24 oct 2013

El fariseo y el recaudador de impuestos… No te sobreestimes – DOMINGO 30. Año C

 Objecto: "La Tortuga Yertle" por Dr. Seuss.

 "Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Lucas18, 14b).

¿Has conocido a personas que piensan que son mucho mejores que todos los demás y que merecen ser tratados en forma especial? Dr. Seuss escribió una historia acerca de una tortuga que era así. Quizás hayas leído el cuento. Se titula "La tortuga Yertle."

Yertle era rey de un pequeño estanque en la isla de Sala-ma-Sond. Todas las tortugas del estanque tenían todo lo que necesitaban y se sentían muy contentos.  Se sentían muy contentos hasta que Yertle decidió que su reino era muy pequeño. "Soy el rey de todo lo que veo, pero no veo lo suficiente. Mi trono es muy bajito," se quejaba Tertle.

Así que Yertle levantó su pata y dió una orden. Le ordenó a nueve tortugas del estanque que se pusieran una encima de la espalda de otra para ellas fueran su trono y el mismo fuera más alto.  Se subió a su nuevo trono y vió que tenía una vista maravillosa.  Pero Yertle no estaba satisfecho.  "¡Tortugas, más tortugas!" gritó desde su trono lleno de orgullo y sintiéndose importante mientras las tortugas de todo el estanque se subían en la espalda de las otras que hacían su trono.

En la base de la columna se encontraba una tortuga simple y ordinaria llamada Mack. Se mantuvo luchando por aguantar el peso de todas las tortugas hasta que finalmente decidió que ya era demasiado. Esa tortuga simple llamada Mack hizo una acción muy ordinaria: ¡Eructó! Su eructo agitó el trono y Yertle se cayó en el fango. Ahora el gran Yertle es Rey del Fango.

Cuando piensas que eres mejor que los demás, muchas veces terminas sufriendo una gran caída, ¿no es así?

En la lección bíblica de hoy, Jesús nos narra una historia acerca de un hombre que pensó que era mejor que todos los demás. En la historia que Jesús contó, dos hombre fueron al templo a orar. Uno de los hombres era un fariseo, grupo religioso que obedecía la ley de Moisés en forma muy estricta. El fariseo de levantó y oró sobre sí mismo: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres -ladrones, malhechores, adúlteros- ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo."

El recaudador de impuestos, se había quedado a cierta distancia y ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo mientras oraba: "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!"

¿Cuál de estas dos oraciones crees que le agradó a Dios? Estás en lo correcto. La oración del recaudador de impuestos. Jesús dijo: "El recaudador de impuestos, no el fariseo, volvió a su casa justificado ante (aceptado por) Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Cuando somos tentados a hablar exageradamente bien de nosotros mismos, necesitamos recordarnos que otras personas no se impresionan con lo que decimos, ¡Y que Dios tampoco!

Amado Padre, oramos para que nos ayudes a mantenernos humildes para que no pensemos de nosotros mismos más alto de lo que debemos. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

Lc 18,9-14

Jesús con sus parábolas hace que nos encontremos. Sí, él provoca encuentros. El encuentro del soberbio con el humilde, del pobre con el rico, del ignorante con el sabio, del creído con el humilde, del alegre con el entristecido, del obrero con el empresario, de los padres con los hijos, de los sacerdotes con su pueblo… Nos hace que nos encontremos porque nos pone al revés, nos da la vuelta. Los que creen tener éxito se dan cuenta de que sin Él no pueden hacer nada. Los que están en los primeros puestos se enteran de que el Reino es para los últimos. Los “más” se dan cuenta de que desde el Evangelio “más es igual a menos” (una revolución de la matemática del corazón).
Lo importante no es donde estemos, sino que nos encontremos, que nos sintamos hermanos, iguales junto a Jesús. Cuando hay encuentro se da la fraternidad y nos aproximamos a la vía de la justicia por el Amor.
¡Animémonos, no es una campaña! Es el Evangelio, que nos coloca “al revés”.
 


ORACION DEL FARISEO Y PUBLICANO











MEDITACION PARA LC 18,9-14...DOMINGO 30

El domingo pasado la liturgia nos presentó la parábola de “la pobre viuda y del juez inicuo”, con la cual se ilustraba la fuerza de una oración perseverante. Este domingo la catequesis sobre la oración continúa con otra parábola, la “del fariseo y el publicano”. Esta insistencia sobre la oración es uno de los temas importantes en la formación del discípulo, según el evangelio de Lucas. La parábola “del fariseo y el publicano” también nos muestra la eficacia de la oración, la cual no depende de la bondad del orante sino ante todo de la bondad de Dios quien escucha y responde las plegarias. Igualmente se denuncia un mal hábito, lastimosamente expandido entre algunas personas piadosas que piensan que la salvación depende de su esfuerzo solamente, razón por la cual se vuelven excesivamente rígidas en el cumplimiento de las normas, y olvidan que ella es esencialmente un don de Dios.  

Profundicemos despacio en cada línea esta catequesis sobre la oración que nos ofrece Jesús en el evangelio de Lucas.

1.                  El texto y su contexto.

La conexión con el pasaje anterior la vemos en la temática de la “justicia”. Mientras la parábola anterior enfatizó que Dios “hará justicia” (18,7.8), esta otra presenta la comparación entre un fariseo que “confiaba en su propia justicia” (se tenía por “justo”; 18,9.11) y un cobrador de impuestos que salió del Templo “justificado”, es decir, que buscaba la justicia de Dios (18,14). La relación con Dios vuelve a colocarse sobre el primer plano. La última frase de Jesús en el pasaje anterior fue la pregunta: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (18,8). Esta la leímos como un llamado de atención sobre la actitud que debe corresponder a la justicia inminente de Dios. Dios obra, es verdad, pero es muy importante cómo nos presentamos ante él. El pasaje de hoy trata de la actitud correcta que hay que tomar ante Dios, la que se ajusta a “la fe”. Por ser parábola esta no es una “historia verdadera” sino una “historia que dice algo verdadero”. Para ayudarnos a comprender cuál es la actitud “justa” del hombre con Dios, Jesús propone dos ejemplos contradictorios: el del un fariseo y el de un cobrador de impuestos. El pasaje sigue una estructura a la que ya nos vamos familiarizando cada vez que leemos parábolas lucanas: (1) La introducción (18,9). (2) La parábola del fariseo y el publicano (18,10-13). (3) La aplicación de la parábola (18,14).

2.                  La introducción (18,9)

Comienza el pasaje con la anotación: “(Jesús) dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola” (18,9). Esta introducción anticipa el objetivo primario de la parábola: expresar un juicio sobre aquellos que se presentan ante el Señor con la equivocada convicción de que son “justos”, o sea, de que están perfectamente sintonizados con la voluntad de Dios por el simple hecho de poner en práctica las normas legales y cultuales, al mismo tiempo que desprecian a los demás. En el presentarse como “justos” y al mismo tiempo “despreciar a los demás” hay una contradicción interna. El Dios de la misericordia predicado por Jesús “es bueno con los ingratos y perversos” (Lc 6,35). ¿Cómo era este desprecio de los demás? La parábola que sigue lo va a ilustrar. Pero anticipemos un buen ejemplo de “desprecio por los demás” en la declaración altiva de un grupo de fariseos en Juan 7,49: “Esa gente que no conoce la Ley son unos malditos”.

La línea que demarcaba una clara división entre los fariseos y los demás era el conocimiento de la Ley. Su actitud orgullosa se basaba en el poder que les daba el conocimiento: “Yo conozco; tú eres un ignorante”, “Yo soy justo; tú eres pecador”, “Yo tengo valor ante Dios y los demás; tú eres un pobre tonto”. ¿Cuál era la realidad que había por detrás de esta mentalidad? Por el mundo-ambiente de los tiempos de Jesús, sabemos que el conocimiento “perfecto” de la Ley estaba reservado para la clase privilegiada de los escribas, particularmente los del grupo de los fariseos, quienes eran los más meticulosos. No era fácil conocer la Ley como la conocían estas personas piadosas, por eso era complicado conseguir ponerse al nivel de ellos. Para conocerla bien había que estudiar mucho tiempo, preferiblemente desde niños. El hecho es que, puesto que la Ley era la expresión de la voluntad de Dios, solamente quienes la conocían a fondo estaban en condiciones de cumplirla y presentarse como “justos”. Los demás, quienes transgredían continuamente muchos de sus pormenores, fuera por ignorancia o por falta de una disciplina espiritual estricta, automáticamente eran clasificados entre los “pecadores”.

3.                  La parábola del fariseo y el publicano (18,10-13)

A aquellos que “se tenían por justos y despreciaban a los demás” Jesús les propone una parábola que pone en el escenario, en el Templo (ante la presencia de Dios, que es quien determina quién tiene valor ante él y quién no), a dos personajes que representan las posturas extremas en torno al conocimiento y cumplimiento de las normas divinas: un fariseo y un publicano.

3.1.            El contexto de la oración en el Templo (18,10ª)

La primera línea de la parábola levanta el telón del escenario y presenta de manera increíblemente sintética el lugar, los personajes y la acción: “Dos hombres subieron al templo a orar” (18,10ª). Jesús se refiere al Templo de Jerusalén, el que conoció en su forma monumental con las reformas arquitecturales queridas por el rey Herodes el Grande, y que en este tiempo todavía tiene algunas partes en “obra negra”. Para la mentalidad bíblica, el Templo de Jerusalén, era considerado como el lugar donde el Dios de Israel moraba de un modo especial; era un signo de la presencia del Dios de la Alianza que, sin perder su trascendencia, habita con su pueblo. El Templo era lugar de oración comunitaria y también personal. En tiempos de Jesús, muchos judíos iban al Templo con motivo de las grandes fiestas y, para los que habitaban más cerca, el lugar preferido para recitar las oraciones cotidianas sobre todo la de los sábados.

Había una convicción profunda de que éste era el lugar más propicio para ser escuchado por Dios. Así se lo había pedido Salomón –el primer constructor del Templo- a Dios el día de la consagración del edificio: “Oye pues la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona” (1ª Reyes 8,30). Hasta el Templo “suben a orar” (lo cual concuerda bien con el “bajar” al final; 18,14b) sugiere un acto formal y quizás peregrinación. Se dejan ver enseguida dos personajes que el pueblo identifica con facilidad por sus comportamientos públicos: el típico santo (el fariseo) y el típico pecador (el cobrador de impuestos). ¿Qué sucede al interior de la oración de cada uno de ellos?

 

3.2.            La oración del fariseo (18,11-12)

La sola denominación “fariseo” ya es diciente, significa “separado”:

Así se diferenciaban de los otros grupos judíos de su época: los saduceos, zelotas, esenios.

Se caracterizaban por una estricta disciplina espiritual que los llevaba a tomar distancia de los otros que no seguían las normas al pie de la letra.

Consideraban estar a una buena distancia física y espiritual de los “pecadores” y de todo aquello que pudiera “contaminarlos”.

Para cumplir la voluntad de Dios en sus detalles mínimos los fariseos le daban mucha atención a las obras externas. Éstas eran tantas que terminaban descuidando la actitud interna que debía acompañarlas. Terminaban poniendo su confianza, como dirá Pablo, en las “obras de la Ley”, logrando así una “justicia” –la actitud correcta que una persona debe adoptar ante Dios- por las obras, es decir, por mérito propio. La rigidez externa que descuida la actitud interna será duramente combatida en diversos pasajes de los evangelios y es una de los motivos por los cuales el movimiento fariseo no parece ser muy apreciado. Sin embargo, no hay que generalizar: no todos los fariseos eran así, en los mismos evangelios encontramos fariseos dignos de grata recordación como Nicodemo, José de Arimatea; en los Hechos se presenta al gran Gamaliel y uno de sus discípulos más famosos, Pablo, quien –ya siendo cristiano- se vanagloriaba delante del Sanedrín por haber “vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión” (Hch 26,5). Los fariseos no eran los únicos a quienes se les podía aplicar el perfil de orante que aparece enseguida; pero puesto que en general el movimiento fariseo era más reconocido por su piedad externa estricta –la cual debía notarse más en ellos que en las otras personas- se ganaron el cliché que se refleja en esta parábola (una caricaturización).

¿Cómo ora el fariseo?

La oración del fariseo de la parábola es descrita con todos los detalles de un perfil: (1) Ora “de pie” Es la posición normal de la oración en el mundo hebreo. Sólo antes o después de la oración era que se adoptaban las otras posturas de reverencia: la inclinación profunda de cabeza y pecho, arrodillarse o postrarse completamente en el suelo. Entonces el fariseo se presenta con una postura formalmente correcta: una oración normal. (2) Ora “en su interior” Esto ya no es común en una oración en el Templo. Lo habitual es recitar las oraciones establecidas en voz alta o al menos susurrándolas. Esto tiene su interés: cuando se ora en voz alta (pensemos por ejemplo en el rezo comunitario del rosario o del breviario) la mente puede distraerse fugazmente y aún así seguir orando. Si aquí se deja entender que ora con la boca cerrada (“diciendo en su interior”) es que hay un buen nivel de concentración, lo cual –ahora que se vea el contenido- indica que sabe muy bien lo que está cavilando. Su oración es una murmuración. (3) Ora “diciendo…” Después de invocar a Dios (¡Oh Dios!) entona una acción de gracias (en hebreo “agradecer” quiere decir también “alabar”) que se apoya en un doble listado: lo que no hace (18,11c) y lo que sí hace (18,12). La frase “no soy como los demás hombres” aparece como el núcleo de la alabanza, de allí proviene su “hacer” distintivo:

- Lo que “no” hace: (a) Robar, (b) Cometer injusticias, (c) Cometer adulterios.

- Lo que “sí” hace: (a) Ayunar dos veces por semana, (b) Pagar el diezmo de todas las ganancias.

Hacer oración declarando la propia inocencia no es extraño para quien conoce el mundo de los Salmos, por ejemplo: “Odio la asamblea de los malhechores / y al lado de los impíos no me siento. / Mis manos lavo en la inocencia / y ando en torno a tu altar, Yahvé” (Salmo 26,5-6). Este estilo de oración encaja bien para un piadoso ilustrado, ya que un estudioso de la Ley evita el contacto con la gente mala: “ni en la senda de los pecadores se detiene, / ni en el bando de los burlones se sienta” (Salmo 1,1).

Llama la atención que el fariseo que se autoconsidera diferente de todo el mundo, al final enfatice: “Ni tampoco como este publicano”. Así el catálogo de vicios que son extraños a su vida se corona con algo peor de lo que se ha librado: ser “publicano”. Si ya es reprochable orar agradeciendo “no ser cómo los demás hombres”, mucho más lo es el agradecer comparándose directamente con quien tiene a su lado. Aquí se le va la mano al fariseo puesto que los Salmos no oran así. Su “piedad” cae en la vanidad que desprecia. También en el catálogo de virtudes –la propaganda de sus buenas obras- se la va la mano al fariseo; éste cumple la Ley y todavía un poquito más:

El ayuno es obligatorio una vez al año, en la fiesta de la “Expiación” (el “Yom-Kippur”), y quizás también en el aniversario de la “Dedicación” del Templo. Existía también el ayuno voluntario, opcional, dos veces a la semana (los lunes y jueves). El fariseo practica también éste último, esto indica que con frecuencia se le debía ver con la cabeza cubierta de ceniza y los vestidos rotos, esperando que Dios se apiadara de su miserable condición.

El diezmo –el 10% de todo lo que se adquiriera- debía ser pagado a los sacerdotes. El fariseo dice “de todas mis ganancias”.

El ayuno y el diezmo son actos externos que no necesariamente prueban las disposiciones íntimas del corazón. Ya en un pasaje anterior, Jesús había censurado esto: “Pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis de lado la justicia y el amor de Dios” (11,42); entonces la “justicia” de este hombre se presenta como “justo” no necesariamente es “justicia”. El fariseo aparece aquí como la típica persona que pregona a los cuatro vientos lo que hace, esperando el reconocimiento y la felicitación. Él se considera una persona superior a todos los pecadores y su oración consiste en presentarle a Dios la factura de sus obras, como una especie de orden de cobro de la recompensa. Al fariseo no se le ocurre pensar que es un pobre pecador que tiene necesidad de la misericordia de Dios.

3.3.            La oración del publicano (18,13)

También aquí cuando decimos “publicano”, tenemos que hacer una precisión: no es el típico de su grupo. Aquí no es el típico “pecador” sino el “típico” convertido que vuelve a la casa del Padre (ver Lc 15,1-2). Su mención es familiar para los que venimos leyendo el evangelio de Lucas. Se trata de personas consideradas despreciables por su empleo al servicio del dominador romano. La manera de ganarse el cargo suponía procedimientos oscuros: era un puesto que se compraba. Por eso se veían obligados a compensar su inversión exigiendo más de lo establecido. De ahí que se ganaran correctamente el título de “pecadores” (contrarios al querer del Dios de la Alianza y la fraternidad: lejos de Dios y de sus hermanos) (ver lo que ya se ha dicho al respecto en la Lectio del 12 de septiembre pasado).

El “publicano” era marginado, mediante actos de desprecio, de la vida social hebrea y sólo era readmitido cuando cumplía los requisitos. Las posibilidades de que esto sucediera eran muy pocas. El común de la gente ya estaba habituada a pensar que no había que esperar la conversión de una persona así, porque para ser readmitido plenamente en la comunidad de fe (1) tenía que renunciar al cargo y (2) pagarle el 20% de intereses a todas las personas que hubiera defraudado. Con esas condiciones era prácticamente impensable la posibilidad de la conversión.

¿Cómo ora el publicano?

El “publicano” llega en desventaja ante Dios ya que el fariseo lo acaba de acusar explícitamente. Pero él acude ante Dios con una actitud diametralmente opuesta a del fariseo: (1) Ora “manteniéndose a distancia” y “sin levantar los ojos” El punto focal en el Templo es el “Santo de los Santos”, la “morada” del Señor. Con relación a éste el publicano se mantiene a distancia como un reconocimiento de su indignidad. No se siente con “derechos” ante Dios y expresa físicamente su real distanciamiento moral del Dios de la Alianza. “Levantar los ojos” en la oración significa “confianza” en Dios. Éste en cambio “no se atreve” a hacerlo: siente vergüenza de su vida pasada. (2) Ora “golpeándose el pecho” Se trata de un gesto de arrepentimiento que es común en varias religiones. Este gesto era muy apreciado dentro los rituales hebreos. El gesto entraña tristeza y firme voluntad de querer cambiar el corazón:

Tristeza. En el antiguo Egipto las plañideras se daban golpes en su pecho desnudo para simbolizar la tristeza de la familia del difunto.

Querer cambiar el corazón. El corazón “duro”, allí donde nacen los pensamientos y las acciones malas, quiere ser sometido a la docilidad a Dios.

De esta manera el publicano admite públicamente (aunque no le interesa ser visto, como se vio anteriormente) que ha cometido un pecado grave. Su gesto físico –con su doble significación- muestra que el arrepentimiento es verdadero. (3) Ora “diciendo…”

El gesto va acompañado de una sola frase que consta de tres partes: (a) La invocación, que es idéntica a la del fariseo (¡oh Dios!); (b) la súplica “Ten compasión de mí”, que retoma la primera línea del Salmo “Miserere” (51,3); y (c) el reconocimiento “soy pecador” (que es mucho más profundo que el “pues mi delito yo lo reconozco” del Salmo 51,5). El orante no dice cuál es su pecado: todo él se presenta como pecador. El Dios que sondea los corazones (Salmo 139,1) sabe de qué se trata. A diferencia del fariseo, este orante no trae nada entre sus manos para apoyarse en la relación con Dios. No trae ninguna obra buena, excepto su arrepentimiento. Es aquí donde el publicano corona su Salmo Miserere, como si quisiera decir: “Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias” (51,19b). El Salmo del Perdón no necesita ser recorrido en todas sus palabras, porque la actitud completa de este hombre le da voz y se hace su lenguaje.

4.                  La aplicación de la parábola (18,14)

Finalmente Jesús mismo se da la palabra para declarar cuál es la visión de Dios sobre los comportamientos analizados en la parábola: ¡Una conclusión sorprendente! Jesús pone de relieve que en la parábola había un tercer personaje quien, además, es el personaje central: Dios mismo. Es a él a quien se le han dirigido las oraciones y es él quien las responde o las rechaza. Jesús interpreta la respuesta del Padre, a quien él conoce como ningún otro, y nos dice qué recibirá tanto al fariseo como al publicano: el Padre justificará a quien pide ser justificado y no podrá hacer nada por quien se justifica a sí mismo. La justicia de Dios es para quien se hace digno de ella abriéndose a su misericordia. En el versículo conclusivo vemos entonces cómo Jesús hace dos declaraciones: (1) Le pone el epílogo (la respuesta de Dios) a la oración de los personajes (“Os digo que…”; 18,14ª). (2) Enuncia una enseñanza en forma de principio válido para todos (“Porque todo el que…”; 18,14b).

4.1.            El epílogo (18,14ª)

Jesús le coloca el epílogo a la historia con esta frase: “Os digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél no” (18,14ª). Se establece una diferencia al final: uno es justificado y el otro no. Es el publicano el que representa la actitud justa que se debe adoptar ante Dios.

Con el fariseo aprendemos que la orgullosa confianza en sí mismo anula la confianza en Dios. Con el publicano entendemos que la verdadera devoción a la cual responde la misericordia de Dios, no está relacionada con la humildad sincera.

4.2.            La lección (18,14b)

Un principio general queda en la mente del lector de la parábola: “Porque todo el que se ensalce, será humillado, y el que se humille, será ensalzado” (18,14b). La oración de Ana, en el Antiguo Testamento, ya evocada por Lucas en el Magníficat (1,46-55) parece asomarse detrás del enunciado de Jesús: es Dios quien “enriquece y despoja, abate y ensalza” (1 Sm 24-8). Se quiere decir que delante de Dios el hombre no puede vanagloriarse de nada y que, de hecho, no está en condiciones de hacerlo (ver Isaías 40,5). El ser reconocidos como “agradables” y “dignos” en la presencia de Dios es algo que le compete a él y no a nosotros. Esto aparece claro en la conciencia profética: “Yahvé, tú nos pondrás a salvo, que también llevas a cabo todas nuestras obras” (Isaías 26,12). “Yo sé, Yahvé, que no depende del hombre su camino, que no es del que anda enderezar su paso” (Jeremías 10,23). Por tanto en lugar de gloriarnos de las buenas obras lo que hay que hacer es presentarse ante Dios para dejarlo ser nuestro Dios: aquél toma el barro de nuestra vida y lo moldea formando en nosotros el hombre nuevo. Es así Dios “ensalza” a su humanidad.

 

En fin…

La oración auténtica es aquella que en la cual nos abrimos a la obra creadora de Dios en el perdón: el perdón que transforma la existencia haciéndola renacer para la vida plena. La oración puede tener sus lugares, sus formas, sus posiciones, pero lo que más importa es la actitud que le da contenido: la entrega del “ser” (como bien dice el publicano: “soy”; no el “hago” del fariseo) completamente anonadado ante la infinita grandeza de la misericordia renovadora de Dios.

 

(Aporte del P. Fidel Oñoro, cjm. Centro Bíblico Pastoral del CELAM)

10 oct 2013

"Por favor" y "Gracias" son dos frases muy importantes - Domingo (28) Año C

 "¿Acaso no quedaron limpios los diez?" -preguntó Jesús-. "¿Dónde están los otros nueve?" (Lucas 17:17.)

Pueden ser las palabras más importantes en cualquier idioma...¿Sabes las palabras a las cuales me estoy refiriendo?  Estoy hablando sobre las palabras "por favor" y "gracias".  Veo por televisón un dinosaurio violeta llamado Barney que canta una canción llamada "Por favor y gracias".  Él las llama "las palabras mágicas".  Esto es lo que Barney dice (traducción literal):

    Está hablando acerca de "por favor" y "gracias";

    Les llama las palabras mágicas.

    Si deseas que ocurran cosas buenas,

    Son las palabras que deben escucharse.

    Recuerda "por favor" y "gracias",

    Pues son las palabras mágicas.    (Palabras y música por Phil Parker © 1992 Shimbaree Music)

Cuando era un niño y le preguntaba por algo a mi mamá, ella frecuentemente me recordaba decir "por favor" preguntándome: "¿Cuál es la palabra mágica?  Entonces, después que ella me daba lo que le estaba pidiendo, me recordaba que tenía que decir "gracias", diciendo:"¿Qué se dice ahora?"  Yo sabía que decir, pero a veces se me olvidaba.  Todos sabemos que decir, pero desgraciadamente, se nos olvida a veces.

La historia bíblica de hoy trata sobre diez leprosos.  Un leproso es una persona que tiene una enfermedad llamada lepra.  Esta enfermedad causa llagas en todo el cuerpo.  La lepra era muy común en el tiempo de Jesús y se creía que las personas que tenían esta enfermedad eran inmundas.  Se requería que estuvieran alejados de otras personas porque eran un peligro para la comunidad ya que su enfermedad era contagiosa.

Un día, Jesús estaba caminando por una villa pequeña cuando  vió un grupo de diez leprosos.  Ellos e mantuvieron lejos de Jesús y le decían: "Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros."  Obviamente, ellos sabían quién era Jesús y que él tenía el poder para sanarlos y le preguntaron muy amablemente.  Cuando Jesús los oyó, le dijo a los leprosos: "Vayan y preséntense ante el sacerdote."
Mientras los leprosos iban de camino, se miraron la piel y las llagas habían desaparecido.  Jesús había curado su enfermedad.  Estaban tan contentos que corrieron por las calles cantando y bailando.  De momento, uno de ellos se detuvo y regresó a donde Jesús.  Alabando a Dios con una gran voz, se tiró sobre los pies de Jesús y dijo: "Gracias".  Jesús le dijo, "¿Acaso no quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?"  Solo uno de ellos se acordó de decir "Gracias."
¡Dios hace tanto por nosotros!  Cada día provee todo lo que necesitamos: comida, ropa y un lugar para vivir.  ¿Se nos olvida decir "Gracias"?  Detengámonos ahora y démosle las gracias.  Pidámosle a Dios que nos ayude a recordar el darle gracias a Él todos los días.
Querido Señor, por favor contéstanos cuando te llamemos.  Danos alivio en nuestros problemas y ten misericordia de nosotros en los momentos de necesidad.  Te lo agradecemos de todo corazón.  En el nombre de Jesús oramos, amén.

"Por favor" y "Gracias”…

CONTANDO LAS "GRACIAS": La maestra echará todo a un lado y, al llegar los niños, las sillas estarán en una esquina puestas una sobre otra . Ella le dará a cada niño una silla y marcará en la pizarra los niños que le den las gracias. El marcador no debe decir qué es lo que se está marcando para que sea de intriga para los niños; cada vez que escuche la palabra gracias, deberá acercarse a la pizarra para poner una marca en el marcador para mantener un expediente visible de cuantas gracias recibe. Los niños deberán tratar de adivinar qué reflejan esas marcas. 

GRACIAS UTILIZANDO PLASTICINA: Utilice plasticina para hace rollos finos, parecidos a serpientes, para formar letras que digan GRACIAS para que los niños se los lleven a sus hogares. Dele un pedazo de cartulina o cartón y cúbralo con papel de construcción para escribir la palabra sobre ellos. Si desea, póngale papel transparente encima. Póngale cinta adhesiva por detrás del papel transparente para evitar que se le manche la ropa a los niños o que la plasticina se caiga en el piso.

TARJETAS DE AGRADECIMIENTO: Provéale a los niños una papel-cartón duro doblado en 3 partes. Los niños deberán escribir o dibujar la palabra GRACIAS para entregársela a alguien que deseen agradecer por alguna razón. Posiblemente puedan escribir el versículo bíblico en otra de las partes. Marcadorea y etiquetas engomadas harán una decoración muy buena y bonita. Pueden tal vez pegarle algún regalito, como una goma de mascar, en uno de los dobleces. 

ACCIÓN DE GRACIAS DE LA CLASE: Cada miembro de la clase hará algo por otro de los niños, el cual dirá fuertemente ¡GRACIAS! Si la maestra se percata que los niños no pueden pensar en algo para hacer por otro, puede pedirle al niño o a los niños que tome un papel en el cual está escrito una idea para que puedan hacer (entregar los lápices, dar los cuadernos, traer las caryolas, entregar las tijeras, etc.) 

LUGARES DE AGRADECIMIENTO: Ponga una cartulina en la pared que pueda ser vista por los niños al entrar al salón. Después de la lección, pídale a los niños que escriban la palabra GRACIAS en la cartulina (o si son muchos en un papel para luego pegarlo en la cartulina) y que le pongan sus iniciales. Dígale que pueden ser tan creativos coo deseen al escribirlo y decorarlo. Pueden usar diferentes colores o diversas formas de hacer las letras o símbolos que representen dar gracias.

 GRACIAS EN UN ÁRBOL: En un pedazo de papel los niños escribirán en la parte superior GRACIAS POR JESÚS. Luego trazarán su brazo y, abriendo los dedos de la mano, la trazarán también formando un árbol con sus ramas. Cada niño le dibujará hojitas a las ramas del "árbol" y escribirán la palabra GRACIAS en ellas en diversas formas (pueden indacar porque dan gracias si así lo desean). Puede pegarlo sobre un papel de construcción para que luzca como si tuviera un marco Los niños se llevarán los árboles para su casa como recordatorio de la importancia de decir gracias. 

EL LEPROSO AGRADECIDO: Los niños pueden recibir una bolsita de manila para hacer un títere con puntitos de lepra. Marcadores en colores brillantes peden ser usados para escribir ¡GRACIAS! en la bolsa y luego permitirle que hagan la hisoria de hoy mientras le dan las gracias a la maestra y a los otros niños por diversas cosas hechas durante la clase. 

"COLLAGE" DE AGRADECIMIENTO: Provea una cartulina dura de color llamativo y revistas que puedan ser recortadas por los niños. Pueden ponerle como título DAMOS GRACIAS A DIOS POR... Los niños buscarán ilustraciones por las cuales le dan gracias a Dios y las pegarán en la cartulina. 

SALTANDO LA CUICA DICIENDO GRACIAS Y POR FAVOR: Divida a los niños en equipos. Un equipo puede ser el de Gracias y otro el de Por favor. La competencia será de cuántos saltos puede cada equipo hacer antes de cansarse. Puede hacerlo dándole un tiempo específico a cada niño. Sume el número de saltos de cada equipo para ver cual es el ganador. 

CÍRCULO DE POR FAVOR: Los niños se pondrán en un círculo y cada uno dirá algo que termine en POR FAVOR a su vecino de la derecha. Por ejemplo, "Llévame a casa de mi mejor amigo, por favor". "¿Me puedes pasar el lápiz, por favor?" "Dile a tu vecino que me pase las crayolas, por favor." Cuando todos hayan terminado pueden decir a coro: "¡Gracias!"

 

6 oct 2013

MEDITACION PARA LC 17, 1-10

El silencio de Dios

En nuestra sociedad ya no está de moda ser cristiano, afortunadamente. Lo que ya no es afortunado es que en ella se valoren, casi exclusivamente, la eficacia y la técnica o la búsqueda del máximo placer posible con el mínimo compromiso. Es una sociedad que se desentiende de ser más fraternal y justa; que se desentiende de los más necesitados. En ella, cada uno mira para sí mismo. Y, con frecuencia, los que más trabajan por la justicia, la fraternidad... -valores del Reino de Dios-, lo hacen desde ideologías y creencias al margen del cristianismo; a la vez que nos acusan a los cristianos de no trabajar de verdad por aquello que afirmamos pero no practicamos. En un mundo así es difícil vivir la fe.

Nuestra misma actuación personal está regida por otros valores distintos a los de Jesús. Lo mismo nuestra vida familiar, profesional y social... Parece como si estuviéramos perdiendo la fe en la vida, en las personas y en Dios. Los contratiempos de cada día nos van desgastando y endureciendo. Apenas encontramos algo que nos motive. Mientras tanto, Dios está callado. Por más que le pidamos, por más gritos de injusticia que se eleven hasta él, Dios calla. ¡Qué extraña manera de gobernar el mundo! Porque entre los que sufren hay muchos niños e inocentes... ¿Por qué lo soporta Dios? ¿Es que no le importa? ¿Por qué tanto mal ante el que nos sentimos impotentes?...

El silencio de Dios nos desespera, nos pone nerviosos. A muchos les lleva a negar su existencia. Si Dios existe, debería oír el grito ininterrumpido de los oprimidos y ver la injusticia que nos rodea por todas partes. El silencio de Dios nos tortura. Pero no tanto porque no hable cuanto porque nos enfrenta a nosotros mismos, a nuestras responsabilidades ante las injusticias, para que digamos nosotros esa palabra que estamos esperando de Dios. El silencio de Dios nos obliga a hablar, a actuar a nosotros. Lo que Dios podría remediar con su palabra es labor del hombre, en cuyas manos Dios ha puesto la historia y su destino.

Para aceptar el silencio de Dios y trabajar por llevar adelante su Reino hace falta una gran fe. El silencio de Dios nos enfrenta a nosotros mismos y supone un gran respeto a la responsabilidad dada al hombre sobre el mundo. El silencio de Dios es la libertad de los hombres. El silencio de Dios deja de ser escandaloso cuando hay un testimonio de creyente. Dios habla en la medida en que los hombres nos comprometemos. Dios está mudo porque nosotros no pronunciamos ninguna palabra significativa.

Cristo es la palabra de Dios. Nosotros la proclamamos en el mundo cuando imitamos su vida. Siguiéndole, vamos llenando la historia de palabras llenas de sentido. Porque la historia, aunque realizada bajo el impulso del Espíritu, es obra nuestra. Dios no es mudo; los que permanecemos mudos, por temor a pronunciar una palabra comprometida, somos nosotros.

2. "Auméntanos la fe".

Los apóstoles han comprendido que a su fe hay que añadirle fe si quieren ser fieles a lo que exige Jesús. Reconocen que tienen fe, pero comprenden que no es suficiente y que esta fe es un don. No se trata de aumentar cantidades, sino de acoger con disponibilidad el don que el Padre ha sembrado en nosotros para que lleguemos a dar el fruto que debemos. Es aceptar con nuestra vida el misterio del Dios que se revela en Jesús, valorar lo que él valora y como él lo valora, traduciéndolo en una conducta consecuente. Esta petición de los apóstoles nos sitúa en el centro de toda la oración cristiana.

Pedirle a Jesús que nos aumente la fe es pedirle algo muy serio y arriesgado. No es pedirle capacidad para aceptar intelectualmente algo que no alcanzamos a entender y que afirmamos como revelado por Dios. Es pedirle capacidad de acción liberadora que no deje las cosas como están; una acción que tenía entonces como riesgo la cruz.

Todos los cristianos deberíamos hacer nuestra esta petición de los apóstoles, porque aguardamos de Jesús la fuerza necesaria para cumplir lo que nos pide, porque es el don fundamental de Dios sobre el que descansan los demás dones. "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y os obedecería".

Parece que Jesús no responde exactamente a la petición de sus discípulos. Aprovecha, más bien, la ocasión para expresar la eficacia de la fe, de la verdadera fe, capaz de obtenerlo todo de Dios. ¿Obtenerlo todo? Es lo que, sin duda, expresa la comparación. Marcos (Mc.11,23) y Mateo (Mt.17,20; Mt.21,21) hablan de desplazamiento de una montaña; Lucas ha preferido pensar en una morera.

La fe es más poderosa, tiene más valor y consistencia que todas las realidades físicas -el árbol, la montaña, el río...-. La fe llega hasta el fondo de Dios y de los hombres, a ese fondo de Jesús en el que todo se sustenta. La fe hace partícipes de la vida del Dios que todo lo puede, del Dios que no tiene límites en su amor.

La fe es una inmensa fuerza que permite vencerlo todo, superar lo que parece imposible. Es una convicción que nos hace decir: "A pesar de todo seguimos adelante". Nos hace preguntarnos por un porqué último, final, absoluto.

La fe nos da el convencimiento de que en la lucha por la transformación del mundo, el mal puede ser arrancado de raíz. Es la fuerza que vence al mundo (Jn.16,33; 1Jn05/04). Es esa tozuda confianza en la promesa de un Dios que está empeñado en hacer nuevas y de nuevo todas las cosas (Ap. 21,1-7).

La fe nos mantiene en la vertiente verdadera de las cosas y de las personas: en la vertiente de Dios. Es una fuerza interior que nos empuja y nos hace capaces de afrontar las dificultades de la vida.

La fe no es sólo creer que Dios existe: también lo creen los demonios (St.2,19). Es mucho más: es fiarse, esperar, caminar por donde Jesús caminó guiados por su palabra. Fiarse, esperar, caminar... sabiendo desde lo más profundo de nosotros mismos que, si creemos, no es porque nosotros lo hayamos logrado con nuestro trabajo, sino porque el Padre nos ha llamado y nos ha dado su mano, nos ha hecho descubrir que todo esto merecía la pena.

Esta fe crece en la noche, en las tinieblas, en las dificultades. La fe nos obliga a una opción. Una opción que tiene algunas características: se da en el corazón y arrebata a toda la persona, que tiene la sensación de haber nacido de nuevo (Jn 3,3-8); es una orientación interior, permanente y global de la vida: todo lo que somos y tenemos se coloca en una sola dirección; se da cuando somos capaces de arriesgarlo todo..., cuando nos decidimos por la vida, a pesar de experimentar que la estamos perdiendo (Mt 16,25); cuando nos situamos a favor de la luz, a pesar de seguir en tinieblas, cuando confiamos en la acogida de Dios; cuando arriesgamos lo que tenemos seguro por lo que esperamos.

La fe nos concede la sabiduría de la vida, nos permite mirar la realidad desde su verdadera vertiente: la de Dios. ¿Es ésta nuestra opción? ¿Son nuestros esquemas de valores los del mundo? ¿Cuál es la dirección fundamental de nuestras vidas? ¿Cuáles son nuestras preocupaciones? ¿Qué esperamos?...

3. Todo es don de Dios.

Los doctores de la ley entre los fariseos concebían la relación entre Dios y los hombres como una relación de prestación por prestación. Si se cumple la ley, si se hace lo que Dios tiene mandado, nos debe recompensa. También hoy muchos piensan que Dios tiene con nosotros la obligación de premiar nuestras buenas obras; que tiene sobre nosotros unos derechos por los que nos puede imponer unos mandatos, y que, si los cumplimos, mereceremos recibir la recompensa. Conciben la ley como una imposición; suponen que el premio corresponde a las obras realizadas, por lo que pueden exigirle a Dios la "paga".

Para desterrar esta idea farisea de los propios méritos y de un Dios obligado a corresponder, Jesús propone la parábola del criado que, obedeciendo al amo, no hacía más que cumplir con su deber. El criado es criado y tiene que hacer lo que se le mande. Jesús no se pronuncia sobre esta situación social, tan irritante para nuestro modo de pensar; la toma únicamente como ejemplo para explicarnos nuestras relaciones con Dios.

Parece que en nuestra sociedad el cumplimiento del deber tiene mala prensa. La mayor parte de las personas ven en él exclusivamente su lado duro, severo. Pero el deber es como un espejo: presenta el rostro de quien lo mira. Al que lo observa ceñudo, el deber se le presenta como una carga difícil de soportar. A quien lo considera amigablemente, porque lo lleva en el corazón, casi no se deja sentir.

Llegaremos a entablar relaciones amistosas con el propio deber si conseguimos ahondar en su significado, aceptándolo como lo que es: el camino para realizarnos como personas y colaborar a mejorar el mundo; el camino para pagar la deuda contraída con la vida por el hecho de haber nacido, siendo fiel a esa vida. Decía Tagore que la vida la merecemos dándola. Todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido (Icor. 4,7). Si no nos sentimos deudores, estaremos siempre alegando sólo derechos, pretensiones; no sentiremos el deber de corresponder. Quien no ama el deber no posee el sentido de la grandeza y del valor de la vida y vivirá perdiendo el tiempo.

La parábola es clara en un significado global: el criado que hace lo que está estipulado en su contrato no tiene por qué exigir nada. Simplemente, ha cumplido con su deber. Es lo que sucede con el hombre de fe: su deber es encontrarle un sentido a la vida y ser fiel a ese sentido. Ya es suficiente premio vivir de esa manera: tener a Dios como punto de referencia para mirar de frente la propia vida; cuestionarse desde la fidelidad a sí mismo todas las cosas; construir lenta y trabajosamente un modelo de hombre que viva en la libertad interior y en el amor... Porque tener fe es aprender a vivir con total intensidad, con gozo sereno, con la experiencia humilde de sentirse hombre, sin envanecerse por ello porque está haciendo lo que debe: vivir como persona verdadera aquí y ahora.

Cuando ya no podemos más por el cansancio, cuando nos hayamos dado del todo, cuando hayamos agotado todos los recursos..., podremos presentarnos tranquilamente ante el Padre y decirle: ¡Gracias! Porque lo único que hemos hecho ha sido corresponder a un amor que nos lo ha dado todo, ser agradecidos y dejarnos llevar por la corriente de vida que nos rodea por todas partes y que el Padre nos ofrece gratuitamente. Sentir la alegría de reconocer que no somos más que "unos pobres siervos", sin ningún mérito; porque en las cuentas del amor del Padre no existen las reclamaciones por méritos: sólo hay vida compartida, esperanza compartida, libertad infinitamente compartida...

Vivir en los otros y con los otros, con todos los otros en el Otro, ¿será la felicidad, la vida verdadera? Creo que por ahí va. Ante esto, ¿cómo reclamar algo? Para interpretar rectamente estas ideas debemos situarnos en el contexto de una verdadera amistad, de una confianza profunda y auténtica: amigo es el que ayuda al otro sin hablar de premio o recompensa. El amigo sabe qué es lo que agrada al amigo y lo realiza porque cree que merece la pena hacerlo.

Esa es la actitud que debemos tener ante Dios. Descubrimos su voluntad y la cumplimos. No importa en principio el premio. Sabemos que Dios no está obligado a nada. Sin embargo, porque es amigo, sabemos que se preocupa de nosotros y que podemos confiar en su ayuda. Es un amigo que nos quiere mucho más de lo que nosotros podamos imaginar. Por eso estamos seguros en sus manos, que siempre son mucho mejores que las nuestras. No sabemos lo que nos dará, pero tenemos una inmensa confianza en que siempre será mucho más que todo lo que hubiéramos soñado (I Cor 2,9).

Esto no significa que las buenas obras sean inútiles y no sirvan para nada, sino que la recompensa siempre debe ser esperada y recibida como un don de la bondad del Padre. Jesús sostiene sin miramientos los derechos de Dios, aunque a primera vista rebaje casi hasta la nada al hombre. Aparentemente, porque coloca las relaciones entre ambos a un nivel muy superior: el de la amistad.

La traducción que se ha hecho con frecuencia de "siervos inútiles" no es del todo precisa. Los discípulos no son inútiles nunca. Dios se sirve de ellos -de nosotros- para su obra. Nos enseña el trabajo generoso y abnegado por el reino, sin exigencias personales, puesto que todo es un don de Dios. El apóstol, el siervo, "comerá y beberá después", tendrá una recompensa escatológica, fruto de la esplendidez de Dios.

(Aporte de FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 155-161

EL REINO DE DIOS DENTRO DE MI Y FUERA TAMBIEN ....

EL REINO DE DIOS ESTA DENTRO DE MI ...Y CRECE SIN PARAR


DE LO PEQUEÑO QUE FUI SE VA TRANSFORMANDO EN ALGO GRANDE COMO PASA EN LA SEMILLA DE MOSTAZA , DE SER UNA PEQUEÑA SEMILLA SE PUEDE POR LA GRACIA DE DIOS Y SU FUERZA PODEROSA  CONVERTIRCE EN UN ARBOL GRANDE , SOLO DIOS PUEDE HACER , QUE LO PEQUEÑO SE TRANSFORME EN ALGO GRANDE ...



EL REINO DE DIOS TAMBIEN ESTA FUERA DE MI Y SE EXPANDE POR TODO EL MUNDO....


DE ESTA MANERA HACEMOS UNA COMPARACION , COMO DIOS OBRA EN MI  Y COMO OBRA EN MI ENTORNO...