14 feb 2018

LECTIO DIVINA DEL 1° DOMINGO DE CUARESMA CICLO B.

Domingo 18 de febrero de 2018. 

Génesis 9,8-15; 1° Pedro 3,18-22; San Marcos 1,12-15.

Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para atender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros”. Amén


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Génesis 9,8-15; 1° Pedro 3,18-22; San Marcos 1,12-15.

Claves de lectura:

1. "Crean la Buena Noticia". (Evangelio)
El Evangelio, la Buena Noticia que Jesús empieza a proclamar y que es un mensaje para el mundo entero, para éste y para el del más allá, comienza con su ayuno de cuarenta días. Jesús no inicia su Cuaresma por propia iniciativa, como mero ejercicio ascético, sino que es empujado al desierto por el Espíritu de Dios. Como tampoco soportará el sufrimiento de la cruz (al final de la Cuaresma eclesial) por ascetismo, sino por pura obediencia al Padre. La inmensa e ilimitada fecundidad de la obra de Cristo supone tanto al principio como al final una tremenda renuncia. Durante más de un mes vive sin probar bocado, se alimenta únicamente de la palabra y de la voluntad del Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4,34). Siguiendo el ejemplo de Jesús, todos los santos cuya predicación haya de ser fecunda tendrán que desprenderse de todo lo propio para anunciar eficazmente la proximidad del reino de Dios. El Señor vive su tiempo de ayuno entre las alimañas y los ángeles, que «le servían», entre el peligro corporal y la protección sobrenatural. Vive entre los dos extremos de la creación entera. Al desprenderse de todo lo que llena la vida cotidiana de los hombres, Jesús toma conciencia de las auténticas dimensiones del cosmos que, como Redentor del mundo, debe rescatar para Dios. Después de esta preparación lejos del mundo -renuncia a todo, incluso a lo más necesario para vivir-, puede presentarse abiertamente ante los hombres y proclamar: «Se ha cumplido el plazo».

2. «Esta es la señal del pacto». (1° Lectura)
Las dos lecturas muestran las dimensiones del mundo que hay que redimir. La primera describe la alianza primigenia y fundamental de Dios con Noé. Se trata de la promesa de una reconciliación definitiva de Dios con el mundo. Los nubarrones amenazadores del castigo inmisericorde han desaparecido definitivamente del cielo, son un pasado que nunca volverá. Tras la tormenta de la cólera ha salido el sol y se ha formado el arco iris, que se eleva desde la tierra hasta el cielo y recuerda a Dios su pacto con «todos los animales, con todos los vivientes». Este pacto no ha sido abolido ni ha quedado disminuido por la alianza con Israel y por la posterior Nueva Alianza de Cristo.

3. "Fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados". (2°Lectura)
La segunda lectura da una respuesta, aunque ciertamente misteriosa, a la cuestión de la suerte de los difuntos precristianos. Jesús «murió por los culpables», para conducirlos a Dios. Por eso él, corporalmente muerto, pero vivo espiritualmente, descendió a los infiernos para proclamar su mensaje de salvación a «los espíritus encarcelados». Pues antes de su muerte y de su descenso a los infiernos, nadie podía llegar a Dios (Hb 11,4O). Antes de la resurrección de Jesús, tampoco había bautismo que pudiera preservarnos del “sheol” (lugar de los muertos) veterotestamentario, de esa «cárcel» de los muertos que era una parte del mundo todavía no plenamente redimido. Pero para llegar al mundo de los muertos, Jesús tenía que someterse también él a la muerte, de la que haremos memoria al final de la Cuaresma y en virtud de la cual Cristo puede realizar la promesa contenida en la alianza pactada con Noé de someter al mundo entero, incluido «el último enemigo, la muerte» (1 Co 15,26), para poner al universo entero «bajo los pies del Padre».
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 141 s.)

MEDITACIÓN.

No es raro escuchar, cuando se habla de Jesús, de su entrega y de su fidelidad a la misión que el Padre le encomendó que "es que él era el Hijo de Dios". Es comprensible que busquemos alguna justificación al experimentar nuestras limitaciones. Pero lo cierto es que Jesús no jugó con ventaja: tampoco a él le resultó fácil.

EL COMPROMISO DEL BAUTISMO
En el comentario correspondiente a la fiesta del Bautismo del Señor, que se celebra unas cuantas semanas antes de este primer domingo de Cuaresma, decimos que, al recibir el bautismo, Jesús se comprometió a dar su vida por la felicidad de los hombres. Ese comentario termina con esta pregunta: "Recibir el bautismo cristiano es asumir el compromiso de seguir los pasos de Jesús. ¿Se parece mucho nuestro compromiso bautismal, nuestro compromiso cristiano, al compromiso de Jesús?" Quizá alguno se sienta inclinado a responder como decíamos anteriormente: "Pero es que Jesús era el Hijo de Dios".
Marcos, el evangelista, parece que tiene en su mente esta objeción y nos la responde antes de empezar a contarnos de qué modo Jesús llevó a cabo su misión con toda fidelidad: Jesús venció las mismas dificultades que debe superar cualquiera de sus seguidores. Es cierto que, para ello, contó con la fuerza del Espíritu de Dios y gozó de la ayuda de los ángeles; pero esto no es un privilegio, pues, como se verá a lo largo de todo el evangelio, todos los que se decidan a vivir como él vivió y asuman el compromiso de gastar la vida por la felicidad de los hombres podrán contar con tal fuerza y con la misma ayuda.

LAS TENTACIONES
Marcos no nos cuenta una por una las tentaciones que sufre Jesús, como hacen Mateo y Lucas, indicándonos así que no se trata de hechos aislados que sucedieron una vez y que no se volvieron a repetir más. Este relato, colocado al comienzo del evangelio, nos presenta el marco general en el que se habría de desarrollar toda la actividad pública de Jesús, las circunstancias que van a acompañar permanentemente la realización de su misión mesiánica: "Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás..." Su actividad será un proceso de liberación (cuarenta días en el desierto, como los cuarenta años del pueblo de Israel) que llevará a un nuevo modo de vivir en libertad (a una nueva tierra prometida).
Pero durante ese tiempo tendrá que luchar contra la tentación del poder simbolizado en Satanás. La tentación no se le presentará en forma de duda personal, como atracción que pudiera ejercer el poder en el mismo Jesús; serán otras personas las que intentarán desviarlo de la práctica del servicio y de la entrega de la propia vida y lo invitarán a elegir el camino del triunfo y de la conquista del poder para, una vez instalado, instaurar desde él el reino de Dios. Como ejemplo de esta tentación podríamos citar el episodio que cuenta el mismo evangelio de Marcos (Mc 8,31-33), cuando Jesús llamó "Satanás" a Pedro por protestar porque el camino de Jesús conducía a lo que él considera un fracaso, la muerte, e intentar desviarlo en dirección a la conquista del poder para, desde él, hacer triunfar el reino de Dios (domingo vigésimo cuarto del tiempo ordinario).
"Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los ángeles le prestaban servicio".
Pedro reaccionó así cuando Jesús anunció que el Mesías tenía que ser "rechazado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días". Este conflicto es lo que Marcos anuncia cuando dice que Jesús pasó cuarenta días rodeado de fieras: que Jesús sufrirá durante toda su actividad la amenaza de personas que intentarán acabar con su vida. Así sucedió desde el principio (véase Mc 3, 6) hasta que, al final, lo mataron.
Cierto que en esa lucha por mantener con firmeza el compromiso de amor hasta la muerte que asumió en su bautismo, Jesús no se va a encontrar solo: habrá hombres y mujeres que, actuando de acuerdo con lo que Dios quiere (ésos son los ángeles, mensajeros de Dios; Juan Bautista acaba de ser llamado angel/mensajero de Dios; (véase Mc 1,2) le ayudarán ("le prestaban servicio") a llevar a buen término su camino.
Nuestra vida, como cristiano, debe ser también proceso de liberación personal y un compromiso con la liberación de todos los hombres y los pueblos oprimidos y explotados. Cierto, esa tarea no es fácil. Y encontraremos muchos obstáculos: nos intentarán sobornar ofreciéndonos el éxito, el poder o la riqueza para nosotros solos (incluso nos pueden llegar a decir que si logramos ocupar un puesto importante podremos influir más eficazmente en la sociedad), o nos amenazarán diciéndonos que nuestra actitud es ilegal o subversiva y que nos estamos arriesgando a ser juzgados y condenados por ello. No será fácil, por supuesto, pero podremos llegar al final como Jesús si, como él, nos abrimos a la acción del Espíritu y si actuamos unidos -ángeles unos para con los otros- con todos los que intentan organizar este mundo de acuerdo con lo que Dios quiere. Será duro, pero tampoco a él le resultó fácil. Y, al final, valdrá la pena.
(Aporte de RAFAEL J. GARCIA AVILES,
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 53ss.)

CUARESMA: DESIERTO Y NOCHE
Lo mejor que tiene la noche es la esperanza del amanecer. Pero es necesaria la noche: sin ella, la luz del nuevo día no tendría ese sabor a victoria. Sería como un vaso de agua sin sed; o como un descanso que no ha sido preparado, deseado largamente desde la fatiga.
El diluvio fue una larga noche. ¿Noche, o muerte? Noche, porque una débil esperanza -el arca- se negaba a morir. Al final de aquella noche, el arco iris fue, para aquella familia que se salvó, como un amanecer de victoria, como una señal de alianza con el Señor.
El pecado es noche también. Y el bautismo, para Pedro, es como el arca; una señal de que esa noche tendrá también su amanecer. ¿Quién lo garantiza? Cristo, pasando de la noche de su muerte al alba de su resurrección: «Como Cristo era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida».
El desierto era, para el pueblo judío, como otro nombre de la noche. Lugar de paso hacia una tierra que un día sería «su tierra», pero que aún quedaba lejos. Lugar de purificación y de esperanza. Buen lugar para las grandes batallas y para los grandes encuentros. Por eso Jesús, que quería entrar hasta el fondo de nuestra noche, quiso vivir la experiencia del desierto. «El Espíritu empujó a Jesús al desierto».
Y en el desierto entró como un hombre más; en pie de igualdad. Y en él empezó a librar su gran batalla. A solas con su limitación y con su miedo; cercado por una naturaleza que se le encrespaba ("vivía entre alimañas"), sin seguridades en que apoyarse ("dejándose tentar por Satanás"); desgastado por el hambre y por la sed. Una batalla que no será vencida de una vez para siempre, sino que habrá que continuar ganando cada día, palmo a palmo, cada vez más dura y más dramática, hasta el acoso de Getsemaní, hasta el fracaso de la cruz.
Con la Cuaresma entramos, nosotros también, en el desierto. En él -sed y silencio- nos vamos preparando para saborear un día el agua viva de la Pascua. En él nos vamos convenciendo de la inutilidad de tantas cosas que antes creímos necesarias, de lo débiles que eran nuestros puntos de apoyo. En él, al damos cuenta de nuestra radical pobreza, podremos acabar descubriendo que Dios es nuestra única esperanza.
Entremos, pues, sin miedo en ese desierto. Dispuestos a aguantar la sed y el hambre. Dejando pesos inútiles que nos impedirían caminar: comodidades que nos acaban enmoheciendo la disponibilidad, consumismo que pone en peligro toda nuestra escala de valores, seguridades que nos tientan a que apartemos los ojos del que es nuestra única seguridad: el Señor.
Entremos en la Cuaresma sin miedo a irnos metiendo en el silencio.
Sin miedo a lo que el Señor nos pueda pedir en la oración.
Sin miedo a vernos como somos cuando el sol, implacable, acabe derritiendo nuestros complicados maquillajes.
(Aporte de JORGE GUILLEN GARCIA, AL HILO DE LA PALABRA,
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 38 s.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué espíritu es el que nos mueve a nosotros?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

CÓMO SERÍA LA VIDA.
Propiamente, Jesús no enseñó una «doctrina religiosa» para que sus discípulos la aprendieran y difundieran correctamente. Jesús anuncia, más bien, un «acontecimiento» que pide ser acogido, pues lo puede cambiar todo. Él lo está ya experimentando: «Dios se está introduciendo en la vida con su fuerza salvadora. Hay que hacerle sitio». Según el evangelio más antiguo, Jesús «proclamaba esta Buena Noticia de Dios: se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia». Es un buen resumen del mensaje de Jesús: «Se avecina un tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir junto a nosotros una vida más humana. Cambiad de manera de pensar y de actuar. Vivan creyendo esta buena noticia». Todos los expertos piensan hoy que esto que Jesús llama «reino de Dios» es el corazón de su mensaje y la pasión que alentó toda su vida. Lo sorprendente es que Jesús nunca explica directamente en qué consiste el «reino de Dios». Lo que hace es sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vida si hubiera gente que actuara como él. Para Jesús, el «reino de Dios» es la vida tal como la quiere construir Dios. Ése era el fuego que llevaba dentro: ¿cómo sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tiberio?, ¿cómo cambiarían las cosas si se imitara, no a Tiberio que sólo buscaba poder, riqueza y honor, sino a Dios que pide justicia y compasión para los últimos? ¿Cómo sería la vida en las aldeas de Galilea si en Tiberíades reinara Dios y no Antipas?, ¿cómo cambiaría todo si la gente se pareciera, no a los grandes terratenientes que explotaban a los campesinos, sino a Dios que los quiere ver comiendo y no de hambre? Para Jesús el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único objetivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicará sólo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo?, ¿cómo seríamos los cristianos si viviéramos convirtiéndonos al reino de Dios?, ¿cómo lucharíamos por el «pan de cada día» para todo ser humano?, ¿cómo gritaríamos «Venga tu reino»?

 (Aporte de JOSÉ ANTONIO PAGOLA, ECLESALIA, 1/03/06).

Oración final:
“Dios, Padre nuestro: al comenzar esta Cuaresma te pedimos nos ayudes a empeñarnos en una auténtica conversión de nuestros corazones y nuestra vida personal y comunitaria, a la vez que nos esforzamos por transformar nuestra familia, nuestra sociedad, el mundo. Por Jesucristo nuestro Señor”. Amén.

Hno. Javier

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