1. A las puertas de Jerusalén.
La ciudad de Jericó, deliciosa villa en medio del desierto,
a once kilómetros de río Jordán, con sus frescos manantiales y sus plantaciones
de palmeras, está convulsionada. Jesús, el famoso profeta, ha llegado, y toda
la ciudad se vuelca para verlo. Sólo para verlo... Está el pueblo, y están sus
jefes espirituales, y los hombres piadosos.
Jesús entra en la ciudad y es bien recibido. Le rodean,
acuden a él. Probablemente deseaban su visita y se honraban concediéndole
hospitalidad. Era mucho lo que se hablaba de él y sienten curiosidad.
En este ambiente festivo, Lucas -único que lo narra- nos
presenta un hecho sencillo, cargado de humildad y de alegría. A la fascinación
que causan las riquezas, y que el evangelista expuso en el pasaje del joven
rico (Lc 18,18-30 y par.), la conversión de Zaqueo presenta la otra cara.
Jericó, ciudad asentada muy por debajo del nivel del mar,
permite acentuar el simbolismo de la "subida a Jerusalén" que Jesús
está realizando.
2. "Jefe de publicanos y rico"
Zaqueo, que significa "el puro", "el
justo", es presentado por Lucas con dos rasgos íntimamente unidos entre sí:
es "jefe de publicanos y rico"; doble inconveniente para entrar en el
reino. Tenía poder y dinero, cosas que casi siempre van juntas... Y muy mala
fama. Es un hombre odiado por todos.
Los publicanos eran los que recaudaban los impuestos de
Roma al pueblo de Israel. Las autoridades romanas admitían de éstos una
cantidad alzada, y luego ellos podían resarcirse en los cobros que hacían a los
ciudadanos judíos. Ello dejaba un margen de abuso manifiesto en los publicanos,
por lo que eran aborrecidos por los judíos. Los jefes de recaudadores eran los
que normalmente más robaban, pero sin enfrentarse directamente con los
contribuyentes. Por eso y porque tenían mucho dinero, algunos lograban pasar
por personas "honorables", lo que parece que no sucedía con Zaqueo,
jefe sin escrúpulos de los publicanos de toda aquella zona de Jericó. Por eso
era "rico". Es un hombre polarizado por el dinero, y la injusticia es
el instrumento normal para alcanzar sus objetivos. Zaqueo "era bajo de
estatura": un hombre de espíritu ruin, objeto de envidia y de resentimiento.
Por eso se ha refugiado en la acumulación de riquezas, cualquiera que sea su
precio y su riesgo. No ha podido crecer como hombre, y eso lo humilla ante sus propios ojos
y los de los demás. Tendrá que subirse a un árbol para sentirse un poco más
"grande" y poder ver a Jesús. Tendrá que caminar hacia su infancia.
Zaqueo tiene lo que envidia la mayoría -dinero-, pero que a
él ya no le ilusiona porque vive insatisfecho de sí mismo y sin salida posible
porque la sociedad lo ha condenado a la marginación, a la más espantosa
soledad. Nadie se le acerca más que para pagar deudas y para mirarlo con odio.
Pero el amor de
Dios vence todos los obstáculos cuando el hombre sabe reconocer su pecado. Un
día, sin saber con claridad el cómo ni el porqué -así son las conversiones-,
una mirada le traspasó el corazón, encontró a alguien que le amó y creyó en él.
Desafía el ridículo con tal de ver a Jesús. Realiza un
gesto que le libera de todas las trabas sociales. Se desprende de las buenas
formas y se encarama a un árbol. Como un niño: está ya en la condición ideal
para ver a Jesús. Ha desafiado todos los comentarios de la multitud, sus
burlas..., con tal de ver quién era el profeta del que tanto se hablaba.
El que quiera
saber quién es Jesús tiene que "romper" con las normas de la
sociedad, no dejarse arrastrar, iniciar y consumar una búsqueda personal. Un
rico subido a un árbol para ver pasar a un pobre... ¿No indica ya un cambio de
actitud? Dice san Agustín: "No me
buscarías si no me hubieras encontrado ya". Al desear ver a Jesús,
parece que Zaqueo lo había encontrado ya.
3. "Hoy tengo que alojarme en tu casa"
Todas las personas honorables, piadosas, patriotas... de
Jericó han subido al encuentro de Jesús. Pero él se fijará en un hombre
acurrucado en un árbol y se invitará a su casa para quedarse en ella. Ha
descubierto en él algo que no veía en los demás. Es el encuentro de dos hombres que se estaban buscando desde hacía
tiempo. Zaqueo buscaba a Jesús desde su mismo inconsciente, no con la mirada
superficial de los curiosos, sino con esa mirada cargada de sentimientos, de
preguntas, de búsquedas. Una mirada en la que estaba reflejada su vida, su
aislamiento, el callejón sin salida en el que se había metido. Quería ver a
Jesús, pero sin ser visto.
Jesús le estropea
el espectáculo y le propone otro que no estaba en el programa. Todos los
encuentros de Dios con los hombres se caracterizan por su afán de
desinstalarlos. Zaqueo tiene que bajar del árbol: Jesús será su huésped,
rompiendo todos los esquemas sociales y religiosos: comer y alojarse en casa de
un pecador público. Zaqueo jamás se hubiera atrevido a formular tal invitación.
Jesús lo ha
mirado con plena conciencia porque la conversión es un encuentro personal en el
que cada interlocutor expresa todo lo que tiene dentro: miseria o misericordia,
pecado o perdón. Zaqueo quizá vivía así porque nadie lo había tomado en serio,
porque nadie lo había amado. ¿Cómo entrar en comunión con los demás sin
amarles? Y ¿cómo amar sin sentirse amado?
El amor purifica
la mirada, la hace limpia, penetrante. Se dice que es ciego, cuando la verdad
es que es el único que ve perfectamente, ya que descubre cosas que se escapan a
una mirada indiferente y superficial, el único que logra ver valores donde el
que no ama sólo percibe defectos y fango.
El amor de Jesús
va más allá de los pecados; se sumerge en la hondura humana y busca, descubre,
despierta, urge todo lo que hay de intacto y de puro, incluso en los seres más
perversos. Y es que en el hombre más abominable subsiste siempre un rincón de inocencia,
sólo accesible al que vive esa inocencia. ¿No somos todos los seres humanos
imagen y semejanza de Dios? Una imagen frecuentemente saboteada, corrompida...
Pero una imagen a la que es necesario llegar si queremos ser hijos del Padre.
El amor de Jesús
es creador. Llega hasta el fondo. No ama a los demás porque sean buenos, sino
que los hace buenos porque los ama.
Es preciso que los cristianos seamos espejos, criaturas
transparentes que poseamos a Dios, si queremos hacer de mediadores del
encuentro de Dios con los hombres. Porque Dios se reconoce en Dios; Dios
responde exclusivamente a Dios. Sólo Dios es capaz de "despertar" al
Dios que duerme en el rincón más profundo de los hombres. En todo Zaqueo que
encontremos en nuestro camino, Dios está esperando; un Dios que sólo responderá
a la voz de Dios.
"El bajó en seguida y lo recibió muy contento".
Es el contraste de la frialdad con que lo habían invitado algunos fariseos. Los
dos se van juntos, en medio del escándalo general. También Zaqueo debe estar muy
extrañado con lo sucedido.
¿Qué pasó después?, ¿de qué hablaron?, ¿qué más le dijo
Jesús?... No lo sabemos, aunque sería muy interesante conocer una conversación
que tuvo un final tan extraordinario. Es posible que dialogaran largamente,
como había hecho con Nicodemo o con la samaritana y como hacía con sus
discípulos. Es evidente que Zaqueo
descubrió que las riquezas jamás le harían feliz y libre; aquel Jesús, que se
había alojado en su casa, sí. Y fue consecuente.
La murmuración de los judíos no podía faltar al ver que se
hospedaba en la casa de un pecador legal -así consideraba la ley a los
publicanos- y moral -por sus abusos en el cobro de las tasas-. La multitud
hubiera visto lógico que se hubiera dirigido primero a la sinagoga y después a
la casa de uno de los principales jefes religiosos.
¿Por qué Jesús, escogía la casa del rico estafador y
colaborador del enemigo? Sus paisanos no lo habrían tocado ni con pinzas
-¿tampoco su dinero?-: estaba demasiado sucio por su dinero y sus relaciones
sospechosas.
Jesús no teme provocar el escándalo y la crítica mordaz de
los presentes cuando se trata de liberar-salvar a alguien, de ayudarle a que
sea él mismo.
Jesús nos da ejemplo de gran madurez. Sabe lo que quiere y
dice, humildemente, su verdad. Tiene una clara personalidad y no teme perderla
en el trato con unos o con otros. Por eso sabe encontrarse con el adversario
ideológico, con las personas preocupadas de los demás y con las de mal
vivir..., pero sin dejar de ser él, sin perder su personalidad y sin ofender la
dignidad de los demás. Afronta la crítica de los que se creen buenos y la risa
de los que no aceptan su utopía, pero no cede. No vende su verdad al mejor postor, ni da culto a las apariencias, ni
busca el camino fácil. Su accionar es limpio, transparente y desinteresado,
porque su único interés es el bien y la libertad interior del hombre. No
hay trueque de mercancías: sólo una oferta de su parte, porque quien actúa como
Jesús sólo juega a perder. Y así salva al hombre.
Si hubiera venido a mi casa, ¿hubiera sido la casa de una
persona justa, de una persona digna de hospedarlo? No sabemos aceptar a los
demás como son; los queremos meter a la fuerza en nuestros esquemas. Y si no
entran, peor para ellos. Tenemos que ser capaces de descubrir los
valores que hay en muchas personas que viven al margen de nosotros.
4. La doble oferta de Zaqueo
El encuentro llegó a su punto culminante cuando Zaqueo se
levantó y dijo: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los
pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más".
Lo que Jesús acaba de hacer por él tiene prisa por hacerlo con los demás. Zaqueo
está insatisfecho de su vida y muestra con estas palabras la verdad de su
conversión. Ha descubierto que aceptar a Jesús implica un cambio de actitud y
de conducta. Que no bastan los buenos deseos. Su oferta es doble: la
primera es como una indemnización general, por no saber los destinatarios de
muchos defraudados; la segunda, un acto de generosidad muy por encima de lo que
la justicia exigía entonces. En efecto, la ley sólo exigía devolver lo
defraudado más un quinto (Lev 5,24; Núm 5,7).
Zaqueo es otro enfermo que empieza a andar, otro niño
pequeño que se pone de pie. Es un hombre nuevo que, decidido, cambia
radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su modo de pensar, su
sistema de valores, su relación con la gente... Ha descubierto que puede
"elevar" su estatura. Ha tomado la mano que Jesús le ha tendido y
quiere caminar por su mismo camino. Hasta ahora sólo sabía usar y abusar del
prójimo; ahora está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres.
Ha aprendido a decir "nosotros". Comprende que tiene que darle la
vuelta a todo; comprende que el "tener" le impide "ser".
La conversión de Zaqueo está cargada de realismo material y
económico, porque la conversión de corazón no se limita a que cada individuo
tenga una moral privada elevada. Una verdadera conversión de corazón debe
traducirse en demostraciones patentes, debe tener efectos sociales y
económicos. Porque la fe en Jesús no será nunca efectiva y real si no se
traduce y se convierte en una fe inserta en la comunidad.
La acción de Zaqueo no sólo ha repercutido en él. Afecta de
manera inmediata a todos los que viven en su casa, a toda su familia. Con su
gesto ha dado a todos los suyos lo mejor que puede darles: el sentido de la
justicia, la honradez, el amor...
Aunque hayan sido económicamente perjudicados, Zaqueo les ha dejado la mejor de
todas las herencias. ¿Qué fue de su negocio, de su puesto de trabajo? ¿En qué
paró todo aquello? Los evangelistas no suelen narrar la historia completa y
acabada de los personajes que salen en los evangelios. Lo que sí sabemos es que
Zaqueo es un ejemplo para todos nosotros.
5. Buscar y salvar lo perdido
También Zaqueo, aunque degradado por los fraudes y los
sucios negocios, era "hijo de Abrahán". Jesús no envidiaba las
riquezas de Zaqueo; por eso no le tenía resentimiento ni odio, sino compasión.
Y así había entrado en su casa sin doble intención: ni para volcar agresividad y
rabia ni para pedirle dinero para sí y los suyos. Entró como hombre libre para
expresar su verdad en toda su radicalidad. Le hizo descubrir la raíz de su
soledad e insatisfacción, por qué lo odiaban... Finalmente, Jesús nos descubre
su misión: "Buscar y salvar lo que estaba perdido".
(Aporte de Francisco Bartolomé González, Acercamiento a
Jesús de Nazaret-3. Paulinas/Madrid 1985.Págs. 313-320)