Cuento: Diario de un penitente
En los países
europeos, es muy común que las personas —desde las más elevadas, hasta simples
campesinos— registren en un cuaderno los acontecimientos, las reflexiones o
impresiones que más les llamaron la atención. Esos diarios constituyen,
inclusive, una preciosa fuente de informaciones para los estudiosos, sobre todo
los que se dedican a escribir lo que los franceses llaman de la petite histoire
(la pequeña historia).
Hace más de diez
años, oí de un ilustre conferencista brasileño la narración del hecho abajo
transcrito, leída por él en un libro de un escritor francés.
Como turista inteligente, caminaba tranquilamente ese
escritor por las calles de Roma, la “Ciudad Eterna”, sin un plan preconcebido,
“sintiendo” los lugares densos en cultura y tradiciones, analizando los
grandiosos monumentos, las pintorescas calles y plazas. Caminando, por así
decir, sin rumbo, pasó por una de las innumerables iglesias de la ciudad
pontificia y notó al acaso, grabada en la piedra, una inscripción que le
despertó la curiosidad.
“¿Será el memorial
del arquitecto que construyó el sagrado edificio? ¿O será obra de algún
vándalo?” —pensó él.
Se aproximó, y desde
el primer momento notó el detalle de la letra artísticamente diseñada. Leyó la
primera frase:
“Hoy, 25 de agosto,
pequé. Pero, gracias a Dios, ya me confesé”. Emocionado, el escritor constató
que la inscripción era el “diario espiritual” de un pecador arrepentido y
decidido a marcar en la piedra, para todos los siglos, su testimonio de lucha,
humildad y gratitud. Seguía un igual gemido del alma: “Hoy, 26 de agosto, volví
a pecar. Pero ya me confesé, gracias a Dios”.
Se sucedían así las
frases, siempre iguales en la sustancia, con ligeras variaciones en la forma.
Pero con un detalle importante: a medida que pasaba el tiempo, iba quedando
mayor el período entre una caída y otra. De casi cotidianas al principio,
pasaron a ser semanales, mensuales. Después, varios meses sin pecar. Por fin,
nuestro turista-escritor llegó a su última frase, un verdadero grito de
victoria y gratitud: “Hoy, 13 de marzo, hace un año que no peco. ¡Alabado sea
Dios!”
Conmovido hasta las
lágrimas, tuvo él deseos de arrodillarse y besar aquella reliquia de un alma
que, en lugar de desanimar al considerar su flaqueza, confió en la misericordia
de Dios, perseveró en la oración, por la cual obtuvo las gracias abundantes
para luchar con éxito hasta alcanzar la victoria completa. Bendito,
ciertamente, es la sangre de los mártires derramada en el Coliseo y en tantos
otros lugares de la Tierra.
Benditas también las
confesiones grabadas en ese “diario” de piedra, las cuales nos traen vivamente
a la memoria el libro “Confesiones”, del gran Doctor de la Iglesia, San
Agustín.
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