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17 dic 2015

Ingresar en el camino de la misericordia

¿Cómo podemos hacer para que nuestro corazón no se endurezca y entonces ser capaces de pedir perdón y de perdonar?
15/12/2015 – Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: ‘Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña’. El respondió: ‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: ‘Voy, Señor’, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. “El primero”, le respondieron. Jesús les dijo: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él”.
Mt 21,28-32


Jesús sigue conversando con los sacerdotes y los ancianos del pueblo. Él viene por todas las ovejas, también por éstas que misteriosamente estando supuestamente cerca están muy lejos. Jesús nos habla a todos, participes más o menos, y nos enseña con esta parábola. El hijo que dice que no va, pero después “se arrepintió”. Mientras tanto, el otro hijo que dice “voy Señor”, sabe cuidar las formas y seguramente lo dice de corazón pero al final termina no yendo. ¿Quién es el que cumple la voluntad de Dios? El que se arrepiente. 
Muchas veces cuando llegamos a un lugar público  preguntamos si hay clave para ingresar en internet… ¿cuál es la clave para entrar al año de la misericordia? El usuario sería “pecador”, pero la clave “el perdón”. En el centro del mensaje de Jesús de hoy está la posibilidad de arrepentirnos. Para ello necesitamos primero reconocer que estábamos equivocados. Un corazón arrepentido que sabe reconocer los propios pecados es la condición fundamental para encaminarse en la senda de la conversión. 
Por eso a un corazón endurecido no le entran balas, está rígido y autoafirmado en sus razones. Por eso nosotros en la misa comenzamos ocn el “Señor, ten piedad” queriéndonos reconocer pecadores, no con las palabras, sino desde el corazón. Sino entramos en ese corazón arrepentido estaremos endurecidos entonces nos convenceremos de que estamos haciendo las cosas bien y rápidamente vamos a comenzar a los otros. El corazón que no sabe pedir perdón es rápido para juzgar a los demás.
Una de las claves que nos puede situar bien es ponernos a pensar y a mirar cuál es el lugar que ocupa el pecado. Hay espiritualidades y personas en las que el pecado es el centro, y aturdidos por el pecado están atados y viven casi en una especie de neurótica opresión del pecado. Por otro lado, está el otro extremo, que es hacer como si no existiera.
Muchos de nosotros comenzamos el día con deseos de santidad y a lo largo del día vamos viendo cuánto metemos la pata. Nuestro kerigma tiene en el centro el amor de Dios, que nosotros somos transformados por el Señor, que somos pecadores ya lo sabemos. Los cristianos somos un grupo de pecadores transformados por el Señor. En el cristiano en el centro está el perdón de Dios por amor no el pecado. Por eso el Papa Francisco nos propone en el jubileo de la misericordia que podamos abrir el corazón a esa experiencia extraordinaria del perdón de Dios.
Es lindo descubrir que a historia de la espiritualidad y de la iglesia tiene mucho de continuidad y de novedad. San Juan Pablo II cuando apareció en la Plaza de San Pedro fue inesperado, un cardenal Polaco era inimaginable, y en su primer aparición en la Plaza dijo “no tengan miedo abran las puertas a Cristo”. Después va a escribir una encíclica sobre la misericordia de Dios, e instituirá el II domingo de Pascua el domingo de la misericordia. Luego vendrá Benedicto XVI con una encíclica que puso en el centro del corazón de Dios el amor: “Dios es amor”. Esta humanidad que va sufriendo la dificultad de vivir en paz y como hermanos, el Señor nos va invitando a dejarnos transformar por ese corazón misericordioso de Dios. Y es aquí que aparece el Papa Francisco, quien descubre su vocación sacerdotal un 21 de septiembre donde experimentó la misericordia de Dios. Como Papa invita a todos a experimentar esa misericordia de Dios: el pecado no es la última palabra sino el perdón. Si yo reconozco mis culpas no solo el Señor me perdona sino que e hace testigo para anunciarlo a los demás. El pecado ya no es el centro, Jesús lo transformó con su muerte y resurrección.
El P. Alejandro contó una pequeña historia que les comparte a los niños de la Catequesis antes de su primera confesión:
Dicen que había una señora muy piadosa que se le aparecía la Virgen e iba siempre a contarle con mucha piedad y devoción todo al sacerdote de su parroquia. El párroco no le creía mucho y no le llevaba el apunte. Cansado el cura de que todos los días viniera con el mismo cuento, le dijo que le pregunte a la Virgen sobre los pecados de su última confesión.
Al día siguiente antes de empezar la misa la señora le hacía señas para hablarle y el cura se acordó. Cuando terminó la misa no salió a saludar sino que entró rápiamente por la sacristía como para safar. “Padre, se acuerda lo que me dijo ayer, se me apareció la Virgencita y le pregunté. Ella me miró y me dijo algo que la verdad me da verguenza decírselo”. El cura la miraba pálido y para evitar pormenores le dijo que sí que le iba a decir al obispo que ahora le creía. La mujer insistió “Me dijo que usted es un muy mal sacerdote”. El cura transpirando dijo ¿Cómo?. “Sí, usted es un muy mal sacerdote, contestó, porque tendría que saber que cuando Jesús perdona se olvida de los pecados”.

Cuando Dios perdona olvida y nos transforma. Somos nosotros los que tenemos que perdonarnos a nosotros mismos. Por eso reconocer los pecados ante un sacerdote, al decirlos y ponerlo en palabras ante un cura, nos permite ir sanando y reconocer cuánto amor de Dios que se entregó por nosotros. Un corazón que ha experimentado la misericordia de Dios es un corazón que se ha transformado en instrumento de esa misericordia y ya no critica con liviandad. 

Pedimos a Dios nos transforme el corazón

Rezamos con una oración del P. Ángel Rossi hecha en base a un texto del P. Albizu
Quitá de mí el corazón cerrado, un corazón que pone llave a lo que pasa dentro con el pretexto de que sólo él entiende lo que le pasa y nadie más…
Quitá de mí el corazón enredado que vive dando vueltas sobre sí mismo…
Quitá de mí el corazón lleno de espinas que vive siempre a la defensiva…
Quitá de mí el corazón guardado, un corazón sin uso que no se termina de entregar que se vive cuidando de tener afectos, de solidarizarse, de amar de más y de ser amado de menos. Un corazón guardado a veces para una supuesta ocasión que nunca llega, un corazón enamorado de sí mismo…
Quitá de mí el corazón víctima que considera que todos lo han herido, que no le queda sino estarse sólo con él, todos le están en deuda…
Quitá de mí el corazón empachado de sí mismo que harta a los demás hablando de sí, o a veces un corazón inalcanzable que siempre todos tienen que ir hacia él y nunca baja a los demás. Un corazón narciso que se pasa la vida contemplándose a sí mismo, ególatra, autosuficiente que necesita de los demás para sentirse admirado. De los otros ama sus aplausos no a la persona, ama a los que piensen bien de él…
Quitá de mí el corazón dividido, disperso, desordenado, desprovisto de la capacidad de elegir… Acá entra la sensualidad, lo que entra por los sentidos, la calle, la televisión, internet, esto que hace que el corazón esté esclavo, que ha asentado la vida en la arena movediza de la dispersión, que por esto mismo está descentrado y le falta el hogar interior. Un corazón que se ha vuelto ciego…
Quitá de mí el corazón implacable, inmisericorde, que no se perdona nada, que vive a presión, que no sabe disfrutar. Un corazón ícaro que vive persiguiendo un ideal que es inalcanzable, vive frustrándose porque no tiene la humildad de reconocer que no todo lo puede…
Quitá de mí el corazón enfermo de apariencia, abrumado de la necesidad de contentar a los otros, un corazón enfermo de “tener que” y no poder disfrutar…
Quitá de mí un corazón atrincherado en su capilla interior, demasiado ocupado en la propia santidad, un corazón que ama a la humanidad pero no soporta a los hombres…
Quitá de mí el corazón de piedra…

Y uno podría decir “yo quiero cambiar, pero cómo hago”. El Papa Francisco nos descubre enfermos del corazón, por eso nos propone en el Jubileo que nos dejemos abrazar por el amor de Dios. Él escribió una bula con motivo del año de la misericordia. En el nº 9: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia”.  Que hoy el Señor disuelva en nuestro corazón todo apego al pecado, pero nos abra sobretodo a la experiencia grande del perdón y de la misericordia.
En el punto anterior, el Papa Francisco dice que con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. « Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. 
Muchas veces podremos haberle dicho sí al Señor pero después no lo hemos hecho. No te asustes. Es cuestión de reconocerlo, y con un corazón arrepentido dejar que el Señor transforme nuestros Sí, masomenos no, en un Sí que quizás tenga menos palabras pero más vida. Por eso tenemos tanta facilidad para con palabras juzgar a los otros y murmuramos. La experiencia de nuestra poca consistencia en la respuesta, de nuestra incoherencia nos va a ayudar a quizás hablar menos. Pero despacito dejémonos llevar por el Señor, y si nos encontramos lentos para cumplir esa voluntad de Dios, no dejémos de acudir a María, nuestra madre. “Ruego por nosotros pecadores”, y pedirle que transforme nuestros no en sí. Que en el último minuto de nuestras vidas, nos permita el Señor con la ayuda de la Virgen estar haciendo con sencillez y sin demasiado ruido, la voluntad de Dios.

Santa María, Madre de Dios,
dame un corazón de niño,
puro y transparente como una fuente.
Dame un corazón simple,
que no sienta el sabor de la tristeza;
un corazón generoso en entregarse,
tierno y sensible a la compasión;
un corazón grande y fiel,
que no olvide ningún beneficio
y no guarde rencor de mal alguno.
Dame un corazón manso y humilde,
que ame sin exigir ser amado;
ansioso de desaparecer, ante tu divino
Hijo, en otro corazón;
un corazón magnánimo e invencible,
que ninguna ingratitud lo cierre,
que ninguna indiferencia lo canse;
un corazón apasionado por la gloria de Jesucristo,
herido por Su amor con una herida que
no se cierra hasta el cielo.
Amén.
Padre Leoncio de Grandmaison, S.J.


Padre Alejandro Puiggari