13° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.


Domingo 30 de junio de 2019.
1° Reyes 19, 16b.19-21; Gálatas 5,1.13-18; San Lucas 9,51-62.
"Ama y haz lo que quieras"(San Agustín)
El que ama de verdad es verdaderamente lo que debe ser y ya no está dividido entre el ser y el deber. Es, por tanto, un hombre libre. No vive bajo la ley, se identifica con ella libremente. Y el Espíritu de Dios habita en él y lo conduce.

Oración inicial:
“Señor, ayúdanos a ser fuertes y valientes para hacer realidad tu Reino en nuestra tierra. Que confiados en tu Palabra, no rehuyamos de la vocación a la que nos llamas, y haz que nos dejemos orientar por tu Espíritu, para desprendernos de las cosas que nos separan de Ti y de nuestros hermanos y hermanas más necesitados”. Amén.

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: 1° Reyes 19, 16b.19-21; Gálatas 5,1.13-18; San Lucas 9,51-62.

Claves:

1. «Ve y vuelve». (1°Lectura)
Hoy se trata de la llamada al seguimiento, y en la primera lectura aparece un modelo  veterotestamentario ya muy radical que será superado una vez más por Jesús. El profeta  Elías echa su manto sobre Eliseo, mientras éste ara con su yunta, para significar que lo ha  elegido para ser su discípulo. Elías acepta que Eliseo vaya a despedirse de sus padres, y  el gesto de sacrificar los bueyes de su yunta para invitar a comer a su gente muestra que  Eliseo ha decidido ponerse al servicio del profeta. «Luego se levantó, marchó tras Elías y  se puso a sus órdenes». No se trata de un servicio puramente humano, sino que, al ser  Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una  obediencia grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta.

2. «Deja que los muertos entierren a sus muertos». (Evangelio)
Pero la exigencia de Jesús va aún más lejos. En el evangelio tres hombres se ofrecen a  Jesús para seguirle. Al primero lo remite a su propio destino y ejemplo: Jesús ya no tiene  casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de su madre, cuenta ya. No  mira atrás. Es más pobre en esto que los animales, vive en una inseguridad total. No posee  más que su misión. Y al comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su  «ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la cuestión. Es  típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde quería alojarse. Por eso no es  necesario mandar bajar fuego del cielo. Es normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11).  El segundo hombre quiere primero ir a enterrar a sus padres, y el Señor de la vida le  contesta: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Los muertos son los mortales  que se entierran unos a otros; Jesús está por encima de la vida y de la muerte, muere y  resucita «para ser Señor de vivos y muertos» (Rm 14,9). El tercer hombre quiere  despedirse de su familia. Aquí Jesús va más lejos que Elías. Para el llamado a seguir a  Jesús de un modo radical no hay componenda que valga entre familia y decisión por el  reino. La decisión exigida es indivisible e inmediata. A partir de su norma se regulará la  relación con la familia y con los demás hombres.

3. «Su vocación es la libertad». (2°Lectura)
La libertad de la que se habla en la segunda lectura es la libertad para la que «Cristo nos  ha liberado», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá en  el servicio al prójimo: «Sean esclavos unos de otros por amor». Tampoco se trata del  libertinaje, pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos  guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que luchar  contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera libertad, nada dice  contra la libertad que le ha sido dada; también Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones»  (Lc 4,1-12). No se puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias,  sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de Cristo  es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto nos «hace libres»  verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la que Cristo nos llama es su propia libertad, a  través de la cual participamos en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta. 

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 266 ss.)

MEDITACIÓN.

«Decidió irrevocablemente» 
Hay una cita poco conocida de Napoleón que dice así: «Alejandro  Magno, César Augusto y yo fundamos grandes imperios por medio de la fuerza y, después  de nuestra muerte, no tenemos ningún amigo. Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun  hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte».
Es un hecho indiscutible: los grandes hombres de la historia pueden ser admirados, sus  libros siguen siendo leídos, sus ideas permanecen... Desde Homero a Cervantes, de  Cicerón a Goethe, se puede decir que su obra se mantiene viva, que siguen corriendo ríos  de tinta sobre ellos. Pero ni de los grandes políticos, ni de los más profundos escritores se  puede decir que «millones de hombres irían voluntariamente a la muerte por ellos».
Las exigencias de Jesús en el evangelio de hoy son extremadamente radicales, nos  parecen incluso inhumanas. Se puede comprender que el que sigue a Jesús deba participar  del mismo tenor de vida que el maestro y que no tenga dónde reclinar la cabeza. Pero  cuesta trabajo aceptar que el seguimiento de Jesús tenga que ser tan urgente e  instantáneo, que no quede tiempo para despedirse de la familia o para enterrar al propio  padre. Nos parece más humano el profeta Elías cuando, después de llamar a Eliseo, le  permite despedirse de los suyos y hasta dar una comida de despedida: «Ve y vuelve,  ¿quién te lo impide?».
Hasta este momento la actividad pública de Jesús había discurrido fundamentalmente en  su propia región de Galilea. Y ahora se subraya un arranque nuevo: «Cuando se iba  cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo». Casi exactamente la misma expresión la  repite Lucas en otros dos momentos importantes de sus relatos: también se le cumplió el  tiempo a María y dio a luz a su hijo Jesús, y esa expresión aparece inmediatamente antes  del relato de pentecostés. Lucas subraya que es en ese momento cuando Jesús «decidió  irrevocablemente ir a Jerusalén», como traduce la Nueva Biblia española.
Desde este momento, el evangelio de Lucas está escrito como una subida a Jerusalén,  que es el hilo rector de los capítulos siguientes y una especie de estribillo que va  apareciendo una y otra vez, como un recordatorio. A partir de ahora, el evangelio de Lucas  se distancia del de Marcos y utiliza sus propias fuentes.
La segunda lectura de la liturgia suele ser un fragmento de alguna carta de Pablo, que no  tiene conexiones con el evangelio y la primera lectura, que sí suelen estar coordinados. Los  predicadores solemos prescindir de ella o, a lo más, entresacamos alguna frase suelta que  pegamos, con más o menos artificiosidad, al mensaje central de las otras dos lecturas. Hoy  hemos escuchado un fragmento de la Carta a los gálatas, que ha sido calificada como la  carta de la libertad cristiana, en que Pablo, polemizando duramente con los judaizantes,  propone la libertad del cristiano en contra de la ley judía y la práctica de la circuncisión.
En la actualidad podemos hacer una relectura del espléndido texto de hoy, entendiéndolo  como un resumen de la vida de Cristo. Podemos decir de Jesús de Nazaret que vivió en la  libertad y que se mantuvo en ella sin dejarse someter al yugo de la esclavitud de la ley  farisea. Afirmar también que la vocación de Cristo fue una vocación a la libertad; no para  una libertad que sirva de escudo y subterfugio a sutiles egoísmos, sino que, al contrario, se  hizo como un esclavo de los hombres por el amor.
Jesús anduvo según el Espíritu y no sometido a los deseos de la carne; el propio Lucas  subrayará que Jesús se dejó guiar por el Espíritu en los momentos decisivos de su vida y  no estuvo bajo el dominio de la ley. En pocas palabras, es justo afirmar que Jesús realizó  en su vida esa carta de la libertad cristiana que Pablo propone a los cristianos de Galacia. Como afirma J. R. Busto, hay que «caer en la cuenta de que la muerte de  Jesús se la buscó él mismo». Evidentemente Jesús pudo haberse librado de la muerte no  iniciando esa subida a Jerusalén o abandonando la ciudad santa cuando experimentó que  se estrechaba a su alrededor el círculo de los que querían llevarle a la muerte. Pero el  mesías tenía que manifestarse en Jerusalén. Lo había ya dicho el mismo Jesús: «No cabe  que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,33). Así lo entiende Tomás, a propósito de  la enfermedad de Lázaro: «Vayamos a Jerusalén y muramos con él». ¿Por qué, entonces,  se busca Jesús la muerte? Porque su relación de fidelidad con el Padre le obliga a ello. 
Jesús asumió la muerte que estaba implicada en su predicación sobre Dios. Decir que Dios  es amor incondicionado es peligroso, y actuar en consecuencia mucho más peligroso  todavía. Jesús lo sabe y no lo calla. Más todavía, lo demuestra con su vida.
Y Jesús actúa con total libertad, con esa libertad de los grandes hombres que no vuelven  la cara cuando hay que ser consecuentes con las verdades en las que han creído y han  convertido en programa de su vida. Fue el amor y la fidelidad de Jesús hacia su Padre lo  que le hizo subir a Jerusalén, allí donde tenía que manifestarse el mesías, el esperado,  para dar testimonio de ese Dios que ama incondicionadamente a todos los hombres.
Y así lo anuncia, aunque esto rompiese los esquemas religiosos fariseos que entendían  la relación con Dios como un contrato comercial en que compramos a Dios con nuestras  obras, esas obras de la ley que tanto criticará Pablo. Fue el amor y la fidelidad de Jesús  hacia los hombres lo que se convirtió para Jesús en «la ley entera», ya que esta se resume  en el «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Por eso Jesús decide irrevocablemente subir  a Jerusalén, por su amor a los hombres, a los que tenía que manifestar la nueva religión y  la nueva ley.
Así se explica la dureza de las exigencias de Jesús en la propuesta de su seguimiento.  Jesús no ha venido a abolir el cuarto mandamiento; no rechaza ese mandamiento tan  importante en la religiosidad judía de enterrar a los seres queridos muertos. Desde el  espíritu de Jesús sigue siendo válida también la frase del profeta Elías sobre la despedida  de los familiares: «Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?». Desde el espíritu de Jesús, que fue  sensible a la amistad y se conmovió ante la muerte de su amigo Lázaro, tienen un gran  sentido esas comidas en las que los hombres nos decimos adiós unos a otros. Pero,  también desde el espíritu de Jesús, hay situaciones en que su seguimiento nos impide  enterrar a nuestros muertos queridos o coger el arado con las manos y echar la vista  atrás.
Es lo que supo percibir el mismo Napoleón: «Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun  hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte». Cristo no fundó  un reino sobre la dureza y la inhumanidad, sino sobre el amor. Pero este tiene a veces  exigencias que rompen el alma y que es necesario asumir.
Es lo que hicieron los jesuitas de El Salvador. Ignacio Ellacuría decía a una persona  querida, una semana antes de su muerte, que era probable que no volviesen a verse. Y, sin  embargo, no se quedó en España. Como decía el mismo J. R. Busto, él y sus compañeros  sabían también que se estaban buscando la muerte e hicieron también su propia subida a  Jerusalén. Como también saben que se están buscando la muerte tantos cristianos que  viven hoy en puestos de avanzada (pensemos en los que corren el peligro de ser  asesinados por Sendero Luminoso en Perú) y, sin embargo, siguen firmes en sus puestos. Los que vivimos en situaciones más tranquilas, ¿no tenemos que preguntarnos también  hoy por nuestra coherencia en el seguimiento de aquello en lo que creemos, aunque nos  cueste dificultades, tensiones, luchas? Porque el seguimiento de Jesús, en lo que  constituye el ser cristianos, no es un camino fácil.
(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS A LA VISTA, Homilías ciclo C,
Madrid 1994.Pág. 253 ss.)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Vamos, como cristianos, por el camino correcto? 
¿Tenemos las actitudes requeridas para la realización del reino? 


ORACIÓN-MEDITACIÓN.

HACERSE CRISTIANO.
Sígueme.
Ser cristiano no es tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida cristiana de una manera muy estática y no la vivimos como un proceso de crecimiento y seguimiento constante a Jesús.
Sin embargo, en realidad, se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero, sobre todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir a Jesús.
Para no pocos, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo. No han entendido que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó.
Por eso, el cristiano no sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia como lo hizo Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús y tomando sus mismas opciones.
No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera sino buscarla siguiendo muy de cerca las huellas de Jesús. Como ha dicho P. Miranda, «la cuestión no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba».
A veces pensamos que es difícil saber cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Y sin embargo, sabemos muy bien cuál es el estilo de vida sencillo, austero, fraterno, cercano a los pobres, que debemos reproducir día a día siguiendo a Jesús.
Hay cosas que son muy claras si nos ponemos a seguir a Jesús. «La voluntad de Dios no es un misterio por lo menos en cuanto atañe al hermano y se trata del amor» (E. Kasemann).
Ciertamente es arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin apoyo alguno donde reclinar su cabeza.
Pero es lo único que puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese "seguir a Jesús", su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 323 s.)

Oración final:
“Dios Padre nuestro, tu Hijo Jesús, decidió subir resueltamente a Jerusalén, sin importarle  todo lo que aquel camino le iba a acarrear de sufrimiento y de cruz; ayúdanos, a los que  queremos ser seguidores radicales suyos, a tomar también resueltamente la opción de dar  nuestra vida día a día en el servicio a la causa que él con su entrega nos mostró. Por el  mismo Jesucristo, nuestro Señor”. Amén.
Hno. Javier.


25 jun 2019

33 días con la Reina de la Paz. 25 de junio 2019. Padre Gustavo Jamut, omv.




Consagrándonos  a Dios a través de María Reina de la Paz.

Nuestra madre nos dice en el mensaje anual del 18 de marzo del 2012  dado a Mirjana : Queridos hijos: vengo entre ustedes porque deseo ser su madre su intercesora, deseo ser un vínculo entre ustedes y el Padre celestial, deseo tomarlos de la mano y caminar con ustedes en la lucha contra el espíritu impuro, hijos míos conságrense totalmente a mí,  yo tomaré sus vidas en mis manos maternas y les enseñaré la paz y el amor y entonces las entregaré a mi hijo, a ustedes les pido oren y ayuden ,oren por sus pastores para que unidos en mi Hijo puedan siempre anunciar alegremente la Palabra de Dios, les agradezco por haber respondido a mi llamado.


 Oración de Consagración a Dios a través de la Virgen Santísima.
Virgen María cuyo corazón desborda de bondad, hoy venimos a consagrarnos a Dios por medio de tu Inmaculado Corazón, tú nos invitas para que a través de nuestros si a  Dios y con nuestro servicio, mostremos tu amor por nosotros y por el mundo entero ,te pedimos madre que el fervor que brota de tu corazón descienda sobre todos nosotros y sobre cada bautizado, para que abrazados por el fuego del espíritu santo nos comprometamos cada día más para hacer luz en nuestras comunidades, en la Iglesia y en todos los ámbitos de la sociedad , creando unidad y transmitiendo a la mayor cantidad posible de personas el amor de Dios de manera concreta.
Madre te amamos inmensamente , ayúdanos a transformar nuestros corazones , para que demos como tú lo hiciste lo mejor de nosotros con un sí pleno al llamado de Dios para servir con alegría y responsabilidad , en las diversas tareas evangelizadoras que se nos han confiado , que sirvamos madre como tú lo hiciste en Nazaret, Ein Karem, en Belén y en cada lugar donde estuviste ayúdanos Madre a madurar en el verdadero amor y entrega;  acuérdate de nosotros Virgen María especialmente cuando caemos en la Tentación del desaliento,  de la confusión o de la tibieza,  tú sabes que nosotros somos hombres y mujeres pecadores y aun así sigues amándonos ayúdanos a rechazar la sutil tentación de la tibieza y de la mediocridad saliendo de nuestras zonas de confort y
de comodidad para servir al Señor como tú lo hiciste y como él nos pide ser servido con tu santísimo y maternal corazón, sana nos de toda enfermedad espiritual, libéranos de toda forma de ceguera, sordera o parálisis espiritual, para que hoy y cada día podamos orar diciendo con tu ayuda , hoy comienzo nuevamente, haznos Madre capaces de contemplar la bondad de tu maternal corazón para que así nos convirtamos cada día más,  para amar adiós a nuestras familias y a la misión a la que nos ha llamado que, así sea.


Y a todos aquellos que se han consagrado a Dios por las manos de María que están consagrando su país, los pastores, las familias que los bendigan nuestro buen Dios, que es,  Padre, Hijo y Espíritu Santo,  amén.

33 días con la Reina de la Paz. 24 de junio 2019. 33° Día. Padre G. E. Jamut, omv.



  Ultimo día de preparación para consagrarse a Dios con la intercesión de María Reina de la Paz.


Oración inicial para cada día:
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu santo, tu luz me envuelve y me protege, a la vez que el amor de la reina de la Paz me rodea.
Tu luz Señor guíe mis pasos en este día y con su resplandor hechas fuera las tinieblas, de mi alma, de mi familia, de mi iglesia y de cada rincón de mi país y de toda la tierra.
Madre de Jesús y Madre nuestra , nos unimos a ti en oración de intercesión pidiéndole a Dios que disipe hasta la más espesa oscuridad, para que ya no regrese ni siquiera a la más pequeña sombra del mal. Amen.

Texto bíblico para meditar: Hechos 1,4-5 “…en una ocasión mientras estaba comiendo con ellos les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperarán la promesa del padre la promesa les dijo que yo les he anunciado porque juan bautizó con agua pero ustedes serán bautizados en el espíritu santo dentro de pocos días…”
Mensaje de la Reina de la Paz del 25 de mayo de 2009: Queridos hijos, en este tiempo los invito a todos a orar por la venida del espíritu santo en cada criatura bautizada para que el Espíritu Santo los renueve a todos y nos conduzca por el camino del testimonio de la fe a ustedes y a todos aquellos que están lejos de Dios y de su amor estoy con ustedes e intercede por ustedes ante el altísimo gracias por haber respondido a mi llamado.
Reflexión: Victoria sobre el individualismo.
La tendencia en nosotros puede ser individualista y egoísta , incluso de nosotros los presentes y los sacerdotes y religiosas y quienes amamos a la Virgen María , por eso ella con sus mensajes nos invita a levantar la mirada ya mirar más allá de las propias necesidades y de las necesidades de nuestros familiares y amigos; un verdadero cristiano y discípulo de María lleva en sus corazones los deseos de nuestra señora que nos invita a orar para que el Espíritu Santo se mueva en el corazón de cada hombre y mujer que ha recibido el sacramento del bautismo pero que aún no está viviendo de acuerdo a la amistad con el Señor ella nos quiere enseñar que cuando nos unimos en oración y también unimos el testimonio de la propia vida y el anuncio pero que vamos aprendiendo sobre Dios, su iglesia con estos elementos Dios puede hacer cosas maravillosas sanando corazones heridos convirtiendo vidas liberando de adicciones y de comportamientos dañinos transformando hasta la misma personalidad de quienes aún no han tenido la experiencia del amor de Dios, te invito a que en este último día de preparación a la consagración repitas en tu corazón la siguiente oración:
Virgen María reina de la Paz nuestra vida se vuelve más hermosa cuando como hijos nos ponemos por medio de la oración bajo el refugio de tu manto y de tu amor materno hoy te pido que me ayudes a mostrar a los demás no sólo con palabras sino también con el ejemplo de mi manera de hablar de callar de actuar que tu hijo está vivo y que él es amor de este modo no sólo seré libre del individualismo del egoísmo de la indiferencia sino que seré puente de tu amor maternal para que tú puedas llegar a muchos corazones bendecirlos con tu amor y permitir que conozcan más profundamente a Dios .
Oración final para cada día:
Padre del cielo, en el Nombre de tu Hijo Jesucristo y por la intercesión de María Reina de la Paz pongo en tus manos, a todos tus hijos que habitamos en esta tierra, especialmente a los más necesitados de tener una experiencia, de tu amor y de tu Divina Misericordia que así sea.
Y que en este día te bendiga Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.


El rostro de Jesús se mostró de forma repentina en la Hostia consagrada...

En redes sociales circula la narración de un suceso extraordinario acaecido el pasado 29 de marzo durante la eucaristía que celebraba el sacerdote José Luis Quijano (a) Cote, Párroco de la Inmaculada Concepción en Tigre, Provincia de Buenos Aires (Argentina).

El rostro de Jesús se mostró de forma repentina en  la Hostia consagrada, justo antes de la “elevación”, ante el citado celebrante quien conmocionado se desbordó en llanto; y también fue visto por el acólito que servía en la Eucaristía.

¡TESTIMONIO de SU Presencia!

Esto sucedió ayer 29 de Marzo, en la Santa Misa celebrada a las 19,30 hs. por el P. José Luis Quijano (a) Cote, Párroco de la Inmaculada Concepción en Tigre, Pcia. Baires.
Esperando el momento de la elevación, durante el canto, el Padre sostenía la hostia entre sus manos y vemos que llama al ministro de Comunión, Harry, un señor mayor, feligrés de años en esta Iglesia y después de hablar con él, sosteniendo aún la hostia entre sus manos, prorrumpe en un llanto fuerte y desconsolado. Todos nos quedamos estupefactos y cuando reaccioné pensado en subir al altar (estaba confesando), P. Cote haciendo un esfuerzo y secándose las lágrimas, comienza a decir entrecortadamente: "Esto no es para mí, yo no soy digno, es una gracia para ustedes" y cae de rodillas junto con Harry, el acólito y la mayoría de los fieles que lo imitamos sobrecogidos por su reacción, permaneciendo así hasta que se incorporó y pudo continuar la celebración.

Cuando terminé de confesar, ya bien finalizada la misa, me acerqué al grupo que todavía comentaba y los rodeaba, mientras otros rezaban el Santo Rosario en alta voz.. Allí me enteré de lo sucedido. P. Cote vio la cara de Jesús en la hostia y no pudiendo dar crédito a lo que veía, llama y le pregunta a Harry: "Que ves?" y este confirmó "La cara de Jesús".

Gracias Señor! No somos dignos de que nos confirmes, tan claramente que: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). 

Para Su mayor Honra y Gloria doy este testimonio agradecido, en Tigre el 30 de Marzo del 2019. P. Agustin Bollini, IVE.

En la página de Facebook de la parroquia también existe una referencia al extraordinario suceso como puede apreciarse en el siguiente diálogo extraído mediante un ‘pantallazo’:



 P. José Luis Quijano (a) Cote, Párroco de la Inmaculada Concepción en Tigre, Pcia. Baires.

LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO CICLO C



Domingo 23 de junio de 2019.
Génesis 14,18-20; 1° Corintios 11,23-26; San Lucas 9,11b-17.


“Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11). Danos los bienes eternos, danos los temporales. Prometiste el reino, no nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en tu presencia; danos en la tierra el alimento temporal”.
(San Agustín, Sermón 57,7)

Oración inicial:
“Señor Jesús, Palabra hecha carne para la vida del mundo, carne hecha Pan de Vida plena, concédenos entrar cada día en el misterio de tu persona, de tu vida, de tu misión, para ser pan sencillo y tierno que se parte y reparte entre quienes nos rodean. Y de este modo, enviados a servir y donarnos misericordiosamente a nuestros hermanos, través de gestos discretos y desapercibidos se vaya tejiendo misteriosamente la red de la comunión en el amor y la unidad en la diversidad. Solo así podremos ser llamados y reconocidos como discípulos tuyos”. Amén. 


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Génesis 14,18-20; 1° Corintios 11,23-26; San Lucas 9,11b-17.

Claves de lectura:

1.    «Jesús alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre los panes y los partió». (Evangelio)
El misterio de la festividad de hoy, como el de todas las grandes solemnidades que siguen a Pentecostés y a la Santísima Trinidad, es un misterio trinitario. El evangelio lo representa primero en la imagen de la multiplicación de los panes. Esta no es un truco de magia; para realizarla, Jesús levanta primero los ojos al cielo, en una oración de petición y acción de gracias (eucaristía) a un tiempo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado» (Jn 11,41), pues su autoprodigalidad en los panes será un signo de cómo el amor del Padre entrega total e incondicionalmente su Hijo al mundo; después bendice el pan, pues el Padre ha confiado todo al Hijo, incluso el poder de pronunciar la bendición del cielo; y finalmente lo parte, gesto que alude tanto a su quebrantamiento en la pasión como a la infinita multiplicación de sus dones que el Espíritu Santo realiza en todas las celebraciones eucarísticas, y con ello se hace visible simbólicamente que el amor trinitario se hace presente en el don eucarístico de Jesús.

2. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes». (2° Lectura)
En las lacónicas palabras de la institución de la Eucaristía, que se recogen en la segunda lectura, se encuentra oculta la inagotable plenitud del don del amor divino. Es como si se levantara una piedra y surgiera una fuente que jamás se agota. Pablo refiere aquí únicamente lo que ha oído a los primeros discípulos, pues en este punto no osaría añadir nada de su propia cosecha. El contexto de la acción de Jesús, en «la noche en que iba a ser entregado», es esencial; en último término es el Padre quien lo entrega: en la cruz por los hombres y en la Eucaristía, igualmente por nosotros. Por eso Jesús pronuncia la oración de acción de gracias: porque el Padre hace esto, porque él mismo puede hacerlo con El y porque el Espíritu Santo lo realizará continuamente en el futuro. Jesús no sólo distribuye el pan partido que es él mismo, sino que da a los que lo reciben, como supremo cumplimiento del don, la orden y el poder de repetirlo ellos mismos en el futuro. No al margen de su entrega, de su sacrificio, sino «en memoria suya», para que así su don nunca sea algo puramente pasado, algo que se recuerda sin más, sino que siga siendo un presente siempre nuevo por el que se dan gracias al Padre elevando los ojos hacia El, y en nombre del Hijo y con la fuerza del Espíritu Santo se parte y se come el pan. La partición del pan eucarístico es inseparable del desgarramiento de la vida de Jesús en la cruz: por eso toda celebración eucarística es «proclamación de la muerte del Señor» por nosotros. Pablo no necesita mencionar la resurrección, pues ésta está contenida como algo evidente en el hecho de que la muerte de antaño sólo puede hacerse presente si esa muerte era ya una obra de la vida del amor supremo.

3. «Melquisedec ofreció pan y vino». (1°Lectura)
El gesto del rey de Salem en la primera lectura es un arquetipo sumamente significativo para judíos y cristianos. Pues antes de que se instituyera en Israel el ritual de los sacrificios, el ofrecimiento de plantas y animales, existió ya esta sencilla ofrenda de pan y vino por parte de un rey de Salem, que no era aún la Jerusalén que llegaría a ser después. Melquisedec es un misterioso rey-sacerdote que (según la carta a los Hebreos) preludia ya, más allá del sacerdocio pasajero de Leví, el sacerdocio de Jesús. Lo primigenio (alfa) remite a menudo más claramente a lo definitivo (omega) que los estadios intermedios, de los que no hace falta ser conscientes.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 256 s.)

MEDITACIÓN.

"Denles ustedes de comer"
En el evangelio, hoy Jesús desafía a los discípulos -la Iglesia- a solucionar las necesidades de los que se hallan atrapados por la injusticia de los hombres. Denles ustedes de comer, dice a los discípulos que le sugieren que despida a la gente que había acudido para escucharlo. No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. La eucaristía es urgencia de caridad, la celebración de la misa nos compromete a luchar contra el mal del mundo desde la fe y la comunión con Jesucristo. El anuncio -la proclamación sacramental- es dinámica de comunión. Somos el pueblo que camina al encuentro del Señor, que se identifica con los necesitados. Caminamos en la Iglesia. La Iglesia de todos, que lucha por vencer el pecado y la muerte, intentando que la justicia de los hombres se acerque cada vez más a la justicia de Jesús: Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos a otros como yo los he amado.
No podemos comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo si no estamos dispuestos a comulgar con las necesidades -el cuerpo y la sangre- de los pobres. También eso es tradición viva, que procede del Señor.

(Aporte de J. M. ARAGONÉS, MISA DOMINICAL 1992, 8)


La presencia de Jesús en la comunidad cristiana cambia de signo tras la ascensión. Ya no podemos encontrarnos con El a través de una experiencia sensible, sino en el clima de una vivencia sacramental. Jesús se hace presente en los símbolos de pan y vino que se ofrecen a Dios en la celebración eucarística. El pan y el vino, alimentos de la vida diaria, se convierten en la persona misma de Jesús, pan de vida eterna. Jesús se nos entrega en su sacrificio y su victoria sobre el mal y la muerte. El Crucificado está con nosotros cada vez que nos reunimos para celebrar nuestra fiesta: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).
En la Eucaristía Jesús nos incorpora a su cuerpo que es la Iglesia. La comunión con Cristo se convierte en comunión entre nosotros para formar una comunidad fraterna. Comulgar no es sólo recibir a Cristo en nosotros, sino renovar nuestra pertenencia a la comunidad de los fieles, para vivir no como egoístas, sino como hermanos, unos al servicio de otros, cada día, como el mismo Jesús nos enseñó la noche de la última cena, lavando los pies de sus discípulos. Nos urgía con este gesto a sorprender al mundo con la novedad del amor fraterno.
De la Eucaristía brota, como de su fuente, todo el amor en la Iglesia. Porque la participación en la resurrección de Cristo no puede darse más que en el paso a través de su muerte: superación del egoísmo, del ansia de poder, del dinero como valor fundamental... Sólo así se descubre la dimensión de fraternidad, que se extiende a todos los hombres. Proclamar la muerte del Señor significa vivir la presencia de Jesús en todos los que continúan su "pasión" en el dolor y en la injusticia permanentes.
¿Dónde está Cristo? No sólo en el sacramento del altar. El mismo nos ha dicho que tiene rostro de hombre: "Tuve hambre y me disteis de comer, estaba preso y me vinisteis a ver..". Este es un modo de presencia muy intenso, inequívoco, pero que no solemos advertir. El Bautista podría hoy también decirnos a gritos: "En medio de vosotros está el que no conocéis" (Jn 1, 26).
(Aporte de DABAR 1977, 37)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Relacionamos la eucaristía hoy con el compartir los bienes?
¿Son banquetes cristianos nuestras celebraciones?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

HACER MEMORIA DE JESÚS
Comieron todos.

Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.

La escucha del Evangelio.
Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.

La memoria de la Cena.
Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: «Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte… Este es el cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo».
En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús». Nos sentimos salvados por Cristo, nuestro Señor.

La oración de Jesús.
Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.

La comunión con Jesús.
Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: «Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano».
 (Aporte de José Antonio Pagola, 29 de mayo de 2016)


EN MEDIO DE LA CRISIS.

La crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.
Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.
En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.

(Aporte de José Antonio Pagola, 2 de junio de 2013)

Oración final:
“Señor Jesús, que partiste y repartiste tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre, durante toda tu vida, y en la víspera de tu muerte lo hiciste también simbólicamente; te pedimos que cada vez que nosotros lo hagamos también "en memoria tuya" renovemos nuestra decisión de seguir partiendo y repartiendo, como tú, en la vida diaria, nuestro pan y nuestro vino, nuestro cuerpo y nuestra sangre, todo lo que somos y poseemos. Te lo pedimos a ti, que nos diste ejemplo para que nosotros hagamos lo mismo”. Amén.


      
Hno. Javier.