8 may 2019

PLAN DE SALVACION








4° DOMINGO DE PASCUA CICLO C.



Domingo 12 de mayo de 2019.
Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52; Apocalipsis 7,9.14-17;  San Juan 10,27-30.
Oración inicial:
“Me gusta tu mano, Señor. Mano que me protege cuando a mi alrededor todo se vuelve incierto y amenazante. Mano que me guía aún por caminos oscuros y me lleva a la meta deseada. Mano que me orienta cuando en los recodos de mi vida pierdo de vista tu rostro luminoso. Mano de Padre, de Madre, de Hermano y de Amigo. Me gusta saberme totalmente en tus manos, Señor”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52; Apocalipsis 7,9.14-17;  San Juan 10,27-30.

Claves de lectura:

1. "Yo les doy la vida eterna". (Evangelio)
El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17).

2. «Los que estaban destinados a la vida eterna». (1°Lectura)
En la primera lectura se muestra que el hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia. Los judíos, a los que Pablo y Bernabé predican la palabra de Dios, están celosos por el gran éxito de su predicación, se burlan de ellos y responden con insultos a sus palabras, por lo que los apóstoles les dicen: «Como no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles». Y explican a los judíos que estaba ya previsto desde siempre que de Israel debía salir una luz que llegara «hasta el extremo de la tierra», que este viraje hacia los paganos se produce por tanto en el espíritu del verdadero Israel. El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo. Pero también de los gentiles se dice: «Los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron», no en el sentido de una predestinación limitada -semejante predestinación no existe-, sino en el sentido de que también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella.

3. «El Cordero será su pastor». (2°Lectura)
Finalmente -en la segunda lectura- se nos ofrece una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed».

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 245 s.)

MEDITACIÓN.

El Buen Pastor.
Jesús, en este evangelio de san Juan, se sirve de la imagen del buen pastor para hablar de si mismo. Y cada año lo leemos en este cuarto domingo de Pascua. En esta ocasión se trata de un fragmento muy breve, pero muy elocuente: "Yo les doy la vida eterna". En el estallido de vida que comporta este tiempo de Pascua, la imagen del buen pastor nos quiere ayudar a centrar la atención en aquel que es la fuente de la vida: Jesucristo muerto y resucitado. Para que no nos quedáramos con la experiencia primaveral, con las flores, los frutos, los signos de vida que durante este tiempo usamos y que podrían significar para nosotros sólo una experiencia superficial o temporal de la vida. Jesucristo es quien nos da aquella vida que nos permite vivir también en pleno invierno. Esto es, cuando las cosas no son a primera vista bonitas o cuando parece que el ambiente no nos es propicio y adivinamos que no vamos bien y que damos pasos hacia atrás. De hecho, también en la naturaleza hay vida en invierno. Y la semilla que se siembre en invierno, ya lleva dentro de sí la vida que estallará y dará sus frutos en verano. La vida que nos da el Buen Pastor es interior y ha de manifestarse tanto en invierno como en verano. Podría ser bueno recordar cómo Jesús, en otros evangelios, utiliza la imagen del buen pastor para hablarnos del amor del Padre, que no quiere se pierda ninguno de nosotros: se comporta como un pastor que sale al encuentro de la oveja perdida. Se trata de alguien que cura con su amor. Da nuevas oportunidades. La vida que viene de Dios, por la muerte y resurrección de Jesucristo, es la vida que nos sale al encuentro, no espera que vayamos a buscarla. Experimentamos así cómo somos amados, y se nos hace factible corresponder a ese amor. Por eso la vida que de Dios procede siempre es nueva. Porque para Jesús, valemos más que cualquier otra cosa.

El Pastor que es, a la vez, Cordero.
La lectura del Apocalipsis que hemos escuchado hace una mezcla curiosa: atribuye al que denomina "el Cordero" las cualidades del pastor: "Acampará entre ellos, ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño ni el sol ni el bochorno, los conducirá hacia fuentes de aguas vivas". Se trata, por tanto, de un pastor que se da a si mismo. El pastor que es fuente de vida porque entrega su propia vida, no se la reserva para sí.
Así esta segunda lectura nos ayuda a no olvidar la cruz del viernes santo, siempre íntimamente unida al resplandor del amanecer del domingo. Sólo quien da la vida, la recupera. Y esto lo han experimentado muchos que han seguido la misma experiencia de Jesús, la "muchedumbre inmensa" de "toda nación, raza, pueblo y lengua" que han seguido de cerca al pastor, hasta el punto de dar la propia vida como él y con él, y ahora "están de pie ante el trono de Dios".
Buen estímulo para potenciar nuestro testimonio. ¿Por qué sentimos temor al dar la cara por el más débil? ¿Por qué nos dejamos llevar por la corriente de la sociedad de consumo y por el placer, enemigos que, por otra parte, tanto criticamos? ¿Por qué para muchos de nosotros el ser cristiano se reduce a la práctica religiosa? ¿Por qué tememos la involución, o a los que gustan de dar pasos hacia atrás, si en la noche de Pascua dijimos "Sí, creo"?

La misión.
Y con el estímulo de ser testigos, la Pascua nos empuja a la misión. El libro de los Hechos de los Apóstoles que durante este tiempo escuchamos en la primera lectura, es el testimonio de los inicios. Pero el ansia de evangelizar continúa y ha de continuar en nuestros días. El Buen Pastor quiere serlo en bien de todos. Quiere que su palabra sea por de todos conocida y así pueda de nuevo repetirse aquello que decía la primera lectura: que "los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo".
No esperemos más. Seamos conscientes de que ya hemos recibido el Espíritu Santo. Dejémosle actuar; que aflore la alegría que él infundió en nuestros corazones, a pesar de los motivos de angustia y tristeza que podamos tener. Y seamos fieles testigos.

(Aporte del EQUIPO DE MISA DOMINICAL,
CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA DE BARCELONA,
MISA DOMINICAL 1998, 7, 9-10.)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Cómo son nuestras relaciones con los principales encargados del pastoreo en la Iglesia?
¿Participamos, a nuestro modo, en el pastoreo de Jesús?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

ESCUCHAR.
Mis ovejas escuchan mi voz.
Somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que corremos  el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oír, para tener  vida.
¿Cómo pueden resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el  evangelio? "Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy vida eterna". Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva  que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser. Convertidos en tristes «teleadictos» nos pasamos horas y más horas sentados ante el  televisor, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran  ofrecer para alimentar nuestra trivialidad.
Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de  televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años  consecutivos ante el televisor.
Envuelto en un mundo trivial, evasivo y deformante, el «teleadicto» sufre una verdadera  frustración cuando carece de su alimento televisivo. Necesita esa pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una  pantalla en sentido literal y estricto, entre el individuo y la realidad. Ya no vive desde las  raíces de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje sino el que recibe a través de las  ondas.
El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar de nuevo el silencio y la  capacidad de escucha, si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la  trivialidad.
Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad,  sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que  percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a  nuestra vida.
Según Karl Rahner “el cristiano del futuro o será un místico, -es decir una  persona que ha experimentado algo- o no será cristiano”. Porque la espiritualidad del futuro  no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente  religioso generalizado, sino en la experiencia y decisión personales. Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las  razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.
Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra soledad interior en comunión  vivificante y fuente de nueva vida. 

(Aporte de JOSÉ ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS, NAVARRA 1985.Pág. 289 s.)


Oración final:
“Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir de tal forma unidos a Cristo, Buen Pastor, que podamos colaborar para que todos encuentren en Él la salvación a la que aspiramos todos los hombres, y que se inicia ya desde ahora cuando en verdad los demás experimentan que los amamos al darles vida nueva, la vida que procede de Dios, y de la que nosotros somos portadores aún a costa de nuestra propia entrega”. Amén.



Hno. Javier.

2 may 2019

DEL 3° DOMINGO DE PASCUA CICLO C.



Domingo 5 de mayo de 2019.
Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41; Apocalipsis 5,11-14; San Juan 21,1-19.

Oración inicial:
“Manifiéstate, Señor, hoy a nosotros. También nosotros, como tus discípulos queremos estar contigo, junto a ti, para emprender con sentido, con todo tu Espíritu, la tarea evangelizadora. Sin Ti nada podemos realizar. Con frecuencia estamos en la noche oscura, no contamos contigo, no te sentimos con nosotros. Por eso, nuestro esfuerzo es estéril. Pero, en tu Palabra, echaremos las redes. Porque confiamos en Ti, seguiremos en nuestro empeño. Sabemos que Tú obras en nosotros, venciendo nuestras desganas y desalientos”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41; Apocalipsis 5,11-14; San Juan 21,1-19.

Claves de lectura:

1. "Te llevará a donde no quieras". (Evangelio)
El evangelio de la aparición del Señor en la orilla del lago de Tiberíades termina con la investidura de Pedro en su ministerio de pastor. Todo lo anterior es preparación: primero la pesca malograda; luego la pesca milagrosa, tras la que Pedro se arroja al agua para llegar nadando hasta el Señor y mantenerse a su lado sobre la roca de la eternidad, mientras el resto de la Iglesia les trae su cosecha, su pesca; después es Pedro solo el que arrastra hasta la orilla la red repleta de peces. Y finalmente se le plantea a Pedro la cuestión decisiva: «¿Me amas más que éstos?». Tú, que me negaste tres veces, ¿me amas más que este discípulo amado, que tuvo el valor de permanecer junto a mí al pie de la cruz? Pedro, que es consciente de su culpa cuando el Señor le repite tres veces la misma pregunta, pronuncia un primer sí lleno de arrepentimiento, pues en modo alguno puede decir no, y toma prestada de Juan la fuerza para ello (en la comunión de los santos). Sin la confesión de este amor más grande, el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas, no podría confiar a Pedro la tarea de apacentar su rebaño. Pues el ministerio que Jesús ha recibido del Padre es idéntico a la entrega amorosa de su vida por sus ovejas. Y para que esta unidad de ministerio y amor, absolutamente necesaria para el ministerio conferido por Jesús, quede definitivamente sellada, se predice a Pedro su crucifixión, el don de la perfecta imitación de Cristo. Desde entonces la cruz permanecerá ligada al papado, aun cuando habrá papas indignos; pero cuanto más en serio se tome un papa su ministerio, tanto más sentirá sobre sus espaldas el peso de la cruz.

2. « Ultraje por el nombre de Jesús». (1°Lectura)
La Iglesia terrestre da ejemplo de esto desde el principio. La debilidad de Pedro, que motivó la triple negación de antaño, ha desaparecido, y ahora los apóstoles, con Pedro a la cabeza, se atreven a replicar ante el sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». La prohibición de hablar en nombre de Jesús no les impresiona, no están ni atemorizados ni abatidos; no buscan un compromiso diplomático, sino que salen «contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús». En las partes perseguidas de la Iglesia hay, cuando permanecen firmes, un tipo muy especial de alegría espiritual que otras partes que viven en paz no conocen. La experiencia lo confirma.

3. «Digno es el Cordero degollado». (2°Lectura)
También la Iglesia celeste, en su adoración del Cordero divino, toma parte en la unidad, vivida primero por Cristo e imitada después por la Iglesia terrestre, de ministerio y amor, de misión y oprobio, de vitalidad e inmolación. Para Juan (en la segunda lectura) esto es simplemente la gloria como unidad de cruz y resurrección. Ante esta unidad indisoluble, representada por el Cordero degollado que vive por los siglos de los siglos, se inclinan «todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra y en el mar». Pues en esta unidad se manifiesta el misterio del amor divino en toda su profundidad.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 244 s.)


MEDITACIÓN.

SIGUE LA ALEGRÍA Y LA CONTEMPLACIÓN DE LA PASCUA.
La alegría desbordante de la fiesta cristiana por excelencia es recordada en la eucología de este domingo, sobre todo en la colecta y en la oración sobre las ofrendas. Es necesario que se haga transparente también en toda la ambientación de la misa: que verdaderamente sea misa pascual con cantos exultantes, con ornamentación festiva, con la cruz -o la imagen del Resucitado- adornada con flores y luces, con el cirio pascual bien alto y encendido cerca del ambón.
La alabanza que tratamos de contagiar a los fieles tiene que ser también invitación a contemplar, por la fe, la gloria del Resucitado. La liturgia pascual tiene que estimular este carácter de contemplación a la que nos invita la segunda lectura de los domingos, del libro del Apocalipsis, un libro bastante desconocido o mal entendido, cargado a lo largo de los siglos de interpretaciones fantasiosas que han generado expectativas y predicciones que no tenían mucho que ver con la fe-confianza de los hijos del Padre, en medio de las vicisitudes de la vida. Hoy, el Apocalipsis nos invita a compartir la visión del trono de Dios, rodeado de los ángeles y de los ancianos que aclaman el Cordero que ha sido degollado.
¿No es quizás una trasposición al cielo de nuestra liturgia eucarística en la que nosotros rodeamos el altar del sacrificio memorial de Cristo, donde cantamos con toda la creación la alabanza al Padre y a Cristo, el Cordero, y queremos que se perpetúe por los siglos? Hay que destacar que el Amén que resuena tantas veces en nuestras asambleas es el mismo Amén del Apocalipsis. Una prueba más de la identificación: celebramos unidos a la Iglesia celestial, la suya también es nuestra alabanza universal.

OTRA VEZ, LA COMENSALIDAD CON EL RESUCITADO.
Después de la resurrección, el Resucitado tiene prisa por reunirse con sus discípulos: la muerte los había dispersado, la nueva Vida los mantendrá unidos para siempre. Pero no sólo es el sentido de la reunión sino el de la comensalidad que flota en las apariciones, en el dejarse ver, del Resucitado. Alguien ha hablado de la "reinstitución" de la Eucaristía en aquellos encuentros de comensalidad en los que Jesús, el Señor, lleva la iniciativa, como en el evangelio de hoy.
La comida no es fruto del trabajo de los discípulos pescadores: es don del Resucitado. Ya lo había advertido Jesús: "Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo" (Jn 6, 32)
Hay una admirable correspondencia entre el fragmento de hoy, del capítulo 21 de Juan, y el capítulo 6 del mismo evangelio. Lo que Jesús había anunciado multiplicando los panes y los peces cerca del lago de Tiberíades, una vez resucitado, lo cumple cerca del lago. Los discípulos reconocen ahora a Jesús con una expresión de fe pascual: "Es el Señor". "Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado". Igual como en el capítulo 6,11. "Era la tercera vez que Jesús se aparecía a los discípulos". Este año las hemos seguido: las dos primeras, el domingo pasado. Este evangelio, por tanto, nos introduce de lleno en la verdad sacramental de la Eucaristía pascual que compartimos este domingo. "Es el Señor", reconocido por la fe, que parte y nos reparte el pan.

EUCARISTÍA, AMOR, PASTOREO, SEGUIMIENTO.
Loablemente se lee el evangelio íntegro. El último fragmento es de gran viveza y emotividad. Como he enunciado se podría hacer ver, a partir de Jn 21, 15-9, cómo de la Eucaristía brota el amor del discípulo de Cristo, cómo la primera condición para apacentar la comunidad es la unión amorosa con el Señor, cómo el que es pastor y está al frente de la comunidad se compromete a seguir en todo al Señor.

TESTIGOS POR LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO.
La Eucaristía es la fuente de toda misión en la Iglesia, y su primera misión es la de evangelizar, es decir, gritar (kerigma), como Pedro y los apóstoles (en la primera lectura), que Dios ha resucitado a Jesús muerto en un patíbulo; Dios lo ha enaltecido como jefe y salvador, para conceder a todos la conversión y el perdón de los pecados. He aquí una muestra del primer kerigma apostólico, lo que la Iglesia y todo cristiano que en ella reconoce que Jesús "es el Señor", ha de proclamar por todo el mundo, no sólo de palabra sino con el testimonio de la vida.
Pero el cristiano, según la promesa de Jesús, no es testigo en soledad. "Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen". Por lo tanto, el Espíritu que es la fuerza del Padre y del Hijo, es quien empuja a ser testimonios y el que da validez y eficacia a nuestro testimonio.
Una vez más, encontramos el Espíritu en este itinerario pascual de cincuenta días. Cuando hablamos tanto de la "nueva evangelización", que reclama, quizás sin darse cuenta, el mundo de hoy, hay que invocar al Espíritu para que venga a apoyarnos, a hablar en nosotros, a darnos las palabras adecuadas para ser testigos en el mundo de hoy: con valentía, sin temer, como los apóstoles, los maltratos y las contradicciones.

(Aporte PERE LLABRÉS, MISA DOMINICAL 1998, 6, 25-26)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué me/nos pide esta Palabra reflexionada? en este texto evangélico.
¿Cómo entiendo mi ser en la Iglesia y en la comunidad?
¿Qué me/nos pide el Señor en cuanto a entrega, disponibilidad, servicio, comunidad, amor?
¿Qué parte de mi vida estoy dispuesto a entregar al Señor y a la Iglesia?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Esta pregunta que el resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de amor a Jesucristo.
Es el amor lo que permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama, apenas puede «entender» algo acerca de la fe cristiana.
No hemos de olvidar que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en una actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre «aventurarse» en el otro. Así sucede también en la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan a creer en Jesucristo. Pero si le amo, no es en último término por los datos que me facilitan los investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los teólogos, sino porque él despierta en mí una confianza radical en su persona.
Pero hay algo más. Cuando queremos realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra vida queda tocada y transformada por esa persona, por su vida y su misterio.
La fe cristiana es «una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es mucho más que «aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo nuestro vivir. Un teólogo tan poco sospechoso de frivolidades como Karl Rahner no duda en afirmar que sólo podemos creer en Jesucristo «en el supuesto de que queramos amarle y tengamos valor para abrazarle».
Este amor a Jesucristo no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario, es justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la mediocridad y la mentira. Cuando se vive en comunión con Cristo es más fácil descubrir que eso que llamamos tantas veces «amor» no es sino el «egoísmo sensato y calculador» de quien sabe comportarse hábilmente sin arriesgarse nunca a amar con desinterés a nadie.
La experiencia del amor a Cristo podría darnos fuerzas para liberar nuestra existencia de tanta sensatez fría y calculadora, para amar incluso sin esperar siempre alguna ganancia, para renunciar al menos alguna vez a pequeñas y mezquinas ventajas en favor de otro. Tal vez algo realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de escuchar con sinceridad la pregunta del resucitado: «Tú, ¿me amas?»

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas, Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 45 s.)

Para orar:
Gracias, Señor, porque sigues manteniendo abierta la puerta de mi esperanza. Gracias porque tu nombre sigue resonando como palabra viva que me llena de vida. Gracias porque sigues siendo portador de esa fuerza que despierta lo mejor que late en nuestro interior. Gracias porque esponjas, avivas, resucitas sentimientos y anhelos, porque haces que de tu nombre brote lo mejor. Es cierto que se nos hace a veces tarea desbordante, que a veces hasta  nos incomoda porque nos lleva a preguntarnos, a interpelarnos, a cuestionar actitudes, y eso preferimos evadirlo y, sin embargo, sigue siendo la garantía de nuestro ser nosotros mismos frente a voces que desean arrastrarnos. Por todo ello, gracias, Señor, por estar ahí, a mi lado, vivo, atento, enamorado, empujando, salvándome.       


Oración final:
“Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente”. Amén.




Hno. Javier.


25 abr 2019

2° DOMINGO DE PASCUA CICLO C.


Domingo 28 de abril de 2019.
Hechos 5,12-16; Apocalipsis 1,9-11.12-13.17-19; San Juan 20,19-31.

“Domingo de la Divina Misericordia”.



“Nunca dejes que nada te llene de tanto dolor o tristeza que llegue hacer que te olvides del gozo de Cristo resucitado”
(Madre Teresa de Calcuta)

Oración inicial:
“Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido” (Misal - Oración del 2º Domingo de Pascua)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Hechos 5,12-16; Apocalipsis 1,9-11.12-13.17-19; San Juan 20,19-31.

Claves de lectura:

1.    «Para que, creyendo, tengan vida». (Evangelio)
El Señor se había designado ya durante su vida como «la resurrección y la vida», y demuestra la verdad de sus palabras en su evangelio. En su aparición a los discípulos se muestra como alguien indudablemente vivo -un espíritu no habría pronunciado el saludo de paz ni les habría mostrado las heridas con tanta naturalidad- sobre todo por el hecho de que confiere a su joven Iglesia el don pascual del perdón de los pecados. Pues con él los discípulos y sus sucesores pueden hacer comprensible al mundo del mejor modo posible la vitalidad de Jesús. Muchísimas personas a las que les han sido perdonados sus pecados, han tenido la experiencia de haber participado en una resurrección de entre los muertos, de haber poseído una nueva vitalidad. Para esto no es necesario ningún contacto corporal, como el que exige el incrédulo Tomás; la experiencia espiritual de un perdón sacramental de los pecados, cuando éste se recibe con auténtico arrepentimiento y propósito de enmienda, puede ser más profunda que la que los sentidos pueden ofrecer. «La vida [de Jesús] es la luz de los hombres» (Jn 1,4): no solamente el bautismo, sino también los demás sacramentos pueden ser llamados (como en la Iglesia antigua) photismos, iluminación. Dispensar vida y dar luz a una existencia oscura, es en la Iglesia una misma y única acción.

2. «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos». (2° Lectura)
La gran visión inaugural del Apocalipsis, en la segunda lectura, confirma esto totalmente, pues el Señor eterno se aparece al discípulo amado como el que ha dejado la muerte tras de sí para vivir eternamente. No sólo la ha superado como una desgracia, sino que la posee ahora en su poder viviente: «Yo soy el que vive, y tengo las llaves de la muerte y del infierno». La muerte que amenaza la vida ya no es un poder que amenace y limite la vitalidad de Jesús, mas bien ha quedado integrada en el ámbito del poder de su vida: «La muerte ha sido absorbida» en la victoria de la vida (1 Co 15,54). La vitalidad con que se aparece al vidente es tan imponente que éste «cae a sus pies como muerto», pero es enseguida levantado por la vida, que pone su mano sobre él, lo conforta y lo pertrecha para su misión. Por muy grande que sea la violencia con la que los poderes de la muerte puedan manifestarse en la historia del mundo, como muestra todo el Apocalipsis, éstos nada pueden contra la vitalidad del «Cordero que parecía degollado»; al final «la muerte y el abismo son arrojados al lago de fuego», son reducidos definitivamente a la impotencia y abandonados a una autodestrucción eterna.

3. «Y todos se curaban». (1° Lectura)
La primera lectura, en la que se informa sobre los milagros vivificantes de la Iglesia primitiva, especialmente sobre los realizados por Pedro, muestra que Jesús hace partícipe a su Iglesia de su poder de resurrección y de vida. Se producen curaciones tanto espirituales como corporales: crecía el número de los «hombres y mujeres» que se adherían a la fe; la gente sacaba a la calle a los enfermos y «todos se curaban»: bastaba con que la sombra de Pedro cayera sobre ellos al pasar. Los apóstoles no se jactan de los milagros que hacen; Pablo alude sólo de pasada a los realizados por él (2 Co 12,12), pues para él es mucho más importante la fuerza vital espiritual de la palabra de Dios anunciada por la Iglesia. No es la fuerza vital de apóstol la que es eficaz, al contrario: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte»; entonces manifiesta el Señor a través del apóstol su «fuerza divina»: pues «la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Co 12,9s; 13,4).

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 242 ss.)

MEDITACIÓN.

1. "AL ANOCHECER DE AQUEL DÍA... A LOS OCHO DÍAS..."
La liturgia de este domingo tiene su punto específico en la proclamación del evangelio de Juan 20, 19-31. Cada año leemos lo mismo precisamente porque nos acerca el misterio de este domingo. Primero remarca que el domingo proviene del Señor. El primer domingo de Pascua es el día de la manifestación del Resucitado, primero a las mujeres, después a los discípulos. La primera preocupación del Señor es reunir a los discípulos después del escándalo de la cruz. El segundo domingo, el primer día de la semana, esto es, hoy, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para confirmarlos en la fe.
Así, el Señor nos indicó que su día era el domingo porque este era el día en el que él quería encontrarse con los discípulos. Juan, el discípulo desterrado en Patmos, se encontró precisamente en el día del Señor con aquél que había muerto y ahora vive eternamente, el primero y el último, que tiene las llaves de la muerte y de su reino porque la ha vencido. El evangelio de Juan y la segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos hacen conscientes de la importancia y el sentido de la celebración del domingo, el día del Señor. En este día celebramos nuestro encuentro con los hermanos: es aquí donde por la fe y por la Eucaristía nos encontramos con el Señor.

2. "DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO"
Es la bienaventuranza del Resucitado, la que mira a las generaciones que vendrán después de los testimonios oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Creer, nos dice el evangelio de hoy, es renunciar a ver con los ojos de la carne, a tocar con las manos, a meter el dedo en las heridas del crucificado para identificar al resucitado. Creer es buscar y encontrar al Señor, nuestro Dios, en la asamblea de los que creen que Jesús es el Mesías, de los que encuentran en los sacramentos la vida que ha brotado de la cruz. No hemos conocido a Jesús según la carne, no buscamos visiones o hechos extraordinarios donde apoyar nuestra fe. La felicidad que nos salva ahora es la presencia vivificante del Señor que nos reúne por el Espíritu en la Iglesia donde no cesa de predicarnos el Evangelio y de partir para nosotros el pan. Cada domingo somos felices por este encuentro con el Señor.

3. "RECIBAN  EL ESPÍRITU SANTO"
Antes de la resurrección, no había venido el Espíritu Santo (Jn 7, 39). La tarde del primer domingo de Pascua, Jesús resucitado dio el Espíritu Santo a los apóstoles, exhalando su aliento sobre ellos. El Espíritu es el aliento de la nueva creación. El Espíritu es la fuerza que reciben los apóstoles que los hace hombres nuevos, luchadores contra el mal, liberadores del pecado, para ir formando dentro del mundo la nueva creación.
El Espíritu es el primer fruto de la Pascua del Señor y el que da la plenitud. Fijémonos cómo Juan sitúa en la tarde de Pascua, en el primer encuentro de los discípulos con el Resucitado, la donación del Espíritu Santo, lo que Lucas ve realizado cincuenta días después en la Pascua granada. Anticipemos que para Pentecostés también leemos la primera parte del evangelio de hoy. Lo que hay que recordar es que el gran don del Resucitado es el Espíritu.
Este hecho merece ser resaltado especialmente en este año, por cuanto en el camino de preparación hacia el tercer milenio tenemos presente de un modo particular al Espíritu Santo. Esta memoria del Espíritu, aliento de la nueva creación, ha de ser más intensa en el tiempo que transcurre entre la Pascua y Pentecostés, cuando celebramos y recordamos los sacramentos de la iniciación cristiana que, por obra del Espíritu, nos hace criaturas nuevas. Esto concuerda con la colecta de la misa de hoy en la que pedimos comprender mejor "la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido".

4. LA MISIÓN PASCUAL.
En la Historia de la Salvación, quien recibe un don es porque se le confía una misión. No puede haber un don en vano. La donación del Espíritu por parte del Resucitado incluye la misión, como sucede también al final de los tres evangelios: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Los discípulos son enviados a continuar la misión del Hijo de Dios, muerto y resucitado, misión que éste recibió del Padre. El Espíritu hará efectiva esta misión para destruir el reino del pecado y de la muerte, desvaneciendo el pecado, haciendo una creación nueva, en la que resida la "paz" eternamente, la "paz" que es un don mesiánico por excelencia y que el Resucitado comunica también hoy, de entrada, a sus discípulos.
Nosotros, todos los creyentes, presididos por los sucesores de los apóstoles, continuamos esta misión. De acuerdo con todo esto pedimos, en esta octava de Pascua, que "la fuerza del sacramento pascual persevere siempre en nosotros" (poscomunión).

(Aporte de PERE LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 6, 19-20)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Somos capaces de ver y experimentar los signos de Jesús?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

SIN HABER VISTO. 
Dichosos los que crean sin haber visto.

Las experiencias de Pascua terminaron un día. Ninguno de nosotros se ha vuelto a  encontrar con el resucitado. Al parecer, ya no tenemos, hoy día, experiencias semejantes. Pero, si las experiencias que se esconden tras esos relatos no son ya accesibles a  nosotros, y si no pueden ser revividas, de alguna manera, en nuestra propia experiencia,  ¿no quedarán todos estos relatos maravillosos en algo muerto que ni la mejor de las  exégesis logrará devolver a la vida? 
Sin duda, ha habido a lo largo de la historia, hombres que han vivido experiencias  extraordinarias. No se puede leer sin emoción el fragmento que encontraron en una prenda  de vestir de Blas Pascal.
Con toda exactitud nos indica el gran científico y pensador francés el momento preciso en  que vivió una experiencia estremecedora que dejó huella imborrable en su alma. No parece tener palabras adecuadas para describirla: «Seguridad plena, seguridad  plena... Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría... Jesucristo. Yo me he separado de El;  he huido de El; le he negado y crucificado. Que no me aparte de El jamás. El está  únicamente en los caminos que se nos enseñan en el Evangelio».
No se trata de vivir experiencias tan profundas y singulares como la vivida por Pascal.  Mucho menos, todavía, pretender encontrarnos con el resucitado de manera idéntica a  como se encontraron con él los primeros discípulos sobre cuyo testimonio único descansan  todas nuestras experiencias de fe.
Pero, ¿hemos de renunciar a toda experiencia personal de encuentro con el que está  Vivo? Obsesionados sólo por la razón, ¿no nos estamos convirtiendo en seres insensibles,  incapaces de escapar de una red de razonamientos y raciocinios que nos impiden captar  llamadas importantes de la vida? 
¿No tenemos ya nadie esas experiencias de encuentro reconciliador con Cristo en donde  uno encuentra esa paz que le recompone a uno el alma, le reorganiza de nuevo la vida y le  introduce en una existencia más clara y transparente? 
¿No hemos tenido nunca la «certeza creyente» de que el que murió en la cruz vive y está  próximo a nosotros? ¿No hemos experimentado nunca que Cristo resucita hoy en las raíces  mismas de nuestra propia vida? 
¿No hemos experimentado nunca que algo se conmovía interiormente en nosotros ante  Cristo, que se despertaba en nosotros la alegría, la seducción y la ternura y que algo se  ponía en nosotros en seguimiento de ese Jesús vivo? 
El hombre crítico, atento sólo a la voz de la razón y sordo a cualquier otra llamada,  objetará que todo esto es especulación irreal a la que no responde realidad objetiva  alguna.
Pero el creyente comprobará humildemente la verdad de las palabras de Jesús: «Dichosos los que creen sin haber visto». 

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 285 s.)

Oración final:
“Señor, Te espero al atardecer, al final de mis jornadas, en el silencio de la tarde que cae. No importa que mis puertas estén cerradas. Tú, ¡entra! lo mismo. Preséntate ante mí, déjame ver tu rostro radiante y regálame, como aquel día a tus discípulos, el don precioso de la “paz”. Yo también, como ellos, quiero ver tus manos y tu costado. Quiero ver tu amor hecho manos y corazón traspasados por mí. Jesús: dentro de mí encuentro mucho del Tomás desconfiado y necesitado de tu presencia. Mi fe también es débil fatiga diaria por llegar a Ti, por estar contigo, por sentir tu presencia en mí. Señor, necesito tu amor, tu cercanía que comprende mi fe débil. Necesito que al roce de mi mano con tu mano y tu costado, me venza tu amor y me arroje con infinita ternura en tus brazos confesando que soy tuya y que Tú eres mío: „Señor mío y Dios mío. Amén”.
(Hna. Clemencia Rojas, Hija de María auxiliadora)


Hno. Javier.