a su vez no es más que una imagen; se trata del valor que este hombre tiene para Dios y en Dios, de algo intemporal en Dios que se manifestará al hombre a su debido tiempo. Y análogamente para las maldiciones. Los pobres a los que pertenece el reino de Dios, es decir, los pobres de Yahvé, como los llamaba la Antigua Alianza, muestran que a su pobreza corresponde una posesión en Dios: Dios los posee, y por eso mismo ellos poseen a Dios. Lo mismo puede decirse de los que tienen hambre y de los que lloran, y también de los que son odiados por causa de Cristo: éstos son amados por el Padre en Cristo, que también fue odiado y perseguido por los hombres por causa del Padre. Si los pobres han de ser considerados como pobres en Dios, entonces también los ricos han de ser considerados como ricos sin Dios, ricos para sí mismos, saciados y sonrientes, alabados por los hombres; éstos no tienen tesoro en el cielo, y por eso todo cuanto poseen no es más que apariencia pasajera.
Los Salmos repiten esto continuamente, las parábolas de Jesús (del rico epulón y del pobre Lázaro, del labrador avariento) también. Los pobres son en último término realmente pobres, aquellos que no poseen nada, y no ricos a escondidas que acumulan un capital en el cielo. Dios no es un banco; el abandono en manos de Dios no es una compañía de seguros. Es en el propio abandono, en la entrega confiada donde se encuentra la dicha.

2. «Maldito el hombre... Bendito el hombre». (1° Lectura)
La Antigua Alianza conoce ya todo esto suficientemente, como lo demuestra la primera lectura. El hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor, el que extiende sus raíces hacia la «corriente» de Dios o, como dice Agustín, tiene sus raíces en el cielo y desde allí crece hacia la tierra. Este simple abandono confiado en manos del Señor le basta para ser «dichoso» (bienaventurado) en el sentido de Jesús y para, en cualquier adversidad terrestre que se le pueda presentar, por amarga que sea, no tener que inquietarse por la sequía. A este hombre se contrapone el hombre que «confía en el hombre», en lo humano y lo terreno, y que por eso «aparta su corazón del Señor»: aquí tenemos el comentario de lo que significa la maldición de Jesús a los ricos y epulones. La sencilla antítesis del profeta, repetida en el salmo responsorial, divide a los hombres, prescindiendo de todas las sutilezas psicológicas, en dos campos: o viven por Dios y para Dios, o bien pretenden vivir para sí mismos y por sí mismos. También en el juicio de Jesús sólo hay dos clases de hombres: las ovejas y las cabras.

3. (2° Lectura).
La segunda lectura divide también a los hombres en dos categorías: los que creen en la resurrección de Cristo y en la nuestra, y los que la niegan. Si Cristo no ha resucitado, entonces "vuestra fe no tiene sentido", los muertos «se han perdido» y «somos los hombres más desgraciados» del mundo; los que no creen en ella al menos han puesto su confianza en bienes terrenos reales, y no en un Dios del más allá que no existe. Su vida está de alguna manera llena: de relaciones humanas gratificantes, de placeres de todo tipo, de autosatisfacción. Pero esto es al menos algo, mientras que la fe en la resurrección es jugárselo todo a una carta, una apuesta total en la que el apostante finalmente pierde. Todos los textos de la celebración de hoy exigen de nosotros una decisión última, definitiva: ¿nos bastamos a nosotros mismos o nos debemos permanentemente a nuestro Creador y Redentor? No existe una tercera vía, no hay solución intermedia.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 228 s.)

MEDITACION.

No estamos frente a una especie de consagración de la pobreza, como si fuese una  condición ideal para acoger el reino de Dios. Sería entonces una legitimación de la injusticia  y de la avidez humanas que, por el contrario, son desenmascaradas por Cristo y  condenadas en los cuatro "ay de ustedes" sucesivos.
Y tampoco se puede creer que dependa del hecho de que los pobres sean moralmente  mejores que los ricos.
No existe condición social alguna, y ningún mérito por parte de los hombres que haga  idóneos para el Reino. Esto es un don gratuito de Dios, no una conquista del hombre. Dios  no es un contable.
En realidad, lo que está en juego, en las bienaventuranzas, es la idea misma que nos  hacemos de Dios.
Lo dice muy bien uno de los mayores "expertos" en esta materia: "Jesús proclama que  Dios ha decidido establecer su Reino y manifestar su poder real. ¿Quién sacará provecho  de este nuevo estado de cosas? Los pobres, los oprimidos, los pisoteados. Si Dios es  verdaderamente un rey digno de tal nombre, ejercitará su propio poder a favor de los  pobres, de los pequeños, y para los pobres será un bien que Dios mismo se haga su  protector. Entonces serán bienaventurados. Para los pobres se abre una esperanza  maravillosa" (J. Dupont).
Por eso, ese mismo estudioso dice que la bienaventuranza se podía traducir  así: "Bienaventurados los pobres, porque Dios está cansado de veros sufrir, porque Dios ha  decidido mostraros que os ama".
Por tanto, en la bienaventuranza, aparece con transparencia la imagen exacta de Dios,  misericordioso, que pone su poder al servicio de los débiles.
Así, es necesario evitar utilizar las  bienaventuranzas en clave de resignación o, peor, como pretexto "religioso" para mantener  un orden social injusto.
Las bienaventuranzas no deben servir para aplastar a los pobres, sino para liberarlos. La pobreza sigue siendo un mal contra el que hay que luchar sin tregua. El mensaje de Cristo no se compendia en el amor a la pobreza sino en el amor a los  pobres. El ideal no es la pobreza sino el amor que se expresa con el gesto de compartir,  con el de transformar los bienes en sacramento de fraternidad.
Por otra parte, seremos juzgados precisamente por la postura que adoptemos en relación  a aquellos que tienen hambre, sed, están desnudos, sin casa, enfermos, prisioneros (Mt  25). "Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me los hicisteis", afirma Jesús.
Los cuatro "ay de ustedes" que hacen de contraste a las cuatro  bienaventuranzas, se llaman habitualmente "maldiciones". Pero la definición es impropia.
Se trata, más bien, de una constatación amarga de un dato de hecho. Es casi como decir:  ¡cuán desdichados sois a pesar de las apariencias!. Y este lamento se puede entender también como una invitación a la conversión. De todos modos, estas duras palabras constituyen para toda la comunidad cristiana una  severa advertencia contra el peligro de las riquezas. 
¿Por qué se llama a los ricos "desdichados" (y las cuatro categorías de personas, con  alguna matización, se pueden catalogar en la categoría de los "ricos")?. Del conjunto del discurso se puede afirmar que los ricos se encuentran en una situación  peligrosa:
·                    Peligro de no ver más allá del horizonte del presente y de los bienes materiales. Los  ricos se preocupan de sus propios intereses, pero no saben cuáles son sus verdaderos  intereses. Son "hombres sin futuro" (R. Fabris).
·                    Peligro de encerrarse en sí mismos y no preocuparse de los demás, especialmente de  los que están privados de los necesario. El rico está aprisionado, casi congelado en la propia soledad.
·                    Peligro de dejarse secuestrar el corazón por las riquezas, que terminan por monopolizar  el puesto que correspondería a Dios. Los bienes materiales se convierten así en ideales a  los que se sacrifica todo.
El rico, finalmente, es desafortunado porque es corto de vista, es un hombre solo, y es  esclavo de las cosas. El rico está satisfecho de lo que tiene, del prestigio y del éxito que alcanza, y no cae en la  cuenta de que esta satisfacción lo cierra en relación a Dios. Ese Dios que, sobre todo, lo  podía enriquecer en la línea del ser.
...Solamente que el mismo Dios no tiene nada que dar a quien sostiene que ya posee  todo. El pobre es bienaventurado porque tiene las manos abiertas a la espera. El rico es desgraciado porque tiene las manos cerradas y no espera nada. Bienaventurado el que espera (literalmente: tiende hacia...) y consiguientemente tiene la  puerta abierta de par en par.
Desdichado quien, creyendo que ya lo tiene todo, se cierra en casa, baja las persianas y  contempla el dinero. No oye la música que llega de lejos, no ve la luz que cae sobre las  ventanas. No se da cuenta de que la vida está en otra parte. Se cree en lugar seguro. Y no sabe que aquella "clausura" representa una muerte  anticipada. Cierto. Uno muere en el mismo momento en que ya no espera nada, en que no espera a  nadie. 

(Aporte de ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO C, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 111)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Cuáles son en realidad nuestros valores?
¿Creemos de verdad en el mensaje de las bienaventuranzas?

ORACION – CONTEMPLACION.

FELICIDAD AMENAZADA 
Ay de ustedes los ricos...
Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre  y la sociedad. Y las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e  increíble, incluso para los que se llaman cristianos.
Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado, incluso, a confundir la  felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo  abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».
Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para  comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. El único camino que se nos ocurre recorrer para  buscar la felicidad. Casi la única manera de llegar a «vivir mejor».
A veces, tiene uno la sensación de vivir en un mundo que, en el fondo, sabe que algo  absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera.  De alguna manera, nos gusta nuestra manera de vivir aunque sintamos que no nos hace  felices.
Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado sólo de bienaventuranzas.  Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del  amor y la fraternidad, ríen seguros en su propio bienestar.
Esta es la amenaza de Jesús. Quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón  egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya  han saboreado.
Quizás estamos viviendo momentos críticos en los que podemos empezar a intuir mejor la  verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los ricos,  porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque  tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».
Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización  de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir. La  insatisfacción actual de muchos no se debe sólo ni principalmente a la crisis económica,  sino, ante todo, al vacío de humanidad y a la crisis de auténticos motivos para trabajar,  luchar, gozar, sufrir y esperar.
Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices.  Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro  bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y  destrozarnos unos a otros. Y así, no se puede ser feliz.
Y, ¿si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No  tenemos que imaginar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin  fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices  cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más? 

(Aporte  de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 309 s.)

Oración final:
“Dios nuestro, Padre y Madre de todos los seres humanos, que en Jesús nos has manifestado lo que nos puede hacer bienaventurados y lo que nos conduce a la malaventuranza; ayúdanos a comprometernos con alegría y convicción por el mismo camino que él nos trazó”. Amén.


Hno. Javier, msa

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