Cuenta una leyenda que, hace muchos años, los colores tomaron conciencia de quienes eran y pudieron verse a sí mismos. El problema que surgió fue que, cada uno, creyó ser el mejor.
–Yo tengo el color del fuego– dijo el rojo.
–Yo el del sol– dijo el amarillo.
–Nosotros el del cielo y el mar– respondieron el azul y el índigo.
–Yo el de las hojas de los árboles– dijo el verde, altanero.
–Yo el de las naranjas maduras.
–Yo el de las flores del jacarandá y de muchos otros árboles– dijo el violeta.
Cada uno estaba orgulloso de sí mismo, pero no podía ver la belleza del otro.
El marrón, desde el suelo, les decía que hacían un hermoso conjunto, pero ninguno quería oírlo.
¿Por qué iban a escuchar a ese color tan triste? Ninguna flor era marrón, ni el agua pura, ni las frutas. Bueno, el coco era marrón, pero estaban de acuerdo en que, por afuera, era bastante feo.
El blanco, que también les decía que era estupendo que estuvieran unidos, era, en la opinión de los colores, el más aburrido.
Cierto día, en el cielo, el sol conversaba con las nubes acerca de lo ridículo de la pelea entre los colores. No se hablaban entre ellos y no querían estar juntos.
–Yo me esfuerzo en mandarles la mejor luz para que cada uno brille apropiadamente, pero nadie mira a los demás– dijo el sol.
–Ya sé lo que podemos hacer– dijo una nube– Vamos a provocar una buena lluvia así no te ven y, quizás, dejen de pelear.
Durante varios días llovió, y los colores en la tierra dejaron de brillar. El mundo estaba gris. Los colores estaban escondidos para no estropear-se. De a poco, se disiparon las nubes y cada uno fue saliendo de su refugio mirando hacia arriba, para ver si iba a seguir lloviendo o había parado.
En ese mismo momento, al alzar sus ojos y dejar de mirarse cada uno a sí mismo, se descubrieron juntos en un hermoso arco que se formó en el cielo. Dejaron, entonces, de pelear y se alegraron de ser tan diferentes y de poder hacer algo todos juntos.
Para reflexionar después del cuento:
Mucho se habla de la diversidad y de aceptar a los demás como son pero, a pesar de eso, se siguen haciendo diferencias. Este relato nos permite pensar en los dones o capacidades que tiene cada uno y en la posibilidad de hacer algo junto al otro.
• ¿Qué fue lo que provocó que los colores cambiaran de actitud?
• Y nosotros ¿cómo podemos convertir el corazón, como lo pide Jesús?
• ¿Somos capaces de descubrir la belleza y los valores que hay en los demás?
• Cada uno comenta alguna experiencia en la cual haya realizado algo en forma comunitaria y como fue el resultado de esa acción. Muchas personas creen que de la forma en que ellas hacen las cosas, nadie puede hacerlas y les resulta difícil delegar o hacer algo con el otro porque consideran que va a salir peor o va a ser más lento.
• ¿Cuál es la experiencia de cada uno? ¿Qué aspectos positivos se pueden extraer de hacer algo en común?
* por María Inés Casalá y Juan Carlos Pisano - La hojita de los niños, San Pablo, 5 de marzo de 2006
por María Inés Casalá
inescasala@gmail.com
El Rincón del Cuento
Septiembre 2011 – Diálogo 203
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