Domingo 3 de marzo
de 2019.
Eclesiástico 27,4-7; 1° Corintios
15,51.54-58; San Lucas 6,39-45.
“La doctrina de Cristo, al crecer y desarrollarse, se mezcló con
árboles buenos y con zarzas malas. Tú observa de dónde procede el fruto, de
dónde trae su origen lo que te alimenta y de dónde lo que te punza. A los ojos
están mezcladas ambas cosas, pero la raíz las separa”.
(San
Agustín, Sermón 340 A, 10)
Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus
dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia,
tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de egoísmo,
riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina
con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos
los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos
en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Eclesiástico 27,4-7; 1° Corintios
15,51.54-58; San Lucas 6,39-45.
Claves de lectura:
1. «Lo que rebosa del
corazón, lo habla la boca». (Evangelio)
Conviene partir de esta
sentencia final para reflexionar sobre el evangelio de hoy (que contiene
además otras sentencias). La relación entre lo que pensamos interiormente y
lo que expresamos, entre el corazón y la palabra, es normalmente una
relación de correspondencia. En Dios el Verbo, su Palabra encarnada, es
la expresión exacta del que habla, del Padre. En los seres infrahumanos,
su forma externa revela su esencia: si un animal ladra, se sabe que es un
perro. En los hombres, que pueden mentir, hay que andar con más cuidado y
examinar detenidamente su conducta: a la larga será no una palabra sino
todo su comportamiento lo que revele su actitud interior. Al igual que el árbol
se conoce por su fruto, así también el hombre se conoce por todo su
comportamiento. Jesús nos da dos indicaciones al respecto: ante todo el
hombre que ha de juzgar a otro debe ser alguien que ve espiritualmente,
no un ciego o alguien que cree o no cree ciegamente. Después, antes de
intentar enmendar el equívoco en otro, debe examinar si entre lo que siente
su corazón y lo que dice su boca hay una auténtica correspondencia.
Conviene primero ajustarse a la medida de Cristo, que es la verdad total
y definitiva de su Padre; y tras haberse apropiado realmente de esta
medida, se estará más cerca de la forma correcta de ser veraz. Las
indicaciones de Jesús para juzgar a los hombres se mueven entre la
prudencia humana práctica y su propia comprensión divino-humana de la verdad.
2. «En su reflexión se
ven las vilezas del hombre» (1°Lectura) (según
la Biblia de Jerusalén).
El texto del Antiguo
Testamento establece la misma proporción entre las convicciones de un
hombre y su expresión. (En el texto no se trata de probar a un hombre, sino del
criterio válido para probarlo). Del mismo modo que Jesús quiere que se
juzgue al corazón según lo que habla la boca (como se conoce al árbol por
su fruto), así también el sabio recomienda ya no elogiar a nadie antes de
haber escuchado su palabra como prueba de su corazón. Como los hombres
pueden mentir y disimular hay que observar en cada persona si realmente
se da una correspondencia entre su corazón y su boca.
3. «Trabajar siempre por
el Señor, sin reservas». (2°Lectura)
Si se quiere insertar la
segunda lectura en este contexto, hay que tener presente la recomendación
de Pablo de que el cristiano tiene que trabajar siempre -lo que también
puede incluir nuestro juicio sobre los hombres y las relaciones humanas- «sin
reservas», según el criterio con el que Jesús juzga las cosas de este
mundo. El las valora a la luz de la verdad eterna, donde lo perecedero ha
recibido su forma final definitiva e imperecedera. Si se nos dice que «el
día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra falsa que hayan
pronunciado» (Mt 12,36), entonces no sólo Jesús sino también su discípulo
puede distinguir ya en la tierra entre un discurso fecundo y un discurso
estéril. El Señor «no dejará sin recompensa esta fatiga». Ciertamente hay
discursos que sólo conciernen a los asuntos temporales, pero también
éstos deben ser pronunciados con una responsabilidad definitiva.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 259 s.)
MEDITACIÓN.
CONTEXTO LITÚRGICO.
Acaba hoy la primera
parte del tiempo ordinario, porque el próximo miércoles iniciamos ya la
Cuaresma. Además, tanto en la segunda lectura como en el evangelio, concluimos
la lectura de los textos que íbamos leyendo a los largo de las últimas semanas;
así acabamos la lectura continuada de la primera carta de san Pablo a los
cristianos de Corinto, y también el resumen del mensaje de Jesús que el
evangelista Lucas ha recogido en el capítulo 6, y del que hoy leemos el tercer
y último fragmento.
Por tanto, toda la
liturgia de hoy nos invita a cerrar un período, una etapa del año litúrgico,
durante la cual hemos ido siguiendo los inicios del ministerio de Jesús, para
iniciar otra la próxima semana: la Cuaresma, un tiempo fuerte, con todo lo que
comporta.
ESTILO SAPIENCIAL.
La primera lectura de
hoy está tomada del libro del Eclesiástico y es el típico texto de la
literatura sapiencial con sabor poético. A partir de varias imágenes (la criba,
el horno, el fruto del árbol) se nos dice que la bondad del hombre se
manifiesta auténticamente después de haber sido probada, después de haber sido
examinada. Tan sólo entonces se constata si es algo sólo superficial o si es
algo que mana de lo hondo del corazón: "No alabes a nadie antes de que
razone, porque ésa es la prueba del hombre".
El evangelio de hoy usa
este estilo, con una serie de máximas e imágenes del mismo tipo de las que
hemos visto en la primera lectura, algunas incluso calcadas: el ciego y el
hoyo, el discípulo y su maestro, la mota y la viga en el ojo, el árbol y sus
frutos, el corazón y la boca.
EL VALOR DE LO INTERIOR.
También el mensaje de
este fragmento de Lucas empalma con el de la 1ª lectura. El núcleo de este
mensaje de hoy consiste en valorar lo interior. Jesús invita a la profundidad y
a la sinceridad de corazón; a no quedarse con la imagen exterior, que sólo es
al fin y al cabo un reflejo de la interioridad de la persona.
El evangelio tiene dos
partes: la primera consiste en una llamada a la humildad, a la sencillez, a la
hora de valorarnos a nosotros y a los demás. A partir de las imágenes del ciego
que no puede ser guía de otro ciego, y del discípulo que no está tan instruido
como su maestro, Jesús hace una llamada a ser conscientes de la propia
limitación, a la capacidad de autocrítica. Este pensamiento culmina con el
ejemplo de la viga en el propio ojo y la mota en el del vecino: "¿Por
qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga
que llevas en el tuyo?".
Y a partir de la falsa
situación del que pretende enseñar siendo ciego o un simple discípulo, y del
que pretende corregir a los demás cuando él está aún más cargado de faltas,
Jesús invita, en la segunda parte del texto de hoy, a descubrir al hombre en su
propia realidad. Una realidad que halla su aspecto más auténtico en lo que hay
en el fondo del corazón. Lo que vale en cada persona no es lo que dice, ni lo
que hace, sino lo que hay en su corazón. Y lo que hay en el fondo del corazón
se expresará después en sus palabras y en sus obras.
Con todo esto Jesús nos
invita a cultivar la dimensión interior de la persona, aquello que constituye
la parte más profunda y auténtica de su ser. Una dimensión interior que Jesús
ve en positivo, al decir que "El que es bueno, de la bondad que
atesora en su corazón saca el bien". Pero este tesoro de bondad que
cada cual guarda en su corazón se ha de cultivar para que dé su fruto. Por eso
es tan importante trabajar la vida interior de las personas, su capacidad de
reflexión, de escucha, de meditación, de silencio.
LA VIDA INTERIOR DEL
CRISTIANO.
Y en concreto, el
cristiano ha de ir modelando su corazón según Dios y siguiendo el estilo de
Jesús. El mensaje del evangelio, que hemos ido recordando estas últimas
semanas, pide interiorización, exige poder arraigar en el corazón del cristiano
para poder vivirlo de verdad.
El salmo de hoy nos
recuerda precisamente que, cuando las raíces son hondas y están agarradas en el
Señor, "El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro
del Líbano: plantado en la casa del Señor.. En la vejez seguirá dando fruto...
".
Y en la segunda lectura
san Pablo nos recuerda dónde se encuentra el fundamento de nuestra esperanza:
la victoria de Cristo que ha engullido la muerte. Si arraigamos profundamente
nuestro corazón en esta convicción, nuestra vida será un auténtico testimonio
de la fe que profesamos. "¡Demos gracias a Dios, que nos da la
victoria por nuestro Señor Jesucristo! Así, pues, hermanos míos queridos,
manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reservas,
convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra
fatiga".
Se trata, en definitiva,
de buscar la renovación del corazón. Los cristianos la encontraremos en la
lectura del evangelio, bien fundamentados en Cristo muerto y resucitado. La ya
inmediata Cuaresma nos ayudará todavía más a avanzar en esta línea de
interiorización y de renovación.
(Aporte de XAVIER
AYMERICH, MISA DOMINICAL 2001, 3, 11-12)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Por qué juzgamos mucho más duramente a los demás que a nosotros
mismos?
¿Con qué criterios decimos que se producen frutos?
ORACIÓN-
CONTEMPLACIÓN.
La advertencia de Jesús
es fácil de entender. "No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol
dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan
higos en las zarzas, ni se vendimian racimos en los espinos".
En una sociedad dañada
por tantas injusticias y abusos, donde crecen las «zarzas» de los intereses y
las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos «espinos» de odios, discordia y
agresividad, son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. ¿Qué
podemos hacer cada uno para sanar un poco la convivencia social tan dañada
entre nosotros? Tal vez hemos de empezar por no hacerle a nadie la vida más
difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos
junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente
con nuestro pesimismo, nuestra amargura, resentimiento y agresividad. Crear en
nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y
cordialidad.
Son necesarias también
personas que sepan acoger. Cuando escuchamos y acogemos a alguien, lo estamos
liberando de la soledad y le estamos infundiendo nuevas fuerzas para vivir. Por
muy difícil y dolorosa que sea la situación en que se encuentra, si la persona
descubre que no está sola y tiene a alguien a quien acudir, nacerá de nuevo en
ella la esperanza. Qué gran tarea puede ser hoy ofrecer refugio, acogida y
respiro a tantas personas maltratadas por la vida.
Hemos de desarrollar
también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que,
hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en mí encontrarán
siempre a alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no
despreciar a nadie ni siquiera interiormente.
No condenar ni juzgar
precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y
condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana. Es también
importante poner fuerza interior en el que sufre. Nuestro problema no es tener
problemas, sino no tener fuerza para enfrentarnos a ellos. Junto a nosotros hay
personas que sufren inseguridad, soledad, fracaso, enfermedad, incomprensión...
No necesitan sólo recetas para resolver su crisis. Necesitan a alguien que
comparta su sufrimiento y ponga en sus vidas la fuerza interior que las
sostenga.
El perdón puede ser otra
fuente de esperanza en nuestra sociedad. Las personas que no guardan rencor ni
alimentan de manera insana el odio o la venganza, sino que saben perdonar desde
dentro, siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá
la vida.
No se trata de cerrar
los ojos al mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de
escuchar la consigna de san Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes
bien, vence al mal con el bien". La manera más sana de luchar contra el
mal en una sociedad tan dañada en algunos valores humanos es hacer el bien «sin
devolver a nadie mal por mal...; en lo posible, y en cuanto de ustedes dependa,
en paz con todos los hombres» (Rm 12, 17-18).
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C,SAN SEBASTIAN 1984.Pág. 73 s.)
Oración final:
Karl Rahner sj, tiene
una humilde y sentida oración:
“Mira, Señor, ahí
está el otro, con el que no me entiendo. Él te pertenece; tú le has creado. Si
tú no le has querido así, al menos le has dejado ser como es. Mira, Dios mío,
si tú le soportas, le quiero yo aguantar y soportar, como tú me soportas y
aguantas”. Amén.
Hno.
Javier, msa.