28 jun 2011

“Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”… ”Tomen y beban, esta es mi sangre”


“Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”…
”Tomen y beban, esta es mi sangre”


“Jesús perfecto Dios y perfecto hombre” (Símbolo Quicumque; DS76), se entrega totalmente, integralmente a sus discípulos, sintetizando y perpetuando, en la historia hasta la eternidad, el don del amor cuya expresión más palpable es la comunión.

Cuando comemos el Cuerpo de Cristo y bebemos su Sangre, sellamos la nueva alianza en nuestras vidas, recibimos a Cristo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad entregado por nosotros, y al mismo tiempo nos entregamos a El, dejándonos asimilar por El, que nos hace nuevas creaturas, y como dicen los Padres de la Iglesia, nos “diviniza”.

Nuestra entrega a Cristo implica la fe e implica las obras. La obra que manifiesta más patentemente este encuentro íntimo y salvífico con el Señor en la Eucaristía, es la comunión.

Cuando San Agustín elevaba la hostia consagrada y la presentaba a los fieles, los invitaba a contemplarse a sí mismos como comunidad en el Cuerpo de Cristo, y a Cristo Cabeza de la Iglesia.

Con su gesto quería el santo, destacar la misteriosa dimensión que nos hermana en la persona de Jesús, su vida, sus palabras, sus gestos, su pasión, muerte y resurrección. Quería despertar a los fieles a la realidad de que ellos “son” lo que comen, es decir, comulgar a Cristo es comulgar a los hermanos que Cristo une con lazos inefables en su misma Persona. Este es el misterio de la eucaristía. Y comulgar con los hermanos es comulgar a Cristo por la misma caridad.

Por lo tanto, prepararnos y preparar a otros para vivir con profundidad el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es prepararnos a vivir en comunión, es construir la unidad en las comunidades, en las familias, en las instituciones, en definitiva en la Iglesia. La comunión expresa con evidencia incuestionable el misterio de la eucaristía. Recibir el sacramento de la comunión, es recibir la Persona de Cristo, y por lo tanto, manifestar que en El recibimos a los hermanos, a la comunidad. Y es también, expresar nuestro compromiso de trabajar por la unidad en el respeto y acogida de la diversidad.
Todo este proceso de fe, parte sin duda de la experiencia profunda y personal de encontrarnos con Cristo. “Se trata de una experiencia que introduce en una profunda y feliz celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este modo la vida se va transformando por los santos misterios que se celebran, capacitando al creyente para transformar el mundo. Esto es lo que se llama “catequesis mistagógica”.(AA. 290)

Como catequistas y agentes de pastoral, nos corresponde la misión de favorecer esta experiencia y fortalecer los lazos y caminos de comunión, en los grupos de niños que tenemos a cargo, en los jóvenes y en las familias que acompañamos, en los más marginados a quienes servimos con predilección, y en fin, en la comunidad eclesial en la que somos miembros vivos.

“La Iglesia es comunión. Las Parroquias son células vivas de la Iglesia y lugares privilegiados en los que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia….Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las Parroquias brindan un espacio comunitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente.” (AA 304)

Si reconocemos que la Eucaristía es el corazón de la Iglesia, que es fuente y culmen de su vida, nuestra tarea como catequistas tendrá que estar siempre al servicio de la comunión, de lo contrario, se reducirá al sacramentalismo vacío y al espiritualismo desencarnado.

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