EL PERDÓN EN EL ESPÍRITU ABRE LAS PUERTAS DE NUESTRO CORAZÓN A LAS COSAS MÁS BELLAS QUE VIENEN DE DIOS
Entre las obras de misericordia más urgentes en el mundo de hoy ciertamente ha de estar presente el perdón. El perdón auténtico no es sino una manifestación “del amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha dado” (Rm 5,5).
Perdonar en el Espíritu significa evaluar nuestra conducta, nuestros errores y pecados y los del prójimo, no a la luz de la mente, que lo juzga todo, sino bajo el prisma del amor que el Espíritu nos regala. “El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera” (1Co 13,7).
“Si vivimos por el Espíritu, caminemos en el Espíritu” (Ga 5,25); amemos en el Espíritu; oremos en el Espíritu; perdonemos en el Espíritu. Un cambio radical ha tenido lugar en quien realmente camina en el Espíritu. Ese cambio se manifiesta sobre todo en la capacidad para acoger el perdón y la misericordia de Dios como puro don. Y en la capacidad para perdonar a otros sin juzgar, sin darse por ofendido. El poder de perdonar con entrañas de misericordia es connatural a la vida en el Espíritu.
Este es el modo divino de perdonar: no darse nunca por ofendido. Y esta es la ley del reino, que Cristo la vive a la perfección; por eso, en el momento más terrible, brota espontáneo de su corazón: “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Jesús perdona y absuelve. Perdonar en el Espíritu implica también absolver. El Espíritu te hace ver que el que te ofende no sabe lo que hace: actúa así impulsado por su subconsciente.
La necesidad de perdonar nace de juzgar las acciones propias o ajenas como malas o reprochables; pero cuando no hay juicios, no hay nada que perdonar. El niño pequeñito incapaz de juzgar, no tiene nada que perdonar. “Si no os convertís y hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3), ni gozaréis de sus muchas bendiciones.
En el cielo no hay perdón porque no hay juicios; solo se respira amor incondicional y aceptación plena. Es lo que pedimos en el Padrenuestro al decir: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. A los verdaderamente humildes y pobres de espíritu el Espíritu Santo les da la sabiduría y la fortaleza de vivir sin juicios. Al fin, perdonar en el Espíritu se limita a no tener nada que perdonar: este es el perdón perfecto, el perdón divino.
En la base de la sabiduría cristiana del perdón está el ejemplo de Cristo nuestro maestro y modelo. “El, siendo Dios se despojó de su gloria y tomó la condición de siervo” (Fl 2,7). Este es el ejemplo que inspira a sus discípulos a despojarse de su ego y a no juzgar a nadie. El ego no vigilado utiliza la mente para emitir juicios sin descanso; es su alimento preferido. Cuando uno, iluminado por el Espíritu y por el Evangelio, deja realmente de juzgar, se va vaciando de todo ego, para gozar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Es un paso decisivo en el camino de la salvación, ya que nuestra salvación está vinculada a la del hermano. Guardar rencor significa echar un cerrojo al corazón de modo que uno se incapacita para aceptar el perdón y la salvación de Dios.
San Pablo nos exhorta: “Soportaos unos a otros, y perdonaos si alguno tuviere queja contra otro. De la misma manera que Cristo os perdonó, así también debéis perdonaros” (Col. 3:13). Toda convivencia humana vivida a la luz del Evangelio gira en torno a la tolerancia y el perdón. Este es el campo donde cada día y cada hora Dios nos llama a practicar la misericordia. La llamada de Dios siempre va acompañada de la fuerza de Dios, que es el Espíritu Santo.
Si aprendemos a amar y a perdonar en el Espíritu, podremos superar las fuerzas del anti-reino tan activas en el mundo de hoy: ira, odio, descalificaciones, calumnias, guerras…; y las fuerzas del anti-amor activas en nuestro subconsciente: egoísmo, envidia, irritación, resentimiento, indiferencia, pasividad… todo lo que se opone al reino de Dios en este mundo y dentro de nosotros.
El perdón en el Espíritu abre las puertas de nuestro corazón a las cosas más bellas que vienen de Dios: amor, paz, belleza, felicidad, gratitud, unidad... Son las cosas que realmente tienen importancia en la vida, porque son eternas. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Meditándolas en nuestro corazón, las cosas más bellas se van haciendo parte de nosotros, para compartirlas con otros. Y al compartirlas con otros crecen sin límites.
EJERCICIO DE PERDÓN
- Puesto en oración con los ojos cerrados, pide al Espíritu que traiga a tu mente a las personas o instituciones a quienes Dios te llama a perdonar aquí, ahora. Visualizando cada una, di de corazón:
- X, en el nombre del Señor te perdono por haberme transmitido este sentimiento negativo... por haberme rechazado... por haberme decepcionado… Y te dejo en libertad.
- Luego visualiza a Jesús que te dice:
- Y ahora yo te libero de tu carga y atadura para amar, para ser libre y feliz.