15 ago 2019

20° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.



Domingo 18 de agosto de 2019.
Jeremías 38,3-6.8-10; Hebreos 12,1-4; San Lucas 12,49-53.

Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias. Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que tu Palabra llegue a nuestra vida y se haga vida en nosotros. Amén

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Jeremías 38,3-6.8-10; Hebreos 12,1-4; San Lucas 12,49-53.

Claves de lectura:

1. «No paz, sino división». (Evangelio)
El fuego que según el evangelio Jesús ha venido a prender en el mundo, es el fuego del amor divino que debe alcanzar a los hombres. A partir de la cruz, su terrible bautismo, comenzará a arder. Pero no todos se dejaran inflamar por la exigencia absoluta e incondicional de este fuego, de manera que aquel amor, que querría y podría conducir a los hombres a la unidad, los divide a causa de su resistencia. Más clara e inexorablemente que antes de Cristo, la humanidad entera se dividirá en dos reinos, bloques o Estados, lo que Agustín designa como la «ciudad de Dios», dominada por el amor, y la «ciudad de este mundo», dominada por la concupiscencia. Jesús muestra que la división rompe los vínculos familiares más íntimos y, según la descripción de Pablo, a menudo atraviesa incluso los corazones de los hombres, donde la carne lucha contra el espíritu (Ga 5,17), y el «hombre desgraciado» «no hace lo que quiere, sino lo que (en el fondo) detesta» (Rm 7,15). Pero esto no es para Jesús ni para Pablo una trágica fatalidad, sino una lucha que ha de mantenerse hasta la victoria final: porque el amor y el odio no son dos principios igualmente eternos (como pensaban los maniqueos), sino porque nosotros podemos «vencer al mal a fuerza de bien» (Rm 12,21), para lo cual se nos da la fuerza de la gracia de Dios.

2. «Jeremías se hundió en el lodo». (1°Lectura)
La lucha es dura, porque el «reino de este mundo» está lleno de crueldad. La guerra, la tortura y las múltiples formas de crueldad han reinado en el mundo desde siempre, y parece como si hubieran aumentado más aún a raíz de la aparición de Cristo, el «príncipe de la paz». Jesús divide y agrava las oposiciones. Lo que le sucede a Jeremías en la primera lectura no es más que un ejemplo de las innumerables atrocidades que se cometen en el mundo, a veces también en nombre de la religión. El profeta es sometido a semejante tortura, que según las intenciones de sus autores debería haberlo matado, a causa de la palabra de Dios que se oponía al ciego deseo de guerra de Israel. Los hombres piadosos piden a Dios en los salmos con bastante frecuencia que los libre del lodo en el que se encuentran hundidos (Sal 40,3; 69,15) y Job se compara a sí mismo con este lodo (10,9; 13,12 etc.). Pablo dice que ha sido relegado al último lugar y considerado como «la basura del mundo» (1 Co 4,9.13).

3. «Sin miedo a la ignominia». (2°Lectura)
En esta «pelea» de la que habla también la segunda lectura, y de la que el cristiano siente la tentación de retirarse, sólo importa una cosa: tener «fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe», recordando «al que soportó la oposición de los pecadores». Innumerables hombres, «una nube ingente de espectadores», de testigos de la fe, han hecho esto antes que nosotros y han sido puestos a prueba, a menudo más duramente, llegando incluso a derramar su «sangre». Jesús ha tomado sobre sí abundantemente la ignominia del mundo, todo su viacrucis estuvo acompañado del escarnio y del desprecio. Fue precisamente a través de este fango de la ignominia como él llegó a sentarse «a la derecha del Padre». El que contempla este ejemplo se avergonzará de permanecer tan lejos de él en lo que a la ignominia se refiere.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 277 s.)

MEDITACIÓN.

Las lecturas de hoy son un poco desconcertantes y nos invitan a una vida cristiana hecha de energía y de decisiones dinámicas. Va bien que, de cuando en cuando, la celebración eucarística actúe como de despertador espiritual.

SUPERAR EL CANSANCIO DEL CAMINO Y DE LA CARRERA.
La primera lectura nos presenta la figura de Jeremías, un profeta al que no le resultó fácil cumplir su misión. Él hubiera preferido quedarse en su pueblo y llevar una vida tranquila y, en todo caso, anunciar cosas agradables. Pero tuvo que decir palabras duras y aconsejar decisiones que no eran del agrado de las autoridades. Por eso intentaron eliminarle, hacerle callar para siempre, dejándole hundido en el fango del pozo. Pero Jeremías fue valiente hasta el final y siguió proclamando la verdad, aunque eso le trajera incomprensiones y persecuciones. Tuvo momentos en que estuvo tentado de dimitir, pero no lo hizo. También la carta a los Hebreos nos presenta la vida desde su lado dinámico y batallador. Como en una carrera, ante un estadio lleno de gente, nos contemplan miles de personas, nuestros antepasados en la fe y los contemporáneos. ¿Cómo corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el "testigo" de la fe en esta carrera de relevos que es la historia de la comunidad cristiana? No resulta fácil vivir como cristianos en este mundo. A veces nos asalta el miedo o el cansancio.
El autor de la carta propone la fuente de la fortaleza: "fijos los ojos en Jesús, pionero de la fe". Cuando los ciclistas del pelotón miran a su líder y le ven firme en su pedaleo, se animan a seguir. También a él, a Cristo, le resultó difícil terminar la carrera, pero nos dio el mejor ejemplo de fe en Dios y siguió hasta el final, hasta dar su vida por todos. A nosotros se nos invita a seguir el mismo camino: "corramos en la carrera que nos toca sin retirarnos... no os canséis, no perdáis el ánimo". En nuestra lucha contra el mal, no podemos dormirnos.

HE VENIDO A PRENDER FUEGO.
Todavía es más sorprendente lo que dice Jesús: que no ha venido a traer paz, sino división, que desea prender fuego a este mundo.
Claro que Jesús quiere la paz. Ha venido a reconciliar al hombre con Dios, a los hombres entre sí, a cada hombre dentro de sí mismo. Llama bienaventurados a los que trabajan por la paz. Pero se ve que hay dos clases de "paz", y hay una que él no quiere: la paz perezosa, la paz hecha de compromisos, la paz de los que se instalan en una vida cómoda y no se deciden a seguir un camino exigente. Para él, la fe está hecha de opciones arriesgadas. Cuando era pequeño y le llevaron al Templo, el anciano Simeón anunció que sería signo de contradicción. No se puede permanecer neutral ante lo que nos propone Jesús, ante la verdad o la mentira, ante el bien o el mal.
"He venido a prender fuego". No habla del fuego que devasta los bosques, sino del fuego de un amor decidido, de una entrega apasionada, como la de él, que ya intuía la cercanía de su muerte, pero continuaba su camino. Es el fuego de su Espíritu, que da a los suyos: en Pentecostés bajó sobre los discípulos como un fuego, y con ese fuego se lanzaron por todo el mundo a anunciar el evangelio. Como han hecho después, durante dos mil años, tantos cristianos, cuyo corazón ardía en el mismo amor de Cristo por la salvación de todos.

CRISTIANOS VALIENTES EN EL MUNDO DE HOY.
La fe en Cristo es exigente y hasta revolucionaria. El que se acerca a Cristo se quema. No podemos contentarnos con las cosas dulces y consoladoras que leemos en el evangelio, apartando las que nos enfrentan a opciones más conflictivas y costosas.
Vivir en cristiano, hoy, pide de nosotros una actitud dinámica y decidida. No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede "servir a dos señores". Nos resultará incómodo tener que luchar contra el mal y el pecado y adoptar un estilo de vida como el que nos enseña Cristo, que muchas veces va en contra de la visión humana de las cosas. No podemos seguir con medias tintas. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más exigente que las leyes civiles.
Si un atleta se toma la carrera con calma y tiene pereza en despojarse de lo que le estorba, no llegará a la meta y ciertamente no ganará medallas. Ser cristianos pide una opción personal constante y una postura enérgica ante la vida. No podemos ser neutrales. No podemos instalarnos en la comodidad.
La fe no nos exigirá siempre que seamos mártires ni héroes. Pero sí que seamos fuertes y valientes, coherentes con el evangelio de Cristo. Sería una falsa paz la que lográramos con un cristianismo "light", hecho a base de componendas. La paz de Cristo, la más profunda y la que da la verdadera alegría, está hecha de fuego y de lucha y de esfuerzo. Claro que es más "pacífico" que el Papa o los obispos o los cristianos digan sólo palabras de consuelo y halago: pero tienen que decir lo que ellos creen que es la verdad, y eso, muchas veces, suscita reacciones y división.
Las lecturas de hoy nos invitan a no desfallecer en el camino. A no desanimarnos. A seguir con fortaleza de ánimo viviendo en cristiano.

(Aporte de J. ALDAZÁBAL, MISA DOMINICAL 1998, 11, 13-14)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué lazos nos atan a determinados valores injustos?
¿Somos capaces de decidir evangélicamente, aunque sea costoso?

ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

PRENDER FUEGO.
Son bastantes los cristianos que, profundamente arraigados en una situación social cómoda, tienen la tendencia de considerar el cristianismo como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido. Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús dichos que invitan no al inmovilismo y conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo... ¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división».
No nos resulta fácil ver a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta impureza, mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a los hombres.
El creyente en Jesús no es un hombre fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual orden de cosas, sin trabajar animosamente, en un esfuerzo creador y solidario, por un mundo mejor.
Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a Jesús es un hombre que vive y actúa movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total de la humanidad.
El verdadero cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección ni relevo político, sino el establecimiento de un hombre y un orden nuevos.
El orden que, con frecuencia, defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado todavía dar de comer a todos los pobres, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera hemos logrado eliminar las guerras o destruir las armas nucleares. Necesitamos una revolución más profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las conciencias de los hombres y de los pueblos.
H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien se siente seguidor de Jesús, vive buscando ardientemente que el fuego encendido por Jesús arda cada vez más en este mundo.
Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación radical. «Sólo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E. Mounier).

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 337 s.)
Oración final:
“Dios Padre Nuestro, que en la muerte de Jesús nos has mostrado el destino conflictivo que el amor tiene en este mundo de pecado, y en su resurrección nos has evidenciado, de qué parte te sitúas en ese conflicto; animados por tu toma de posición, te rogamos nos concedas no avergonzarnos jamás de Jesús, y ponernos también nosotros como él, de tu parte, del lado de los pequeños y de todos los que claman justicia en la historia, con la esperanza inclaudicable de que triunfará siempre la resurrección”. Amén.


Hno. Javier.

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