27 jun 2019

13° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.


Domingo 30 de junio de 2019.
1° Reyes 19, 16b.19-21; Gálatas 5,1.13-18; San Lucas 9,51-62.
"Ama y haz lo que quieras"(San Agustín)
El que ama de verdad es verdaderamente lo que debe ser y ya no está dividido entre el ser y el deber. Es, por tanto, un hombre libre. No vive bajo la ley, se identifica con ella libremente. Y el Espíritu de Dios habita en él y lo conduce.

Oración inicial:
“Señor, ayúdanos a ser fuertes y valientes para hacer realidad tu Reino en nuestra tierra. Que confiados en tu Palabra, no rehuyamos de la vocación a la que nos llamas, y haz que nos dejemos orientar por tu Espíritu, para desprendernos de las cosas que nos separan de Ti y de nuestros hermanos y hermanas más necesitados”. Amén.

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: 1° Reyes 19, 16b.19-21; Gálatas 5,1.13-18; San Lucas 9,51-62.

Claves:

1. «Ve y vuelve». (1°Lectura)
Hoy se trata de la llamada al seguimiento, y en la primera lectura aparece un modelo  veterotestamentario ya muy radical que será superado una vez más por Jesús. El profeta  Elías echa su manto sobre Eliseo, mientras éste ara con su yunta, para significar que lo ha  elegido para ser su discípulo. Elías acepta que Eliseo vaya a despedirse de sus padres, y  el gesto de sacrificar los bueyes de su yunta para invitar a comer a su gente muestra que  Eliseo ha decidido ponerse al servicio del profeta. «Luego se levantó, marchó tras Elías y  se puso a sus órdenes». No se trata de un servicio puramente humano, sino que, al ser  Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una  obediencia grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta.

2. «Deja que los muertos entierren a sus muertos». (Evangelio)
Pero la exigencia de Jesús va aún más lejos. En el evangelio tres hombres se ofrecen a  Jesús para seguirle. Al primero lo remite a su propio destino y ejemplo: Jesús ya no tiene  casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de su madre, cuenta ya. No  mira atrás. Es más pobre en esto que los animales, vive en una inseguridad total. No posee  más que su misión. Y al comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su  «ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la cuestión. Es  típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde quería alojarse. Por eso no es  necesario mandar bajar fuego del cielo. Es normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11).  El segundo hombre quiere primero ir a enterrar a sus padres, y el Señor de la vida le  contesta: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Los muertos son los mortales  que se entierran unos a otros; Jesús está por encima de la vida y de la muerte, muere y  resucita «para ser Señor de vivos y muertos» (Rm 14,9). El tercer hombre quiere  despedirse de su familia. Aquí Jesús va más lejos que Elías. Para el llamado a seguir a  Jesús de un modo radical no hay componenda que valga entre familia y decisión por el  reino. La decisión exigida es indivisible e inmediata. A partir de su norma se regulará la  relación con la familia y con los demás hombres.

3. «Su vocación es la libertad». (2°Lectura)
La libertad de la que se habla en la segunda lectura es la libertad para la que «Cristo nos  ha liberado», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá en  el servicio al prójimo: «Sean esclavos unos de otros por amor». Tampoco se trata del  libertinaje, pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos  guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que luchar  contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera libertad, nada dice  contra la libertad que le ha sido dada; también Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones»  (Lc 4,1-12). No se puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias,  sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de Cristo  es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto nos «hace libres»  verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la que Cristo nos llama es su propia libertad, a  través de la cual participamos en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta. 

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 266 ss.)

MEDITACIÓN.

«Decidió irrevocablemente» 
Hay una cita poco conocida de Napoleón que dice así: «Alejandro  Magno, César Augusto y yo fundamos grandes imperios por medio de la fuerza y, después  de nuestra muerte, no tenemos ningún amigo. Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun  hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte».
Es un hecho indiscutible: los grandes hombres de la historia pueden ser admirados, sus  libros siguen siendo leídos, sus ideas permanecen... Desde Homero a Cervantes, de  Cicerón a Goethe, se puede decir que su obra se mantiene viva, que siguen corriendo ríos  de tinta sobre ellos. Pero ni de los grandes políticos, ni de los más profundos escritores se  puede decir que «millones de hombres irían voluntariamente a la muerte por ellos».
Las exigencias de Jesús en el evangelio de hoy son extremadamente radicales, nos  parecen incluso inhumanas. Se puede comprender que el que sigue a Jesús deba participar  del mismo tenor de vida que el maestro y que no tenga dónde reclinar la cabeza. Pero  cuesta trabajo aceptar que el seguimiento de Jesús tenga que ser tan urgente e  instantáneo, que no quede tiempo para despedirse de la familia o para enterrar al propio  padre. Nos parece más humano el profeta Elías cuando, después de llamar a Eliseo, le  permite despedirse de los suyos y hasta dar una comida de despedida: «Ve y vuelve,  ¿quién te lo impide?».
Hasta este momento la actividad pública de Jesús había discurrido fundamentalmente en  su propia región de Galilea. Y ahora se subraya un arranque nuevo: «Cuando se iba  cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo». Casi exactamente la misma expresión la  repite Lucas en otros dos momentos importantes de sus relatos: también se le cumplió el  tiempo a María y dio a luz a su hijo Jesús, y esa expresión aparece inmediatamente antes  del relato de pentecostés. Lucas subraya que es en ese momento cuando Jesús «decidió  irrevocablemente ir a Jerusalén», como traduce la Nueva Biblia española.
Desde este momento, el evangelio de Lucas está escrito como una subida a Jerusalén,  que es el hilo rector de los capítulos siguientes y una especie de estribillo que va  apareciendo una y otra vez, como un recordatorio. A partir de ahora, el evangelio de Lucas  se distancia del de Marcos y utiliza sus propias fuentes.
La segunda lectura de la liturgia suele ser un fragmento de alguna carta de Pablo, que no  tiene conexiones con el evangelio y la primera lectura, que sí suelen estar coordinados. Los  predicadores solemos prescindir de ella o, a lo más, entresacamos alguna frase suelta que  pegamos, con más o menos artificiosidad, al mensaje central de las otras dos lecturas. Hoy  hemos escuchado un fragmento de la Carta a los gálatas, que ha sido calificada como la  carta de la libertad cristiana, en que Pablo, polemizando duramente con los judaizantes,  propone la libertad del cristiano en contra de la ley judía y la práctica de la circuncisión.
En la actualidad podemos hacer una relectura del espléndido texto de hoy, entendiéndolo  como un resumen de la vida de Cristo. Podemos decir de Jesús de Nazaret que vivió en la  libertad y que se mantuvo en ella sin dejarse someter al yugo de la esclavitud de la ley  farisea. Afirmar también que la vocación de Cristo fue una vocación a la libertad; no para  una libertad que sirva de escudo y subterfugio a sutiles egoísmos, sino que, al contrario, se  hizo como un esclavo de los hombres por el amor.
Jesús anduvo según el Espíritu y no sometido a los deseos de la carne; el propio Lucas  subrayará que Jesús se dejó guiar por el Espíritu en los momentos decisivos de su vida y  no estuvo bajo el dominio de la ley. En pocas palabras, es justo afirmar que Jesús realizó  en su vida esa carta de la libertad cristiana que Pablo propone a los cristianos de Galacia. Como afirma J. R. Busto, hay que «caer en la cuenta de que la muerte de  Jesús se la buscó él mismo». Evidentemente Jesús pudo haberse librado de la muerte no  iniciando esa subida a Jerusalén o abandonando la ciudad santa cuando experimentó que  se estrechaba a su alrededor el círculo de los que querían llevarle a la muerte. Pero el  mesías tenía que manifestarse en Jerusalén. Lo había ya dicho el mismo Jesús: «No cabe  que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,33). Así lo entiende Tomás, a propósito de  la enfermedad de Lázaro: «Vayamos a Jerusalén y muramos con él». ¿Por qué, entonces,  se busca Jesús la muerte? Porque su relación de fidelidad con el Padre le obliga a ello. 
Jesús asumió la muerte que estaba implicada en su predicación sobre Dios. Decir que Dios  es amor incondicionado es peligroso, y actuar en consecuencia mucho más peligroso  todavía. Jesús lo sabe y no lo calla. Más todavía, lo demuestra con su vida.
Y Jesús actúa con total libertad, con esa libertad de los grandes hombres que no vuelven  la cara cuando hay que ser consecuentes con las verdades en las que han creído y han  convertido en programa de su vida. Fue el amor y la fidelidad de Jesús hacia su Padre lo  que le hizo subir a Jerusalén, allí donde tenía que manifestarse el mesías, el esperado,  para dar testimonio de ese Dios que ama incondicionadamente a todos los hombres.
Y así lo anuncia, aunque esto rompiese los esquemas religiosos fariseos que entendían  la relación con Dios como un contrato comercial en que compramos a Dios con nuestras  obras, esas obras de la ley que tanto criticará Pablo. Fue el amor y la fidelidad de Jesús  hacia los hombres lo que se convirtió para Jesús en «la ley entera», ya que esta se resume  en el «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Por eso Jesús decide irrevocablemente subir  a Jerusalén, por su amor a los hombres, a los que tenía que manifestar la nueva religión y  la nueva ley.
Así se explica la dureza de las exigencias de Jesús en la propuesta de su seguimiento.  Jesús no ha venido a abolir el cuarto mandamiento; no rechaza ese mandamiento tan  importante en la religiosidad judía de enterrar a los seres queridos muertos. Desde el  espíritu de Jesús sigue siendo válida también la frase del profeta Elías sobre la despedida  de los familiares: «Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?». Desde el espíritu de Jesús, que fue  sensible a la amistad y se conmovió ante la muerte de su amigo Lázaro, tienen un gran  sentido esas comidas en las que los hombres nos decimos adiós unos a otros. Pero,  también desde el espíritu de Jesús, hay situaciones en que su seguimiento nos impide  enterrar a nuestros muertos queridos o coger el arado con las manos y echar la vista  atrás.
Es lo que supo percibir el mismo Napoleón: «Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun  hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte». Cristo no fundó  un reino sobre la dureza y la inhumanidad, sino sobre el amor. Pero este tiene a veces  exigencias que rompen el alma y que es necesario asumir.
Es lo que hicieron los jesuitas de El Salvador. Ignacio Ellacuría decía a una persona  querida, una semana antes de su muerte, que era probable que no volviesen a verse. Y, sin  embargo, no se quedó en España. Como decía el mismo J. R. Busto, él y sus compañeros  sabían también que se estaban buscando la muerte e hicieron también su propia subida a  Jerusalén. Como también saben que se están buscando la muerte tantos cristianos que  viven hoy en puestos de avanzada (pensemos en los que corren el peligro de ser  asesinados por Sendero Luminoso en Perú) y, sin embargo, siguen firmes en sus puestos. Los que vivimos en situaciones más tranquilas, ¿no tenemos que preguntarnos también  hoy por nuestra coherencia en el seguimiento de aquello en lo que creemos, aunque nos  cueste dificultades, tensiones, luchas? Porque el seguimiento de Jesús, en lo que  constituye el ser cristianos, no es un camino fácil.
(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS A LA VISTA, Homilías ciclo C,
Madrid 1994.Pág. 253 ss.)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Vamos, como cristianos, por el camino correcto? 
¿Tenemos las actitudes requeridas para la realización del reino? 


ORACIÓN-MEDITACIÓN.

HACERSE CRISTIANO.
Sígueme.
Ser cristiano no es tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida cristiana de una manera muy estática y no la vivimos como un proceso de crecimiento y seguimiento constante a Jesús.
Sin embargo, en realidad, se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero, sobre todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir a Jesús.
Para no pocos, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo. No han entendido que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó.
Por eso, el cristiano no sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia como lo hizo Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús y tomando sus mismas opciones.
No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera sino buscarla siguiendo muy de cerca las huellas de Jesús. Como ha dicho P. Miranda, «la cuestión no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba».
A veces pensamos que es difícil saber cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Y sin embargo, sabemos muy bien cuál es el estilo de vida sencillo, austero, fraterno, cercano a los pobres, que debemos reproducir día a día siguiendo a Jesús.
Hay cosas que son muy claras si nos ponemos a seguir a Jesús. «La voluntad de Dios no es un misterio por lo menos en cuanto atañe al hermano y se trata del amor» (E. Kasemann).
Ciertamente es arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin apoyo alguno donde reclinar su cabeza.
Pero es lo único que puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese "seguir a Jesús", su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 323 s.)

Oración final:
“Dios Padre nuestro, tu Hijo Jesús, decidió subir resueltamente a Jerusalén, sin importarle  todo lo que aquel camino le iba a acarrear de sufrimiento y de cruz; ayúdanos, a los que  queremos ser seguidores radicales suyos, a tomar también resueltamente la opción de dar  nuestra vida día a día en el servicio a la causa que él con su entrega nos mostró. Por el  mismo Jesucristo, nuestro Señor”. Amén.
Hno. Javier.


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