Génesis 18,20-21.23-32; Colosenses 2,12-14; San Lucas
11,1-13.
Oración inicial:
“Señor Jesús, que
enseñaste a tus discípulos a orar, danos
un oído atento a tu Palabra y a las mociones del Espíritu, un corazón dócil
para aprender de ti el arte del dialogo con el Padre; manos y pies prontos para
el servicio y una mente abierta para acoger tu voluntad en el camino de la vida”.
Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Génesis 18,20-21.23-32; Colosenses 2,12-14;
San Lucas 11,1-13.
Claves de lectura:
1. «¿Es que vas a
destruir al inocente con el culpable?». (1°Lectura)
La intercesión de
Abrahán por los justos de Sodoma, tal y como se cuenta en la primera
lectura, es el primer gran ejemplo y el modelo permanente de toda oración de
petición. Es insistente y humilde a la vez. Cada vez va un poco más
lejos: desde los cincuenta inocentes que bastarían para impedir la
destrucción de la ciudad, hasta cuarenta y cinco, cuarenta, treinta,
veinte, diez. Semejante descripción sólo puede entenderse -aunque al final la
súplica no pueda ser escuchada, pues ni siquiera hay diez justos en
Sodoma- como un estímulo del todo singular para animar al creyente a penetrar
en el corazón de Dios hasta que la compasión que hay en él comience a
brotar. Ejemplos posteriores, sobre todo cuando Dios escucha las súplicas
de Moisés, lo confirman. Cuando Dios se compromete en una alianza con los
hombres, quiere comportarse como un amigo y no como un déspota; quiere
dejarse determinar, humanamente se puede decir que quiere que el hombre
le haga «cambiar de opinión», como las oraciones de súplica
veterotestamentarias mitigan muy a menudo la ira de Yahvé. El hombre que
está en alianza con Dios tiene poder sobre su corazón.
2. «Perdónanos nuestros
pecados». (Evangelio)
En el evangelio Jesús se
dirige a Dios con la seguridad del que sabe que el Padre le «escucha
siempre» (Jn 11,42). Y, como está en oración, sus discípulos le piden que
les enseñe a orar. Jesús les enseña su propia oración, el Padrenuestro, y
además les cuenta la parábola del hombre que despierta a su amigo a
medianoche para pedirle que le preste tres panes. En la parábola el
hombre tiene que insistir hasta llegar a ser importuno para obtener lo
que desea. Con Dios en realidad sobra la indiscreción, pero se exige la
constancia en la oración, en la búsqueda: hay que llamar a la puerta para
que Dios Padre abra a sus criaturas. Dios no duerme, está siempre dispuesto
a «dar su Espíritu Santo a los que se lo piden», pero no arroja sus
preciosos dones a los que no los desean o sólo los demandan con tibieza y
negligencia. Lo que Dios da es su propio amor inflamado, y éste sólo puede
ser recibido por aquellos que tienen verdadera hambre de él. Pedir a Dios
cosas que por su esencia Él no puede dar (un «escorpión», una «serpiente»)
es un sinsentido; pero toda oración que es según su voluntad y sus
sentimientos, Él la escucha, incluso infaliblemente, incluso
inmediatamente, aunque no lo advirtamos en nuestro tiempo pasajero.
«Cualquier cosa que pidan en la oración, crean que se la han concedido, y
la obtendrán» (Mc 11,24). «Si le pedimos algo según su voluntad, nos
escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que
tenemos conseguido lo que le hayamos pedido» (1 Jn 5,14s).
3. «Dios les dio vida en
Cristo». (2°Lectura)
La segunda lectura nos
indica la condición para esta esperanza casi temeraria. Esta condición es
que hayamos sido sepultados junto con Cristo en el bautismo y hayamos
resucitado con él en Pascua mediante la fe en la fuerza de Dios. De este modo
entre Dios, el Señor de la alianza, y nosotros, sus socios, se establece
una relación directa e inmediata que elimina todos los impedimentos
-nuestros pecados, los pagarés de nuestra deuda y las acusaciones que
pesan sobre nosotros-. La cruz de Cristo quita todo esto de en medio;
ella es la que ha «derribado el muro separador del odio», la que ha
traído «la paz» (Ef 2,14-16).
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las
lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 272 ss.)
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 272 ss.)
MEDITACIÓN.
EL EVANGELIO DE LA
ORACIÓN.
El Evangelio de Lucas
comienza en clima de oración en el Templo (Lc 1, 1-10) y termina en ese
mismo clima, con los Doce bendiciendo a Dios en el Templo (24, 53). Aquí
tenemos el mejor indicio de la extraordinaria importancia que el
evangelista concede a la oración. El Evangelio de Lucas es llamado el
Evangelio de la oración. Este es uno de sus rasgos más bellos y
característicos.
Lucas, consciente de que
la oración, es una actitud esencial en la vida del cristiano y de la
comunidad cristiana, se complace en presentarnos a Jesús frecuentemente en
oración. Los momentos más importantes del ministerio público de Jesús
están precedidos, preparados e impregnados por la oración: el Bautismo de
Jesús (3, 21), la elección de los doce (6, 12), la confesión de Pedro (9,
18), la transfiguración (9, 28), la última Cena (22, 32), la agonía en el
huerto de los Olivos (22, 41), sus últimos momentos en la cruz (23, 46).
Pero Jesús, en el
Evangelio de Lucas, no sólo aparece orando en los momentos más
culminantes, sino que la oración acompaña, envuelve y sostiene toda su
actividad, toda su vida. Jesús gusta retirarse a lugares solitarios (5,
16); o sube al monte y pasa la noche en oración (6, 12). La noche y el
monte son el tiempo y el lugar preferidos por Jesús para su incesante
diálogo con el Padre. Al presentar el evangelista la ya citada oración de Jesús
en el huerto, leemos este precioso detalle: "Salió entonces y se
dirigió, como de costumbre, al monte de los Olivos" (22, 39). Era
una costumbre en Jesús retirarse a la montaña para pasar la noche en
oración.
Con esta complacencia en
presentar a Jesús en oración, el evangelista ofrece al lector un eximio
ejemplo de actitud orante, al mismo tiempo que le exhorta, de la forma
más delicada y persuasiva, a la oración. La oración tiene una clara
finalidad: «Oren para no desfallecer en la prueba» (22, 40). Las pruebas,
las dificultades, las tribulaciones -que constituyen, en los escritos de
Lucas, una dimensión esencial de la vida cristiana (He. 14, 22)-
acompañan siempre al seguidor de Jesús.
La oración no sólo tiene
un relieve singular en el Evangelio de Lucas, sino también en el libro de
los Hechos, que es como la segunda parte o una especie de continuación de
aquél (He. 1,1). "Todos -se refiere a los Doce- perseveraban
unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús
y sus hermanos» (He. 1, 14). Esta es la primera presentación que hace el
libro de los Hechos de la primitiva comunidad cristiana. Y las
referencias a la oración de la comunidad, como un rasgo fundamental de la
misma, se repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el libro, como un
estribillo.
LA MAS BELLA PETICIÓN.
El texto evangélico de
hoy nos presenta un precioso y preciso momento de la vida orante de
Jesús. Jesús se ha apartado del grupo para orar. Los discípulos lo contemplan
sumido en profunda oración al Padre. Están tan absortos y sobrecogidos
viendo a Jesús en oración, que no se atreven a interrumpirlo. Dejan que
Jesús concluya su oración. «Y cuando acabó», uno de los discípulos,
fascinado por aquel singular estilo de orar de Jesús, le dirige la más
bella y conmovedora de las peticiones: «Señor, enséñanos a orar». Y fue
entonces cuando Jesús enseñó a los Doce, como viva expresión de su
actitud orante, el Padre-nuestro. Desde aquel momento, nunca se
encontrará ya completamente solo y desamparado el creyente. En las
circunstancias más adversas tendrá siempre el maravilloso recurso de
poder decir: «Padre nuestro que estás en el cielo...». Al entregarnos el
espléndido regalo del Padre-nuestro, nos dio a todos un inefable remedio para
todo nuestro inmenso desamparo existencial.
DIOS COMO «ABBA».
Evoquemos, junto a la
oración del Padre-nuestro, las otras oraciones de Jesús recogidas en el
Evangelio de Lucas (10, 21-24; 22, 42; 23, 46) y hagamos esta constatación:
todas comienzan con la misma invocación: «¡Padre!». Tenemos la suerte de
saber cuál era la palabra aramea correspondiente a «Padre», que estaba
siempre en los labios de Jesús, cuando se dirigía a Dios Padre y nos
mandaba dirigirnos a Dios Padre. Es la palabra «Abbá». Esta palabra pertenecía
al vocabulario profano y familiar. En las innumerables oraciones judías
que han llegado a nosotros, en ninguna aparece Dios invocado como
"Abbá". Esta palabra fue una revolucionaria y original innovación de
Jesús. Era algo insólito, inimaginable; expresaba la máxima confianza,
cercanía y ternura. Llamó tan poderosamente la atención de todos los
oyentes que se nos ha conservado la mismísima palabra aramea.
Con esa palabra se abría
un mundo nuevo en las relaciones de Dios para con el hombre. De todas las
revoluciones del Evangelio, la más profunda, la más radical fue la operada
en la imagen de Dios: Dios como amor, como el Padre más cariñoso y
entrañable. Del nuevo concepto de Dios brotan unas relaciones nuevas del
hombre con Dios y, por consiguiente, el nuevo estilo de la oración
cristiana, hecha de confianza, abandono y obediencia filial, reflejadas
en el «abbá» con que invocamos a Dios, siguiendo el ejemplo y el mandato
de Jesús. La vida cristiana está bañada de la alegría de sabernos hijos
de Dios.
EL DON DEL ESPÍRITU
SANTO.
Después de enseñarnos el
Padre-Nuestro, Jesús dirige una conmovedora exhortación a la oración
confiada, inspirada en lo que sucede entre los hombres, entre amigos y
entre padres e hijos. Y saca la conclusión: «Si vosotros, aun siendo
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?». Retengamos esta
última afirmación. La oración no es un seguro a todo riesgo. Jesús nos asegura
que nos concederá su Espíritu. Así viviremos como hijos ante Dios y como
hermanos de nuestros hermanos. Este es el sentido de la oración.
(Aporte de VlCENTE
GARCIA REVILLA, DABAR 1992, 39)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué le
falta y qué le sobra a nuestra oración?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
APRENDER EL PADRENUESTRO.
Hemos recitado tantas
veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan apresurada y
superficial, que hemos terminado, a veces, por vaciarlo de su sentido más
hondo.
Se nos olvida que esta
oración nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor recoge lo que
él vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de
sus verdaderos discípulos.
De alguna manera, ser
cristiano es aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por eso, en las
primeras comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio
reservado únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.
Quizás, necesitamos
«aprender» de nuevo el Padrenuestro. Hacer que esas palabras que pronunciamos
tan rutinariamente, nazcan con vida nueva en nosotros y crezcan y se enraícen
en nuestra existencia.
He aquí algunas
sugerencias que pueden ayudarnos a comprender mejor las palabras que
pronunciamos y a dejarnos penetrar por su sentido.
Padre nuestro que estás
en los cielos. Dios no es en primer lugar nuestro Juez y Señor y, mucho
menos nuestro Rival y Enemigo. Es el Padre que desde el fondo de la vida,
escucha el clamor de sus hijos.
Y es nuestro, de todos.
No soy yo el que reza a Dios. Aislados o juntos, somos nosotros los que
invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Imposible invocarle sin que
crezca y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad.
Está en los cielos como
lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra mirada
en medio de las luchas de cada día.
Santificado sea tu
Nombre. El único nombre que no es un término vacío. El Nombre del que
viven los hombres y la creación entera. Bendito, santificado y reconocido sea
en todas las conciencias y allí donde late algo de vida.
Venga a nosotros tu
Reino. No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el
Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de
justicia y fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea
el único Señor de todos.
Hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo. No pedimos que Dios adapte su voluntad a
la nuestra. Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y
hermanar a los hombres.
El pan de cada día
dánosle hoy. Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le pedimos
lo necesario para vivir, sin pretender acaparar lo superfluo e innecesario
que pervierte nuestro ser y nos cierra a los necesitados.
Perdónanos nuestras
ofensas, egoísmos e injusticias pues estamos dispuestos a extender ese
perdón que recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal.
No nos dejes caer en la
tentación de olvidar tu rostro y explotar a nuestros hermanos.
Presérvanos en tu seno de Padre y enséñanos a vivir como hermanos.
Y líbranos del mal. De
todo mal. Del mal que cometemos cada día y del mal del que somos víctimas
constantes. Orienta nuestra vida hacia el Bien y la Felicidad.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 331 s.)
Oración final:
“Dios
Padre y Madre, que estás en el cielo y estás también en la tierra, haz que
venga y se acreciente entre nosotros tu reinado, y para ello conviértenos en
apasionados servidores de tu causa y gozosos contemplativos de tu obrar en
medio de la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo”. Amén.