2 may 2019

DEL 3° DOMINGO DE PASCUA CICLO C.



Domingo 5 de mayo de 2019.
Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41; Apocalipsis 5,11-14; San Juan 21,1-19.

Oración inicial:
“Manifiéstate, Señor, hoy a nosotros. También nosotros, como tus discípulos queremos estar contigo, junto a ti, para emprender con sentido, con todo tu Espíritu, la tarea evangelizadora. Sin Ti nada podemos realizar. Con frecuencia estamos en la noche oscura, no contamos contigo, no te sentimos con nosotros. Por eso, nuestro esfuerzo es estéril. Pero, en tu Palabra, echaremos las redes. Porque confiamos en Ti, seguiremos en nuestro empeño. Sabemos que Tú obras en nosotros, venciendo nuestras desganas y desalientos”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41; Apocalipsis 5,11-14; San Juan 21,1-19.

Claves de lectura:

1. "Te llevará a donde no quieras". (Evangelio)
El evangelio de la aparición del Señor en la orilla del lago de Tiberíades termina con la investidura de Pedro en su ministerio de pastor. Todo lo anterior es preparación: primero la pesca malograda; luego la pesca milagrosa, tras la que Pedro se arroja al agua para llegar nadando hasta el Señor y mantenerse a su lado sobre la roca de la eternidad, mientras el resto de la Iglesia les trae su cosecha, su pesca; después es Pedro solo el que arrastra hasta la orilla la red repleta de peces. Y finalmente se le plantea a Pedro la cuestión decisiva: «¿Me amas más que éstos?». Tú, que me negaste tres veces, ¿me amas más que este discípulo amado, que tuvo el valor de permanecer junto a mí al pie de la cruz? Pedro, que es consciente de su culpa cuando el Señor le repite tres veces la misma pregunta, pronuncia un primer sí lleno de arrepentimiento, pues en modo alguno puede decir no, y toma prestada de Juan la fuerza para ello (en la comunión de los santos). Sin la confesión de este amor más grande, el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas, no podría confiar a Pedro la tarea de apacentar su rebaño. Pues el ministerio que Jesús ha recibido del Padre es idéntico a la entrega amorosa de su vida por sus ovejas. Y para que esta unidad de ministerio y amor, absolutamente necesaria para el ministerio conferido por Jesús, quede definitivamente sellada, se predice a Pedro su crucifixión, el don de la perfecta imitación de Cristo. Desde entonces la cruz permanecerá ligada al papado, aun cuando habrá papas indignos; pero cuanto más en serio se tome un papa su ministerio, tanto más sentirá sobre sus espaldas el peso de la cruz.

2. « Ultraje por el nombre de Jesús». (1°Lectura)
La Iglesia terrestre da ejemplo de esto desde el principio. La debilidad de Pedro, que motivó la triple negación de antaño, ha desaparecido, y ahora los apóstoles, con Pedro a la cabeza, se atreven a replicar ante el sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». La prohibición de hablar en nombre de Jesús no les impresiona, no están ni atemorizados ni abatidos; no buscan un compromiso diplomático, sino que salen «contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús». En las partes perseguidas de la Iglesia hay, cuando permanecen firmes, un tipo muy especial de alegría espiritual que otras partes que viven en paz no conocen. La experiencia lo confirma.

3. «Digno es el Cordero degollado». (2°Lectura)
También la Iglesia celeste, en su adoración del Cordero divino, toma parte en la unidad, vivida primero por Cristo e imitada después por la Iglesia terrestre, de ministerio y amor, de misión y oprobio, de vitalidad e inmolación. Para Juan (en la segunda lectura) esto es simplemente la gloria como unidad de cruz y resurrección. Ante esta unidad indisoluble, representada por el Cordero degollado que vive por los siglos de los siglos, se inclinan «todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra y en el mar». Pues en esta unidad se manifiesta el misterio del amor divino en toda su profundidad.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 244 s.)


MEDITACIÓN.

SIGUE LA ALEGRÍA Y LA CONTEMPLACIÓN DE LA PASCUA.
La alegría desbordante de la fiesta cristiana por excelencia es recordada en la eucología de este domingo, sobre todo en la colecta y en la oración sobre las ofrendas. Es necesario que se haga transparente también en toda la ambientación de la misa: que verdaderamente sea misa pascual con cantos exultantes, con ornamentación festiva, con la cruz -o la imagen del Resucitado- adornada con flores y luces, con el cirio pascual bien alto y encendido cerca del ambón.
La alabanza que tratamos de contagiar a los fieles tiene que ser también invitación a contemplar, por la fe, la gloria del Resucitado. La liturgia pascual tiene que estimular este carácter de contemplación a la que nos invita la segunda lectura de los domingos, del libro del Apocalipsis, un libro bastante desconocido o mal entendido, cargado a lo largo de los siglos de interpretaciones fantasiosas que han generado expectativas y predicciones que no tenían mucho que ver con la fe-confianza de los hijos del Padre, en medio de las vicisitudes de la vida. Hoy, el Apocalipsis nos invita a compartir la visión del trono de Dios, rodeado de los ángeles y de los ancianos que aclaman el Cordero que ha sido degollado.
¿No es quizás una trasposición al cielo de nuestra liturgia eucarística en la que nosotros rodeamos el altar del sacrificio memorial de Cristo, donde cantamos con toda la creación la alabanza al Padre y a Cristo, el Cordero, y queremos que se perpetúe por los siglos? Hay que destacar que el Amén que resuena tantas veces en nuestras asambleas es el mismo Amén del Apocalipsis. Una prueba más de la identificación: celebramos unidos a la Iglesia celestial, la suya también es nuestra alabanza universal.

OTRA VEZ, LA COMENSALIDAD CON EL RESUCITADO.
Después de la resurrección, el Resucitado tiene prisa por reunirse con sus discípulos: la muerte los había dispersado, la nueva Vida los mantendrá unidos para siempre. Pero no sólo es el sentido de la reunión sino el de la comensalidad que flota en las apariciones, en el dejarse ver, del Resucitado. Alguien ha hablado de la "reinstitución" de la Eucaristía en aquellos encuentros de comensalidad en los que Jesús, el Señor, lleva la iniciativa, como en el evangelio de hoy.
La comida no es fruto del trabajo de los discípulos pescadores: es don del Resucitado. Ya lo había advertido Jesús: "Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo" (Jn 6, 32)
Hay una admirable correspondencia entre el fragmento de hoy, del capítulo 21 de Juan, y el capítulo 6 del mismo evangelio. Lo que Jesús había anunciado multiplicando los panes y los peces cerca del lago de Tiberíades, una vez resucitado, lo cumple cerca del lago. Los discípulos reconocen ahora a Jesús con una expresión de fe pascual: "Es el Señor". "Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado". Igual como en el capítulo 6,11. "Era la tercera vez que Jesús se aparecía a los discípulos". Este año las hemos seguido: las dos primeras, el domingo pasado. Este evangelio, por tanto, nos introduce de lleno en la verdad sacramental de la Eucaristía pascual que compartimos este domingo. "Es el Señor", reconocido por la fe, que parte y nos reparte el pan.

EUCARISTÍA, AMOR, PASTOREO, SEGUIMIENTO.
Loablemente se lee el evangelio íntegro. El último fragmento es de gran viveza y emotividad. Como he enunciado se podría hacer ver, a partir de Jn 21, 15-9, cómo de la Eucaristía brota el amor del discípulo de Cristo, cómo la primera condición para apacentar la comunidad es la unión amorosa con el Señor, cómo el que es pastor y está al frente de la comunidad se compromete a seguir en todo al Señor.

TESTIGOS POR LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO.
La Eucaristía es la fuente de toda misión en la Iglesia, y su primera misión es la de evangelizar, es decir, gritar (kerigma), como Pedro y los apóstoles (en la primera lectura), que Dios ha resucitado a Jesús muerto en un patíbulo; Dios lo ha enaltecido como jefe y salvador, para conceder a todos la conversión y el perdón de los pecados. He aquí una muestra del primer kerigma apostólico, lo que la Iglesia y todo cristiano que en ella reconoce que Jesús "es el Señor", ha de proclamar por todo el mundo, no sólo de palabra sino con el testimonio de la vida.
Pero el cristiano, según la promesa de Jesús, no es testigo en soledad. "Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen". Por lo tanto, el Espíritu que es la fuerza del Padre y del Hijo, es quien empuja a ser testimonios y el que da validez y eficacia a nuestro testimonio.
Una vez más, encontramos el Espíritu en este itinerario pascual de cincuenta días. Cuando hablamos tanto de la "nueva evangelización", que reclama, quizás sin darse cuenta, el mundo de hoy, hay que invocar al Espíritu para que venga a apoyarnos, a hablar en nosotros, a darnos las palabras adecuadas para ser testigos en el mundo de hoy: con valentía, sin temer, como los apóstoles, los maltratos y las contradicciones.

(Aporte PERE LLABRÉS, MISA DOMINICAL 1998, 6, 25-26)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué me/nos pide esta Palabra reflexionada? en este texto evangélico.
¿Cómo entiendo mi ser en la Iglesia y en la comunidad?
¿Qué me/nos pide el Señor en cuanto a entrega, disponibilidad, servicio, comunidad, amor?
¿Qué parte de mi vida estoy dispuesto a entregar al Señor y a la Iglesia?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Esta pregunta que el resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de amor a Jesucristo.
Es el amor lo que permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama, apenas puede «entender» algo acerca de la fe cristiana.
No hemos de olvidar que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en una actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre «aventurarse» en el otro. Así sucede también en la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan a creer en Jesucristo. Pero si le amo, no es en último término por los datos que me facilitan los investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los teólogos, sino porque él despierta en mí una confianza radical en su persona.
Pero hay algo más. Cuando queremos realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra vida queda tocada y transformada por esa persona, por su vida y su misterio.
La fe cristiana es «una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es mucho más que «aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo nuestro vivir. Un teólogo tan poco sospechoso de frivolidades como Karl Rahner no duda en afirmar que sólo podemos creer en Jesucristo «en el supuesto de que queramos amarle y tengamos valor para abrazarle».
Este amor a Jesucristo no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario, es justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la mediocridad y la mentira. Cuando se vive en comunión con Cristo es más fácil descubrir que eso que llamamos tantas veces «amor» no es sino el «egoísmo sensato y calculador» de quien sabe comportarse hábilmente sin arriesgarse nunca a amar con desinterés a nadie.
La experiencia del amor a Cristo podría darnos fuerzas para liberar nuestra existencia de tanta sensatez fría y calculadora, para amar incluso sin esperar siempre alguna ganancia, para renunciar al menos alguna vez a pequeñas y mezquinas ventajas en favor de otro. Tal vez algo realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de escuchar con sinceridad la pregunta del resucitado: «Tú, ¿me amas?»

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas, Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 45 s.)

Para orar:
Gracias, Señor, porque sigues manteniendo abierta la puerta de mi esperanza. Gracias porque tu nombre sigue resonando como palabra viva que me llena de vida. Gracias porque sigues siendo portador de esa fuerza que despierta lo mejor que late en nuestro interior. Gracias porque esponjas, avivas, resucitas sentimientos y anhelos, porque haces que de tu nombre brote lo mejor. Es cierto que se nos hace a veces tarea desbordante, que a veces hasta  nos incomoda porque nos lleva a preguntarnos, a interpelarnos, a cuestionar actitudes, y eso preferimos evadirlo y, sin embargo, sigue siendo la garantía de nuestro ser nosotros mismos frente a voces que desean arrastrarnos. Por todo ello, gracias, Señor, por estar ahí, a mi lado, vivo, atento, enamorado, empujando, salvándome.       


Oración final:
“Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente”. Amén.




Hno. Javier.


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