1 abr 2018

Homilía del Papa: “En esta Pascua, ¿y yo qué?”

Tras haber celebrado anoche en la Basílica Vaticana la Vigilia Pascual de la Noche Santa, esta mañana a las 10.00 el Papa Francisco presidió en la Plaza de San Pedro la Santa Misa del día de Pascua de Resurrección ante la presencia de miles de fieles y peregrinos llegados de numerosos países para vivir en la Ciudad Eterna la fiesta más grande de la cristiandad, junto a trescientos sacerdotes, ciento cincuenta obispos y veinticinco cardenales

María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Tras la noche “del silencio ante la muerte del Señor”, de la oscuridad envuelta por el frío que la acompaña, un silencio en el que cada uno de nosotros “puede reconocerse, y que cala profundamente en las grietas del corazón del discípulo que ante la cruz permanece sin palabras” – tal como dijo el Papa Bergoglio anoche en su homilía de la Vigilia Pascual – llegamos hoy a la mañana de la Pascua en que contemplamos a Jesús vivo, cual núcleo del mensaje cristiano.
En su homilía  de esta mañana el Papa destacó la sorpresa de las mujeres que querían ungir el cuerpo del Señor. Porque nuestro Dios  – dijo – es el Dios de las sorpresas “y siempre hay una sorpresa detrás de la otra”.

El anuncio hecho sorpresa

 

“Y la sorpresa – añadió – es lo que nos conmueve el corazón”. La sorpresa es “un golpe bajo”, para decirlo con el lenguaje de los jóvenes. El primer anuncio: sorpresa. El segundo: la prisa, las mujeres corren. Las sorpresas de Dios nos ponen en camino inmediatamente, sin esperar.
Y así corren. Para ver. Y Pedro y Juan, corren.
Los pastores, en la noche de Navidad – recordó Francisco – corren para ver lo que habían anunciado los ángeles. Y la samaritana, corre. Esa gente corre, deja lo que está haciendo. También el ama de casa deja las patatas en la olla, y aunque las encuentre quemadas, corre para ver.

El Señor también tiene paciencia con quienes no van tan de prisa

 

“También hoy sucede en nuestros pueblos, en nuestros barrios – agregó el Obispo de Roma en su homilía pronunciada de modo espontáneo – que se corre para ir a ver. Así se dan las sorpresas, siempre, de prisa”. A la vez que destacó que en el Evangelio hay uno “que no quiere arriesgarse” y “se toma un poco de tiempo”: Tomás. A quien el Señor espera con amor. Es el que decía ‘creeré cuando vea’. Pero “el Señor también tiene paciencia con quienes no van tan de prisa”.
El anuncio: sorpresa. La respuesta: de prisa. Y el tercer punto – dijo el Pontífice –  es una pregunta: “¿Y yo qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Soy capaz de ir de prisa, o siempre con esa cantilena, veré mañana, mañana?... Para decir, igual, mañana… ¿Qué me dice a mí la sorpresa?”
Juan y Pedro fueron corriendo hacia el sepulcro, recordó el Papa. De Juan el Evangelio nos dice que creyó y también Pedro creyó. Su fe “era una fe un poco mezclada con el remordimiento por haber negado al Señor”...
“El anuncio hecho sorpresa – terminó diciendo Francisco en su homilía –.  ¿Y yo hoy en esta Pascua de 2018 qué?”.

Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual 31/03/2018 -


Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).
Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.
Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).
Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.
Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos. Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.
La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?
¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.