27 ene 2019

SIERVAS - HOY DESPIERTO


3° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C



                                                    Domingo 27 de enero de 2019.
Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10; 1° Corintios 12,12-30; San Lucas 1,1-4; 4,14-21.


Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia, tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10; 1° Corintios 12,12-30; San Lucas 1,1-4; 4,14-21.

Claves de lectura:

1. «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios». (1° Lectura)
Este «hoy» de la lectura solemne de la ley a cargo de Esdras ante todo el pueblo reunido en asamblea (primera lectura) es un preludio veterotestamentario del «hoy» que pronuncia Jesús en el evangelio. Esta solemne lectura de la ley en tiempos de Esdras se describe de forma impresionante, añadiéndose algunas explicaciones al respecto; el pueblo está visiblemente emocionado: se inclina y se postra rostro en tierra en señal de adoración; llora porque desconocía lo que acaba de escuchar, pero se le invita a regocijarse y a celebrar un banquete porque su acogida de la palabra de Dios hace que este episodio sea un acontecimiento gozoso: «Pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza». Por eso nos extraña tanto más que un «hoy» mucho más importante salido de la boca de Jesús (en el evangelio) provoque entre sus oyentes reacciones totalmente diversas.

2. «Hoy se cumple esta Escritura». (Evangelio)
En el evangelio de hoy escuchamos solamente la parte introductoria de la escena, cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado, lee también la Escritura y pronuncia unas palabras incomprensibles y blasfemas para sus oyentes: que hoy se ha cumplido la profecía de Isaías, que «el Espíritu del Señor está sobre mí, que me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar la libertad a los oprimidos». Jesús aplica estas palabras a su persona: sale de la oscuridad de sus años de juventud y aparece ante todos sus conocidos con una luz nueva e inaudita, asumiendo precisamente el papel del Mesías. En el evangelio del próximo domingo se cuenta cómo fue acogido esto por los oyentes: no con lágrimas y júbilo, sino con indignación. Pero nosotros nos detenemos aquí y nos admiramos de dos cosas: del coraje de Jesús para asumir su misión, y de su humildad al designar su actividad como pura obediencia al «Espíritu del Señor» que está sobre él. Ambas cosas unidas caracterizan su convicción más profunda y muestran su singularidad: su misión es el cumplimiento de todas las promesas más excelsas de Dios, pero él la lleva a cabo como el verdadero «Siervo de Dios», en el espíritu del Siervo de Yahvé proclamado en el pasaje de Isaías.

3. «Todos hemos bebido de un solo Espíritu». (2° Lectura)
Pero, ¿qué significa para nosotros el hoy? Algo completamente distinto de lo que significaba para el antiguo pueblo de Israel. La segunda lectura lo describe: el pueblo antiguo era un pueblo que lloraba y se regocijaba ante la ley. Pero nosotros somos un cuerpo, asumido en el hoy de Cristo. Los judíos no eran miembros de un cuerpo, sino individuos dentro de la comunidad del pueblo; nosotros somos los unos para los otros miembros dentro del cuerpo de Cristo. Pablo describe esto detalladamente. Ya no hay individuos, sino sólo órganos, cada uno de los cuales actúa para el todo vivo del organismo. El todo, Cristo solo, es lo indivisible, in-dividuum. Nuestra diferencia no existe para nosotros, sino para todos los demás que junto con nosotros forman lo indivisible. Y esto no fisiológicamente, sino éticamente: en el siempre-hoy de Cristo nosotros vivimos para él y los unos para los otros. Por eso cada uno tiene una tarea personal, insustituible, pero no para sí mismo, sino para el todo vivo; una tarea que cada cual debe cumplir en el Espíritu del todo, que es el que le ha conferido su singularidad. Y como todos «han bebido de un solo Espíritu», todo el que posee el Espíritu ha de vivir también fuera de sí mismo, en el amor a los otros, en los otros. Este es el hoy que resulta del hoy plenificador de Cristo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Págs. 223 s.)


MEDITACIÓN.

El primer signo de Jesús.

El texto evangélico que acabamos de escuchar está compuesto por dos fragmentos diversos, uno el comienzo del evangelio de Lucas y otro el inicio del capítulo cuarto. Entre uno y otro fragmento están los relatos de Lucas sobre la infancia de Jesús, la predicación de Juan Bautista, la breve referencia al bautismo de Jesús y el episodio de las tentaciones del Señor, que escucharemos en el primer domingo de cuaresma. Después de esta prueba en el desierto, Jesús comienza su ministerio en Galilea, en la región en la que había crecido.
El evangelio de Lucas es el único que aparece dedicado a un personaje, a ese «ilustre -o excelentísimo- Teófilo», que no sabemos quién es. Quizá era un personaje real, un cristiano, aunque también puede ser un artificio de Lucas y poseer un significado colectivo. En efecto, Teófilo significa «amado de Dios», y ese nombre cuadra a todo cristiano.
Lucas afirma que muchos han emprendido la tarea de relatar los hechos de la vida de Jesús, de los que la mayoría se han perdido. Eran relatos que recogían lo que habían experimentado los que fueron testigos oculares de la vida de Jesús y después se convirtieron en predicadores de su mensaje. El tercer evangelista afirma que ha investigado con cuidado todo desde los orígenes -y, efectivamente, Lucas es el que más datos nos da sobre la infancia de Jesús-. Añade que realizó su trabajo con cuidado y escribió todo por su orden, lo cual no está reñido con el hecho de que reflejase también su propia teología y su propia visión del camino y de la vida de Jesús.
Este es el evangelio que nos va a acompañar durante todo este año y podemos pensar que se nos dedica también a nosotros, como Teófilos, «amados de Dios». Con la misma sencillez con la que Pedro se refería al inicio del cristianismo -«la cosa empezó en Galilea»- también Lucas se refiere a «los hechos que se han verificado entre nosotros». Nadie puede discutir que aquella cosa y aquellos hechos han trasformado la historia de los hombres. Si el evangelio de Juan sitúa el comienzo de la actividad de Jesús y su primer signo en una boda de Caná de Galilea, Lucas sitúa el primer signo de Jesús precisamente en la aldea donde había crecido, en Nazaret. En cualquier caso, tanto en Juan como en los evangelios sinópticos, «la cosa empezó en Galilea». Todavía Jesús no ha escogido sus discípulos y aparece como un predicador solitario, enviado con la fuerza del Espíritu que había bajado sobre él durante el bautismo, que le había llenado y le había empujado a la prueba del desierto. Aquel predicador solitario, con la fuerza del Espíritu, iba por las sinagogas de Galilea, su fama se extendía por toda la comarca, «y todos se hacían lenguas de él».
Y Jesús llega a Nazaret, a esa pequeña y desconocida aldea galilea -nunca citada anteriormente por la Biblia-. Allí había crecido -como dirá el mismo Lucas "en saber, estatura y favor de Dios y de los hombres"-. Allí había jugado como niño y tenido esas amistades infantiles que tanto peso tienen después en la vida; allí había aprendido a trabajar y a hacerse hombre; allí era conocido por todos aquellos que habían compartido la monotonía de la vida aldeana. Sin duda habría expectación cuando Jesús entró en la sinagoga de aquel pueblo en el que acontecían tan pocas cosas: ¿qué había sucedido en el hijo de José el carpintero para que su fama se extendiese por toda la comarca y todos se hiciesen lenguas de él?
El servicio religioso de los sábados en la sinagoga, al que alude también la primera lectura de hoy, estaba muy articulado. Después de una primera parte de plegarias, venían las lecturas. La primera estaba tomada de la ley o torá y se hacía ordenadamente en ciclos de tres años -como sucede también en la actualidad entre nosotros-. Eran lecturas que debían hacerla lectores profesionales y en las que no se podía añadir o modificar nada. La segunda lectura, por el contrario, podía elegirla y hacerla cualquier varón asistente. Podía además realizar un comentario o homilía. Es lo que hace Jesús en el evangelio de hoy: actúa no como un lector profesional, sino como un seglar.
No sabemos lo que experimentaría Jesús en aquellos momentos. Pero no se puede evitar pensar que el que fue verdaderamente hombre viviese algo similar a lo que siente un misacantano la primera vez que tiene que predicar ante sus familiares y amigos, ante las personas entre las que ha crecido, en el pueblo o en la ciudad en la que ha nacido, jugado, estudiado...
También Jesús hizo lo que todos hemos hecho en esos momentos: presentar un resumen del programa que hemos asumido, de la misión que intentamos iniciar. Es lo que hizo Jesús, y para ello escogió un viejo texto de Isaías -aunque en el evangelio da la impresión de que lo encontró al azar-: «El Espíritu del Señor está sobre mí", ese Espíritu tan presente en la vida de Jesús en el evangelio de Lucas. Y su misión es dar una buena noticia, un evangelio, a los pobres, la libertad a cautivos y oprimidos, la vista a los ciegos y, para todos, el año de gracia del Señor.
Lucas refleja con suspense el momento de tensión y expectativa en que todo el pueblo de Nazaret tiene los ojos fijos en Jesús. Y surgen las primeras palabras del predicador: «Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje».
Ya decíamos que el primer signo de Jesús en el evangelio de Juan estaba lleno de simbolismos más importantes que la conversión del agua en vino: era la presentación del nuevo estilo, de la nueva religión, que ya no cabe en las tinajas de piedra de la ley antigua.
El primer signo del evangelio de Lucas es la presentación del programa de Jesús, del vino nuevo que él nos trae. Su programa es una buena noticia, una noticia alegre, un año de gracia y no de condena que nos viene de nuestro Dios; es un evangelio que está especialmente dirigido a los pobres y es para ellos buena noticia. El programa de Jesús trae libertad de todas las cautividades y opresiones que encadenan al ser humano; es luz que ilumina la ceguera y la tiniebla del hombre (un tema tan querido por el prólogo de Juan). Este es el vino nuevo que Jesús nos trae, esta es su buena noticia: ya no dependemos de la ley que nos vino por Moisés, estamos en la verdad y en el amor que nos ha traído Jesucristo.
«Hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje». Hoy también, veinte siglos más tarde, en esta eucaristía en que nos reunimos creyentes en Jesús, se cumple ese programa del maestro. Hoy también, veinte siglos más tarde, se actualizan aquellos «hechos que se han verificado entre nosotros», como decía el prólogo de Lucas.
«Hoy, en nuestra presencia», se presenta otra vez Jesús y nos habla al corazón a los que somos «amados de Dios» y tenemos los ojos fijos en él. Y hoy, veinte siglos más tarde, nos sigue repitiendo su mismo programa. Jesús sigue siendo buena noticia para los pobres: porque se solidariza especialmente con ellos. Como dice J. A. Pagola, «Dios no puede ser neutral ante un mundo dividido y desgarrado por las injusticias de los hombres. El pobre es un ser necesitado de justicia. Por eso, la llegada de Dios es una buena noticia para él. Porque Dios no puede hacerse presente entre los hombres sino defendiendo la suerte de los injustamente maltratados».
Y trae libertad a un mundo en que tanto se habla de libertad, de ruptura de cadenas que secularmente han esclavizado al hombre, pero en el que han surgido nuevos dioses que encadenan y tiranizan al ser humano. También trae luz a un hombre que sabe tantas cosas, pero al que le falta la sabiduría para saber vivir, para sacar verdadero gusto a tantas cosas que tiene entre manos pero que le dejan el corazón vacío. Y a todos, a ricos y pobres, a justos y pecadores, nos anuncia el año de gracia del Señor. Jesús omite del viejo texto de Isaías la alusión al «día del desquite -o de la venganza- de nuestro Dios». Para Jesús ya todo es gracia. Ese es el programa del nuevo predicador hace veinte siglos que hoy nos dirige a nosotros, «amados de Dios»: «Hoy, en nuestra presencia, se sigue cumpliendo este pasaje».

(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS A LA VISTA, Homilías ciclo C,
Madrid 1994.Pág. 202 ss.)


Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué relación vemos entre la Buena Noticia y el Reino de Dios? 
¿La Buena Noticia es para los pobres? ¿También para los ricos? ¿De la misma manera?
Como discípulo, ¿Tengo la mirada puesta en Jesús esperando su enseñanza, para acogerla y ponerla en práctica?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

NO SOLO UN ASUNTO PRIVADO.
Para dar la Buena Noticia a los pobres...

Está muy extendida entre nosotros la tendencia a comprender y vivir la fe como un asunto puramente privado. Bastantes piensan que la presencia comprometida de la Iglesia en la vida pública es algo totalmente ajeno a la acción evangelizadora querida por Jesús.
La Iglesia tendría una misión exclusivamente religiosa, de orden sobrenatural, ajena a los problemas políticos y económicos, y debería limitarse a ayudar a sus fieles en su santificación individual.
Pero luego se observa una postura curiosa. Se bendice y aprueba la intervención eclesial cuando viene a legitimar o fortalecer las propias posiciones, y se la condena como una degradación de su misión o una intrusión ilegítima cuando critica las propias opciones. Este doble criterio a la hora de valorar la intervención de la Iglesia, ¿no está indicando una fidelidad mayor a la propia opción socio-política que a la búsqueda sincera de las auténticas exigencias de la fe?
Es indudable que la Iglesia puede en algún caso no respetar debidamente la autonomía propia de lo político y económico. Pero lo que resulta sospechoso es esa reacción casi visceral ante cualquier posicionamiento de la Iglesia que trate de concretar las exigencias sociales de la fe, sin coincidir con nuestra propia posición.
Lo paradójico es que, con frecuencia, se le pide a la Iglesia que «se dedique a lo suyo». Pero, resulta que «lo suyo», es actuar animada por el mismo Espíritu de Jesús quien se veía «enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos... y a dar libertad a los oprimidos».
No se quiere entender que la Iglesia, si quiere seguir a Jesús, debe buscar la salvación integral del hombre, que abarca a las personas concretas, los pueblos, las estructuras y las instituciones creadas por el hombre y para el hombre.
La Iglesia es entre nosotros una institución de gran incidencia pública, un «poder fáctico», como dicen algunos. El problema de la Iglesia es cómo convertirse en servicio evangelizador, inspirador de una sociedad más humana y fraterna, cómo poner su influencia social al servicio de los más desheredados de la sociedad.
La salvación cristiana no puede reducirse a lo económico ni a lo político o cultural, pero la Iglesia «no admite circunscribir su misión sólo al terreno religioso, desentendiéndose de los problemas temporales del hombre». Es un deber suyo «ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización» (Pablo Vl).
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 303 s.)



Oración final:
“Padre Dios que en tantos pueblos y religiones has suscitado desde el principio de los tiempos, por obra de tu Espíritu, hombres y mujeres capaces de intuir tu amor liberador por los pobres, y que en Jesús nos has dado a nosotros el modelo perfecto; te pedimos, que también nosotros "hoy", en nuestro día a día, demos cumplimiento al sueño de los profetas, sintiéndonos enviados a anunciar la Buena Noticia a los pobres y a todos los que necesitan volver su mirada hacia ellos. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro”. Amén.


Hno. Javier, msa.
  

Reflexión del 27 de Enero 2019. Padre Gustavo Jamut, omv.


21 ene 2019

“Hagan lo que Jesús les diga” el Papa Francisco.

En el Ángelus del domingo 20 de enero, el Papa Francisco, retomando al evangelista Juan, en el pasaje de las bodas de Caná, muestra cómo se estipula una Nueva Alianza y a los servidores del Señor, o sea a toda la Iglesia, se les confía la nueva misión: “Hagan lo que él les diga”.

“Señales”

A partir de este domingo, hemos dejado el tiempo litúrgico de Navidad y hemos comenzado el “ordinario”, que como lo dice el Papa, es el tiempo para seguir a Jesús en su vida pública y en la misión por la cual el Padre lo envió a este mundo.
Comenta el Papa Francisco que “En el Evangelio de hoy (cf. Jn 2, 1-11) encontramos el relato del primero de los milagros de Jesús, que el evangelista Juan llama “señales”. El primero de estos prodigiosos signos tiene lugar en el pueblo de Caná, en Galilea, durante una fiesta de bodas. No es casual que al comienzo de la vida pública de Jesús haya una ceremonia de boda, porque en Él Dios se ha casado con la humanidad”.

Intimidad nupcial

El Papa nos invita a contemplar cómo en Jesús, “Dios se ha casado con la humanidad: esta es la buena noticia, aunque los que lo han invitado aún no saben que en su mesa está sentado el Hijo de Dios y que el verdadero novio es Él. De hecho, todo el misterio del signo de Caná se basa en la presencia de este novio divino que comienza a revelarse”.
En este contexto, retoma el Papa, “Jesús se manifiesta como el novio del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a él: es una nueva Alianza de amor”.

La alegría del banquete

Nos advierte el Papa que “Al convertir en vino el agua de la tinaja utilizada “para la purificación ritual de los judíos” (v. 6), Jesús hace un signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en el Evangelio, portador de alegría”.
La actitud de María debe ser nuestra actitud de Iglesia: confiada pero activa. Supone el milagro, pero también supone nuestra acción.
El Papa reflexiona: “Las palabras que María dirige a los sirvientes vienen a coronar el cuadro conyugal de Caná: “Lo que él te diga, hazlo” (v. 5). Incluso hoy, la Virgen María nos dice a todos: “Hagan lo que él les diga”. Estas palabras son una herencia valiosa que nuestra Madre nos ha dejado. Y los siervos obedecen en Caná. Jesús les dijo: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”.
La respuesta es la sorpresa alegre: “has guardado el vino mejor hasta ahora”. (v. 10).
Francisco profundizó en esta reflexión y animó a todos a que cuando “el vino personal se nos termine”, busquemos a María. Ella será portadora de nuestra necesidad y nos dirá: “Hagan lo que Jesús les diga”. El camino para colmar nuestras necesidades es Jesús. Él nos dará la alegría del vino nuevo, de la vida nueva.

La misión de todo cristiano

En esta boda, afirma el Papa, “realmente se estipula una Nueva Alianza y a los servidores del Señor, o sea a toda la Iglesia, se les confía la nueva misión: “Hagan lo que él les diga”. Servir al Señor significa escuchar y practicar su palabra. Es la recomendación simple y esencial de la Madre de Jesús, es el programa de vida del cristiano”.

20 ene 2019

Video Oficial - Versión Internacional del Himno de la JMJ #Panama2019


HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRAVersión internacional del Himno de la Jornada Mundial de la Juventud Panamá 2019; a celebrarse del 22 al 27 de enero de 2019 en la Ciudad de Panamá.Compositor: Abdiel JiménezProductor y arreglista: Anibal Muñoz. Traducciones: Fr. Robert Galea, P. Marco Frisina, Communauté du Chemin Neuf y Ziza Fernandes.Intérpretes: Gabriel Díaz, Marisol Carrasco, Masciel de Muñoz, José Berástegui, Eduviges Tejedor, Lucía Muñoz, Pepe Casis, Erick Vianna, Kiara Vasconcelos, y grupos de música católica de Panamá.

"Acojamos el regalo de la alegría de Cristo en cada Eucaristía"


Las Bodas de Caná-Invitados a hacer crecer la Alegría.

Invitados a hacer crecer la Alegría.
Las Bodas de Caná como bosque lleno de símbolos: el agua de la purificación (judaísmo), frente a la alegría del vino (cristianismo); María como nueva Eva, Jesús, Esposo de la Iglesia; agua del bautismo y vino de la eucaristía..., invitados a hacer crecer la alegría.
(Siglo II. Padres y Madres De la Iglesia)






Reflexión del Domingo 20 de Enero 2019. Padre Gustavo Jamut, omv.


19 ene 2019

EL SIMBOLISMO DE LAS BODAS DE CANÁ Jn 2, 1-11

Escrito por Enrique Martínez Lozano.



 Jn 2, 1-11 

Con el relato de las "bodas de Caná", situado al inicio del evangelio, el autor busca transmitirnos el primer retrato de Jesús. Por eso, una lectura del mismo en clave literal lo desfigura, al reducirlo a un episodio anecdótico que roza lo mágico, y lo priva de su significado para nosotros. En efecto, ¿qué sentido podría tener imaginar a un Jesús dotado de poderes mágicos, que los utilizara para cambiar el agua en vino en una fiesta de bodas? Cuando se ha leído de esa forma literal, se ha puesto el acento en el "poder" y en la "bondad" de Jesús, así como en la "preocupación atenta" de María. Nada de eso se niega, pero parece evidente que el autor no ha querido empezar su evangelio –sumamente elaborado- con una mera anécdota familiar. Sabemos que los relatos evangélicos que han llegado a nosotros tuvieron un largo recorrido hasta quedar plasmados en la forma en que hoy los leemos. Fueron textos transmitidos oralmente, adaptados a las diferentes situaciones de las comunidades primeras, elaborados y trabajados con fidelidad al trasfondo histórico pero, al mismo tiempo, con una gran creatividad, de cara a responder a las nuevas situaciones y hacerlos comprensibles en los nuevos contextos. Todo ello ha dado como resultado unos textos magníficos, cargados de simbolismo, que operan como catequesis que intentan, a la vez, vehicular la fe en Jesús y mostrar un estilo de vida coherente con su mensaje.
En aquel proceso primero de elaboración, el cuarto evangelio alcanza las cotas más altas. Todo él es un relato minuciosamente cuidado que juega con un rico simbolismo, con el que busca presentar a Jesús como el revelador del Padre.
 El propio autor nos ha revelado su intención al terminar su propio escrito (el capítulo 21 es un añadido posterior) con estas palabras: "Estos (signos) han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna" (20,31).
Por lo que refiere al relato de hoy, si lo leemos con atención, descubriremos algunos "guiños" del autor, que nos hacen caer en la cuenta de su carácter simbólico y así evitar leerlo de un modo literal.
Planteó algunos en forma de interrogantes:
 ¿Cómo puede ser que, en una fiesta de bodas, no hayan preparado vino suficiente (teniendo en cuenta, además, de que se trata de gente importante y que la comida está a cargo de un "mayordomo").
 ¿Cómo entender que esa falta escapa al propio mayordomo que está al tanto de todo y, sin embargo, es advertida por una invitada (María)?
 ¿Por qué Jesús se dirige a su madre llamándola "mujer", un término que designaba a la esposa?
 ¿Qué sentido tiene que hubiera nada menos que seiscientos litros de agua (!) para el rito simple de las purificaciones?
¿Por qué la insistencia del autor del evangelio en que se trata del "primer signo" de Jesús?
¿Cuál es su significado?
 ¿A qué otros remite?
 Todos estos interrogantes, irresolubles desde una lectura literalista, encuentran pleno sentido cuando acogemos el relato desde la que fue, probablemente, la intención del autor. Pero, además de estas cuestiones, una lectura atenta y conocedora del trasfondo histórico, cultural y religioso de nuestro evangelio, encuentra una serie de elementos portadores de significado preciso.
 Entre ellos, hay que destacar los siguientes:
 la boda,
 la referencia a la "hora",
 el tercer día,
el número seis,
que las tinajas sean "de piedra" y utilizadas para la purificación,
 la carencia de vino,
 el hecho de llenarlas de agua "hasta arriba",
la presencia de la madre de Jesús (a quien nunca llama María, sino "mujer"),
 la frase: "Haced lo que él os diga", etc.
 Ante tal presencia de elementos simbólicos, Ch. Dodd, uno de los mejores especialistas en el estudio de este evangelio, llega a plantear que el presente relato sería, en su origen, una parábola que tendría como "motivo central", igual que tantas otras, una fiesta nupcial. Posteriormente, el relato parabólico se habría convertido en una "historia de milagro". A partir de los elementos que el evangelista nos ofrece, parece que pueden detectarse fácilmente las claves que hacen posible la comprensión de nuestro relato en profundidad.
 El agua simboliza la religión vacía;
el vino, la alegría y la vida abundante que proceden de Dios;
María es la "mujer",
 el resto fiel de Israel, "desposado" con Dios;
las bodas son el símbolo de la unión (alianza) de Dios con el pueblo;
 las tinajas de piedra (seis es el número de lo imperfecto e incompleto) representan a la Ley, que pretende purificar al ser humano, pero que en realidad es algo vacío;
la expresión "haced lo que él os diga" es prácticamente idéntica a la que pronunció el pueblo el día de la alianza (pacto, desposorio) del Sinaí: "Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho" (Libro del Éxodo 19,8); que sea el "comienzo de los signos" hace de éste el prototipo y clave de interpretación de los que seguirán (en total, serán "siete", el número que expresa la plenitud).
Con estas claves, podemos comprender que lo que ocurre en Caná preanuncia las bodas de la Cruz (19,25-27) y de la mañana de Pascua (20,1-18): María será llamada de nuevo "mujer", como símbolo del pueblo fiel del Antiguo Testamento que ha engendrado al Mesías y al nuevo pueblo (el "discípulo amado": "Mujer, ahí tienes a tu hijo"); María Magdalena, por su parte, es la otra "mujer", símbolo de la iglesia que se desposa con Jesús en el huerto o jardín (imagen del Edén y del huerto del Cantar de los Cantares).
Con todo ello, Caná declara que el judaísmo está caducado; y, con él, la religión. De hecho, a continuación, el evangelio presentará a Jesús... como el "nuevo templo" "«destruid este templo y en tres días yo lo levantaré de nuevo»: el templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo": 3,19-21) y proclamando que "para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén...
 Ha llegado la hora en que los que rindan verdaderamente culto al Padre, lo harán en espíritu y en verdad... Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (4,21-24).
 La boda en la que falta el vino simboliza la antigua alianza que va a ser sustituida por la nueva, en la que se dará el vino del Espíritu.
Jesús inaugura una nueva relación del hombre con Dios, que no estará mediatizada por la Ley, sino creada por el mismo Espíritu de Dios. Jesús, el nuevo Esposo (1,15.30) o centro de la nueva comunidad humana, anuncia el cambio, que tendrá lugar cuando llegue su hora, la de su muerte resurrección.
 Así leído, descubrimos la hondura y centralidad de este relato.
El texto, en el conjunto del evangelio de Juan, significa la obra entera de Jesús, que proclama y posibilita las "bodas" de Dios con el ser humano (que en el Antiguo Testamento se entendían como alianza).
 Para el evangelista, la nueva alianza se inicia ahora con la vida pública de Jesús; su consumación vendrá en la cruz. Esa será la "hora" de Jesús. En este evangelio, la obra de Jesús, desde sus mismos comienzos, está revestida de nupcialidad. Por eso, desde el comienzo mismo –desde el "primer signo"- anuncia el cumplimiento: el "nuevo pueblo" vive unas bodas con Dios, en las que el "vino" -la Vida, el Gozo y el Amor- se muestra sabroso y desbordante.
 Es comprensible que, desde un nivel "racional" de conciencia, aun reconociendo el carácter simbólico del relato, se lea este texto en clave de dualidad. Dios y la humanidad (la creación) serían "dos entidades" capaces de entrar en relación, pero se seguiría pensando a "Dios" como un ser separado. Sin embargo, de acuerdo con la vivencia del propio Jesús, tal como queda reflejada en este mismo evangelio, y en sintonía con la percepción no-dual que se va abriendo camino, de un modo cada vez más generalizado, en nuestro momento cultural, y que es expresión de una nuevo nivel de conciencia (transpersonal), emerge una lectura del texto que adquiere una profundidad mayor.
 Las "bodas" son el símbolo de lo real. Todo se halla "desposado" con todo, constituyendo una gran Red que se sostiene en la misma interrelación. Todo es divino humano-cósmico al mismo tiempo. No como realidades sumadas, ni siquiera unidas, sino como expresión no-dual de la Realidad única que en todo se expresa y manifiesta. El viejo Sutra del corazón nos recuerda que "Vacío es forma, y forma es Vacío". Lo divino y lo humano no son realidades paralelas, sino las "dos caras" –magníficas en su diferencia- de la misma Realidad.
 En las "bodas de Caná", el agua puede bien simbolizar la ignorancia en que nos encerramos cuando nos reducimos al ego y a la mente: una ignorancia que es carencia y sufrimiento.
 El vino, por el contrario, es expresión de la Vida y el Gozo y, como Jesús, accedemos a él en cuanto nos liberamos de nuestra perspectiva egoica (nos identificamos de nuestra "identidad" mental), para empezar a percibir nuestra verdadera identidad, no-separada de lo Real. La persona que lo descubre –como si se tratara, dirá Jesús, de "un tesoro en el campo"-, experimenta su existencia. llena del "vino" de la Alegría.

Enrique Martínez Lozano  
http://www.enriquemartinezlozano.com/

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17 ene 2019

LAS BODAS EN CANA DE GALILEA










                                     A ORDENAR LAS IMÁGENES







15 ene 2019

LECTIO DIVINA DEL 2° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.

Domingo 20 de enero de 2019.
                                 Isaías 62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.
Oración inicial:
“Dios de todos los pueblos, que de muchas maneras te has comunicado siempre con la humanidad y que en tu Palabra definitiva, Jesús, nos has dado la gran "señal" que nos permite acceder a ti. Te pedimos que abras nuestros ojos, ilumines con tu Espíritu nuestra mente, e inflames nuestro corazón, para que también nosotros seamos para los demás señal de amor y de alegría, de esperanza y de agradecimiento. Hasta que un día nos reunamos todos  en tu presencia, nuestro hogar definitivo”. Amén


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Isaías 62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.

Claves de lectura:

1. "En Caná... manifestó su gloria". (Evangelio)
La liturgia de la Iglesia ve en la festividad de la Epifanía una triple manifestación de la gloria de Dios en Jesús: ante los Magos, en la teofanía del Jordán (que se celebró el domingo pasado) y en el primer milagro de Jesús en Caná, donde Jesús «manifestó su gloria». Una pobre pareja de novios celebra su boda; Jesús, su Madre y sus discípulos están también invitados a la boda; pero en medio del banquete los novios se quedan sin vino. María, imagen ya de la Iglesia que ora e intercede, se dirige al Hijo: algo ciertamente extraño, pues todavía no le ha visto hacer ningún milagro externo. Pero a María le basta con saber que su Hijo lleva dentro, interiormente, un misterioso poder. Jesús, consciente de que el único milagro que el Padre le encargará será la cruz, no quiere verse obligado a ejercer el papel de taumaturgo, papel que el pueblo insaciable le impondrá a partir de ahora. Entonces interviene la Madre, cuyas palabras, hermosas donde las haya, dejan todo en manos del Hijo a la vez que instan a los servidores a obedecerle: «Haced lo que él os diga». En realidad, aunque nadie lo advierta, aquí brilla ya en todo su esplendor la gloria de María. Jesús no se resiste, no puede resistirse: las palabras de la Madre le llegan al corazón porque son muy familiares a lo que él lleva dentro, en lo más íntimo de sí mismo. En el evangelio no se nos dice si se notó la transformación de lo inútil en algo precioso, si Jesús fue ovacionado como taumaturgo, algo que él siempre procuró evitar. Se nos dice simplemente que «creció la fe de sus discípulos en él»; esto constituye el único éxito que él valora como tal. Muchos de los milagros que realizará después, aunque él siempre mandó no decir nada a nadie, serán pregonados con cierto sensacionalismo y dificultarán no poco su verdadera misión.

2. «Como la alegría que encuentra el marido con su esposa». (1° Lectura).
La primera lectura, que compara la alegría de Dios por el pueblo convertido y purificado con la alegría que experimenta el marido con su esposa, remite ciertamente al evangelio, donde Jesús, con su milagro en la boda de Caná, bendice el matrimonio humano y lo eleva a la categoría de imagen de una alegría nupcial totalmente distinta. «Como un joven se casa con su novia», así hace Dios con su pueblo; el amor erótico no es un símbolo rebajado o lejano del amor que Dios siente por la tierra que El llama ahora la «Desposada», «mi favorita». El amor natural, conocido por el hombre, debe ser para él un punto de partida para barruntar cuánto le ama Dios. De este modo la unión carnal del hombre y la mujer será una imagen insuficiente para representar la intimidad de la unión entre Cristo y nosotros en la Eucaristía.

3. «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común». (2° Lectura)
La segunda lectura nos lleva en otra dirección: el milagro de Caná fue un milagro realizado simplemente para gozo y utilidad de algunos. Pero ahora, en la Iglesia, el Espíritu Santo dispensa un don de gracia a cada creyente «para el bien común». Estos carismas se pueden comparar, pues son dones sobrenaturales, con el poder de hacer milagros espirituales, aunque vistos desde fuera sean insignificantes. Pablo enumera en esta lista también los dones extraordinarios, mientras que en otras series (Rm 12) habla de carismas mucho más modestos. Cuando Jesús dice con una imagen que la fe puede mover montañas, se refiere a su fuerza espiritual, que ciertamente puede «mover», trasladar grandes pesos en el corazón de los hombres: no mediante técnicas psicológicas, sino en virtud del poder divino del que todo verdadero creyente participa. Muchos santos han hecho también milagros materiales, pero los milagros espirituales que han realizado son mucho más grandes y más importantes.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.)

MEDITACIÓN.

Me gustaría detenerme sobre todo en tres frases del relato:
La inicial: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí". La central, pronunciada precisamente por María: "No tienen vino". Y la final: "Allí Jesús manifestó su gloria", es decir, en este milagro hecho con ocasión de las bodas. 

EL MISTERIO DEL TERCER DÍA
Partamos de las palabras iniciales, del misterio del tercer día.
Juan, que nunca usa casualmente ninguna palabra, introduce el episodio que abre la serie de los milagros de Jesús y la manifestación de su gloria con la mención del tercer día. ¿Qué es el tercer día? El evangelio de Juan comienza con la descripción de una intensa semana de acontecimientos, calculados casi día a día, hasta éste, que es el día último. Si leemos el cap. I, podemos fácilmente recuperar los primeros días del ministerio de Jesús. En el v. 28 encontramos "el primero", el día en que Juan Bautista anuncia la presencia de uno mayor que él.
"Al día siguiente", dice el evangelista, o sea, el segundo día, el propio Jesús entra en escena y es llamado Cordero de Dios.
"Al otro día", o sea el tercero, Jesús encuentra a dos discípulos y les dice: "Venid y veréis", y los discípulos se quedaron con él todo aquel día desde la hora décima. Por fin, "al día siguiente", el cuarto, Jesús se encamina hacia Galilea y encuentra a Felipe y Natanael. Aquí es donde empalma el evangelista: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea". Si tenemos en cuenta que la frase bíblica "el tercer día" se traduce, en realidad, por "dos días después", incluyendo en el cómputo el primer día como uno de los tres, llegamos a colocar el episodio de Caná en el "DIA-SEXTO" de la semana, que es el día de la creación del hombre y de la mujer.
Juan, que ha comenzado su evangelio con las mismas palabras del Génesis: "En el principio...", nos hace recorrer una semana entera de acontecimientos, y el sexto día es éste, cuando en el misterio de un hombre y una mujer que hacen de sus vidas una unidad, en Caná de Galilea, Jesús manifiesta su gloria.
Puede decirse que el evangelista reconstruye una semana cronológica correspondiente a la "semana" inicial de la creación, con el intento de fechar el episodio de Caná y de hacerlo coincidir con el día en que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y creó a la mujer para que le acompañara.
Con semejante simbolismo cronológico, San Juan subraya que lo que Jesús hará este día es la continuación y la culminación de la obra creadora de Dios a favor del hombre. Pero la intervención de Jesús se producirá al constatar cierto malestar en la situación del hombre, de la mujer y de la unión de ambos: "No tienen vino".
Por lo demás, todo el cuarto evangelio se mueve sobre afinidades que hay en toda la historia de la salvación. En los capítulos finales, Juan describirá también otro período de seis días; y la muerte de Jesús en cruz -con María, la Mujer, a su lado- será el sexto día. Allí Jesús restituirá al hombre-Juan en su plenitud.
En la cruz se manifestará plenamente la gloria de Dios que había empezado a manifestarse en el primer milagro de Caná; aquí la gloria emerge de manera inicial, si bien se da ya una idea del amor con que Dios se acerca a la situación humana percibiendo el íntimo malestar y restaurándola en su plenitud y gozo primigenio.

LA INCAPACIDAD DE AMAR. 
En el cuadro que hemos tratado de esbozar, ¿qué puede significar la palabra de María: "No tienen vino?". En los evangelios hay expresiones paralelas a ésta. Me viene a la memoria, por ejemplo, la expresión: "Ya no nos queda aceite, y nuestras lámparas se apagan" (Mt 25. 8): es la misma situación de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de bodas.
Otra exclamación semejante es la de los discípulos en el desierto: "No tienen suficiente pan (Jn 6, 1 ss).
Son, todas éstas, ocasiones en que el hombre aparece carente, no a la altura de las circunstancias, y, por lo mismo, se crea malestar en contraste con la atmósfera de fiesta, de gozo, de expectación, con la esperanza de un amor sin sombras. Allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la fiesta nupcial, del estar juntos escuchando la Palabra, produjera una felicidad plena y sin fin, resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los recursos, la prudencia escasea y se produce una situación embarazosa que funciona como una trampa: el hombre y la mujer se ven incapaces, sin saber qué hacer.
La fiesta de bodas está a punto de cambiarse en una gran desilusión, en una señal de mala suerte que pesará siempre sobre la pareja, como si fueran personas perseguidas por el sino, incapaces de proveer, ya desde el principio, la buena marcha de la casa. Aparece, pues, el sentido profundo del grito: "¡No tienen vino!".
El hombre y la mujer, creados para realizar juntos la perfecta unidad, no tienen suficiente vino para el sexto día, cuando se debería ver actuando al hombre y a la mujer, el día de la fundación de la familia, del trabajo, de la construcción de la ciudad, que preludia al día séptimo, el del descanso.
El hombre y la mujer viven una experiencia de cerrazón y de bloqueo; todo se había fundado en el entendimiento mutuo, en la llamada a ser una cosa sola, y esta vocación se ve impedida por imprudencias, imprevisiones, carencias de todo género.
El discurso se amplía. El hombre y la mujer se sienten llamados al amor, sienten que es una vocación de la que no pueden prescindir y, sin embargo, experimentan la incapacidad de amar.
Es verdad que no siempre se tendrá la valentía de pronunciar esta palabra, demasiado dura, demasiado radical; se echará la culpa más bien a los malentendidos, las ambigüedades, los nerviosismos, las resistencias, el cansancio, el desgaste de la vida diaria, las diferencias de carácter, etc. Sólo raramente se llegará al interrogante existencial, que alguna vez un hombre o una mujer se plantean con voz fatigosamente modulada: "Pero yo, ¿soy de veras capaz de amar?" En el fondo de la existencia humana: el hombre, cada uno de nosotros llamados a amar, ¿somos capaces de amar verdaderamente? Nuestras reservas de amor, de paciencia, nuestras provisiones de vino, de aceite, de pan, ¿son suficientemente consistentes como para durar toda una vida? Cuántas veces se repite el grito: "¡Ya no tengo ganas, mi lámpara se apaga!" Y esto vale para toda vocación que entrañe opciones de unidad, de servicio prolongado y sacrificado. Y quizá tengamos cerca una persona como María, que lo dice porque ya se ha dado cuenta: "No tienen vino". No aguantamos más.

LA FUERZA TRANSFORMADORA DE LA EUCARISTÍA. 
La palabra final: "Allí Jesús manifestó su gloria", nos consigna el mensaje del paso evangélico que nos ha hecho entrar en lo vivo de una situación existencial tan frecuente y dramática.
La Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del hombre en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre de ser capaces de amar.
La Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor que crea unidad: el amor que crea unidad en el noviazgo, el amor que crea unidad en la vida matrimonial, el amor que crea unidad en la comunidad, en la Iglesia, en la sociedad. La Eucaristía es la manifestación de la potente gloria de Dios.
El hombre que se encuentra sin vino, quizá sólo con una provisión de agua incolora, inodora e insípida, necesita de la plenitud del Espíritu nuevo que le transforme el corazón y la mente. Sólo así podrá confiar en un tipo de amor que no sea únicamente entusiasmo, primer proyecto, primeras experiencias, sino fuerza duradera para toda la vida. Por eso la Eucaristía se nos presenta como aquel Jesús que, atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, da al hombre, a la mujer, a la humanidad, la capacidad de ser ellos mismos.
(Aporte de CARLO M. MARTINI, Cardenal Arzobispo de Milán,
SE ME DIRIGIÓ LA PALABRA,
págs. 92-96)

ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

En Caná aún no había llegado tu hora de ser tú mismo el vino de las bodas. Pero, para  que supiéramos que la hora estaba cercana, nos has dado el signo del agua cambiada en  vino, como signo del vino convertido en tu sangre, derramada en la cruz para la redención  del mundo. (...)
"Había allí seis tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos" (Jn 2, 6).  Seis, es el número del hombre, el símbolo del esfuerzo humano: agua ordinaria e inerte.  Esta no es el agua que mana en vida eterna sino el agua de la ley mal entendida, de la  purificación exterior. Vas a partir de nuestras pobrezas e incapacidades para que  realicemos nosotros mismos nuestra propia santificación, y vas a hacer de eso el vino de  las bodas. Nos vas a hacer superar nuestros legalismos que de nada sirven: esto está  permitido, esto está prohibido; el matrimonio es indisoluble; ir a misa los domingos es  obligatorio; no debes tomar la píldora; si eres un cristiano actual, debes preocuparte del  tercer mundo. Nos vas a mostrar que todo eso no tiene ningún sentido si no se vive en el  amor de Dios que transforma. Tú nos propones no la purificación exterior, la del parecer,  sino la interior, la del corazón, la del ser, es decir la que se vive contigo y en ti.
El agua que sacan los servidores se convierte en el agua de tu misericordia. Aquella con  la que, en la superabundancia de tu amor, lavas los pies de los hombres, los de Pedro y los  de Judas. Es el agua de la reconciliación y de la purificación que transforma nuestra vida y  transfigura nuestro ser, el agua y el vino por los que nuestra pareja se troca  verdaderamente en signo de tu amor. Por eso el matrimonio se celebra en la Iglesia; no por  obedecer a una regla sino para que los hombres vean algo de tu amor. Y por eso no puede  romperse el matrimonio; no por encerrar al hombre en una obligación legal sin significado  sino porque tu amor no tiene retorno y dura eternamente. Y por eso también asisten a los  casados unos testigos, no por la preocupación jurídica de afirmar que el matrimonio ha  tenido lugar sino como testigos de los hombres que se interesan por este matrimonio, que  prometen hacerlo todo para que esta pareja sea auténtica, fuerte y duradera, a fin de que el  mundo crea en tu amor incansable, fiel y transformador y transfigurador.
El agua que sacan los servidores se convierte en ese vino, por el que cada una de  nuestras actividades humanas y nuestra vida misma, hasta en la muerte, es signo de tu  amor, puesto que no existe para el que cree en ti ninguna actividad profana, ya que en ti  todo es amor: la vida de la religiosa y la del director general, la del sacerdote y la del  minero, la de la soltera y la de la pareja, la del niño y la del anciano. "Todo cuanto hagan,  de palabra y de boca, háganlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a  Dios Padre" (Col 3,17). Tanto si tenéis hijos, como si no los tenéis; si vivís  desahogadamente como con dificultades; si tenéis un oficio como si estáis en el paro o  jubilados.
Los hombres, preocupados por las bodas humanas, no conocen la potencia del agua  transformada en vino. "Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como  ignoraba de dónde era... llama al novio y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y  cuando ya están bebidos, el inferior"" (Jn 2, 9-10). Falsa prudencia de los hombres: aprovecha bien el presente; aprovecha tu juventud; el vino se va a acabar, bebamos, pues  la vida es corta.
Los invitados al banquete ignoran la procedencia del vino "los sirvientes, los que habían  sacado el agua, sí que lo sabían" (Jn 2, 9). Lo saben porque sirven. En el centro hay  siempre una acción transformadora y redentora conocida por tus servidores y desconocida  de tus beneficiarios. La Iglesia sabe que sirve y de qué la viene la posibilidad misma de  servir y el verdadero contenido de ese servicio. Este no es el vino barato de los amores  limitados y de las alegrías exageradas, sino la vida del júbilo y de la Alianza de Dios, el vino  de las bodas del Cordero. La pareja cristiana sabe que sirve y de dónde le viene la  posibilidad de servir y de amar, así como el contenido de su servicio y de su amor de  hombre y de mujer. Este no es el vino barato y agrio de un placer egoísta y limitado; es el  vino del amor que se supera más allá de las apariencias y que no renuncia jamás a pesar  de las infidelidades. Quien cree en ti, Señor, sabe muy bien que es un servidor y de dónde  le viene la posibilidad de actuar y de servir, así como el contenido de su acción y de su  servicio. Este no es el vino degradado de la voluntad de poder, de la riqueza o de la gloria  vana, sino el vino nuevo del hombre al que asocias a tu divinidad. Mira, Señor, a todos los  que todavía lo ignoran. Escucha a tu Iglesia que no dice solamente lo que sucedió antaño  sino que con María, intercede en el presente, fiándose de ti. Manifiesta tu gloria por  nosotros, tus servidores, si así lo quieres, y ellos te creerán.
(Aporte  de ALAIN GRZYBOWSKI, BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA,
NARCEA/MADRID 1988, Pág. 133ss.)


"No tienen vino"

La verdad es que no tenemos vino. Nos sobran las tinajas,  y la fiesta se enturbia para todos, porque el sino es común y la sola sala es ésta.

Nos falta la alegría compartida. Rotas las alas, sueltos los chacales, 
hemos cegado el curso de la vida entre los varios pueblos comensales. 

¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo, embriágame de Ti para ese reto 
de ser iguales en la alteridad.

Uva pisada en nuestra dura historia, vino final bebido a plena gloria 
en la bodega de la Trinidad!
(Pedro Casaldáliga)



Oración final:
“Dios que en las bodas de Caná te has manifestado en tu Hijo participando en las fiestas del pueblo, y servicial ante nuestras necesidades humanas; transforma nuestra agua en vino, y haznos a los que seguimos a tu Hijo testigos de la alegría, amigos de la fiesta de la vida. Amén.

Hno. Javier