Proverbios 9,1-6; Efesios 5,15-20; San Juan 6,51-59.
"La Eucaristía es nuestro pan
cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es la fuerza de unión: nos
une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a
ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra, además en las lecturas
que oyen cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que ustedes canten.
Todo eso es necesario en nuestra peregrinación."
(San
Agustín, Serm. 57,7,7)
Oración
inicial:
“Espíritu Santo. Espíritu de Dios.
Abre mi corazón a tu Palabra, ayúdame a guiar mi vida con las enseñanzas de
Jesús. Llena mi corazón, mis pensamientos y mis manos, para que toda mi vida
siga el ejemplo de Jesús. Me pongo en tus manos, Espíritu de Dios, para vivir a
la luz del Verbo Divino”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Proverbios 9,1-6;
Efesios 5,15-20; San Juan 6,51-59.
Claves de lectura:
Continuación
del discurso en el que Jesús promete la Eucaristía. Esta vez la imagen
anticipada, no es, como el domingo pasado, el profeta, sino la Sabiduría.
1. «Vengan
a comer mi pan». (1° Lectura)
La
Sabiduría de Dios, en la primera lectura, ha preparado el banquete divino para
los hombres; ha dispuesto todo, ha enviado a sus criados para invitar al
banquete a los comensales. Como es la Sabiduría divina la que invita, la
invitación no es para los que ya son sabios, sino para los «inexpertos», los
simples, los «faltos de juicio», los ignorantes. Los manjares que la Sabiduría
ofrece curan la «necedad» o la credulidad y llevan por «el camino de la
prudencia». La dificultad de esta invitación es que se dirige a los que no son
sabios y deben dejarse conducir a la Sabiduría. Y si no son sabios es o bien
porque se tienen ya por tales (por ejemplo: los fariseos y los letrados) o bien
porque no pueden comprender la invitación de la Sabiduría, porque la consideran
absurda.
2. (Evangelio)
La
Sabiduría encarnada de Dios invita en el evangelio a su banquete, un banquete
que de nuevo sólo es comprensible desde dentro de la misma Sabiduría divina.
Por eso los que no son sabios, aunque se tengan por tales, discuten entre sí:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Dentro del mundo de la ignorancia
esta objeción es sumamente comprensible. Que un hombre como los demás pretenda
ofrecerse como alimento es el colmo de la insensatez. Pero la Sabiduría de Dios
encarnada en Jesús no responde a la objeción, sino que refuerza, por el
contrario, lo absolutamente necesario de su oferta: «Si no comen la carne del
Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes». Los necios a
los ojos de Dios son incluso superados por la locura de Dios: se les obliga a
algo que les parece totalmente absurdo. No se les ofrece sólo una ventaja
terrenal, sino la salvación eterna: el que se niega a participar en este
banquete no resucitará a la vida eterna en el último día. Para poder encontrar
una explicación a esto hay que remontarse al misterio último e impenetrable de
Dios: al igual que el Hijo vive únicamente por el Padre, «del mismo modo, el
que me come, vivirá por mí». Los que se creen sabios son colocados ante el
misterio para ellos incomprensible de la Trinidad, para hacerles comprender que
no pueden alcanzar la vida definitiva más que en virtud de este misterio. El
amor de Dios nunca ha hablado más duramente que aquí a los hombres miopes que
creen tener buena vista. No se avanza con ellos paso a paso, sino que se los
coloca desde el principio ante el Absoluto.
3. «No
sean insensatos». (2° Lectura)
En la
segunda lectura Pablo nos exhorta a «no ser insensatos, sino sensatos». La
sensatez de la que Pablo habla aquí no es la mera inteligencia, seca y
calculadora, sino que incluye el júbilo del corazón, que, en alta voz o en
silencio, recita ante Dios los cánticos que inspira el Espíritu Santo. Esto no
es más que la respuesta al júbilo del corazón de Jesús, que alaba al Padre
porque él, el Hijo, puede entregarse por los hombres. Es un júbilo de alegría
sobrenatural, algo totalmente opuesto a la embriaguez natural. El júbilo
cristiano puede expresarse en cualquier situación vital, hasta en lo más
profundo de las tinieblas de la cruz.
(Aporte
de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 186 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 186 s.)
MEDITACIÓN.
Cordero
pascual y maná, eran dos grandes recuerdos de la historia de Israel. La carne
del cordero evocaba la noche gloriosa en que un Pueblo se aprestaba, en talante
peregrino -la cintura ceñida, sandalias en los pies, un bastón en la mano-, a
emprender la difícil marcha de la liberación. La sangre del cordero, tiñendo
los dinteles de las puertas, había sido el signo que los libró de la muerte en
la noche del exterminio. Y cuando en el desierto conocieron el hambre de los
peregrinos, el maná fue la providencia de Dios que los mantuvo fuertes en su
caminar.
¿Pretendía
acaso el profeta de Nazaret colocarse por encima de Moisés y del Éxodo? ¿Qué
metáfora era esa del "pan que da vida al mundo?" Y ahora todavía
materializaba más la imagen: "El pan que yo os daré es mi carne, para la
vida del mundo". ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? ¿No son
palabras de loco? Pudieron los judíos posiblemente creer que todo era un
lenguaje metafórico: lo que pretende es llamar la atención de hasta qué punto
su doctrina es importante. Pero las palabras de Jesús eran cada vez más crudas
y realistas, y sus afirmaciones más tajantes: "Si no coméis la carne del
Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros... Mi carne
es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida".
Pudieron
los judíos creer que hablaba en metáfora, aunque lo realista de las expresiones
les desconcertaba y escandalizaba. Pero la Comunidad en cuyo seno se originó el
Evangelio de Juan, proclamaba y escuchaba estas palabras desde una experiencia
vital: toda la Asamblea se hacía -se hace- testigo de cómo esta Palabra se
cumplía en medio de ellos. Acorralados por la persecución, eran el Nuevo Pueblo
al que Dios había elegido para ponerlo en camino hacia la Salvación.
Ayer
era Egipto quien se oponía a la liberación; ahora eran el Imperio Romano, el
ambiente pagano hostil, la misma familia, su propia debilidad, sus pasiones,
sus pecados incluso. Aquí se entiende el nuevo maná con el que Dios responde,
manifestando su gloria, a un pueblo que, perplejo por tanta dificultad, no
puede menos de interrogarse a veces: "¿Está o no está Dios en medio de
nosotros?" Aquí la celebración festiva de ese maná que restaura las
fuerzas de quienes, de otra manera, quedarían tirados en el camino, porque
"la marcha es dura, recio el sol, lento el caminar". Y el echar mano
de los salmos para cantar ese maná: "trigo y pan del cielo",
"pan de los fuertes", "pan de los ángeles que habitan en el
cielo".
Es la
Comunidad que celebra la presencia del "Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo". Su carne es alimento que fortalece, y su sangre bebida
que purifica. Alimento para caminantes cuya vida es una permanente carrera de
obstáculos externos e íntimos; purificación de unos hombres que experimentan a
diario la debilidad de la carne. Cuerpo y sangre de Cristo Resucitado, de cuya
vida nos es permitido participar. Quien lo coma y beba, vivirá por él en el
tiempo y en la eternidad. No como los padres que salieron de Egipto, a los que
solamente sirvió en su travesía del desierto: lo comieron y luego murieron. El
que coma de este pan, vivirá para siempre. Nueva definición del Dios Eterno,
Infinito e Inefable. No se le pudo ocurrir a filósofo alguno, y amenaza con
escandalizar al hombre religioso. Pero al hombre secular, cansado de maestros,
leyes y doctrinarios, lleno de hambre insaciable de vivir y de dificultades
para conseguirlo, le cae -nunca mejor dicho- "como maná llovido del
cielo" esta Palabra de Dios encarnada en Jesús: -Dime, Señor: ¿quién eres?
-Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá
para siempre. "La sabiduría ha preparado el banquete... Vengan a comer mi
pan y a beber el vino..."
(Aporte
de MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI,
ESCRUTAD
LAS ESCRITURAS, REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B,
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 144)
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 144)
Para la
reflexión personal y grupal:
¿Cómo entendemos hoy la comunión
eucarística?
¿Relacionamos esta comunión con otras
dimensiones de la vida?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
EN TORNO A UNA MESA
El que
come mi carne...
Los
sacramentos han ido adquiriendo a lo largo de los siglos un carácter cada vez
más ritualizado hasta el punto de que, a veces, llegamos a olvidar el gesto
humano que está en sus raíces y de donde arranca su fuerza significadora. Los
cristianos llamamos a la Eucaristía «la cena del Señor», hablamos de «la mesa del
altar», los manteles... pero, ¿en qué queda ese gesto humano básico del «comer
juntos» en la experiencia ordinaria de nuestras misas? La Eucaristía hunde sus
raíces en una de las experiencias más primarias y fundamentales del hombre que
es «el comer». El hombre necesita alimentarse para poder subsistir. No nos
bastamos a nosotros mismos. La vida nos llega desde el exterior, desde el
cosmos.
Esta
experiencia de indigencia profunda y dependencia radical nos invita a alimentar
nuestra existencia en el Dios creador. Ese Dios amigo de la vida, que se nos
revela en Cristo resucitado como salvador definitivo de la muerte. Pero el
hombre no come sólo para nutrir su organismo con nuevas energías. El hombre
está hecho para «comer-con-otros». Comer significa para el hombre sentarse a la
mesa con otros, compartir, fraternizar. La comida de los seres humanos es
comensalidad, encuentro, fraternización. Pero, además, la comida humana, cuando
es banquete, encierra una dimensión honda de fiesta y ocupa un lugar central en
los momentos festivos más importantes. ¿Cómo celebrar un nacimiento, un
matrimonio, un encuentro, una reconciliación, si no es en torno a una mesa?
En su
estudio «De la misa a la eucaristía», X. Basurko uno de los teólogos más
lúcidos de nuestra tierra, se pregunta si no han perdido nuestras eucaristías
esa triple dimensión de alimento, fraternidad y fiesta que, sin embargo, tienen
arraigo tan hondo en nuestro pueblo. Una celebración digna de la Eucaristía nos
obliga a preguntarnos dónde estamos alimentando en realidad nuestra existencia,
cómo estamos compartiendo nuestra vida con los demás hombres y mujeres de la
tierra, cómo vamos nutriendo nuestra esperanza y nuestro anhelo de la fiesta
final.
Cuando
uno vive alimentando su hambre de felicidad de todo menos de Dios, cuando uno
disfruta egoístamente distanciado de los que viven en la indigencia, cuando uno
arrastra su vida sin alimentar el deseo de una fiesta final para todos los
hombres, no puede celebrar dignamente la Eucaristía ni puede entender las palabras
de Jesús: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna».
(Aporte
de JOSÉ ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 219 s)
Oración
final:
“Padre todopoderoso, que
en Jesús, tu Hijo Amado, nos has dado la luz maravillosa de salvación; ayúdanos
a vivir el misterio eucarístico en el compromiso diario por la vida, la
justicia, la verdad y la paz.” Amén.
Hno.
Javier.
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