25 mar 2019

4º DOMINGO DE CUARESMA CICLO C



Domingo 31 de marzo de 2019.
Josué 4,19; 5,10-12; 2º Corintios 5,17-21; San Lucas 15,1-3.11-32.

Me senté en la miseria, me levanté con el deseo de tu pan”
(San Agustín)
Oración inicial:
“Gracias, Señor, porque nos quieres libres, porque nos llamas en esta Pascua a vivir la liberación de fondo en Espíritu y Palabra, y que es anhelo y esperanza que llevamos dentro; esa libertad que nadie logra por sus propias fuerzas sino gracias a tu sangre derramada en la Cruz”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Josué 4,19; 5,10-12; 2º Corintios 5,17-21; San Lucas 15,1-3.11-32.

Claves de lectura:

1. «El padre se le echó al cuello y se puso a besarlo». (Evangelio)
La parábola del hijo pródigo es quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de  Jesús en el evangelio. El destino y la esencia de los dos hijos, sirve únicamente para revelar  el corazón del padre. Nunca describió Jesús al Padre celeste de una manera más viva,  clara e impresionante que aquí. Lo admirable comienza ya con el primer gesto del padre,  que accede al ruego de su hijo menor y le da la parte de la herencia que le corresponde. 
Para nosotros esta parte de la herencia divina es nuestra existencia, nuestra libertad,  nuestra razón y nuestra libertad personal: bienes supremos que sólo Dios puede habernos  dado. Que nosotros derrochemos toda esta fortuna y nos perdamos en la miseria, y que  esta miseria nos haga recapacitar y entrar en razón, no es interesante en el fondo; lo que sí  es realmente interesante es la actitud del padre, que ha esperado a su hijo y lo ve venir  desde lejos, su compasión, su calurosa y desmesurada acogida del hijo perdido, al que  manda poner el mejor traje después de cubrirlo de besos y antes celebrar un banquete en  su honor. Ni siquiera tiene una palabra dura para el hermano terco y celoso: lo que le dice  no es para apaciguarlo, sino la pura verdad: el que persevera al lado de Dios, disfruta de  todo lo que Dios tiene: todo lo de Dios es también suyo. La glorificación del Padre por parte  de Jesús tiene la particularidad de que él mismo no aparece en su descripción de la  reconciliación de Dios con el hombre pecador. El no es aquí más que la palabra que narra  la reconciliación o más bien un estar reconciliado desde siempre; que él es esta palabra  mediante la que Dios opera esta su eterna reconciliación con el mundo, se silencia.

2. «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados». (2° Lectura)
Jesús, la palabra del Padre, ha glorificado al Padre hasta la cruz. En su predicación no  quiere revelar nada más que el amor del Padre, que «amó tanto al mundo que entregó a su  Hijo único». Sólo la Iglesia creyente ha comprendido que Jesús, en todas sus palabras, y  especialmente en su pasión, reveló su propio amor junto con el del Padre. Esto estaba ya  implícito en su pretensión, que superaba la de los profetas, en sus bienaventuranzas, que él  sólo podía proclamar dando ejemplo de ellas en su total prodigalidad a los hombres. Pero  sólo la Iglesia primitiva lo ha formulado claramente, y de una manera totalmente central en  estas palabras de la segunda lectura: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros  pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios». El Padre no nos  ha reconciliado con El al margen del Hijo, sino «por medio de él», «en él»; y la Iglesia  instituida por Cristo ha recibido de Dios el encargo de anunciar este «mensaje de la  reconciliación». Su incómoda cercanía no permite ningún cómodo desplazamiento del  acontecimiento hacia lo intemporal o el pasado lejano; nos recuerda que somos «una nueva  creación» y que hemos de comportarnos, ahora, en consonancia con ella.

3. «Cesó el maná». (1° Lectura)
La primera lectura es familiar sólo para pocos. En ella se cuenta que los israelitas, tras su  peregrinación por el desierto, llegaron a la tierra prometida y allí, después de mucho tiempo,  pudieron celebrar la comida pascual, para la que dispusieron de los productos de la tierra.  Desde entonces la comida celeste, el maná, dejó de caer. Dios ha vuelto a situar al pueblo  en lo cotidiano; ya no se requieren las gracias sobrenaturales: el pueblo debe reconocer en  los bienes terrestres, como anteriormente la había reconocido en los celestes, la  providencia del Dios bueno. Los israelitas no debían habituarse a la tierra prometida como  si les perteneciera, porque les ha sido dada por Dios, que sigue siendo el propietario de la  misma. Lo cotidiano no está menos lleno de la gracia de Dios que los tiempos  extraordinarios. 

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 235 s.)
MEDITACIÓN.

Vuelta hacia el Padre.
El relato es clásico (Lc. 15,1... 32). Nos fijaremos únicamente en dos puntos fundamentales: el movimiento de conversión expresado por el hijo pródigo: "Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti"; y las palabras del padre: "Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido". Nos encontramos aquí en plena alegría pascual, que se celebra con un banquete: "Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida".
En este episodio, el hermano primogénito tiene claramente la impresión de que su padre es injusto y lo siente duramente. El ha sido el fiel, el observante, el que no ha olvidado nunca el menor deber en sus quehaceres, el que ha atendido siempre a su padre y le ha ayudado escrupulosamente en su trabajo. El relato sitúa muy bien la misericordia del Señor: Aunque tiene en cuenta con amor al que le es fiel, no puede permanecer insensible a quien se arrepiente y quiere volver; su corazón estalla y ahí está toda la revelación del amor infinito de Dios para con quien se decide a dar un paso hacia él. Ese "paso hacia él" no sólo lo espera el Señor, sino que lo provoca. Es todo el misterio de la ternura de Dios con el pecador.

El Banquete celebrado en casa.
La primera lectura nos indica cómo ha de comentarse el evangelio. Se trata del banquete y de la mesa de los pecadores. En Josué 5, 9. . 12 no es el ritual de la celebración de la Pascua lo que interesa al autor, sino el hecho de la entrada en la tierra prometida y de comer su fruto. Imposible no pensar en el banquete preparado al hijo pródigo que va a comer el fruto de la casa de su padre. Es el final del duro período de marcha por el desierto; es un nuevo estilo de vida que comienza. Deja caer el maná; era una ayuda pero también una prueba, ya que muchos murieron por comer, sin aceptar su propia condición, de mano de Dios y entre murmuraciones. De hecho, el verdadero alimento será el que dé Jesús. Porque en Cristo es donde hemos sido reconciliados. El tema de la 2ª lectura (2 Co. 5,17-21) insiste en ello. Ese es el significado del ministerio apostólico: reconciliar a todos los hombres en Cristo. Y henos ya una criatura nueva; el mundo antiguo ha pasado, otro mundo nuevo ha comenzado ya. Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo. El llamamiento de Pablo sigue punzante hoy día: "En nombre de Cristo os pedimos que os dejéis reconciliar con Dios".
Nuestra respuesta podría ser desesperada: "Sí lo queremos, pero no nos sentimos capaces de dejarnos reconciliar; existen tantas tendencias en nosotros, tantas aspiraciones hacia la tierra y sus alegrías, que nos es imposible escapar a la codicia". En ese momento nos responde Pablo: "Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a el, recibamos la salvación de Dios". Mediante Cristo, que ha tomado nuestra carne, somos capaces de dejarnos reconciliar. El es quien nos reconcilia mediante su Sacrificio, y henos así capaces de tomar parte en la santidad de Dios mismo.
Tales son nuestras posibilidades y tal debe ser nuestra actitud: volver al Padre, tomar parte en el banquete de los pecadores, reconciliados en Cristo Jesús. Por eso el salmo 33, que sirve de respuesta a la 1ª lectura, es verdaderamente un canto eucarístico; es una acción de gracias de todos los que hacen la experiencia de Dios y saben que son escuchados cuando se dirigen a él en su desamparo. El salmo que responde a la Pascua de Josué es también el canto de los que, reconciliados mediante Cristo, vuelven a casa y son recibidos en el Banquete de los reencuentros, en la celebración eucarística, signo del Banquete definitivo de los últimos días.

(Aporte de ADRIEN NOCENT,
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JESUCRISTO, 3 CUARESMA,
SAL TERRAE SANTANDER 1980. Pág. 166 s.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Nos vemos en el hijo pródigo como en un espejo? ¿Recapacitamos alguna vez sobre el sentido de la vida?
¿Nos sentimos retratados en el hermano "bueno"? ¿Somos intransigentes con las debilidades de los demás?
¿Pensamos que ser buenos nos pone en desventaja con los que disfrutan de la vida sin miramientos?
¿Confiamos en el amor de Dios? ¿Nos mueve el amor de Dios a perseverar en el intento de ser buenos?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre misericordioso», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

(Comentario de José Antonio Pagola,
al 4° Domingo de Cuaresma Ciclo C, 6 de marzo de 2016)

Para nuestra oración:

“¿Que me dirás, Dios mío, cuando llegue a tu presencia?
¿Qué voy a decir, Señor, cuando me encuentre cara a cara contigo?
Yo me quedaré mudo, sin saber qué decir, cómo hablar...
Pero tú me sorprenderás con tu amor, como siempre,
y antes de que yo abra la boca, me tomarás de la mano
y me dirás, como al hijo pródigo:
¡Ven a mis brazos, hijo mío, no ves que te estoy esperando!
Y entonces entenderé, por fin, la parábola de tu amor de Padre.
Y se me quedará clavada en el corazón, para siempre, como un dardo profundo,
esa palabra que lo dice todo en tus labios: ¡HIJO!
Ojalá que pueda decir, con toda mi alma, con todo mi corazón y todas mis fuerzas,
esa otra palabra maravillosa: ¡PADRE!
Porque tú, Señor, eres verdaderamente nuestro padre
y nosotros somos de verdad tus hijos.”

(Aporte de EUCARISTÍA 1992, 15)


Oración final:
“Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de reconocernos hijos amados y amarnos como hermanos, para que juntos nos encaminemos hacia la Casa del Padre donde Él esté en nosotros y nosotros en Él eternamente”. Amén.

Hno. Javier.

Un vía crucis para niños

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GIRL, KISS, CROSS

Acompañando a Jesús en su muerte

1ª estación: Jesús es condenado a muerte

La historia de la Pasión y muerte de Jesús comienza en el tribunal de Poncio Pilato, que era el Procurador Romano… El pueblo, azuzado por los sacerdotes grita exigiendo la muerte de Cristo, porque había dicho que Él era el Hijo de Dios. Finalmente, Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen; les dice: “¡He aquí el hombre!”.
Mensaje para mí:
Jesús fue condenado injustamente; y yo también muchas veces he sido regañado o castigado injustamente. Pero yo mismo he juzgado y rechazado a los demás también en muchas ocasiones. Pediré perdón a Dios.
Para reflexionar:
Jesús siempre dijo la verdad e hizo el bien.
“No juzgueis, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que vosotros juzguéis se os juzgará, y la medida con que midáis se usará para vosotros.” (Mateo 7, 1-2)
Mi oración:
Jesús, Tú aceptaste morir por mí para que yo tenga vida eterna y me haga hijo de Dios. Enséñame a apreciar siempre tu sacrificio.
Padre nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

2ª estación: Jesús carga la cruz sobre sus hombros

Había la costumbre de dar muerte a los bandidos colgándolos de una cruz; y con esa muerte quisieron los judíos aniquilar a Jesús. Le cargan la cruz sobre los hombros y, entre burlas y golpes, lo hacen dirigirse al monte Calvario.
Mensaje para mí:
En la carga de la cruz iban representados todos nuestros pecados. Cristo nos salva a todos, y quiere que yo sea su discípulo, siguiendo paso a paso el camino que Él ha recorrido, o sea, cargando sin debilidad la “cruz” de mis deberes y trabajos.
Para reflexionar:
A partir del pecado original el hombre había perdido la amistad de Dios y Cristo vino a devolvérnosla. Con su Pasión y Muerte produjo méritos infinitos, que satisfacen los pecados de la humanidad.
“… pero donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Romanos 5,20).
Mi oración:
Jesús, Tú has escogido una muerte muy triste en la cruz. Has pagado un gran precio por mi redención. Haz que siempre lo recuerde.
Señor, te ofrezco el esfuerzo de mis tareas.

3ª estación: Jesús cae por primera vez

El peso de la cruz es insoportable para el cuerpo fatigado y herido de Jesús, que cae por primera vez, dando a entender que los pecados de la humanidad, significados en la cruz, eran muy graves.
Mensaje para mí:
Como cristiano, debo tomar mis “cruces” de cada día. Pero muchas veces me escapo y dejo mis clases, mis tareas, mis trabajos. Pediré al Señor su gracia para tomar mi cruz y cuando caiga por haber cometido una falta, levantarme animoso.
Para reflexionar:
Jesús nos salvó haciéndose obediente hasta la muerte de cruz y resucitando de entre los muertos. Quiso padecer y morir por amor a nosotros, para reconciliarnos con Dios y llevarnos al cielo.
Con nuestras mentiras, desobediencias, malas palabras, pleitos y otros pecados con los que ofendemos a Dios, hacemos más pesada su Cruz. Pidamos perdón por ello.
Mi oración:
Jesús, tu dolorosa caída bajo la cruz y el rápido levantamiento, me enseñan a arrepentirme y levantarme lo más pronto posible. Hazme fuerte para vencer mis malas inclinaciones.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. ¡Ten piedad de nosotros!

4ª estación: Jesús se encuentra con su Santísima Madre

Entre los gritos furiosos de la turba y los gemidos de las mujeres, Jesús puede sentir los suspiros de su Madre, la Virgen María, que es testigo de los tormentos de su Hijo.
Mensaje para mí:
La Virgen María quería mucho a su Hijo, como todas las mamás del mundo aman a sus hijos. Por eso sigue a Jesús en la Pasión. Ella quiere cooperar en la salvación de todos los hombres. Me pone el ejemplo para tener buen corazón con las personas necesitadas: los pobres, los tristes y los enfermos.
Para reflexionar:
La Virgen María tiene un lugar muy importante en la Iglesia, Ella es Modelo, Madre, Maestra, y Reina de la humanidad. Ella es el mejor camino que nos lleva a Jesús. Después de Dios, Ella es quien más merece nuestro amor.
A Jesús por María.
Mi oración:
Jesús, tu afligida Madre se resignó a tu Pasión porque es también mi Madre, y desea ver que me porte como hijo de Dios. Jesús, quiero amar mucho a tu Santísima Madre.
Virgen María, Madre de Jesús, santifícame.

5ª estación: Jesús es ayudado a cargar la cruz

Viendo a Jesús malherido, los soldados comienzan a temer que se muera antes de llegar al monte Calvario. Obligan, pues, a un hombre de Cirene, llamado Simeón, a que le ayude con la cruz.
Mensaje para mí:
Cuando ayudo a los afligidos, a los enfermos, a los pobres y necesitados, es a Jesús a quien ayudo a llevar su cruz.
Para reflexionar:
Jesús es nuestro hermano porque Él es el Hijo de Dios y nosotros por el Bautismo también somos hijos de Dios. Cristo derramó su sangre por todos, para que juntos formemos una sola familia. Debemos amar a nuestros semejantes, porque son nuestros hermanos.
Mi oración:
Jesús, Simón te ayudó a llevar la cruz. Por eso hazme comprender el valor de mis trabajos para que me acerquen más a ti.
Te alabo, Señor, con mis hermanos.

6ª estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús

Una mujer, llamada Verónica, tiene compasión de Jesús, viendo su aspecto desfallecido y maltratado, lleno de sangre y sudor. Quiere aliviarlo un poco enjugándole la cara con un paño limpio; en el paño queda impreso el rostro de Jesús.
Mensaje para mí:
Jesús le agradece a la Verónica su caridad. Cuántas personas me ayudan, como mis papás, mis maestros y mis amigos; no seré ingrato y orgulloso con ellos, sino agradecido.
Para reflexionar:
La Verónica fue una mujer buena que limpió el rostro herido de Jesús. Él le dio como premio la imagen de su rostro estampada en aquella tela.
Al igual que la Verónica, también yo debo poner atención a las necesidades de los demás.
“Haz con el prójimo lo que quieras que él haga contigo” (Mateo 7,12)
Mi oración:
Jesús, cuán generosamente recompensaste a esta mujer. Cuando yo lucho contra el pecado y ayudo a los más necesitados, Tú me recompensas viniendo a mi corazón.
Jesús, enséñame a amar a los demás y que se cumpla lo que Tú has dicho: “Cualquier cosa que hagas con uno de esos pobres, conmigo lo haces” (Mateo 25, 40).

7ª estación: Jesús cae por segunda vez

El camino hacia el Calvario parece inacabable. Jesús se agota cada vez más y cae de nuevo, bajo el enorme peso de la cruz.
Mensaje para mí:
Una y otra vez puedo caer, por egoísmo, soberbia o debilidad, no soy fuerte. Pediré al Señor que me ayude para vencer las dificultades y no caer.
Para reflexionar:
Jesús me da ejemplo de levantarme lo más pronto posible. Se necesita reparar el mal hecho y acercarse al sacramento de la Confesión.
Mi oración:
Jesús, hago muchos propósitos y caigo, pero Tú me ayudas a levantarme para seguirte. Ayúdame, Jesús, robustece mi voluntad para procurar siempre el bien y evitar el mal.

8ª estación: Las mujeres lloran al ver a Jesús

Al pasar por un sitio conocido como “Calle de la Amargura”, Jesús escucha las lamentaciones de un grupo de mujeres, que lloran por Él. Sacando fuerzas de entre su debilidad, Jesús les dice: “No lloreis por mí, sino por vosotros, y por vuestros hijos”.
Mensaje para mí:
Como Jesús, debo tener tristeza por los pecados de todo el mundo; yo mismo procuraré hacer sufrir menos a Jesús evitando el mal.
Para reflexionar:
Jesús no tenía pecados, murió por nosotros, por eso les dijo a las mujeres que no lloraran por Él, sino por la gente del mundo, que vivía apartada de Dios.
Mi oración:
Jesús, Tú enseñaste a estas mujeres a llorar más bien por los pecados que por el dolor físico. Aumenta la fe en mi salvación, quiero ayudar a todos con alegría.

9ª estación: Jesús cae por tercera vez

Cualquier piedra y hoyo en el camino es un obstáculo para Jesús, que camina terriblemente herido, chorreando sangre, con la vista nublada. De esta forma, cae por tercera vez, insistiendo en que pesan mucho nuestros pecados.
Mensaje para mí:
Cristo ha caído, está en tierra, tirado por tanto dolor. ¿Hay alguien que le quiera ayudar? Todos lo han abandonado. Se levanta por sí solo y prosigue otra vez el camino del Calvario. Hoy Jesús sigue tirado en los enfermos, en los pobres, en los huérfanos y ancianos abandonados.
Para reflexionar:
En nuestras penas y desalientos Cristo nos dice que se las encomendemos a Él y Él nos animará.
“Venid a mí todos los que estais afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.” (Mateo 11,28)
“Estad prevenidos y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26,41)
Mi oración:
Jesús, yo te veo inclinado hasta la tierra sufriendo por mí. Perdóname, Jesús, por las muchas veces que te he ofendido. Levántame por tu gran misericordia. Agradezco, Señor, tus obras.

10ª estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

Por fin llega Jesús al monte Calvario. Descansa su hombro, pero la turba comienza a maltratarlo de nuevo, rasgándole la ropa, hasta despojarlo de sus vestiduras. Los soldados se sortean la túnica.
Mensaje para mí:
Cuántas veces yo mismo he maltratado a Jesús con mi comportamiento, empujando o golpeando a mis hermanos, compañeros o amigos… Intentaré mejorar.
Para reflexionar:
No fue fácil para Jesús, como hombre, aceptar su Pasión y Muerte, también sintió angustia y dolor. En la Oración del Huerto, cuando sudó sangre le pidió al Padre celestial que, de ser posible, lo salvara de esos tormentos, sin embargo, se sometió totalmente a Su voluntad.

Mi oración:
Jesús, te despojan de tus vestidos. Haz que yo me despoje de todo lo que es malo, para poder seguirte generosamente. Perdón, Señor, porque he pecado contra Ti.

11ª estación: Jesús es clavado en la cruz

Antes del mediodía, los soldados comienzan a clavar en la cruz a Jesús, traspasándole las manos y los pies. La gente, mientras tanto, está ansiosa por verlo morir.
Mensaje para mí:
Yo no puedo hacer nada para defender a Jesús, pero sí puedo hacer mucho por mis hermanos, por mis compañeros y vecinos; en todos ellos cuando sufren vuelve a ser crucificado Jesús. Nunca tendré deseos de venganza; siempre amaré a los demás, pues así lo quiere Dios.
Para reflexionar:
La Cruz para el cristiano significa salvación, amor de Dios, victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En la Cruz de Cristo se cumplieron las promesas de Dios, que nos daría un Redentor, para la salvación de nuestras almas.
Mi oración:
Jesús, te clavan en la cruz por mí. ¿Cómo puedo quejarme de tus mandatos que son para mí la salvación? Jesús, quiero estar contigo en la cruz.
Gracias, Padre, por darnos a tan gran Redentor. Gracias Jesús por reconciliarnos con Dios.

12ª estación: Jesús muere en la cruz

Una vez clavado en la cruz, Jesús es elevado, para agonizar penosamente y morir a eso de las tres de la tarde. Sus últimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”, hacen vibrar la tierra, mientras la gente se llena de miedo y las cortinas del templo se rasgan de arriba hacia abajo. ¡Ha muerto el Hijo de Dios!
Mensaje para mí:
Jesús muere. Así cumple la voluntad del Padre eterno: darnos a todos la salvación y la vida eterna. La muerte de Jesús es el camino de la Resurrección, y es el camino que yo debo recorrer: muerte al pecado para resucitar un día en el Cielo.
Para reflexionar:
Jesús muere por nosotros porque es el Buen Pastor que da la vida para salvar a sus ovejas “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.” (Juan 10,11). Jesús vence a la muerte resucitando glorioso, al tercer día, para nunca más morir.
Mi oración:
Jesús, has muerto en la cruz, y me enseñas el amor y el perdón. Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.

13ª estación: La Virgen María recibe el cuerpo de su hijo

Al atardecer, José de Arimatea y Nicodemo bajan el cuerpo de Jesús y lo entregan a la Virgen María, que sufre inconsolable.
Mensaje para mí:
También la Virgen María sufre por mis faltas, pues cuando me porto mal vuelvo a renovar la muerte de su Hijo Jesús.
Para reflexionar:
“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.” (Juan 19, 26-27)
Jesús, en la persona del apóstol San Juan, nos dejó a María como Madre de todos los hombres.
Mi oración:
Jesús, una espada de dolor atravesó el corazón de tu Santísima Madre cuando fuiste puesto sin vida en sus brazos. Ayúdame a ser hijo leal de María, mi Madre.
Madre llena de dolores, haz Tú que cuando expiremos, entreguemos nuestras almas por tus manos al Señor.

14ª estación: Jesús es sepultado

Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús hay un huerto con un sepulcro nuevo. Ahí colocan a Jesús. La Virgen María y los Discípulos esperan que finalmente resucite, para vencer a la muerte y al pecado, como Él había dicho.
Mensaje para mí:
Pienso en mi bautismo, que es una muerte al pecado. He sido sepultado con Cristo, para resucitar a una nueva vida con Él.
Para reflexionar:
Participamos en la muerte y resurrección de Jesucristo, apartándonos del pecado y viviendo en gracia para poder un día resucitar con Él.
Para fomentar más mi fe de cristiano debo creer en la Resurrección y practicar la vida que Jesús nos puso como ejemplo en sus obras y palabras.
Mi oración:
Jesús, tus enemigos han triunfado al sellar tu tumba. Pero tu triunfo eterno comenzó la mañana de Pascua con tu Resurrección. Ayúdame, Jesús, a confiar en la Resurrección de mi alma.
Si morimos contigo, creemos que resucitaremos contigo. Tú eres nuestra salvación y nuestra gloria para siempre.
Via crucis publicado originalmente por webcatolicodejavier

21 mar 2019

Un nuevo curso de Catequesis del Buen Pastor!!


     Cómo acercar los niños a Jesús

                                     

3° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C.





Domingo 24 de marzo de 2019.
Éxodo 3,1-8.10.13-15; 1° Corintios 10,1-6.10-12; San Lucas 13,1-9.



“Este árbol es el género humano. El Señor lo visita en la época de los patriarcas: el primer año, por así decir. Lo visitó en la época de la ley y los profetas: el segundo año. He aquí que amanece el tercer año; casi debió ser cortado ya, pero un misericordioso intercede ante el Misericordioso. Se mostró como intercesor quien quería mostrarse misericordioso”.
(San Agustín, Sermón 254,3-4)


Oración inicial:
“Espíritu Santo, incluso cuando nuestras palabras no llegan a expresar bien la espera de la comunión contigo, tu invisible presencia habita en cada uno de nosotros y nos ofreces la paz y la alegría”. Amén. (Hno Roger de Taizé)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Éxodo 3,1-8.10.13-15; 1° Corintios 10,1-6.10-12; San Lucas 13,1-9.
Claves de lectura:

1.                  "A ver si da fruto". (Evangelio)
En el evangelio de hoy abundan las advertencias. Se cuenta a Jesús que Pilato ha mandado matar a unos galileos y que dieciocho hombres han muerto aplastados por una torre. Para él todos los demás, en la medida en que pecan, están igualmente amenazados. Después el propio Jesús cuenta la parábola de la higuera que no da fruto. Habría que cortarla, pues ocupa terreno en balde y es un parásito. Pero merced a la súplica del viñador, se concede al árbol una última oportunidad: «A ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás». Los primeros acontecimientos deberían interpretarse ya en este sentido: es a cada uno de nosotros al que amenaza la espada de Pilato, a cada uno de nosotros puede aplastarnos la torre. Aquí no se maldice a la higuera estéril, sino que se pone a prueba hasta el extremo la paciencia del propietario; que se cave a su alrededor y se eche estiércol, es una gracia -última- que el árbol no ha merecido. Una gracia que se le otorga y que no produce frutos automáticamente, sino que él, el hombre simbolizado por el árbol, debe hacer fructificar colaborando con esa gracia.

2. «Todo esto fue escrito para escarmiento nuestro». (2° Lectura)
En la segunda lectura se ofrece un resumen de las gracias otorgadas al pueblo de Israel en el desierto: travesía del mar Rojo, alimento venido del cielo, agua salida de la roca, que según la leyenda camina con el pueblo y cuya agua vivificante es un preludio de Cristo. Pero de nuevo toda la descripción debe servirnos de advertencia: el pueblo era ingrato, añoraba las delicias de Egipto, se entregaba a la lujuria, murmuraba contra Dios. Y por eso la mayoría de ellos, por castigo divino, no llegó a la meta, a la tierra prometida por Dios. La Iglesia, que es a quien se dirige la advertencia, no puede dormirse en los laureles, pensando que disfruta de una seguridad mayor que la de la Sinagoga y que al final todo terminará bien. Quizá precisamente por estar más colmada de gracia está también más en peligro. Nadie termina cayendo en peores extravíos que aquellos que estaban predestinados por Dios para convertirse en camino para otros y son infieles a su vocación. Los predestinados a una mayor santidad pueden convertirse en los apóstatas más consumados y peligrosos, y arrastrar consigo en su caída a partes enteras de la Iglesia: «Un tercio de las aguas se convirtió en ajenjo» (Ap 8,11).

3. «Yo soy». (1° Lectura)
En la primera lectura se describe el milagro de la zarza que arde sin consumirse y la elección de Moisés para anunciar al pueblo este nombre de Dios: «Yo soy», como el nombre del Salvador. ¿Qué puede significar esto en el contexto de hoy sino que las advertencias que se dirigen al hombre, y que ciertamente pueden cumplirse, nunca ponen en cuestión la fidelidad de Dios, que camina con nosotros? Así pues, sería un error concluir que la paciencia de Dios con el hombre que no da fruto puede llegar algún día a agotarse, y que entonces al amor divino le sucedería la justicia divina. Los atributos de Dios no son finitos. Pero el hombre sí es finito en su tiempo y sólo puede dar fruto en el curso de su existencia limitada. La advertencia que se le dirige no indica que la paciencia de Dios se haya agotado, sino que sus propias posibilidades, que son limitadas, tienen un fin. Dios no puede pagar un salario a cambio de una vida estéril, como muestra claramente la suerte que corre el empleado negligente y holgazán en la parábola de los talentos.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 234 s.)

MEDITACIÓN.

Dos hechos luctuosos -algunos muertos en una revuelta contra los romanos y el hundimiento repentino de una torre- dan pie para que Jesús hable del juicio de Dios, que vendrá de forma imprevista sobre quien menos se lo espera.
Puede sorprender comprobar el lugar que la consideración de la muerte ocupa en el anuncio del Reino, y a veces incluso comporta un cierto rechazo su tratamiento. No obstante, nuestra condición mortal constituye un "signo" que toda persona ha de saber interpretar. La invitación de Cristo a hacer penitencia no es para que todo el mundo se lave la cara y se maquille un poco para estar "presentable" y entrar como Dios manda en el más allá. La penitencia constituye más exactamente la aceptación de la muerte como una realidad personal que nos encara con nuestra condición creatural.

LA CONVERSIÓN: ACTO LIBRE DEL HOMBRE.
La urgencia de conversión por la proximidad del juicio de Dios es nuestra respuesta a la experiencia de un Dios que viene para hacernos salir de Egipto, que viene a ayudarnos a reencontrar nuestra identidad de seres humanos. Dios escucha el clamor de su pueblo y envía a Moisés para librarlo de los egipcios, sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel (1° Lectura). Un pueblo liberado es un pueblo en conversión. Una conversión continua.
Aun así, igual que al pueblo de Israel no tuvo suficiente con atravesar el Mar Rojo, de alimentarse del maná y de apagar su sed con el agua de la roca, para ser fiel a Dios, así al nuevo pueblo de Dios, a nosotros, no nos basta haber sido bautizados y haber participado de la mesa eucarística para entrar en el Reino de la promesa (2ª lectura). La vida del pueblo en el desierto, nos dice san Pablo, fue escrita para escarmiento nuestro, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquellos.
Por lo tanto, la palabra de Dios de este domingo quiere provocarnos con la vista puesta en la conversión asumiendo, en Cristo, una tonalidad muy particular: Él es la misericordia del Padre, una ocasión ofrecida a cada persona para hacer penitencia. El tiempo de Cristo es el tiempo de la paciencia del Padre, que no tiene "fecha de caducidad". Incluso un largo pasado de esterilidad no impide a Dios conceder otra oportunidad para que dé fruto. No es debilidad, sino amor.

LA CONVERSIÓN: ACTO QUE COMPROMETE.
El camino de la conversión nos puede llevar a decisiones insospechadas. Hay personas que viven situaciones que parecen irreversibles, aparentemente muy difíciles de cambiar; caminos que son duros de volver a recorrer después que se ha pasado por ellos con sufrimiento. No obstante, es siempre válida la llamada a la conversión incluso en estas realidades. Nadie ha dicho que esto sea fácil y rápido. Por eso a estas personas les hace falta la ayuda de la comunidad y de los maestros espirituales que los apoyen en todo momento. No podemos ser "expeditivos" cuando lo que se está jugando es el destino eterno de un ser humano. Comprensión, paciencia, perdón concedido hasta setenta veces siete es lo que conviene. El Señor no ha permitido que se arrancara un árbol hasta ahora improductivo. Un brote de nueva vida es posible en cada primavera.

(Aporte de J. GONZÁLEZ PADRÓS, MISA DOMINICAL 1998, 4, 13-14)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Conocemos los signos de los tiempos que nos toca vivir?
¿Cómo valoramos ciertos acontecimientos desde la fe?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

NO BASTA CRITICAR.
Si no se convierten, todos perecerán.

No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.
Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad. Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.
Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida. Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección. Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.
Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano. Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: "Si no se convierten, todos perecerán". Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor. No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás.
No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado. Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los "slogans" y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA,
BUENAS NOTICIAS, NAVARRA 1985.Pág. 275 s.)

Oración final:
“Dios, Padre nuestro, misterio infinito. Estamos acostumbrados a atribuir a tu acción todo lo que nosotros no sabemos explicar, sobre todo el mal cuyo sentido no logramos captar. Queremos expresarte nuestra voluntad de ser adultos, de asumir nuestras responsabilidades en el mal, y de preferir maduramente el silencio y la adoración del misterio, a la respuesta fácil de achacarte nuestros límites y deficiencias. Nosotros lo aprendemos esto del ejemplo de Jesús, nuestro hermano, tu hijo bienamado”. Amén.

Hno. Javier.


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