Durante el tiempo de Pascua hemos notado que la palabra “Aleluya” se hace más presente que en otros tiempos litúrgicos, y esto tiene un sentido muy importante. La repetimos de diversas formas, pero en realidad sabemos ¿Cuál es su significado? ¿Sabes qué queremos decir cada vez que la proclamamos?
La palabra aleluya significa “alabado sea Dios” o “salve al que es”. Está compuesta por el verbo hebreo “allelu” que significa alabar y del nombre propio de Dios, “el que es” (ia). Decir aleluya es expresar un sentimiento de alegría, alabanza y bendición a Dios. El tiempo de la Pascua es sinónimo de exaltación y jubilo pues Cristo nos ha abierto las puertas de la eternidad para compartirla junto con él. Por lo tanto, decir aleluya es expresar nuestras alabanzas a Dios. También que el aleluya lo digamos en Pascua tiene este mismo significado de alabanza al Señor por todas las maravillas que ha obrado en nosotros a través de su Resurrección.
Esta expresión la podemos encontrar en el Antiguo y Nuevo Testamento; por ejemplo, en el Libro de Tobías:
Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedra de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán: ¡Aleluya! ¡Bendito sea el Dios de Israel! Y los benditos bendecirán el Santo Nombre por todos los siglos de los siglos (Tb 13, 17).
Otro lugar de la Escritura donde lo podemos ver en el Libro del Apocalipsis, donde vemos, una vez más, que decir aleluya es manifestar la alegría y el regocijo al Señor:
Y oí el ruido de muchedumbre inmensa, como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: ¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado (Ap 19, 6-7).
Los primeros cristianos incorporaron en sus textos literalmente la palabra Aleluya. De manera muy significativa durante el tiempo de la Pascua tomaba un significado mayor por ser un himno de alabanza a Dios por la gloriosa Resurrección de Cristo, su Hijo. De igual forma, para nosotros como cristianos, este tiempo debe ser de alegría, debemos vivir un aleluya permanente. Como dice San Agustín: “El cristiano debe ser un Aleluya de pies a cabeza”.
Pero ahora yo me pregunto: ¿Cuántos de esos cristianos que cada domingo cantan el aleluya, verdaderamente viven una vida interior de alegría y felicidad? ¿Esa alegría es permanente o sólo es momentánea? ¿Tenemos rostro de resucitados? Este tiempo de la Pascua no debe ser vivido sin sentido y pasado por alto. Pues la Resurrección es la puerta a la esperanza, es la respuesta a todas las incertidumbres, es salir de la tristeza, del dolor y el desaliento. Es convertir los problemas en soluciones, porque Cristo es: “el Camino, la Verdad y la Vida”.
Dice el Salmo 148: “¡Aleluya! Alaben al Señor desde los cielos, alábenlo en las alturas, alábenlo todos sus ángeles, alábenlo todos sus ejércitos. Alábenlo el sol y la luna, alábenlo todos los astros de luz; alábenlo cielos de los cielos y las aguas por encima de los cielos” (Sal 148, 1-4).
San Agustín lo resume así:
Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. “Alabad al Señor”, nos decimos unos a otros; y así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurado alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no solo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones (Comentario sobre el Salmo 148, 1-2).
Fuente: P. José Luis González Santoscoy
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