LECTIO
DIVINA DEL 12º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A.
25 de
junio de 2017.
Jeremías 20, 10-13; Romanos 5,12-15; San
Mateo 10, 26-33.
“Ninguno
de ustedes piense en la muerte sino en la inmortalidad;
no en
el sufrimiento pasajero, sino en la gloria sin fin”
(San Cipriano)
Oración
inicial:
“Fortalece
nuestra fe de discípulos siempre atentos a tu voz de Buen Pastor. Envíanos como
tus alegres misioneros, para que nuestros pueblos, en ti adoren al Padre, por
el Espíritu Santo”
(De la oración de la Misión Continental
pedida por Aparecida)
LECTURA.
Leemos los siguientes textos: Jeremías 20, 10-13; Romanos
5,12-15; San Mateo 10, 26-33.
Claves
de lectura:
1. (Evangelio) “No tengan miedo”.
Tres
veces aparece en el evangelio de hoy el «No tengan miedo», y una vez se añade
aquello de lo que realmente hay que tener miedo. No hay que tener miedo de todo
lo que acontece en el espíritu de la misión de Jesús. En primer lugar los
apóstoles no han de tener miedo a pregonar abiertamente desde las «azoteas» lo
que el Señor les ha «dicho al oído», porque eso está destinado a ser conocido
por el mundo entero y nada ni nadie impedirá que se conozca. Naturalmente el
predicador se pone con ello en peligro; es como oveja en medio de lobos, tiene
que contar con el martirio a causa de su predicación. Pero tampoco en ese caso
debe tener miedo, pues sus enemigos no pueden matar su alma. En realidad sólo
habría que temer al que puede destruir con fuego alma y cuerpo; pero esto no
sucederá si el discípulo permanece fiel a su misión. Y en tercer lugar el
apóstol cristiano no debe tener miedo porque en las manos del Padre está mucho
más seguro de lo que él cree: el Padre, que se ocupa hasta de los animales más
pequeños y del cabello más insignificante, se preocupa infinitamente más de sus
hijos. Jesús habla aquí de «su Padre». Pero el contexto indica claramente que
el hombre está seguro en tanto en cuanto cumple su misión cristiana, aunque
externamente pueda parecer un tanto temerario.
2. (1ª Lectura) La amenaza.
Jeremías
expresa en la primera lectura la medida de la amenaza. Se delibera con
cuchicheos cómo se le podría denunciar. La peor venganza sería que el profeta
se dejará seducir por una palabra imprudente, y entonces se le podría detener.
Sus amigos más íntimos están entre sus adversarios, aunque en realidad hay
«pavor por todas partes». Esta situación puede llegar a ser también la del
cristiano, en cuyo caso éste tendrá que recordar el triple «No tengáis miedo»
de Jesús. El profeta sabe que está seguro en medio del terror: el Señor está
con él «como fuerte soldado»; «le ha encomendado su causa», y esto le basta
para estar seguro de que él, el «pobre», el indefenso, escapará de las manos de
los impíos. Su seguridad se expresa negativamente, con fórmulas típicamente
veterotestamentarias: sus enemigos «tropezarán», «no podrán con él», «se
avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno». Pero en la Nueva Alianza el
terror llega hasta la cruz; el canto de victoria, que Jeremías entona al final,
es ahora Pascua y la Ascensión.
3. (2ª Lectura) La confianza.
De
ahí saca Pablo, en la segunda lectura, su confianza inaudita. Por un lado no
sólo hay algunos enemigos personales, sino que está el mundo entero, sometido
todo él al pecado y con ello a la muerte lejos de Dios. Correlativamente, su
canto de victoria adquiere dimensiones cósmicas. Por la acción redentora de
Jesús, la gracia ha conseguido definitivamente la supremacía sobre el pecado y
sus consecuencias, y con ello también la esperanza ha conseguido su victoria
sobre el temor. También Pablo experimentará más de una vez el mismo sentimiento
de abandono que experimentó Jeremías (2 Co 1,8-9; 2 Tm 4,9-16). Pero, como el
profeta, añade: «El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas... Me librará de
toda acción malvada» (2 Tm 4,17-18). Y sabe aún más: que sus sufrimientos son
incorporados a los del Redentor y reciben en ellos una significación salvífica
para su comunidad.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 84 s.)
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 84 s.)
MEDITACIÓN.
En
Pentecostés, el primero de los frutos del Espíritu, fue la fortaleza: los
apóstoles, hombres atemorizados después de «lo que sucedió», osan salir a la
calle y proclamar la salvación. No obstante, la persecución se hará presente
enseguida. El Espíritu, según la promesa de Jesús, les dará palabras y coraje
ante los enemigos.
La
valentía es parte integrante del testimonio cristiano. El único temor que cabe
es el de perder a Dios, no el ser privado de la vida de este mundo. El don de
la gracia de Cristo es abundante y capacita para dar frutos de santidad.
Valentía.
Jeremías,
un profeta de espíritu muy delicado, conoció una época tan turbulenta que vivió
interiormente crucificado. El cuchicheo fue duro y las acechanzas constantes.
No obstante, pudo poner contrapeso a favor de la ecuanimidad interna. El Señor
estaba con él, se sentía acompañado de un poderoso guardaespaldas. El tropiezo
y el sonrojo son para los que pretenden destrozarle y relegarle. El vidente
encomienda la suerte de su vida a Dios; este Abogado es quien lleva su causa y
quien gana todos los pleitos.
Jesús
exhorta a sus apóstoles a no temer a los hombres. Deben ser pregoneros de su
evangelio en pleno día. El temor lo infunde ya la idea de pensar que uno puede
perder a Dios y, por tanto, llegar a la máxima frustración. El cristiano no
está moviéndose encima de una cuerda sin red debajo, sino que tiene la máxima
seguridad en sus movimientos. Porque Dios cuida íntimamente de él. Es Padre que
se ocupa de todo lo que precisan sus hijos. Si tiene un cuidado especial de los
gorriones, ¿cómo dejará sin atención a unos que han sido hechos por Él mismo a
su imagen y semejanza? Cristo será nuestro valedor a la hora del juicio si
ahora sabemos serlo de Él.
Examine
cada uno sus temores en relación con el testimonio cristiano. Considere qué le
mueve en su obrar ¿la prudencia de la carne o la prudencia de quien ha
edificado sobre la roca? ¿Importa más el quedar bien que la afirmación del
Evangelio? ¿Cede incluso uno a criterios de mayorías intraeclesiales
simplemente para demostrar que se es abierto según los criterios en boga?
¿Penetra mucho la mundanidad en la motivación de mi actuar?
Desproporción.
El
cristianismo quiere afirmar, por encima de todo, la gracia de Cristo. Como
revelación histórica no puede prescindir del hecho del pecado arraigado en el
hombre desde el inicio de su existencia. Pero está claro que lo que de verdad
pesa es la gracia de Cristo. Nunca, nunca, el pecado será más fuerte que el don
salvador de Jesús. Por Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordan
sobre todos. Los fieles debemos dar gracias por ello y tener un sentido
realista de una historia en la que el bien, en Cristo, es contraste suficiente
para equilibrar la marcha del mundo y para que los hombres puedan descubrir el
valor de la opción por el bien evangélico. Esta gracia de Cristo es la valentía
de todo cristiano.
Una plegaria.
Decirle
a Dios que uno confía plenamente en EI - Pedir perdón por todos los miedos y
cobardías en lo tocante a la fe - Suplicar el don de una infinita confianza en
la providencia divina - Pedir la valentía para un testimonio abierto y gozoso
de Cristo.
(Aporte de J. GUITERAS, ORACIÓN DE LAS HORAS, 1993/05.Pág. 235 s.)
¡No tengan miedo!
¡Este domingo el tema dominante del Evangelio es que
Cristo nos libera del miedo! Como las enfermedades, los miedos pueden ser
agudos o crónicos. Los miedos agudos son determinados por una situación de
peligro extraordinario. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o
empiezo a notar que la tierra se mueve bajo mis pies por un terremoto, se trata
de temores agudos. Como surgen de improviso y sin preaviso, así desaparecen con
el cese del peligro, dejando si acaso sólo un mal recuerdo. No dependen de
nosotros y son naturales. Más peligrosos son los miedos crónicos, los que viven
con nosotros, que llevamos desde el nacimiento o de la infancia, que se
convierten en parte de nuestro ser y a los cuales acabamos a veces hasta
encariñándonos.
El miedo no es un mal en sí mismo. Frecuentemente es
la ocasión para revelar un valor y una fuerza insospechados. Sólo quien conoce
el temor sabe qué es el valor. Se transforma verdaderamente en un mal que
consume y no deja vivir cuando, en vez de estímulo para reaccionar y resorte
para la acción, pasa a ser excusa para la inacción, algo que paraliza. Cuando
se transforma en ansia: Jesús dio un nombre a las ansias más comunes del
hombre: «¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?»
(Mt 6,31). El ansia se ha convertido en la enfermedad del siglo y es una de las
causas principales de la multiplicación de los infartos.
Vivimos en el ansia, ¡y así es como no vivimos! La
ansiedad es el miedo irracional de un objeto desconocido. Temer siempre, de
todo, esperarse sistemáticamente lo peor y vivir siempre en una palpitación. Si
el peligro no existe, el ansia lo inventa; si existe lo agiganta. La persona
ansiosa sufre siempre los males dos veces: primero en la previsión y después en
la realidad. Lo que Jesús en el Evangelio condena no es tanto el simple temor o
la justa solicitud por el mañana, sino precisamente este ansia y esta
inquietud. «No se preocupen», dice, «del mañana. Cada día tiene bastante con su
propio mal».
Pero dejemos de describir nuestros miedos de
distinto tipo e intentemos en cambio ver cuál es el remedio que el Evangelio
nos ofrece para vencer nuestros temores. El remedio se resume en una palabra:
confianza en Dios, creer en la providencia y en el amor del Padre celeste. La
verdadera raíz de todos los temores es el de encontrarse solo. Ese continuo
miedo del niño a ser abandonado. Y Jesús nos asegura justamente esto: que no
seremos abandonados. «Si mi madre y mi padre me abandonan, el Señor me
acogerá», dice un Salmo (27,10). Aunque todos nos abandonaran, él no. Su amor
es más fuerte que todo.
No podemos sin embargo dejar el tema del miedo en
este punto. Resultaría poco próximo a la realidad. Jesús quiere liberarnos de
los temores y nos libera siempre. Pero Él no tiene un solo modo para hacerlo;
tiene dos: o nos quita el miedo del corazón o nos ayuda a vivirlo de manera
nueva, más libremente, haciendo de ello una ocasión de gracia para nosotros y
para los demás. Él mismo quiso hacer esa experiencia. En el Huerto de los
Olivos está escrito que «comenzó a experimentar tristeza y angustia». El texto
original sugiere hasta la idea de un terror solitario, como de quien se siente
aislado del consorcio humano, en una soledad inmensa. Y la quiso experimentar
precisamente para redimir también este aspecto de la condición humana. Desde
aquel día, vivido en unión con Él, el miedo, especialmente el de la muerte,
tienen el poder de levantarnos en vez de deprimirnos, de hacernos más atentos a
los demás, más comprensivos; en una palabra, más humanos.
(Comentario del P. Rainiero Cantalamessa
ofm cap,
a las lecturas del 12ª domingo del
tiempo ordinario ciclo A; Revista Familia Cristiana)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Cómo reacciono cuando tengo conflictos?
¿Qué hay en mí que no me permite confesar abiertamente mi fe en Jesús?
¿Cómo se manifiestan mis miedos? ¿Ante quién, por qué motivo? 6.3. En
el pasaje de hoy: ¿En qué puntos concretos el Señor me pide ser profeta hoy?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
NUESTROS MIEDOS.
Cuando
nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente
queda nuestra vida a merced de diferentes miedos.
Muchas
veces, el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar, nos
detiene al tomar nuestras decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra
posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras
veces, nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos aterroriza la posibilidad
de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que
enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con
frecuencia, vivimos preocupados sólo de quedar bien. Nos da miedo hacer el
ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra
fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No
queremos ser clasificados.
A
veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No
tenemos seguridad en nada. No confiamos quizás en nadie. Nos da miedo
enfrentarnos al mañana.
Siempre
ha sido una tentación para los creyentes buscar en la religión un refugio
seguro que los libere de sus miedos, incertidumbres y temores. Pero sería una
equivocación ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes
y asustadizos.
La
fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir
su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los
conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento.
Al
contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con
más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la
que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y
libertad a los que son injustamente maltratados en esta sociedad.
La
fe no crea hombres cobardes sino personas más resueltas y audaces. No encierra
a los creyentes en sí mismos sino que los abre más a la vida problemática y
conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad sino que
los anima para el compromiso.
Cuando
un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: "No
tengas miedo", no se siente invitado a eludir sus compromisos sino
penetrado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 85 s.)
NAVARRA 1985.Pág. 85 s.)
Oración final:
“¡Hazme
testigo de tu Evangelio, Señor! Dame ánimo para no negar que te conozco cuando
se burlen de ti hablando como de un mito y de tus seguidores como de gente
alienada. Dame fuerza para no acobardarme cuando me percato de que ser
coherente con tu enseñanza puede significar pérdidas y obstáculos en la
sociedad. Dame la alegría de saber que estoy contigo cuando dejo a los amigos
que consideran una pérdida de tiempo la oración y la eucaristía. Dame el valor
de superar los respetos humanos y no avergonzarme del Evangelio cuando ser fiel
comporta sentirme “diferente” de la gente que crea opinión y costumbre. ¡Hazme
testigo de tu amor Señor!”. Amén.
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