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17 feb 2022

Abatidos de viento

 ABATIDOS DE VIENTO

Dolores Aleixandre
Si yo fuera epíscopa, haría leer hoy el texto que sigue en todas las parroquias en lugar de la homilía. Lo ha escrito Erri de Luca, uno de mis autores favoritos, y traduce así la primera bienaventuranza.
“Se hizo un silencio denso y sin viento una vez que todos se sentaron para escucharlo. Para que pudieran oírlo y verlo, subió a un altozano. Se puso sobre la última piedra, allí donde la tierra culmina su ascensión y comienza el cielo. El viento amainó cuando él se puso en pie. La acústica, perfecta; el sol, tibio: Galilea era un surco abierto para acoger la semilla del discurso. Ningún escriba tomaba apuntes. Era un tiempo en el que las palabras se grababan a fuego en la membrana del recuerdo, en el fondo de los oídos.
«Bienaventurados» fue su primera palabra, según la tradición. Correspondía a la hora y a los sentimientos de la multitud, a la que le gusta verse reunida, apretujada y completamente segura. «Feliz, dichoso»: así traducimos la palabra ashré con la que comienza el libro Tehillim, los Salmos, como los llamamos nosotros. Comenzó con la primera palabra de los Salmos, muchos de los cuales llevan la firma del antepasado David. Él, su descendiente, continuaba la obra siempre agradable a la divinidad, que con frecuencia solicitaba de David un cántico nuevo.
Más que «bienaventurados, dichosos, felices», la palabra ashré significa «alegrías, albricias». La alegría es un gozo más físico y concreto que la bienaventuranza espiritual. Alegre como el recién curado que saborea el retomo de sus fuerzas. Alegre el «pobre de espíritu». También aquí hay diferencia con el hebreo shefal ruaj, «abatido de viento». Una expresión de Isaías. Alude a alguien que está completamente postrado, tendido en la tierra, y al que comienza a faltarle el aliento. «Abatido de viento», boqueando con el esternón pegado al suelo, los labios a la altura de las sandalias de los otros. “Alto y santo habitaré y estoy con el oprimido y abatido de viento para hacer vivir viento de abatidos y hacer vivir corazón de oprimidos “(Is 57, 15).
Un escalofrío repentino penetró en los oyentes. Aquel hombre estaba de pie en el punto más alto del horizonte, tal y como el «alto y santo habitaré» del versículo de Isaías, en el que quien habla es la divinidad. El hombre rozaba la usurpación, se había colocado en el nivel de aquellas palabras. Un escalofrío cruzó veloz por entre quienes estaban en condiciones de entender, pero enseguida fue superado por el anuncio: Estoy con el oprimido y abatido de viento. Alegre el abatido de viento, lo mismo que el oprimido de corazón: ¿cómo podían estar alegres? Alegres porque el versículo de Isaías les asegura que la divinidad está con ellos. Nombraba viento y corazón, es decir, aliento y sangre, aquello que él venía a sanar. Rescataba de las llamas los cuerpos y las almas de los más afligidos del mundo.
Había ganado crédito entre la multitud de los curados, pero aquello era solo una prenda de la enfermedad que había venido a curar. El hombre de pie en lo alto había tomado partido, estaba con el abatido de viento, con el shefal ruah. La traducción habitual «pobres en el espíritu» pierde por el camino la carga preciosa de Isaías, profeta especialmente querido por el hombre que estaba en lo alto. Los que se apretaban a su alrededor, sentados en las piedras de aquel grandioso teatro al aire libre, agarraron al vuelo el sentido que encerraba aquel anuncio.
Era la subversión más novedosa, daba la precedencia a los oprimidos, los elevaba al rango de los elegidos. Proclamaba quiénes eran los vencedores, relegaba a los otros. El reino pertenecía a los vencidos, a los desposeídos. Nada más insidioso había llegado nunca a oídos de quien tenía poco o nada que perder. Abatía el orgullo de la supremacía terrena que se consideraba favor divino. Ninguna revuelta había llegado a este grado de anulación de los rangos. Así se ponía patas arriba eso que se suele dar por descontado en la tierra, el poder de unos pocos sobre multitudes inmensas. Quedaban abolidas las prerrogativas de autoridad y de honor. Cuando los «abatidos de viento» se convierten en los primeros, se esfuman el poder y sus prerrogativas.
Era un anuncio que enardecía el corazón sin incitarlo a la ira o a la revuelta. No valía ya la pena, no tenía ya sentido oponerse al poder que se pavonea, sin fundamento en el cielo, parásito en la tierra. Dad al césar todos sus símbolos de grandeza, son solo chucherías para niños. La multitud abrió los ojos al escucharlo: un mundo distinto se superponía al existente. Los miserables sonrieron, los grupos de clase media suspiraron, temblaron los pocos señores ante el alivio de los siervos. El mundo divisado por aquel hombre subido en la cima del monte estaba al alcance de los sentidos. No era un más allá, sino un aquí y ahora ya presente, diseñado por palabras antiguas, sagradas, que se apresuraban a cumplirse. (…) Desde la cima de un monte se está solo distante de la tierra, subido en su último escalón. Desde ese lugar distante del barullo y de la confusión de la llanura era posible escrutar la lejanía y acoger el anuncio de las alegrías nuevas. Pero después había que bajar, incorporarse otra vez al orden existente; la hora de aire puro había terminado. Allá abajo, en el fondo del valle, el poder continuaría imponiéndose. Entonces ¿iba a seguir todo igual?
No, en absoluto; desde aquel momento cualquier multitud y cualquier persona sabían que habían escuchado el discurso del monte y podían volverse hacia aquella cima con la respiración abatida de viento, el corazón oprimido. En mayor o menor medida, pero podrán curarse o reponerse al amor de aquellas palabras que no darán tregua al mundo hasta que se cumplan”.
(Erri de Luca, Penúltimas noticias acerca de Yeshua/Jesús, Salamanca 2016 p 15-25)
Dolores Aleixandre
- - - - -
¡Ay!
¡Ay de mí
si no respiro,
si no me alimento,
si no quiero con locura!
Si no vibro
con el júbilo del hermano.
¡Ay de mí
si no tiemblo ante su dolor.
Si no abro los oídos
para dejarme transformar
por tu palabra,
y no abro la boca
para gritar
una pregunta de fe;
un veredicto de amistad;
una promesa de curación;
una canción de justicia.
¡Ay de mí
si no abro las manos,
liberadas al fin de piedras
y cadenas,
para dar, en ellas,
calor, afecto y abrazo.
¡Ay de mí
no por miedo
o por amenaza,
sino porque, no amando
a tu manera,
no habré vivido!
Mas si, en mi debilidad,
te dejo ser atalaya,
no habrá lamento,
derrota ni queja,
habrá esperanza.
(José María R. Olaizola, sj)

14 feb 2022

LAS BIENAVENTURANZAS ARGENTINAS A LA LUZ DE LUCAS 6, 20-26.

 por Emmanuel Sicre sj


Felices quienes no llegan a fin de mes y la siguen peleando, 
quienes no temen ser pobres 
y comparten su hambre 
con quienes están aún peor, 
porque saborean la lógica del Reino.  

Felices quienes por la inflación ya no pueden pagar medicamentos 
y encuentran en la fe compartida 
la medicina para tanta desesperación, 
porque sus lágrimas serán fecundas. 

Felices quienes sufren sin vergüenza el bullying por hacer el bien, 
por no querer hablar mal de los demás
y rechazan las invitaciones 
a descargarse violentamente contra la masa, 
porque sus actitudes sanarán corazones heridos.  

Felices quienes padecen adicciones y buscan la salida, 
aunque caigan, 
quienes los acompañan con amor a pesar de todo 
y no juzgan livianamente el dolor del otro,
porque se sentarán a la mesa de quienes luchan y vencen. 

Pero, ¡ay de quienes idolatran su riqueza y se olvidan 
de quienes están desahuciados 
por los sistemas deshumanizadores, 
porque su egoísmo se convertirá en soledad! 

¡Ay de quienes la superficialidad los entretiene mágicamente  
y los ciega ante quienes sufren, 
porque se perderán del sentido de la vida! 

¡Ay de quienes viven de la mirada de los demás 
y no quieren descubrir su propia verdad, 
porque no podrán mirarse al espejo con amor! 

¡Ay de quienes son responsables del Bien de todos en los cargos públicos 
y acceden a la corrupción, la coima y la avaricia, 
porque los visitará su conciencia y les reprochará tanto dolor!

BLOG: PEQUENECES

LAS BIENAVENTURANZAS PARA NIÑOS ❤️


 


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LAS BIENAVENTURANZAS



 En el centro del Evangelio de la Liturgia de hoy están las Bienaventuranzas (cf. Lc 6,20-23). Es interesante observar que Jesús, a pesar de estar rodeado de una gran multitud, las proclama volviéndose «hacia sus discípulos» (v. 20). Habla a los discípulos. Las Bienaventuranzas, de hecho, definen la identidad del discípulo de Jesús. Pueden sonar extrañas, casi incomprensibles para quien no es discípulo, pero si nos preguntamos cómo es un discípulo de Jesús, la respuesta es precisamente las Bienaventuranzas. Veamos la primera, que es la base de todas las demás: «Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (v. 20). Dichosos vosotros, los pobres. Dos cosas dice Jesús de los suyos: que son dichosos y que son pobres; es más, que son dichosos porque son pobres.


¿En qué sentido? En el sentido de que el discípulo de Jesús no encuentra su alegría en el dinero, en el poder, u otros bienes materiales, sino en los dones que recibe cada día de Dios: la vida, la creación, los hermanos y las hermanas, etc. Son dones de la vida. También los bienes que posee los comparte con gusto, porque vive en la lógica de Dios. Y ¿cuál es la lógica de Dios? La gratuidad. El discípulo ha aprendido a vivir en la gratuidad. Esta pobreza es también una actitud respecto el sentido de la vida, porque el discípulo de Jesús no cree que lo posee, que ya lo sabe todo, sino que sabe que debe aprender cada día. Y esta es una pobreza: el ser consciente de que debe aprender cada día. El discípulo de Jesús, porque tiene esta actitud, es una persona humilde y abierta, sin prejuicios ni rigidez.

Hay un bello ejemplo en el Evangelio del domingo pasado: Simón Pedro, pescador experto, acepta la invitación de Jesús de echar las redes a una hora inusual; y luego, lleno de asombro por la prodigiosa pesca, deja la barca y todas sus posesiones para seguir al Señor. Pedro demuestra ser dócil dejando todo, y así se convierte en discípulo. Sin embargo, quien está demasiado apegado a sus propias ideas y a las propias seguridades, casi nunca sigue realmente a Jesús. Lo sigue un poco, sólo en las cosas en las que “estoy de acuerdo con Él y Él está de acuerdo conmigo”, pero luego en otras no va. Y esto no es un discípulo. Y así cae en la tristeza. Se entristece porque las cuentas no cuadran, porque la realidad se escapa de sus esquemas mentales y se siente insatisfecho. El discípulo, en cambio, sabe cuestionarse, sabe buscar a Dios humildemente cada día, y eso le permite adentrarse en la realidad, acogiendo su riqueza y complejidad.

El discípulo, en otras palabras, acepta la paradoja de las Bienaventuranzas: estas declaran que es dichoso, es decir, feliz, quien es pobre, quien carece de tantas cosas y lo reconoce. Humanamente, se nos induce a pensar de otra manera: feliz es quien es rico, quien está lleno de bienes, quien recibe aplausos y es envidiado por muchos, quien tiene todas las seguridades. Pero este es un pensamiento mundano, no es el pensamiento de las Bienaventuranzas. Jesús, por el contrario, declara que el éxito mundano es un fracaso, ya que se basa en un egoísmo que infla y luego deja un vacío en el corazón. Ante la paradoja de las Bienaventuranzas, el discípulo se deja poner en crisis, consciente de que no es Dios quien debe entrar en nuestras lógicas, sino nosotros en las suyas. Y esto requiere de un camino, a veces fatigoso, pero siempre acompañado de alegría. Porque el discípulo de Jesús es alegre con la alegría que le viene de Jesús. Porque, no lo olvidemos, la primera palabra que Jesús dice es: bienaventurados; de ahí el nombre de las Bienaventuranzas. Este es el sinónimo del ser discípulos de Jesús. El Señor, al liberarnos de la esclavitud del egocentrismo, desencaja nuestras cerrazones, disuelve nuestra dureza y nos abre la verdadera felicidad, que a menudo se encuentra donde nosotros no pensamos. Es Él quien guía nuestra vida, no nosotros, con nuestras ideas preconcebidas o nuestras exigencias. Finalmente, el discípulo es aquel que se deja guiar por Jesús, que abre su corazón a Jesús, lo escucha y sigue su camino.

Entonces podemos preguntarnos —yo, cada uno de nosotros—: ¿tengo la disponibilidad del discípulo? ¿O me comporto con la rigidez de quien se siente cómodo, se siente bien y siente que ya ha llegado? ¿Me dejo "desencajar por dentro" por la paradoja de las Bienaventuranzas, o me mantengo dentro del perímetro de mis propias ideas? Y luego, con la lógica de las Bienaventuranzas, más allá de las penurias y dificultades, ¿siento la alegría de seguir a Jesús? Este es el rasgo más destacado del discípulo: la alegría del corazón. No lo olvidemos: la alegría del corazón. Esta es la piedra de toque para saber si una persona es un discípulo: ¿tiene alegría en su corazón? ¿Yo tengo alegría en mi corazón? Este es el punto.

Que la Virgen, la primera discípula del Señor, nos ayude a vivir como discípulos abiertos y alegres.

FRANCISCO 

14 feb 2019

6° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.


                                  Domingo 17 de febrero de 2019.
        Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.

Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia, tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.

Calves de lectura:

1. «Dichosos los pobres». (Evangelio)
En el evangelio de hoy aparecen cuatro bienaventuranzas (bendiciones) y cuatro maldiciones. ¿Qué significa «dichoso»? Ciertamente no «feliz» en el sentido que los hombres dan a esta palabra. No se trata de una invitación a que cada cual marche por su camino con tranquilidad y buen humor. No significa realmente nada que pertenezca al hombre, que el hombre sienta y experimente, sino algo en Dios que concierne a este hombre. Jesús hablará en este contexto de «recompensa», aunque esto a su vez no es más que una imagen; se trata del valor que este hombre tiene para Dios y en Dios, de algo intemporal en Dios que se manifestará al hombre a su debido tiempo. Y análogamente para las maldiciones. Los pobres a los que pertenece el reino de Dios, es decir, los pobres de Yahvé, como los llamaba la Antigua Alianza, muestran que a su pobreza corresponde una posesión en Dios: Dios los posee, y por eso mismo ellos poseen a Dios. Lo mismo puede decirse de los que tienen hambre y de los que lloran, y también de los que son odiados por causa de Cristo: éstos son amados por el Padre en Cristo, que también fue odiado y perseguido por los hombres por causa del Padre. Si los pobres han de ser considerados como pobres en Dios, entonces también los ricos han de ser considerados como ricos sin Dios, ricos para sí mismos, saciados y sonrientes, alabados por los hombres; éstos no tienen tesoro en el cielo, y por eso todo cuanto poseen no es más que apariencia pasajera.
Los Salmos repiten esto continuamente, las parábolas de Jesús (del rico epulón y del pobre Lázaro, del labrador avariento) también. Los pobres son en último término realmente pobres, aquellos que no poseen nada, y no ricos a escondidas que acumulan un capital en el cielo. Dios no es un banco; el abandono en manos de Dios no es una compañía de seguros. Es en el propio abandono, en la entrega confiada donde se encuentra la dicha.

2. «Maldito el hombre... Bendito el hombre». (1° Lectura)
La Antigua Alianza conoce ya todo esto suficientemente, como lo demuestra la primera lectura. El hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor, el que extiende sus raíces hacia la «corriente» de Dios o, como dice Agustín, tiene sus raíces en el cielo y desde allí crece hacia la tierra. Este simple abandono confiado en manos del Señor le basta para ser «dichoso» (bienaventurado) en el sentido de Jesús y para, en cualquier adversidad terrestre que se le pueda presentar, por amarga que sea, no tener que inquietarse por la sequía. A este hombre se contrapone el hombre que «confía en el hombre», en lo humano y lo terreno, y que por eso «aparta su corazón del Señor»: aquí tenemos el comentario de lo que significa la maldición de Jesús a los ricos y epulones. La sencilla antítesis del profeta, repetida en el salmo responsorial, divide a los hombres, prescindiendo de todas las sutilezas psicológicas, en dos campos: o viven por Dios y para Dios, o bien pretenden vivir para sí mismos y por sí mismos. También en el juicio de Jesús sólo hay dos clases de hombres: las ovejas y las cabras.

3. (2° Lectura).
La segunda lectura divide también a los hombres en dos categorías: los que creen en la resurrección de Cristo y en la nuestra, y los que la niegan. Si Cristo no ha resucitado, entonces "vuestra fe no tiene sentido", los muertos «se han perdido» y «somos los hombres más desgraciados» del mundo; los que no creen en ella al menos han puesto su confianza en bienes terrenos reales, y no en un Dios del más allá que no existe. Su vida está de alguna manera llena: de relaciones humanas gratificantes, de placeres de todo tipo, de autosatisfacción. Pero esto es al menos algo, mientras que la fe en la resurrección es jugárselo todo a una carta, una apuesta total en la que el apostante finalmente pierde. Todos los textos de la celebración de hoy exigen de nosotros una decisión última, definitiva: ¿nos bastamos a nosotros mismos o nos debemos permanentemente a nuestro Creador y Redentor? No existe una tercera vía, no hay solución intermedia.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 228 s.)

MEDITACION.

No estamos frente a una especie de consagración de la pobreza, como si fuese una  condición ideal para acoger el reino de Dios. Sería entonces una legitimación de la injusticia  y de la avidez humanas que, por el contrario, son desenmascaradas por Cristo y  condenadas en los cuatro "ay de ustedes" sucesivos.
Y tampoco se puede creer que dependa del hecho de que los pobres sean moralmente  mejores que los ricos.
No existe condición social alguna, y ningún mérito por parte de los hombres que haga  idóneos para el Reino. Esto es un don gratuito de Dios, no una conquista del hombre. Dios  no es un contable.
En realidad, lo que está en juego, en las bienaventuranzas, es la idea misma que nos  hacemos de Dios.
Lo dice muy bien uno de los mayores "expertos" en esta materia: "Jesús proclama que  Dios ha decidido establecer su Reino y manifestar su poder real. ¿Quién sacará provecho  de este nuevo estado de cosas? Los pobres, los oprimidos, los pisoteados. Si Dios es  verdaderamente un rey digno de tal nombre, ejercitará su propio poder a favor de los  pobres, de los pequeños, y para los pobres será un bien que Dios mismo se haga su  protector. Entonces serán bienaventurados. Para los pobres se abre una esperanza  maravillosa" (J. Dupont).
Por eso, ese mismo estudioso dice que la bienaventuranza se podía traducir  así: "Bienaventurados los pobres, porque Dios está cansado de veros sufrir, porque Dios ha  decidido mostraros que os ama".
Por tanto, en la bienaventuranza, aparece con transparencia la imagen exacta de Dios,  misericordioso, que pone su poder al servicio de los débiles.
Así, es necesario evitar utilizar las  bienaventuranzas en clave de resignación o, peor, como pretexto "religioso" para mantener  un orden social injusto.
Las bienaventuranzas no deben servir para aplastar a los pobres, sino para liberarlos. La pobreza sigue siendo un mal contra el que hay que luchar sin tregua. El mensaje de Cristo no se compendia en el amor a la pobreza sino en el amor a los  pobres. El ideal no es la pobreza sino el amor que se expresa con el gesto de compartir,  con el de transformar los bienes en sacramento de fraternidad.
Por otra parte, seremos juzgados precisamente por la postura que adoptemos en relación  a aquellos que tienen hambre, sed, están desnudos, sin casa, enfermos, prisioneros (Mt  25). "Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me los hicisteis", afirma Jesús.
Los cuatro "ay de ustedes" que hacen de contraste a las cuatro  bienaventuranzas, se llaman habitualmente "maldiciones". Pero la definición es impropia.
Se trata, más bien, de una constatación amarga de un dato de hecho. Es casi como decir:  ¡cuán desdichados sois a pesar de las apariencias!. Y este lamento se puede entender también como una invitación a la conversión. De todos modos, estas duras palabras constituyen para toda la comunidad cristiana una  severa advertencia contra el peligro de las riquezas. 
¿Por qué se llama a los ricos "desdichados" (y las cuatro categorías de personas, con  alguna matización, se pueden catalogar en la categoría de los "ricos")?. Del conjunto del discurso se puede afirmar que los ricos se encuentran en una situación  peligrosa:
·                    Peligro de no ver más allá del horizonte del presente y de los bienes materiales. Los  ricos se preocupan de sus propios intereses, pero no saben cuáles son sus verdaderos  intereses. Son "hombres sin futuro" (R. Fabris).
·                    Peligro de encerrarse en sí mismos y no preocuparse de los demás, especialmente de  los que están privados de los necesario. El rico está aprisionado, casi congelado en la propia soledad.
·                    Peligro de dejarse secuestrar el corazón por las riquezas, que terminan por monopolizar  el puesto que correspondería a Dios. Los bienes materiales se convierten así en ideales a  los que se sacrifica todo.
El rico, finalmente, es desafortunado porque es corto de vista, es un hombre solo, y es  esclavo de las cosas. El rico está satisfecho de lo que tiene, del prestigio y del éxito que alcanza, y no cae en la  cuenta de que esta satisfacción lo cierra en relación a Dios. Ese Dios que, sobre todo, lo  podía enriquecer en la línea del ser.
...Solamente que el mismo Dios no tiene nada que dar a quien sostiene que ya posee  todo. El pobre es bienaventurado porque tiene las manos abiertas a la espera. El rico es desgraciado porque tiene las manos cerradas y no espera nada. Bienaventurado el que espera (literalmente: tiende hacia...) y consiguientemente tiene la  puerta abierta de par en par.
Desdichado quien, creyendo que ya lo tiene todo, se cierra en casa, baja las persianas y  contempla el dinero. No oye la música que llega de lejos, no ve la luz que cae sobre las  ventanas. No se da cuenta de que la vida está en otra parte. Se cree en lugar seguro. Y no sabe que aquella "clausura" representa una muerte  anticipada. Cierto. Uno muere en el mismo momento en que ya no espera nada, en que no espera a  nadie. 

(Aporte de ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO C, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 111)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Cuáles son en realidad nuestros valores?
¿Creemos de verdad en el mensaje de las bienaventuranzas?

ORACION – CONTEMPLACION.

FELICIDAD AMENAZADA 
Ay de ustedes los ricos...
Occidente no ha querido creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre  y la sociedad. Y las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje ininteligible e  increíble, incluso para los que se llaman cristianos.
Nosotros hemos puesto la felicidad en otras cosas. Hemos llegado, incluso, a confundir la  felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a confesarlo  abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener dinero».
Apenas tienen otro proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para  comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta es la felicidad en la que creemos. El único camino que se nos ocurre recorrer para  buscar la felicidad. Casi la única manera de llegar a «vivir mejor».
A veces, tiene uno la sensación de vivir en un mundo que, en el fondo, sabe que algo  absurdo se encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más verdadera.  De alguna manera, nos gusta nuestra manera de vivir aunque sintamos que no nos hace  felices.
Los creyentes deberíamos recordar que Jesús no ha hablado sólo de bienaventuranzas.  Ha lanzado también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del  amor y la fraternidad, ríen seguros en su propio bienestar.
Esta es la amenaza de Jesús. Quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón  egoísta ha anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que ya  han saboreado.
Quizás estamos viviendo momentos críticos en los que podemos empezar a intuir mejor la  verdad última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los ricos,  porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque  tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque lloraréis!».
Empezamos a experimentar que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización  de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir. La  insatisfacción actual de muchos no se debe sólo ni principalmente a la crisis económica,  sino, ante todo, al vacío de humanidad y a la crisis de auténticos motivos para trabajar,  luchar, gozar, sufrir y esperar.
Hay poca gente feliz. Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices.  Necesitamos de tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro  bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y  destrozarnos unos a otros. Y así, no se puede ser feliz.
Y, ¿si Jesús tuviera razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No  tenemos que imaginar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material sin  fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No seremos más felices  cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más? 

(Aporte  de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 309 s.)

Oración final:
“Dios nuestro, Padre y Madre de todos los seres humanos, que en Jesús nos has manifestado lo que nos puede hacer bienaventurados y lo que nos conduce a la malaventuranza; ayúdanos a comprometernos con alegría y convicción por el mismo camino que él nos trazó”. Amén.


Hno. Javier, msa