7 sept 2019

23° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.






Domingo 8 de septiembre de 2019.
Sabiduría 9,13-18; Filemón 9b-10.12-17; San Lucas 14,25-33.

“Mes de la Biblia”

Oración inicial:
“Aquí nos tienes, Señor, abriendo tus Escrituras,
pidiendo de tus honduras, el don del Espíritu Santo.
Venga a nosotros soplando, despertando corazones,
acogiendo entre sus dones, el poder hoy escucharte.
Danos oídos atentos y mirada penetrante,
mantén el alma expectante a tu Palabra Divina.
Sea ella nuestra guía mientras vamos caminando
y por la vida anunciando tu presencia peregrina”. Amén.
(Hno. Javier)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Sabiduría 9,13-18; Filemón 9b-10.12-17; San Lucas 14,25-33.

Claves de lectura:
1. «El que no renuncia a todos sus bienes... ». (Evangelio)
Esto es lo que Jesús exige en el evangelio cuando alguien quiere ser discípulo suyo.  Bienes en este contexto son también las relaciones con los demás hombres, incluidos los  parientes y la propia familia. Y Jesús utiliza la palabra «odiar», un término ciertamente duro  que adquiere toda su significación allí donde algún semejante impide la relación inmediata  del discípulo con el maestro o la pone en cuestión. Jesús exige, por ser el representante de  Dios Padre en la tierra, aquel amor indiviso que la ley antigua reclamaba para Dios: «con  todo el corazón, con todas las fuerzas». Nada puede competir con Dios, y Jesús es la  visibilidad del Padre. El que ha renunciado a todo por Dios está más allá de todo cálculo. El  hombre tiene que deliberar y calcular sólo mientras aspira a un compromiso. Si fija la mirada  en este compromiso, no terminará su construcción, no ganará su guerra. Jesús plantea esta  escandalosa exigencia a una gran multitud de gente que le sigue externamente: ¿pero quién  en esta gran masa está dispuesto a cargar con su cruz detrás de Jesús? (Los romanos  habían crucificado a miles de judíos revoltosos, todo el mundo podía entender lo que  significaba la cruz: disponibilidad para una muerte ignominiosa en la desnudez más  completa). Jesús había renunciado a todo: a sus parientes, a su madre; no tiene dónde  reclinar la cabeza. El mismo tendrá que «llevar a cuestas su cruz» (Jn 19,17). Sólo el que lo  ha dejado todo puede -en la misión recibida de Dios- recibirlo, «con persecuciones» (Mc  10,30).

2. «Me harás este favor con toda libertad». (2°Lectura)
En la segunda lectura Pablo intenta educar a su hermano Filemón en este  desprendimiento, en esta renuncia a todo lo propio, un desasimiento que no sólo es  compatible con el amor puro, sino que coincide con él. Cuando le remite al esclavo fugitivo,  Pablo hace saber a Filemón que le hubiera gustado retenerlo a su servicio, pero que deja  que sea él, Filemón, el que tome la decisión; le desliga de su propiedad (el esclavo  pertenecía a Filemón), pero también de todo cálculo (pues no gana nada si se lo devuelve a  Pablo). E incluso le expropia aún más profundamente, al enviar a Onésimo no como esclavo  sino como hermano querido, pues en eso es en lo que se ha convertido para Pablo; por eso  «cuánto más ha de quererlo» Filemón, y esto tanto «como hombre» (pues el esclavo se ha  convertido para Filemón mediante el amor de Pablo en un semejante, en un hermano) como  «según el Señor», que es el desasimiento por excelencia, superior a todo deseo de poseer.

3. «Se salvarán con la sabiduría». (1°Lectura)
El mandamiento de Jesús sobre la perfecta expropiación -con vistas a la pura  disponibilidad para Dios- no es algo que pueda conseguir el hombre con su esfuerzo, es una  sabiduría (en la primera lectura) que viene dada de lo alto. El que piensa con categorías  puramente intramundanas, tiene que preocuparse de muchas cosas, porque las cosas  terrenales son muy precarias; y esta preocupación le impide divisar el panorama de la  despreocupación celeste. Su obligación de calcular no le permite hacerse una idea de los  «planes de Dios», que se fundamentan siempre en la entrega generosa y no en cálculos o  razonamientos. Sólo «la sabiduría» puede «salvar» al hombre de esta preocupación que le  impide toda visión de las cosas del cielo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 281 s.)

MEDITACIÓN.

La empresa más arriesgada.
Salomón pide sabiduría a Dios para que le guíe prudentemente en sus empresas; con ella  sus obras serán agradables a Dios, y podrá juzgar a su pueblo con justicia. Si Salomón pide  a Dios discernimiento para tener tino en el enfoque y solución de los problemas terrenos,  ¿cuánto más necesita pedirlo para saber cumplir la voluntad de Dios?, pues "¿qué hombre  conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere..., si tú no le das tu  sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" (Sabiduría 9,13). Si los asuntos  humanos a veces son tan difíciles, ¿qué ocurrirá, con los caminos del Señor, que son: "Un  abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento, sus decisiones son insondables y sus  caminos irrastreables? ¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién es su consejero?" (Rom  11,33). Si las realidades terrestres apenas las conocemos, ¿qué ocurrirá con las realidades  sobrenaturales? 
Dios ha grabado en el corazón de todos los hombres la ley natural, y ha dado a su pueblo  la ley en el Sinaí, pero el instinto desordenado, la fuerza de las pasiones y la influencia del  ambiente mundano, enturbian el agua clara de la conciencia de los hombres, como lo  testifica Pablo: "Los objetivos de los bajos instintos son opuestos al Espíritu y los del Espíritu  a los bajos instintos, porque los dos están en conflicto. Resultado: que no podéis hacer lo  que quisierais" (Gál 5,17). De tal manera que "en lo íntimo, cierto, me gusta la ley de Dios,  pero en mi cuerpo percibo unos criterios diferentes que guerrean contra los criterios de mi  razón y me hacen prisionero de esa ley del pecado que está en mi cuerpo" (Rom 7,22).  "¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?" (Rom 7,  24). Sólo la sabiduría de Dios nos enseñará lo que le agrada y con ella nos dará la fuerza  salvadora. 
Con tu sabiduría, Señor, nos enseñarás a "calcular nuestros años para que adquiramos  un corazón sensato, y comprendamos que mil años en tu presencia son un ayer que pasó,  una noche en vela, y como la hierba que por la mañana florece y por la tarde la siegan y se  seca. Que tu bondad, Señor, baje a nosotros y haga prósperas las obras de nuestras  manos" (Salmo 89). 
Dios nos ha revelado su designio de amor en Jesús, Sabiduría divina encarnada, quien,  mientras va caminando hacia Jerusalén acompañado de mucha gente, que ha escuchado la  parábola de la gran cena y la invitación general para que se llene su casa: "Sal a los  caminos y a los cercados y haz entrar a la gente para que se llene mi casa" (Lc 14,23),  plantea las exigencias de su seguimiento. 
La primera condición y fundamental, es seguirle con la cruz: "El que no carga con su cruz  y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío" (Lucas 14,25). Como Cristo, su discípulo  ha de entregarse a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pequeños y  desprovistos. 
La segunda, es el desprendimiento de la propia familia: "Si alguno viene conmigo y no  está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y  hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". Lo que quiere Jesús significar  es que hay que renunciar a cerrarse en el gueto de la biología, de la tribu, del clan familiar,  nacional-racista, dominado por el orgullo y por el egoísmo, individual o colectivo. Jesús no  quiere que se utilice a Dios para difundir el ideal propio, la "capilla" propia. Así no se sirve al  Reino, sino que se aprovecha como escalón para conseguir prestigio y otros intereses.  Esos apegos afectivos atan e impiden la creación de la familia universal que él está ya  creando, a cuya edificación puede y debe contribuir la familia propia, que sólo así quedará  justificada en su fin. 
Por último, el que quiera seguir a Jesús ha de renunciar a todo lo que tiene. Es lo que le  pidió al joven rico (Mt 19,29), a cambio de su amistad. Se puede vivir la renuncia sin  necesidad de salir del mundo y de su ambiente y de su propio trabajo. Basta con orientar  todas las energías y todo lo que se tiene hacia el reino de Jesús, que ya está actuante entre  nosotros. Y poner nuestras cosas al servicio de los hermanos. 
Esa es la torre que hemos de construir. Esa es la guerra que hemos de ganar. Torre y  guerra ante cuya construcción y conquista no nos podemos evadir, porque en ellas está  implicada nuestra salvación. La enseñanza del Señor es: Si los proyectos de este mundo  exigen e imponen un precio, unos planes y unos sacrificios, ¿cómo podremos sin planes, sin  sacrificios, sin precio, enfrentar el plan supremo del Reino? Para eso necesitamos y hemos  de pedir, como Salomón, un espíritu de sabiduría que él nos da, junto con el consuelo y la  seguridad de que el principal constructor de la torre y el general que dirige la guerra es el  Señor que ha vencido la muerte con su resurrección. Y que nos fortalece con el pan de la  eucaristía. 
(Aporte de J. MARTI BALLESTER)
Para la reflexión personal y grupa:
¿A qué renunciamos, de hecho, los cristianos? 
¿Sabemos calcular bien nuestras propias fuerzas? 
ORACIÓN- CONTEMPLACIÓN.

Los ejemplos que emplea Jesús son muy diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador se pone a construir una torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será un suicidio.
A primera vista, puede parecer que Jesús está invitando a un comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la audacia con que habla de ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere encomendar a los suyos es tan importante que nadie ha de comprometerse en ella de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.
Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama, antes que nada, a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas «se sientan» a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento a Jesús?
Jesús llama también al realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?
Sería una temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la  "torre inacabada" no hace sino provocar las burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser "fermento" en medio del pueblo o puñado de "sal" que pone sabor nuevo a la vida de las gentes.
                 (Aporte de José Antonio Pagola, 5 de septiembre de 2010)


Oración final:
“Señor, enséñanos a no tomar con negligencia y superficialidad el camino que nos propones; ayúdanos a descubrir que ese camino no es solo una parte sino todo en nuestra vida. Y que para tomarlo en serio tenemos que estar dispuestos a entregártelo todo”. Amén.


Hno. Javier.


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