Jn. 14, 23-29
Si nos hiciéramos la pregunta sobre qué
sana y qué enferma a los hombres de hoy, seguramente que responderíamos
haciendo alusión a algunas de las enfermedades de las que aún no se han hallado
antídoto. O tal vez aludiríamos al stress que se vive en la sociedad actual.
Pero en realidad aquello por lo que los
hombres podemos llegar a enfermarnos o a sanarnos, no tiene que ver con un
virus o una epidemia, sino con el amor. Es cierto. El amor pueda sanar o puede
enfermar…
El amor es la única pasión que tiene
esta doble dimensión. Sanar o enfermar.
Se preguntarán ¿es posible que el amor
enferme?, ¿es posible que el amor tenga esa capacidad de sanar y de enfermar?.
El amor es una fuerza que puede transformar a una persona, pero también tiene
una energía que puede enfermar ya sea por falta o por exceso.
El amor enferma cuando tiene dobles
intenciones. Cuando no es limpio o cuando no tiene en cuenta a la otra persona
como un ser único e irrepetible. Es común percibir como el amor de los padres
está mezclado con otros motivos. A veces aman a los hijos para compensar, a
través de este amor, la falta de amor, de protección, de atención que ellos no
experimentaron. De esta manera resulta que el amor no es desinteresado: tiene
segundas intenciones.
El amor enferma cuando pretende tener
sometida a la otra persona. Cuando busca ser la fuente que cubre todas las
necesidades de los otros. Este amor, disfrazado de generosidad, esconde bajo su
máscara un anhelo profundo de sentirse amado a través de hacerse “necesario”
para los demás.
El amor enferma cuando exige o reclama
más de lo que los demás pueden dar. Hay personas que sienten el deseo de que
ser amados incondicionalmente. Exigen demasiado a los demás, y lo único que
logran es un amor frágil y limitado. Pretenden que el amor del otro satisfaga
plenamente su necesidad y lo que generan es más rechazo y asilamiento.
Cuando una persona espera demasiado del
amor del otro, es signo de que posee una dificultad para amarse a sí misma. No
logra aceptarse ni soportarse a sí misma y por ello pretende hacerlo a partir
del amor del otro. Se “siente a sí misma” a partir del amor que el otro puede
dar. Amor que siempre será poco para la inmensa necesidad que experimenta de
sentirse amado.
Pero el amor también sana y transforma
a la persona.
¿Cuándo el amor sana y transforma al
ser humano?
El amor que sana es el amor que
sostiene: Es esa manifestación de cariño y de ternura, a partir del cual la
otra persona siente que no es enjuiciada. El amor es sano cuanto sostiene a la
otra persona mientras ensaya su libertad. Cuando alienta a intentarlo
nuevamente a pesar de las caídas o de los fracasos. El amor es sano si sostiene
al otro en su individualidad, cuando lo respeta y lo acepta.
El amor que sana es el amor que propone:
Es el amor que no busca tener siempre la razón, sino el amor que busca la
verdad. En ello nos damos cuenta de que un amor es genuino, en la búsqueda de
la verdad. Es el amor que no alardea de lo que sabe –“yo sabía que te iba a
pasar eso”- sino que busca que ambos puedan ver el horizonte desde perspectivas
distintas. El amor sano, no busca egoístamente tener la razón, sino que propone
la búsqueda de la verdad.
El amor que sana es el amor que se
ofrece: El amor que se ofrece es aquel que es generoso. Aquel que no tiene
segundas intenciones. El amor cuando se ofrece está dispuesto a recibir también
en su justa medida lo que la otra persona es capaz de dar. No busca satisfacer
su vanidad ni compensar su baja autoestima, sino que se goza y se alegra de lo
que el otro puede dar desde su libertad y desde su capacidad de amar.
En toda persona habita el deseo de amar
y de ser amada. El ser humano llega a serlo cuando experimenta amor y puede dar
amor… En esto radica el consejo que Jesús les da a sus discípulos. Consejo con
el cual pretende que todos los hombres podamos hacer frente a aquella fuerza
que puede sanarnos o enfermarnos. «Ámense los unos a los otros, como yo los he
amado». Y el amor con el que Él nos ha amado es un amor que se ofrece, que
sostiene al débil y que sobre todo busca la verdad.
P. Javier Rojas sj