17 may 2019

5° DOMINGO DE PASCUA CICLO C.


Domingo 19 de mayo de 2019.
Hechos de los Apóstoles 14,21-27; Apocalipsis 21,1-5; San Juan 13,31-35.
“Ama y haz lo que quieras”. (San Agustín)


Oración inicial:
“Que ya sólo amar es mi ejercicio. Como si dijera: que ya todos estos oficios están puestos en ejercicio de amor de Dios... todo se mueve por amor y en el amor, haciendo todo lo que hago con amor, y padeciendo todo lo que padezco con sabor de amor... Y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios que antes solía tener en otras consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de amor. ¡Dichosa vida, y dichoso estado, y dichosa el alma que a él llega!”. Amén.

(San Juan de la Cruz,  Cántico Espiritual, n° 28)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Hechos de los Apóstoles 14,21-27; Apocalipsis 21,1-5; San Juan 13,31-35.

Claves de lectura:

1. «Me queda poco de estar con ustedes». (Evangelio)
El evangelio de hoy anuncia ya la ascensión del Señor, el tiempo en el que Jesús ya no estará presente visiblemente en su Iglesia. Pero Jesús enseña ya a sus discípulos cómo deberán comportarse entonces para que él permanezca a su lado de un modo invisible, pero eficaz y vivo. Esta enseñanza es tan breve como clara: «Que se amen unos a otros como yo los he amado». Es lo que Jesús llama «un mandamiento nuevo», porque aunque en el Antiguo Testamento había muchos mandamientos, éste aún no podía haber sido formulado porque Jesús todavía no se había presentado como modelo del amor al prójimo. Ahora basta con mirarle a él para conocer y guardar el único mandamiento que nos da y que vale por todos. Ciertamente este mandamiento exige todo de nosotros: al igual que Jesús da su vida por nosotros, sus amigos, así también nosotros debemos poner toda nuestra vida al servicio del prójimo, que debe ser nuestro amigo. Pero este mandamiento nuevo y que vale por todos es también, como quintaesencia del cristianismo, el que le garantiza su permanencia: ésta será «la señal por la que conocerán que sois discípulos míos». Esta y solamente ésta. Ninguna otra peculiaridad de la Iglesia puede convencer al mundo de la verdad y de la necesidad de la persona y de la doctrina de Cristo. El amor vivido y repartido por los cristianos será la demostración de todas las doctrinas, de todos los dogmas y de todas las normas morales de la Iglesia de Cristo.

2. «Hay que pasar mucho». (1°Lectura)
La primera lectura muestra que precisamente es este mandamiento nuevo de Jesús el que hace que la Iglesia que predica el evangelio tenga que «pasar mucho». Los hombres no están preparados para esto: porque buscan por lo general su propio interés espiritual o material, conocen ciertamente también algo que se asemeja al amor, pero que en la mayoría de los casos lleva en sí la marca del egoísmo y por eso mismo está rodeado de limitaciones y reservas. Pablo había tenido ocasión de constatarlo, en el viaje apostólico del que acaba de regresar, especialmente entre los judíos, que, para mantener sus fronteras, le habían cerrado la puerta. A su regreso puede contar que, por el contrario, «Dios había abierto a los gentiles la puerta de la fe». La apertura de la puerta, la renuncia a la delimitación del amor, se describe aquí como una acción de la gracia divina, sin la que el hombre no tiene ninguna posibilidad de superar su limitación. Pero debe salir realmente de sí mismo a través de la puerta abierta para él.

3. «Acamparé entre ellos». (2°Lectura)
La segunda lectura muestra cómo el mandamiento nuevo que el Señor nos dejó produce su efecto allí donde un día determinará nuestra existencia. Si en el evangelio el amor mutuo es el testamento del Señor, al que le queda ya poco de estar con sus discípulos, y que mediante el amor permanece en su Iglesia de forma invisible, esta presencia se hace ahora visible. La ciudad santa, que desciende del cielo a la tierra, no es más que la manifestación visible de este eterno estar de Dios con el hombre: «Esta es la morada de Dios con los hombres». Los hombres no realizarán jamás por sí mismos esta convivencia, nunca conseguirán el paraíso en la tierra. Al igual que el amor desinteresado es ya un regalo que Dios nos hace, así también la manifestación definitiva de este amor mostrará que Dios y el hombre están unidos en él, del mismo modo que ya en Cristo la divinidad y la humanidad formaban una unidad, como él demostró con su amor: «Como yo os he amado».
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 246 ss.)

MEDITACIÓN.

Un mandamiento nuevo.
Hay una palabra que se repite varias veces en las lecturas de este domingo. Se habla de «un nuevo cielo y una nueva tierra», de la «nueva Jerusalén», de Dios, que hace «nuevas todas las cosas», y finalmente, en el Evangelio, del «mandamiento nuevo»: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como Yo los he amado»
«Nuevo», «novedad» pertenecen a ese restringido número de palabras «mágicas» que evocan siempre significados positivos. Nuevo flamante, ropa nueva, vida nueva, nuevo día, año nuevo. Lo nuevo es noticia. Son sinónimos. El Evangelio se llama «buena nueva» precisamente porque contiene la novedad por excelencia. 
¿Por qué nos gusta tanto lo nuevo? No sólo porque lo que es nuevo, no usado (por ejemplo, un coche), en general funciona mejor. Si sólo fuera por esto, ¿por qué daríamos la bienvenida con tanta alegría al año nuevo, a un nuevo día? El motivo profundo es que la novedad, lo que no es aún conocido y no ha sido aún experimentado, deja más espacio a la expectativa, a la sorpresa, a la esperanza, al sueño. Y la felicidad es precisamente hija de estas cosas. Si estuviéramos seguros de que el año nuevo nos reserva exactamente las mismas cosas que el anterior, ni más ni menos, nos dejaría de gustar. 
Nuevo no se opone a «antiguo», sino a «viejo». De hecho, también «antiguo» y «antigüedad» o «anticuario» son palabras positivas. ¿Cuál es la diferencia? Viejo es lo que, con el paso del tiempo, se deteriora y pierde valor; antiguo es aquello que, con el paso del tiempo, mejora y adquiere valor. Por eso se procura evitar la expresión «Viejo Testamento» y se prefiere hablar de «Antiguo Testamento». 
Ahora, con estas premisas, acerquémonos a la palabra del Evangelio. Se plantea inmediatamente un interrogante: ¿cómo se define «nuevo» un mandamiento que era conocido ya desde el Antiguo Testamento (cfr. Lev 19, 18)? Aquí vuelve a ser útil la distinción entre viejo y antiguo. «Nuevo» no se opone, en este caso, a «antiguo», sino a «viejo». El propio evangelista Juan, en otro pasaje, escribe: «Queridos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tienen desde el principio... Y sin embargo les escribo un mandamiento nuevo» (1 Jn 2, 7-8). En resumen, ¿un mandamiento nuevo o un mandamiento antiguo? Lo uno y lo otro. Antiguo según la letra, porque se había dado desde hace tiempo; nuevo según el Espíritu, porque sólo con Cristo se dio también la fuerza de ponerlo en práctica. Nuevo no se opone aquí, a antiguo, sino a viejo. Lo de amar al prójimo «como a uno mismo» se había convertido en un mandamiento «viejo», esto es, débil y desgastado, a fuerza de ser trasgredido, porque la Ley imponía, sí, la obligación de amar, pero no daba la fuerza para hacerlo. 
Se necesita por ello la gracia. Y de hecho, “por sí”, no es cuando Jesús lo formula durante su vida que el mandamiento del amor se transforma en un mandamiento nuevo, sino cuando, muriendo en la cruz y dándonos el Espíritu Santo, nos hace de hecho capaces de amarnos los unos a los otros, infundiendo en nosotros el amor que Él mismo tiene por cada uno. 
El mandamiento de Jesús es un mandamiento nuevo en sentido activo y dinámico: porque «renueva», hace nuevo, transforma todo. «Es este amor que nos renueva, haciéndonos hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, cantores del cántico nuevo» (San Agustín). Si el amor hablara, podría hacer suyas las palabras que Dios pronuncia en la segunda lectura de hoy: «He aquí que hago nuevas todas las cosas». 


(Comentario a la Liturgia del V Domingo de Pascua,
del Padre Raniero Cantalamessa, ofm cap, ROMA, viernes, 4 mayo 2007)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Cuándo hacemos realidad el mandamiento nuevo?
¿Qué reacción nos produce comprobar que hay personas que viven el mandamiento nuevo?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

La vida del ser humano tiene su origen y su término en el misterio de un Dios que es amor infinito e insondable. Por eso, lo reconozcamos o no, la fuerza vital que circula por cada uno de nosotros proviene del amor y busca su desarrollo y plenitud en el amor. Esto significa que el amor es mucho más que un deber que hemos de cumplir o una tarea moral que nos hemos de proponer. El amor es la vida misma, orientada de manera sana. Sólo quien está en la vida desde una postura de amor está orientando su existencia en la dirección acertada.
Los cristianos hemos hablado mucho de las exigencias y sacrificios que comporta el amor, y, sin duda, es absolutamente necesario hacerlo si no queremos caer en falsos idealismos. Pero no siempre hemos recordado los efectos positivos del amor como fuerza básica que puede dinamizar y unificar nuestra vida de manera saludable.
En la medida en que acertamos a vivir amando la vida, amándonos a nosotros mismos y amando a las personas, nuestra vida crece, se despliega y se va liberando del egoísmo, de la indiferencia y de tantas esclavitudes y servidumbres que la pueden ahogar.
Además, el amor estimula lo mejor que hay en la persona. El amor despierta la mente dándole mayor claridad de pensamiento. Hace crecer la vida interior. Desarrolla la creatividad y hace vivir lo cotidiano, no de manera mecánica y rutinaria, sino desde una actitud positiva y enriquecedora.
Precisamente porque enraíza al hombre en su verdadero ser, el amor pone en la vida color, alegría, sentido interno. Cuando falta el amor, la persona puede conocer el éxito, el placer, la satisfacción del trabajo bien realizado, pero no el gozo y el sabor que sólo el amor pone en el ser humano.
No hemos de olvidar que el amor satisface la necesidad más esencial de la persona. Ya puede uno organizarse su vida como quiera, si termina sin amar ni ser amado, su vida es un fracaso.
Vivir desde el egoísmo, el desamor, la indiferencia o la insolidaridad es vaciar la propia vida de su verdadero contenido. Los creyentes sabemos que el amor es el mandato cristiano por excelencia y el verdadero distintivo de los seguidores de Cristo: «La señal por la que os conocerán que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros.» Pero no hemos de olvidar que este amor no es una carga pesada que se nos impone para hacer nuestra vida más difícil todavía, sino precisamente la experiencia que puede traer a nuestra existencia mayor gozo y liberación.

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 59 s.)

Oración final:
“Dios Padre nuestro que, por medio de Jesús, has dado por ley a tu pueblo santo el nuevo mandato de amar como Cristo nos amó a nosotros; haznos a todos los cristianos testimonios vivos de ese mismo amor, para que lo difundamos a todo el mundo”. Amén.


Hno. Javier.

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