LECTIO DIVINA DE LA
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO C.
Domingo 13 de enero
de 2019.
Isaías 40,1-5.9-11; Tito 2,11-14; 3,4-7; San Lucas
3,15-16.21-22.
Oración inicial:
“Señor Jesús, Hijo amado del Padre, que has
venido a revelarnos el amor eterno de Dios, para que por ti y en ti tengamos
vida y salvación. Ahora, más conscientes de tu identidad, y que sabemos que Tú eres Dios, y que por ti
llegamos al Padre, te pedimos que derrames en nosotros tu Espíritu Santo, para
que cada vez más te conozcamos y así nos identifiquemos contigo, asumiendo tu
estilo de vida, viviendo con tus mismos sentimientos, amando como Tú, amando
hasta el final, hasta dar la vida. Ayúdanos Señor, a que Tú seas el sentido de
nuestra vida y te demos a conocer con nuestra manera de ser y de actuar siendo
Tú la razón de nuestra vida”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Isaías 40,1-5.9-11; Tito 2,11-14; 3,4-7; San
Lucas 3,15-16.21-22.
Claves de lectura:
1. «En un bautismo
general, Jesús también se bautizó». (Evangelio)
Que Jesús se deje
bautizar con el pueblo que quiere la conversión y la purificación de sus
pecados, es un gesto que contiene en sí algo profundamente misterioso; es como
si quisiera, ya en su primer acto público, manifestar su solidaridad con
todos los pecadores. Más tarde acogerá a los suyos en su Iglesia con el
bautismo cristiano, mediante la humillación de una inmersión en el agua
como elemento de muerte y regeneración; Jesús no quiere imponer a los
suyos nada que él mismo no haya hecho. Y si el bautismo ha de ser
realmente un ser sepultado con él en su muerte y un resucitar con él a una nueva
vida imperecedera -como lo describirá Pablo (Rm 6)-, entonces este primer
bautismo es ya para él una obligación anticipada de cara a su propia
pasión y resurrección: todo lo que acontece entre el bautismo y la cruz
está encuadrado por un sentido y un acontecimiento unitario. El bautismo
del Jordán es para Jesús un bautismo «con Espíritu Santo», el de la cruz
será un bautismo «de fuego»; el primero es solidaridad con los pecadores que
han de purificarse, el segundo será la extinción a sangre y fuego de todo
el pecado del mundo.
Sobre este
acontecimiento del bautismo de Jesús, aparece el cielo abierto y Dios se da
a conocer como trinitario: el Padre que envía confirma a su «Hijo, el
amado, el predilecto», que cumple por libre amor la voluntad trinitaria
de salvación; el Espíritu Santo aparece en forma de paloma entre el
Padre, en el cielo, y el Hijo que ora en la tierra: transmitiendo al Hijo
la voluntad de Padre y llevando al Padre la oración del Hijo. Todo entre el
bautismo y la cruz-resurrección corresponderá a esta forma aquí visible
de la decisión salvífica del Dios uno y trino.
2. «Miren: aquí está su
Dios». (1° Lectura)
En la primera lectura se
anuncia a Jerusalén, y a través de ella a toda la humanidad, el consuelo
de que el tiempo de la salvación ha comenzado ya. El Salvador viene por
una parte en «gloria» y «con fuerza», pues la obra redentora de Jesús
vencerá y dominará toda la historia del mundo; pero por otra parte viene
con la solicitud de un pastor que lleva en brazos a sus corderos y cuida
de las ovejas madres: esta unidad de poder y cuidado amoroso le muestra
como el Dios encarnado, hecho hombre; sólo Dios reúne estos dos atributos
en una unidad perfecta.
3. "Así... somos
herederos de la vida eterna». (2° Lectura)
La segunda lectura se
sitúa allí donde se ha realizado ya la obra salvífica de Jesús («él se
entregó por nosotros») y donde el bautismo cristiano, «el baño del segundo
nacimiento», nos permite participar en el primer bautismo (de agua) y en
el último bautismo (de sangre) de Jesús («tengo que pasar por un
bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla»: Lc 12,50). De nuevo
aparece el cielo abierto sobre los cristianos bautizados, y Dios revela
todo su «Amor al hombre». La gracia del Padre «ha aparecido para traer la
salvación a todos los hombres»; no en razón de nuestras obras de
justicia, sino en virtud de su «misericordia». El propio Jesús es llamado
«Salvador» y al mismo tiempo «nuestro gran Dios»; y el bautismo opera la
renovación «por el Espíritu Santo, derramado copiosamente sobre nosotros
por medio de Jesucristo», para nuestra justificación y santificación, que
nos hace dignos de obtener la vida eterna esperada. El milagro de la
teofanía en el bautismo de Jesús se continúa en su Iglesia en todos los
tiempos.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 219 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 219 s.)
MEDITACIÓN.
El acontecimiento del
Bautismo del Señor, como es sabido, es muy celebrado en las iglesias de Oriente.
Y no es porque sí. Hoy celebramos -diríamos- la proclamación pública de lo que
significa Jesús. El Padre y el Espíritu se hacen presentes en el Jordán y dicen
al hombre Jesús -y nos hacen saber a todos nosotros- que en él está toda la
presencia de Dios, la palabra que Dios tiene que decir a los hombres. Lo dicen
acentuando unos intensísimos lazos personales: "amado",
"predilecto". Y lo dicen subrayando la grandeza de una novedad
radical: como en el inicio de todo, cuando el Espíritu de Dios aletea sobre las
aguas del Jordán y comienza la nueva creación, la que se realizará por medio de
las palabras, los hechos, la persona, la muerte y la resurrección de Jesús.
Hoy es un día para
centrar toda la atención en Jesús. Y para reafirmar nuestra adhesión a él, a su
camino. Esta adhesión pondrá de relieve de una manera especial el momento en
que fuimos incorporados a él, no sólo como seguidores que intentan seguirlo
como un modelo de conducta, sino como una gente que lleva en su interior lo
mismo que llevaba Jesús, su Espíritu: este momento es el de nuestro bautismo.
Por eso, para subrayar este aspecto, hoy proponemos iniciar la Eucaristía con
la aspersión del agua.
·
Los acontecimientos del Jordán.
Allá en el Jordán se
constata de una manera especialmente clara que este Jesús que reconocemos como
Hijo de Dios y a quien seguimos no es ningún ser catapultado desde el cielo y
sin relación con los hombres, sino un hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. No
estará de más recordar hoy el camino concreto que lleva a Jesús al Jordán:
quiere estar allí donde se ha producido el mayor movimiento de renovación de
Israel por aquellos tiempos, el movimiento que aglutina Juan. Quiere estar allí
donde están todos los que tienen ganas de cambiar personalmente y de cambiar
las cosas. Jesús no actúa desde fuera de la realidad, sino que se apunta a
aquello que es valioso, y allá es precisamente donde se revela públicamente su
misión: él, un hombre entre los muchos que hay en la fila de los que se quieren
convertir, es el ungido de Dios.
·
"Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego".
Contemplar hoy el inicio
de la misión de Jesús es contemplarnos también a nosotros. El bautismo en el
Jordán era más bien un acto de buena voluntad, de ganas de transformación;
Jesús, en cambio, a aquellos que quieren ir con él les derrama en su interior
su mismo Espíritu, su fuego: no lo deja todo en manos de su esfuerzo personal y
de su buena voluntad, sino que les infunde una nueva manera de ser, la manera
de ser del mismo Jesús: la manera de ser de los hijos de Dios. El bautismo es
el momento en que eso se visibiliza y realiza. Hoy es un día muy apropiado para
recordar nuestro propio bautismo, agradecerlo, y renovar las ganas de vivir de
acuerdo con el compromiso que significa.
·
"Mientras oraba".
La vivencia de la misión
de Jesús tiene lugar en la oración: Lucas, siguiendo su costumbre, lo destaca.
Y este hecho constituye para nosotros una llamada. Como Jesús, también nosotros
descubriremos nuestro camino y nuestra misión, y encontraremos el Espíritu de
Dios guiando lo que hacemos y nos sabremos verdaderamente hijos, y nos
configuraremos verdaderamente a Jesús, si tenemos espíritu de plegaria
constante, y si buscamos medios (momentos breves y momentos más largos,
situaciones que ayuden, instrumentos y maestros que nos enseñen) para
intensificar este espíritu.
(Aporte de JOSEP
LLIGADAS, MISA DOMINICAL 1992, 1)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué
nos evoca realmente el bautismo?
¿Qué significa ser
un bautizado?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
Son pocos los cristianos
que saben en qué día fueron bautizados, y menos aun los que lo celebran. Basta
recordar la fecha de nacimiento y celebrar el cumpleaños. Lo importante
evidentemente no es recordar un rito, sino agradecer la fe que ha marcado
nuestra vida ya desde niños y asumir con gozo renovado nuestra condición de
creyentes. La fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos puede ser una
invitación a recordar nuestro propio bautismo y a reafirmarnos de manera más
responsable en nuestra fe.
Tal vez lo primero que
hemos de hacer es preguntarnos si la fe ocupa un lugar central en nuestra vida,
o si todo se reduce a un añadido artificial que tiene todavía alguna
importancia, pero del que podríamos prescindir sin grandes consecuencias.
Una pregunta clave sería
ésta: ¿Es la fe la que orienta e inspira la totalidad de mi vida, o vivo más
bien sostenido y estimulado sólo por la búsqueda de bienestar, el disfrute de
la vida, las ocupaciones laborales y mis pequeños proyectos?
Por otra parte, la fe no
es algo que se tiene, sino una relación viva y personal con Dios, que se va
haciendo más honda y entrañable a lo largo de los años. Ser creyente, antes de
creer algo, es creerle a ese Dios revelado en Cristo. La pregunta sería si mi
fe se reduce a aceptar teóricamente «lo que me diga la Iglesia», o si más bien
busco abrirme de manera humilde y confiada a Dios.
Pero para abrirse a Dios
no bastan los ritos externos, los rezos rutinarios o la confesión de los
labios. Es necesario creerle a Jesucristo, escuchar interiormente su Palabra,
acoger su evangelio. ¿Abro alguna vez la Biblia? ¿Leo los evangelios? ¿Hago
algo por conocer mejor la persona de Jesús y su mensaje?
Además, la fe no es algo
que se vive de manera solitaria y privada. Es una equivocación pensar en la fe
como una especie de «hobby» o afición personal. El creyente celebra, agradece
canta y disfruta su fe en el seno de una comunidad cristiana.
¿No he de renovar e
intensificar más los lazos con la comunidad donde se alimenta y sostiene mi fe?
La celebración del
domingo es fundamental para el cristiano. El domingo es el día en que se
encuentra con su comunidad, celebra la eucaristía, escucha el evangelio, invoca
a Dios como Padre y renueva su esperanza. Sin esta experiencia semanal,
difícilmente crecerá la fe. ¿Pienso que para mí es suficiente acordarme de Dios
en los momentos malos, asistir distraído a algunos funerales y santiguarme
antes de las comidas?
Quien quiera conocer «el
gozo de la fe» y experimentar la luz, la fuerza y el aliento que la fe puede
introducir en la vida del ser humano ha de comenzar por estimularla, cuidarla y
renovarla.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 27 s.)
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 27 s.)
Oración final:
“Padre bueno, Tú que nos has revelado a tu Hijo,
haciéndonos saber que es el Amado, al que miras con cariño y en quien pones
todas tus complacencias, te pedimos que derrames tus gracias en nosotros para
que lo podamos conocer siempre más y así seguirlo e imitarlo, para tener por
medio de Él la vida que Tú nos das. Señor Dios nuestro, Tú que nos has dado la
gracia del bautismo ayúdanos a vivir de acuerdo a nuestra fe, para que nuestra
vida refleje lo que creemos y así podamos dar testimonio de ti”. Amén.
Hno. Javier.