Para Juan, el amor antes de ser un
mandamiento es una revelación del amor que une al Padre con el Hijo, y al Hijo
con nosotros y una invitación a la libertad del hombre a entrar en esa
comunión. También para Teresa el amor es una gracia. Una gracia el comprenderlo
y una gracia el vivirlo.
La gracia de comprender el amor
“Este año, -escribe Teresa-, Dios me ha concedido la
gracia de comprender lo que es la caridad [...] amándole comprendí que mi amor
no podía expresarse tan sólo en palabras” (Ms C 11v). Una gracia que Teresa ha
recibido de Dios como respuesta a su amor: el descubrimiento del amor es una
respuesta al amor. Profundizar su misterio no es otra cosa sino comprender las
palabras de Jesús en el evangelio: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
los unos a los otros. Que como yo os he amado así os améis también vosotros los
unos a los otros” (Jn 13,34). Teresa centra su atención en Cristo y se
pregunta: “¿Y cómo amó Jesús a sus discípulos y por qué los amó?” (Ms C 12r)
Y se le descubre allí mismo la dimensión de gratuidad del
amor de Jesús por los suyos. Son sus amigos simplemente porque son el objeto especial
de su amor, un amor que se extiende hasta el sacrificio mismo de la vida por
ellos: “No, -comenta acertadamente Teresa-, no eran sus cualidades naturales
las que podían atraerle”. Pero el descubrimiento del mandamiento del amor en
Santa Teresita alcanza toda su profundidad sólo cuando la compromete
vitalmente: “meditando estas palabras de Jesús comprendí lo imperfecto que era
mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios... pero, sobre
todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del
corazón” (Ms C 12r).
La gracia de vivir el amor
Aquí Teresa se acerca al corazón mismo de la doctrina de
Juan sobre el amor. ¿Es posible amar como Jesús? En la teología joánica, el
amor evangélico es un don divino. Amar como Cristo es hacerlo unido a él, como
el sarmiento a la vid. Teresa ha descubierto esta dimensión teologal del
mandamiento nuevo: “Yo sé, Señor que tú no me mandas nada imposible. Tú conoces
mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podré
amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras
también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso me diste un
mandamiento nuevo... ¿Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que
tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar!...” (Ms C 12v).
Teresa ha tocado el mismo centro de la revelación joánica
sobre el amor. La existencia cristiana, para el cuarto evangelio, no es más que
la prolongación de la comunión que une al Padre y al Hijo y que históricamente
se ha manifestado en el amor de Jesús a sus discípulos. Como la misma vida de
Jesús, también la vida del discípulo no es sólo don, gratuidad, intimidad de
amistad, sino también dinamismo que se expande y difunde hacia todos los hombres.
Es amor de expansión. Es lo que precisamente afirma Teresita hablando del amor:
“Sí, lo sé. Cuando soy caritativa, es únicamente Jesús que actúa en mí. Cuanto
más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas” (Ms C 12v).