Domingo 5 de mayo
de 2019.
Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41; Apocalipsis
5,11-14; San Juan 21,1-19.
Oración inicial:
“Manifiéstate,
Señor, hoy a nosotros. También nosotros, como tus discípulos queremos estar
contigo, junto a ti, para emprender con sentido, con todo tu Espíritu, la tarea
evangelizadora. Sin Ti nada podemos realizar. Con frecuencia estamos en la
noche oscura, no contamos contigo, no te sentimos con nosotros. Por eso,
nuestro esfuerzo es estéril. Pero, en tu Palabra, echaremos las redes. Porque
confiamos en Ti, seguiremos en nuestro empeño. Sabemos que Tú obras en
nosotros, venciendo nuestras desganas y desalientos”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Hechos de los Apóstoles 5,27-32.40-41;
Apocalipsis 5,11-14; San Juan 21,1-19.
Claves de lectura:
1. "Te llevará a
donde no quieras". (Evangelio)
El evangelio de la
aparición del Señor en la orilla del lago de Tiberíades termina con la
investidura de Pedro en su ministerio de pastor. Todo lo anterior es
preparación: primero la pesca malograda; luego la pesca milagrosa, tras la que
Pedro se arroja al agua para llegar nadando hasta el Señor y mantenerse a su
lado sobre la roca de la eternidad, mientras el resto de la Iglesia les trae su
cosecha, su pesca; después es Pedro solo el que arrastra hasta la orilla la red
repleta de peces. Y finalmente se le plantea a Pedro la cuestión decisiva: «¿Me
amas más que éstos?». Tú, que me negaste tres veces, ¿me amas más que este
discípulo amado, que tuvo el valor de permanecer junto a mí al pie de la cruz?
Pedro, que es consciente de su culpa cuando el Señor le repite tres veces la
misma pregunta, pronuncia un primer sí lleno de arrepentimiento, pues en modo
alguno puede decir no, y toma prestada de Juan la fuerza para ello (en la
comunión de los santos). Sin la confesión de este amor más grande, el Buen
Pastor, que da su vida por sus ovejas, no podría confiar a Pedro la tarea de
apacentar su rebaño. Pues el ministerio que Jesús ha recibido del Padre es
idéntico a la entrega amorosa de su vida por sus ovejas. Y para que esta unidad
de ministerio y amor, absolutamente necesaria para el ministerio conferido por
Jesús, quede definitivamente sellada, se predice a Pedro su crucifixión, el don
de la perfecta imitación de Cristo. Desde entonces la cruz permanecerá ligada
al papado, aun cuando habrá papas indignos; pero cuanto más en serio se tome un
papa su ministerio, tanto más sentirá sobre sus espaldas el peso de la cruz.
2. « Ultraje por el
nombre de Jesús». (1°Lectura)
La Iglesia terrestre da
ejemplo de esto desde el principio. La debilidad de Pedro, que motivó la triple
negación de antaño, ha desaparecido, y ahora los apóstoles, con Pedro a la
cabeza, se atreven a replicar ante el sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes
que a los hombres». La prohibición de hablar en nombre de Jesús no les
impresiona, no están ni atemorizados ni abatidos; no buscan un compromiso
diplomático, sino que salen «contentos de haber merecido aquel ultraje por el
nombre de Jesús». En las partes perseguidas de la Iglesia hay, cuando
permanecen firmes, un tipo muy especial de alegría espiritual que otras partes
que viven en paz no conocen. La experiencia lo confirma.
3. «Digno es el Cordero
degollado». (2°Lectura)
También la Iglesia
celeste, en su adoración del Cordero divino, toma parte en la unidad, vivida
primero por Cristo e imitada después por la Iglesia terrestre, de ministerio y
amor, de misión y oprobio, de vitalidad e inmolación. Para Juan (en la segunda
lectura) esto es simplemente la gloria como unidad de cruz y resurrección. Ante
esta unidad indisoluble, representada por el Cordero degollado que vive por los
siglos de los siglos, se inclinan «todas las criaturas que hay en el cielo, en
la tierra, bajo la tierra y en el mar». Pues en esta unidad se manifiesta el
misterio del amor divino en toda su profundidad.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las
lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 244 s.)
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 244 s.)
MEDITACIÓN.
SIGUE LA ALEGRÍA Y LA
CONTEMPLACIÓN DE LA PASCUA.
La alegría desbordante
de la fiesta cristiana por excelencia es recordada en la eucología de este
domingo, sobre todo en la colecta y en la oración sobre las ofrendas. Es
necesario que se haga transparente también en toda la ambientación de la misa:
que verdaderamente sea misa pascual con cantos exultantes, con ornamentación
festiva, con la cruz -o la imagen del Resucitado- adornada con flores y luces,
con el cirio pascual bien alto y encendido cerca del ambón.
La alabanza que tratamos
de contagiar a los fieles tiene que ser también invitación a contemplar, por la
fe, la gloria del Resucitado. La liturgia pascual tiene que estimular este
carácter de contemplación a la que nos invita la segunda lectura de los
domingos, del libro del Apocalipsis, un libro bastante desconocido o mal
entendido, cargado a lo largo de los siglos de interpretaciones fantasiosas que
han generado expectativas y predicciones que no tenían mucho que ver con la
fe-confianza de los hijos del Padre, en medio de las vicisitudes de la vida.
Hoy, el Apocalipsis nos invita a compartir la visión del trono de Dios, rodeado
de los ángeles y de los ancianos que aclaman el Cordero que ha sido degollado.
¿No es quizás una
trasposición al cielo de nuestra liturgia eucarística en la que nosotros
rodeamos el altar del sacrificio memorial de Cristo, donde cantamos con toda la
creación la alabanza al Padre y a Cristo, el Cordero, y queremos que se
perpetúe por los siglos? Hay que destacar que el Amén que resuena tantas veces
en nuestras asambleas es el mismo Amén del Apocalipsis. Una prueba más de la
identificación: celebramos unidos a la Iglesia celestial, la suya también es
nuestra alabanza universal.
OTRA VEZ, LA
COMENSALIDAD CON EL RESUCITADO.
Después de la
resurrección, el Resucitado tiene prisa por reunirse con sus discípulos: la
muerte los había dispersado, la nueva Vida los mantendrá unidos para siempre.
Pero no sólo es el sentido de la reunión sino el de la comensalidad que flota
en las apariciones, en el dejarse ver, del Resucitado. Alguien ha hablado de la
"reinstitución" de la Eucaristía en aquellos encuentros de
comensalidad en los que Jesús, el Señor, lleva la iniciativa, como en el
evangelio de hoy.
La comida no es fruto
del trabajo de los discípulos pescadores: es don del Resucitado. Ya lo había
advertido Jesús: "Es mi Padre el que os da el verdadero pan del
cielo" (Jn 6, 32)
Hay una admirable correspondencia
entre el fragmento de hoy, del capítulo 21 de Juan, y el capítulo 6 del mismo
evangelio. Lo que Jesús había anunciado multiplicando los panes y los peces
cerca del lago de Tiberíades, una vez resucitado, lo cumple cerca del lago. Los
discípulos reconocen ahora a Jesús con una expresión de fe pascual: "Es el
Señor". "Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el
pescado". Igual como en el capítulo 6,11. "Era la tercera vez que
Jesús se aparecía a los discípulos". Este año las hemos seguido: las dos
primeras, el domingo pasado. Este evangelio, por tanto, nos introduce de lleno
en la verdad sacramental de la Eucaristía pascual que compartimos este domingo.
"Es el Señor", reconocido por la fe, que parte y nos reparte el pan.
EUCARISTÍA, AMOR,
PASTOREO, SEGUIMIENTO.
Loablemente se lee el
evangelio íntegro. El último fragmento es de gran viveza y emotividad. Como he
enunciado se podría hacer ver, a partir de Jn 21, 15-9, cómo de la Eucaristía
brota el amor del discípulo de Cristo, cómo la primera condición para apacentar
la comunidad es la unión amorosa con el Señor, cómo el que es pastor y está al
frente de la comunidad se compromete a seguir en todo al Señor.
TESTIGOS POR LA FUERZA
DEL ESPÍRITU SANTO.
La Eucaristía es la
fuente de toda misión en la Iglesia, y su primera misión es la de evangelizar,
es decir, gritar (kerigma), como Pedro y los apóstoles (en la primera lectura),
que Dios ha resucitado a Jesús muerto en un patíbulo; Dios lo ha enaltecido
como jefe y salvador, para conceder a todos la conversión y el perdón de los
pecados. He aquí una muestra del primer kerigma apostólico, lo que la Iglesia y
todo cristiano que en ella reconoce que Jesús "es el Señor", ha de
proclamar por todo el mundo, no sólo de palabra sino con el testimonio de la
vida.
Pero el cristiano, según
la promesa de Jesús, no es testigo en soledad. "Testigos de esto somos
nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen". Por lo
tanto, el Espíritu que es la fuerza del Padre y del Hijo, es quien empuja a ser
testimonios y el que da validez y eficacia a nuestro testimonio.
Una vez más, encontramos
el Espíritu en este itinerario pascual de cincuenta días. Cuando hablamos tanto
de la "nueva evangelización", que reclama, quizás sin darse cuenta,
el mundo de hoy, hay que invocar al Espíritu para que venga a apoyarnos, a
hablar en nosotros, a darnos las palabras adecuadas para ser testigos en el
mundo de hoy: con valentía, sin temer, como los apóstoles, los maltratos y las
contradicciones.
(Aporte PERE LLABRÉS, MISA
DOMINICAL 1998, 6, 25-26)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué
me/nos pide esta Palabra reflexionada? en este texto evangélico.
¿Cómo entiendo mi ser en la Iglesia y en la comunidad?
¿Qué me/nos pide el Señor en cuanto a entrega,
disponibilidad, servicio, comunidad, amor?
¿Qué parte de mi vida estoy dispuesto a entregar al
Señor y a la Iglesia?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
Esta pregunta que el
resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes
que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de
amor a Jesucristo.
Es el amor lo que
permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos
puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama,
apenas puede «entender» algo acerca de la fe cristiana.
No hemos de olvidar que
el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en una
actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas y
demostraciones. De alguna manera, amar es siempre «aventurarse» en el otro. Así
sucede también en la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan a creer en
Jesucristo. Pero si le amo, no es en último término por los datos que me
facilitan los investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los
teólogos, sino porque él despierta en mí una confianza radical en su persona.
Pero hay algo más.
Cuando queremos realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la
buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra vida
queda tocada y transformada por esa persona, por su vida y su misterio.
La fe cristiana es «una
experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es mucho más que «aceptar
verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando experimentamos que él se va
convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo nuestro
vivir. Un teólogo tan poco sospechoso de frivolidades como Karl Rahner no duda
en afirmar que sólo podemos creer en Jesucristo «en el supuesto de que queramos
amarle y tengamos valor para abrazarle».
Este amor a Jesucristo
no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario, es justamente
el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la mediocridad y la
mentira. Cuando se vive en comunión con Cristo es más fácil descubrir que eso
que llamamos tantas veces «amor» no es sino el «egoísmo sensato y calculador»
de quien sabe comportarse hábilmente sin arriesgarse nunca a amar con
desinterés a nadie.
La experiencia del amor
a Cristo podría darnos fuerzas para liberar nuestra existencia de tanta
sensatez fría y calculadora, para amar incluso sin esperar siempre alguna
ganancia, para renunciar al menos alguna vez a pequeñas y mezquinas ventajas en
favor de otro. Tal vez algo realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si
fuéramos capaces de escuchar con sinceridad la pregunta del resucitado: «Tú,
¿me amas?»
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas,
Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 45 s.)
Para orar:
Gracias, Señor, porque sigues manteniendo abierta la puerta de mi
esperanza. Gracias porque tu nombre sigue resonando como palabra viva que me
llena de vida. Gracias porque sigues siendo portador de esa fuerza que
despierta lo mejor que late en nuestro interior. Gracias porque esponjas, avivas,
resucitas sentimientos y anhelos, porque haces que de tu nombre brote lo mejor.
Es cierto que se nos hace a veces tarea desbordante, que a veces hasta
nos incomoda porque nos lleva a preguntarnos, a interpelarnos, a cuestionar
actitudes, y eso preferimos evadirlo y, sin embargo, sigue siendo la garantía
de nuestro ser nosotros mismos frente a voces que desean arrastrarnos. Por todo
ello, gracias, Señor, por estar ahí, a mi lado, vivo, atento, enamorado,
empujando, salvándome.
Oración final:
“Que tu
pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y
que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de
resucitar gloriosamente”. Amén.
Hno. Javier.