20 feb 2019

soy Vida _ Maxi Larghi


30 días con San José.P. Gustavo Jamut, omv.

AQUÍ TE COMPARTO LA NOVENA NO DEJES DE HACERLA ...
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MAÑANA TERMINA!

18 feb 2019

7° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.

                                                                                                       
Domingo 24 de febrero de 2019.
1° Samuel 26,2.7-9.12-14.22-23; 1° Corintios 15,45-49; San Lucas 6,27-38.
Oración inicial:
“Envíanos, Señor, tu Espíritu de Amor, que renueve la faz de la tierra, para llevar a nuestra vida tu Palabra y el gesto de amor sencillo y real que brota de ella”. Amén

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: 1° Samuel 26,2.7-9.12-14.22-23; 1° Corintios 15,45-49; San Lucas 6,27-38.

Claves de lectura:

Los textos de la celebración de hoy hablan de la magnanimidad. Ya los filósofos y los moralistas paganos conocían y admiraban esta virtud; en el Antiguo Testamento la magnanimidad recibe un fundamento más profundo; con Cristo se convierte, como amor a los enemigos, en la imitación del propio Dios.

1. «David tomó la lanza y el jarro de agua». (1° Lectura)
David (según la primera lectura) tenía la ocasión de matar a su enemigo Saúl mientras éste dormía, y su compañero Abisaí así se lo aconseja, de acuerdo con la lógica de la guerra. Pero David no lo hace, sin duda por magnanimidad, aunque la razón que da para no hacerlo es la siguiente: «No se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor». El temor ante el que ha sido consagrado a Dios le lleva a ser magnánimo, una magnanimidad que David no practica con otros enemigos. En efecto, cuando está a punto de morir, ordena a su hijo Salomón que practique la venganza contra sus enemigos.

2. "Sean compasivos como su Padre es compasivo". (Evangelio)
Jesús va mucho más lejos: «Amen a sus enemigos,... oren por los que los injurian». Ya no se trata de actos externos de magnanimidad, sino de una actitud del corazón expresamente asimilada a los sentimientos del propio Dios, «que es bueno con los malvados y desagradecidos». Y lo es no en virtud de una bondad superior al mundo que reposa en sí misma, como lo demuestra la entrega de su Hijo por los pecadores, por los «enemigos» (Rm 5, 10). Jesús se eleva expresamente de la magnanimidad humana limitada (que ama a los que aman, da para después recibir, etc.) a la magnanimidad divina absoluta, que dispensa su amor a los que ahora le odian y desprecian. Jesús puede permitirse esta elevación porque él mismo es el don de Dios a todos sus enemigos, un don de amor no calculador que ahora convierte a todos los que han sido colmados con él en «ungidos del Señor». Lo que Saúl era para David, lo es ahora cualquier hombre para nosotros, pues todo hombre ha sido ungido por la muerte expiadora de Jesús. Y con ello la magnanimidad pasa de ser una virtud humana admirada (eso era en la filosofía pagana) a convertirse en algo natural y cotidiano desde el punto de vista cristiano, porque el cristiano sabe que él mismo es un producto de la magnanimidad divina. Y todo hombre lo es también, por lo que no tengo necesidad de demostrarle que soy más magnánimo que él, sino que simplemente le recuerdo con mi acción que todos nos debemos a la magnanimidad divina.

3. «Igual que el celestial son los hombres celestiales». (2° Lectura)
En la segunda lectura a la actitud y la virtud terrenas se contraponen una vez más la actitud y la virtud celestes. El hombre, que procede de abajo, de la naturaleza, por más que se considere a sí mismo como la flor suprema del cosmos, sigue siendo un ser «terreno» en el que están encarnadas las normas que rigen en la naturaleza: el amor bien entendido comienza por uno mismo. Como los recursos del mundo son limitados, una justa distribución, en la que yo recibo lo mío, es el primer mandamiento (cfr. Ap 6,5b-6). Pero el primer Adán ha sido superado por el segundo Adán, el celeste. Este, que viene del Dios infinito, no conoce los límites y las normas de la finitud: puede darse a sí mismo y repartir el amor celeste de una manera ilimitada, y legar a sus «descendientes», los cristianos, que están hechos a su imagen, el mismo don.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 230 s.)

MEDITACIÓN.

Ser discípulo, de nuevo.
El Evangelio de hoy nos trae uno de los muchos pasajes que quieren enseñarnos a ser discípulos de Jesús, a ser cristianos. Uno de esos textos cuya formulación es llamativa e impacta: al que te atice en una mejilla, preséntale la otra; al que te robe la capa, dale también la túnica. Pero el fondo aún es mucho más chirriante que la forma. Ante la forma siempre podemos encontrar excusas (son metáforas, se trata de imágenes gráficas muy llamativas para que el auditorio las recuerde, etc.).
Pero ante el fondo ya no hay excusas. Y el fondo nos viene a decir que «ser cristiano es ser una persona diferente. Ante un texto como el de hoy, conceptos como: honra, honor y amor propio, - tan básicos, fundamentales y centrales en nosotros- , pierden mucho de su urgencia básica, fundamental y central, al no ser el yo sino el tú el centro de atención e interés. La inclinación que experimentamos a criticar y a encontrar defectos en los demás es sustituida por la misericordia en las apreciaciones personales...». Parece, por tanto, que el texto evangélico nos invita a la autorrenuncia, a renunciar a algo tan íntimamente nuestro como el creernos los primeros, los mejores, despreciando y degradando, para ello, a todos los demás. Pero ya sabemos que la renuncia no es un valor en alza hoy día; como no lo son la entrega, el sacrificio, la abnegación... Todo eso suena mal en un mundo como el nuestro, en el que todos exigimos nuestros derechos (con el mismo empeño que olvidamos los deberes, que también los tenemos).

¿Por qué hemos de ser así?.
Pero, por mal que suenen, por pasados de moda que parezcan, siguen siendo valores y, por tanto, «valiosos» (aunque sea una redundancia, quizá no nos habíamos dado cuenta). Entonces, ¿por qué no nos atraen, por qué no los valoramos? En definitiva, ¿por qué hemos de ser así, por qué tenemos que renunciar, sacrificarnos, darnos...?
Una madre no necesita que le expliquen por qué ha de sacrificarse por sus hijos; y si le preguntamos por qué lo hace, la respuesta es tan simple como contundente: «¡Son mis hijos!»; y lo mismo pasa con una pareja de novios, un matrimonio, unos amigos... La llamada del cariño no necesita de razones ni de porqués, y su fuerza es imparable. En el otro extremo del arco de posibilidades pasa lo mismo: hay quien renuncia a su familia, a sus amigos (y aun a su propia vida), por el dinero, el poder, la fama, el puesto, la belleza, la carrera...
En definitiva, aunque nos suene mal eso de la «renuncia», lo cierto es que la practicamos con más frecuencia de la que nos gusta reconocer. Lo que sucede es que en todos esos casos (y otros similares) sabemos muy bien por qué y para qué renunciamos a lo que renunciamos. Sabemos muy bien por qué hemos de ser así. El porqué es la clave de todo.

Lo primero, la fe.
Hemos dicho que el texto de hoy nos habla de renuncia. Pero sabemos que éste no es el núcleo del mensaje cristiano. Hay un mensaje previo, que explica el por qué y a qué hemos de renunciar; lo explica y le da sentido. Eso es lo que muchas veces, lamentablemente, olvidamos. El Evangelio no es un mensaje de renuncia, sino una buena noticia de vida, de fraternidad, de justicia...; la renuncia viene después (como primero es el hijo y luego el cariño que se le tiene, y luego viene hacer lo que sea necesario por ese hijo). Con frecuencia olvidamos esto en nuestras reflexiones, homilías, charlas... Y acaso es por eso que tantas palabras nuestras se pierden en el vacío.
El texto de hoy no nos dice cómo hemos de ser, sin más; pocas veces el Evangelio es moralista. El Evangelio pretende que asimilemos la buena noticia de un Dios que es Padre, de un Dios que es Hijo y hermano nuestro, de un Dios que es Espíritu que nos guía por esta vida, camino de la eterna. Lo demás son ayudas para facilitarnos la comprensión de cómo debemos actuar si queremos ser coherentes con esa fe. Aunque, normalmente, si tenemos fe, necesitamos más bien poco que nos digan cómo actuar (como la madre que quiere a sus hijos apenas necesita que le enseñen a entregarse a ellos). Ya lo decía San Agustín: «Ama y haz lo que quieras»; también podría haber dicho: «Obra con fe y seguro que obras bien». Y si no hay, en primer lugar, esa fe, el Evangelio de hoy sobra, está de más; mejor aún: sin tener previamente esa fe, el texto de hoy es absurdo; se podría decir que es incluso inhumano. ¿Ponerle la mejilla derecha al que nos atiza en la izquierda? ¡Qué barbaridad! ¿Darle más al que nos roba? ¡Eso es de locos!
Este texto no nos puede llevar a la fe; este texto es para alguien con fe. O, al menos, para alguien con la mente lo suficientemente abierta como para dejarse interpelar por algo aparentemente absurdo y sin sentido (entonces sí que puede ser camino a la fe). Intentar que alguien no creyente entienda esta página por las buenas es tarea imposible; o alguien cuya fe es rito y cumplimiento, lo mismo. A lo más, en su buena voluntad, aceptará que es lo que Dios quiere y obedecerá sin entender (si es que aún queda gente así). Pero Dios quiere hombres y mujeres cabales, no máquinas obedientes.
Este texto ayuda, a quien tiene fe, a profundizar en el estilo de vida del creyente, en sus exigencias; pero siempre sin perder de vista que lo nuestro, por encima de todo, es amar a Dios como a nuestro Padre y al prójimo como a nuestro hermano. Todo lo demás tiene que salir de ahí.
(Aporte de LUIS GRACIETA, DABAR 1995, 14)


Para la reflexión personal y grupal:
¿Por qué nos dejamos llevar por el odio o el desprecio?
¿Cómo podemos educarnos en actitudes cristianas de generosidad y gratuidad?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

EL PERDÓN DE UN PUEBLO.
Perdonen y serán perdonados.
Es doloroso para un creyente escuchar las consignas que se gritan entre nosotros tratando de arrancar a nuestro pueblo su capacidad de perdonar. De muchas maneras se quiere presentar el perdón como una actitud indigna, propia de quienes no aman de verdad al pueblo, una virtud propia de débiles, una resignación cobarde de aquellos que no se atreven a luchar por su libertad.
Sin embargo, no se hará la paz en nuestro pueblo si, por encima de apasionamientos y enfrentamientos viscerales, no cultivamos una actitud de perdón. Sin el perdón mutuo, nunca podremos liberarnos del pasado ni nos abriremos paso hacia un futuro que hemos de construir entre todos. En algún momento hemos de olvidar de manera consciente y generosa las injusticias pasadas para iniciar un diálogo nuevo. Una lucha animada sólo por la voluntad absoluta de lograr los propios objetivos políticos, sin sensibilidad alguna hacia el perdón y mutua comprensión, degenera siempre en venganza destructiva y odio irreconciliable. Por este camino, jamás se logrará entre nosotros una paz firme y estable.
Hemos olvidado la importancia que puede tener el perdón para el avance de la historia de un pueblo. Sin embargo, el perdón liquida los obstáculos que nos llegan del pasado. Despierta nuevas energías para seguir luchando. Reconstruye y humaniza a todos porque ennoblece a quien perdona y a quien es perdonado.
Los creyentes hemos de descubrir y reivindicar entre nosotros la fuerza social y política del perdón. Sin una experiencia colectiva de perdón, la sociedad queda mutilada en algo importante.
Las palabras de Jesús: «No condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados», no han de ser sólo una invitación a adoptar personalmente una postura de perdón. Nos tienen que urgir, además, a cultivar un clima social de perdón, absolutamente necesario para avanzar hacia la paz.
Nuestra actitud de perdón nace de la experiencia gozosa de sentirnos perdonados por Dios. Experiencia que nos ha de ayudar, a pesar de todas las reacciones en contra, a defender el perdón, por amor precisamente a ese pueblo al que queremos ver luchar por sus derechos por otros medios que no sean los de la venganza.
La capacidad de perdonar con generosidad puede ser, para un pueblo, más importante y más liberador que la capacidad de recordar con espíritu vengativo las injusticias del pasado.

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 311 s.)


Oración final:
“Padre Dios, Amor Supremo y Total, en la vida y en la palabra de Jesús de Nazaret escuchamos tu llamado a crecer en el amor hasta llegar al amor maduro y pleno, que ama por igual a amigos y enemigos. Te pedimos nos ayudes a vivir en ese amor. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro”. Amén. 


Hno. Javier, msa.

15 feb 2019

LA MARAVILLOSA INICIATIVA ”MATER FÁTIMA”

http://www.materfatima.org/



El programa de la iniciativa es muy sencillo: los días 4 de abril de 2019 y 20 de febrero de 2020 (centenario, respectivamente, del paso al Cielo de los pastorcitos de Fátima Francisco y Lucía Marto), se desarrollará en la parroquia de Fátima la siguiente celebración:
  • 20.00-21.00hs. (hora portuguesa): Adoración Eucarística con el rezo del Santo Rosario por las siguientes intenciones:
    • Por la paz del mundo
    • Por la conversión de los pobres pecadores
    • Reparación al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María
    • Por la conversión de Rusia
    • Por las almas del Purgatorio
  • Al acabar, consagración de todos al Inmaculado Corazón de María a través del método de San Luis María Grignon de Montfort, para lo cual se aconseja a los fieles que lo deseen que se vayan preparando desde el 1 de marzo previo, con las oraciones que se colgarán en la web oficial de la iniciativa www.materfatima.org.






cuento



Una vez iba un hombre en su auto por una larga y muy solitaria carretera cuando de pronto su auto comenzó a detenerse hasta quedar estático. El hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que tenía.
🚏Pensaba que pronto podría encontrar el desperfecto que tenía su auto pues hacía muchos años que lo conducía; sin embargo, después de mucho rato se dio cuenta de que no encontraba la falla del motor.
🚘En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un señor a ofrecerle ayuda.
👨El dueño del primer auto dijo:
👨-Mira este es mi auto de toda la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que tú sin ser el dueño puedas o sepas hacer algo.
👴El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:
👨-Está bien, haz el intento, pero no creo que puedas, pues este es mi auto.
👴El segundo hombre echó manos a la obra y en pocos minutos encontró el daño que tenía el auto y lo pudo arrancar.
👨El primer hombre quedó atónito y preguntó:
👨-¿Cómo pudiste arreglar el fallo si es MI auto?
👴El segundo hombre contestó:
👴-Verás, mi nombre es Felix Wankel... Yo inventé el motor rotativo que usa tu auto.
🙇Cuántas veces decimos: Esta es MI vida; Este es MI destino, esta es MI casa... Déjenme a mí, sólo yo puedo resolver el problema!. Al enfrentarnos a los problemas y a los días difíciles creemos que nadie nos podrá ayudar pues "esta es MI vida".
🙋Pero... Te voy a hacer una pregunta:
🙌¿Quién hizo la vida?
🙌¿Quién hizo el tiempo?
🙌¿Quién creó la familia?
🙌Sólo aquel que es el autor de la vida y el amor, puede ayudarte cuando te quedes tirado en la carretera de la vida.
✏️Te doy sus datos por si alguna vez necesitas un buen "mecánico":
🙏Nombre del mecánico del alma: DIOS.
🌌Dirección: El Cielo.
Horario: 24 horas al día, 365 días al año por toda la eternidad.
⌛️Garantía: Por todos los siglos.
🙌Respaldo: Eterno.
📲Teléfono: No tiene. Pero basta con que pienses en Él con fe, además de que esta línea no está nunca ocupada... =^•

14 feb 2019

6° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.


                                  Domingo 17 de febrero de 2019.
        Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.

Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia, tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.

Calves de lectura:

1. «Dichosos los pobres». (Evangelio)
En el evangelio de hoy aparecen cuatro bienaventuranzas (bendiciones) y cuatro maldiciones. ¿Qué significa «dichoso»? Ciertamente no «feliz» en el sentido que los hombres dan a esta palabra. No se trata de una invitación a que cada cual marche por su camino con tranquilidad y buen humor. No significa realmente nada que pertenezca al hombre, que el hombre sienta y experimente, sino algo en Dios que concierne a este hombre. Jesús hablará en este contexto de «recompensa», aunque esto a su vez no es más que una imagen; se trata del valor que este hombre tiene para Dios y en Dios, de algo intemporal en Dios que se manifestará al hombre a su debido tiempo. Y análogamente para las maldiciones. Los pobres a los que pertenece el reino de Dios, es decir, los pobres de Yahvé, como los llamaba la Antigua Alianza, muestran que a su pobreza corresponde una posesión en Dios: Dios los posee, y por eso mismo ellos poseen a Dios. Lo mismo puede decirse de los que tienen hambre y de los que lloran, y también de los que son odiados por causa de Cristo: éstos son amados por el Padre en Cristo, que también fue odiado y perseguido por los hombres por causa del Padre. Si los pobres han de ser considerados como pobres en Dios, entonces también los ricos han de ser considerados como ricos sin Dios, ricos para sí mismos, saciados y sonrientes, alabados por los hombres; éstos no tienen tesoro en el cielo, y por eso todo cuanto poseen no es más que apariencia pasajera.
Los Salmos repiten esto continuamente, las parábolas de Jesús (del rico epulón y del pobre Lázaro, del labrador avariento) también. Los pobres son en último término realmente pobres, aquellos que no poseen nada, y no ricos a escondidas que acumulan un capital en el cielo. Dios no es un banco; el abandono en manos de Dios no es una compañía de seguros. Es en el propio abandono, en la entrega confiada donde se encuentra la dicha.

2. «Maldito el hombre... Bendito el hombre». (1° Lectura)
La Antigua Alianza conoce ya todo esto suficientemente, como lo demuestra la primera lectura. El hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor, el que extiende sus raíces hacia la «corriente» de Dios o, como dice Agustín, tiene sus raíces en el cielo y desde allí crece hacia la tierra. Este simple abandono confiado en manos del Señor le basta para ser «dichoso» (bienaventurado) en el sentido de Jesús y para, en cualquier adversidad terrestre que se le pueda presentar, por amarga que sea, no tener que inquietarse por la sequía. A este hombre se contrapone el hombre que «confía en el hombre», en lo humano y lo terreno, y que por eso «aparta su corazón del Señor»: aquí tenemos el comentario de lo que significa la maldición de Jesús a los ricos y epulones. La sencilla antítesis del profeta, repetida en el salmo responsorial, divide a los hombres, prescindiendo de todas las sutilezas psicológicas, en dos campos: o viven por Dios y para Dios, o bien pretenden vivir para sí mismos y por sí mismos. También en el juicio de Jesús sólo hay dos clases de hombres: las ovejas y las cabras.

3. (2° Lectura).
La segunda lectura divide también a los hombres en dos categorías: los que creen en la resurrección de Cristo y en la nuestra, y los que la niegan. Si Cristo no ha resucitado, entonces "vuestra fe no tiene sentido", los muertos «se han perdido» y «somos los hombres más desgraciados» del mundo; los que no creen en ella al menos han puesto su confianza en bienes terrenos reales, y no en un Dios del más allá que no existe. Su vida está de alguna manera llena: de relaciones humanas gratificantes, de placeres de todo tipo, de autosatisfacción. Pero esto es al menos algo, mientras que la fe en la resurrección es jugárselo todo a una carta, una apuesta total en la que el apostante finalmente pierde. Todos los textos de la celebración de hoy exigen de nosotros una decisión última, definitiva: ¿nos bastamos a nosotros mismos o nos debemos permanentemente a nuestro Creador y Redentor? No existe una tercera vía, no hay solución intermedia.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 228 s.)

MEDITACION.

No estamos frente a una especie de consagración de la pobreza, como si fuese una  condición ideal para acoger el reino de Dios. Sería entonces una legitimación de la injusticia  y de la avidez humanas que, por el contrario, son desenmascaradas por Cristo y  condenadas en los cuatro "ay de ustedes" sucesivos.
Y tampoco se puede creer que dependa del hecho de que los pobres sean moralmente  mejores que los ricos.
No existe condición social alguna, y ningún mérito por parte de los hombres que haga  idóneos para el Reino. Esto es un don gratuito de Dios, no una conquista del hombre. Dios  no es un contable.
En realidad, lo que está en juego, en las bienaventuranzas, es la idea misma que nos  hacemos de Dios.
Lo dice muy bien uno de los mayores "expertos" en esta materia: "Jesús proclama que  Dios ha decidido establecer su Reino y manifestar su poder real. ¿Quién sacará provecho  de este nuevo estado de cosas? Los pobres, los oprimidos, los pisoteados. Si Dios es  verdaderamente un rey digno de tal nombre, ejercitará su propio poder a favor de los  pobres, de los pequeños, y para los pobres será un bien que Dios mismo se haga su  protector. Entonces serán bienaventurados. Para los pobres se abre una esperanza  maravillosa" (J. Dupont).
Por eso, ese mismo estudioso dice que la bienaventuranza se podía traducir  así: "Bienaventurados los pobres, porque Dios está cansado de veros sufrir, porque Dios ha  decidido mostraros que os ama".
Por tanto, en la bienaventuranza, aparece con transparencia la imagen exacta de Dios,  misericordioso, que pone su poder al servicio de los débiles.
Así, es necesario evitar utilizar las  bienaventuranzas en clave de resignación o, peor, como pretexto "religioso" para mantener  un orden social injusto.
Las bienaventuranzas no deben servir para aplastar a los pobres, sino para liberarlos. La pobreza sigue siendo un mal contra el que hay que luchar sin tregua. El mensaje de Cristo no se compendia en el amor a la pobreza sino en el amor a los  pobres. El ideal no es la pobreza sino el amor que se expresa con el gesto de compartir,  con el de transformar los bienes en sacramento de fraternidad.
Por otra parte, seremos juzgados precisamente por la postura que adoptemos en relación  a aquellos que tienen hambre, sed, están desnudos, sin casa, enfermos, prisioneros (Mt  25). "Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me los hicisteis", afirma Jesús.
Los cuatro "ay de ustedes" que hacen de contraste a las cuatro  bienaventuranzas, se llaman habitualmente "maldiciones". Pero la definición es impropia.
Se trata, más bien, de una constatación amarga de un dato de hecho. Es casi como decir:  ¡cuán desdichados sois a pesar de las apariencias!. Y este lamento se puede entender también como una invitación a la conversión. De todos modos, estas duras palabras constituyen para toda la comunidad cristiana una  severa advertencia contra el peligro de las riquezas. 
¿Por qué se llama a los ricos "desdichados" (y las cuatro categorías de personas, con  alguna matización, se pueden catalogar en la categoría de los "ricos")?. Del conjunto del discurso se puede afirmar que los ricos se encuentran en una situación  peligrosa:
·                    Peligro de no ver más allá del horizonte del presente y de los bienes materiales. Los  ricos se preocupan de sus propios intereses, pero no saben cuáles son sus verdaderos  intereses. Son "hombres sin futuro" (R. Fabris).
·                    Peligro de encerrarse en sí mismos y no preocuparse de los demás, especialmente de  los que están privados de los necesario. El rico está aprisionado, casi congelado en la propia soledad.
·                    Peligro de dejarse secuestrar el corazón por las riquezas, que terminan por monopolizar  el puesto que correspondería a Dios. Los bienes materiales se convierten así en ideales a  los que se sacrifica todo.
El rico, finalmente, es desafortunado porque es corto de vista, es un hombre solo, y es  esclavo de las cosas. El rico está satisfecho de lo que tiene, del prestigio y del éxito que alcanza, y no cae en la  cuenta de que esta satisfacción lo cierra en relación a Dios. Ese Dios que, sobre todo, lo  podía enriquecer en la línea del ser.
...Solamente que el mismo Dios no tiene nada que dar a quien sostiene que ya posee  todo. El pobre es bienaventurado porque tiene las manos abiertas a la espera. El rico es desgraciado porque tiene las manos cerradas y no espera nada. Bienaventurado el que espera (literalmente: tiende hacia...) y consiguientemente tiene la  puerta abierta de par en par.
Desdichado quien, creyendo que ya lo tiene todo, se cierra en casa, baja las persianas y  contempla el dinero. No oye la música que llega de lejos, no ve la luz que cae sobre las  ventanas. No se da cuenta de que la vida está en otra parte. Se cree en lugar seguro. Y no sabe que aquella "clausura" representa una muerte  anticipada. Cierto. Uno muere en el mismo momento en que ya no espera nada, en que no espera a  nadie. 

(Aporte de ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO C, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 111)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Cuáles son en realidad nuestros valores?
¿Creemos de verdad en el mensaje de las bienaventuranzas?

ORACION – CONTEMPLACION.

FELICIDAD AMENAZADA 
Ay de ustedes los ricos...
Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre  y la sociedad. Y las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e  increíble, incluso para los que se llaman cristianos.
Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado, incluso, a confundir la  felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo  abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».
Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para  comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. El único camino que se nos ocurre recorrer para  buscar la felicidad. Casi la única manera de llegar a «vivir mejor».
A veces, tiene uno la sensación de vivir en un mundo que, en el fondo, sabe que algo  absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera.  De alguna manera, nos gusta nuestra manera de vivir aunque sintamos que no nos hace  felices.
Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado sólo de bienaventuranzas.  Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del  amor y la fraternidad, ríen seguros en su propio bienestar.
Esta es la amenaza de Jesús. Quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón  egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya  han saboreado.
Quizás estamos viviendo momentos críticos en los que podemos empezar a intuir mejor la  verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los ricos,  porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque  tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».
Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización  de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir. La  insatisfacción actual de muchos no se debe sólo ni principalmente a la crisis económica,  sino, ante todo, al vacío de humanidad y a la crisis de auténticos motivos para trabajar,  luchar, gozar, sufrir y esperar.
Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices.  Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro  bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y  destrozarnos unos a otros. Y así, no se puede ser feliz.
Y, ¿si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No  tenemos que imaginar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin  fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices  cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más? 

(Aporte  de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 309 s.)

Oración final:
“Dios nuestro, Padre y Madre de todos los seres humanos, que en Jesús nos has manifestado lo que nos puede hacer bienaventurados y lo que nos conduce a la malaventuranza; ayúdanos a comprometernos con alegría y convicción por el mismo camino que él nos trazó”. Amén.


Hno. Javier, msa