Domingo 2 de
septiembre 2018.
Deuteronomio 4,1-2.6-8; Santiago 1,17-18.21b.22.27; San
Marcos 7,1-8.14-15.21-23.
Oración inicial:
“Espíritu Santo, ilumina nuestro entendimiento,
para que al leer la Palabra sintamos la presencia de Dios Padre. Abre nuestro
corazón para darnos cuenta del querer de Dios y la manera de hacerlo realidad
en nuestras acciones de cada día. Instrúyenos en tus sendas para seamos signos
de tu presencia en el mundo”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Santiago
1,17-18.21b.22.27; San Marcos 7,1-8.14-15.21-23
Claves de lectura:
1. Los mandamientos de
Dios. (1° Lectura)
La primera lectura
describe la incomparable superioridad de los mandamientos divinos con
respecto a toda sabiduría humana. Las grandes naciones tienen sus leyes,
excogitadas por una cierta sabiduría humana; estas leyes cambian según
las diversas coyunturas históricas y se adaptan a las nuevas
circunstancias. La ley que Dios ha promulgado para Israel, por el
contrario, es inmutable: «No añadan nada a lo que les mando ni supriman
nada»; pues esta ley proviene de la vida eternamente válida del Dios
legislador. Y aunque Israel no sea más que un pueblo pequeño,
políticamente insignificante, las «grandes naciones» tendrán que
reconocer que la ley promulgada por Dios es más justa que otras
legislaciones humanas y que el pueblo que observa esta ley es más «sabio e
inteligente» (en las cosas divinas) que otros pueblos, los cuales
reconocerán quizá mucho de su sabiduría e inteligencia. Porque la
inteligencia propiciada por la ley de Dios no es una simple cultura
humana, sino una sabiduría del corazón que brota de la obediencia a Dios.
La inteligencia de Israel consiste en ser hechura de Dios.
2. «Engendrados con la
palabra de la verdad». (2° Lectura)
En el envío de su Hijo a
los hombres, el Padre ha superado ampliamente la excelencia de la palabra
de su ley. Su «don perfecto» es (como se dice en la segunda lectura) que
ha querido «engendrarnos con la palabra de la verdad». Ahora su palabra
no solamente nos es comunicada como mandamiento, sino que ha sido
«plantada» en nosotros. Esta palabra está tan dentro de nosotros que debe
ser, ahora más que nunca, no solamente «escuchada» sino también llevada a
la práctica, para que la palabra viva del Padre produzca en nosotros un
fruto divino, verdaderamente digno de Dios. Jesús es el cumplimiento, no
la abolición de la ley en nuestros corazones (Mt 5,17), y sin embargo en
este cumplimiento va mucho más allá de lo que era la fidelidad
veterotestamentaria a la ley (ibid. 5,20). Porque la palabra que se nos
dijo entonces desde fuera es ahora una palabra implantada en nuestro
interior.
3. «Lo que sale de
dentro es lo que hace impuro al hombre». (Evangelio)
En este contexto hay que
situar la reprimenda de Jesús a los fariseos en el evangelio de hoy. La
palabra pronunciada por Dios se ha ido cubriendo de tantos aditamentos
externos (prohibidos más arriba) que se ha convertido en una forma de
culto a Dios totalmente vacía (estas palabras de Jesús son hoy tan
actuales para los cristianos formalistas como lo eran entonces para los
fariseos). Jesús explicará lo que quiere decir de una manera drástica:
los alimentos que entran en el hombre desde fuera jamás le hacen impuro;
más bien el mal procede siempre de dentro del corazón, ya se quede en
mero pensamiento o se convierta en obra. Y es tanto más perverso que el
mal provenga de un corazón en el que la palabra viva, encarnada de Dios ha
sido plantada como ley. Por el contrario, todo lo que proviene de la
palabra de Dios que habita en nuestros corazones y es inspirado por ella, forma
parte de lo que Pablo llama «culto razonable» o «auténtico» (Rm 12,1), ya
sea expresado o tributado directamente a Dios o a los hombres en la vida
cotidiana.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.)
MEDITACIÓN.
VOLVEMOS A MARCOS.
Terminados
ya los cinco domingos que leíamos el capítulo sexto de Juan, hoy volvemos
a recuperar el evangelio correspondiente
a este ciclo, Marcos, que ya no dejaremos hasta el final del año litúrgico. El evangelio de
Marcos tiene un esquema básico y unas ideas de fondo, pero, en cambio, no tiene una organización sistemática de los
hechos o de las palabras de Jesús. Por eso,
prácticamente, cada escena evangélica es un acontecimiento en sí misma,
y presenta un aspecto, una faceta, de
este Jesús que se manifiesta y que a través de él manifiesta el Reino de Dios.
Si
nos lo miramos bien, si vamos al fondo de cada uno de los textos que iremos
leyendo, nos daremos cuenta de que Jesús
marca unos caminos de vida que no se ajustan al
modelo que habitualmente se tiene por normal y razonable. Lo que Jesús
propone rompe con las rutinas sociales e
incluso eclesiales. Y valdría la pena que no escondiéramos esa radicalidad, al contrario, que la hiciéramos
notar. Y que hiciésemos notar también que
Jesús nos obliga constantemente a revisar en qué dirección tenemos
puesta nuestra vida. Porque el interés
de Jesús no radica tanto en lo que hacemos y en lo que conseguimos, sino en qué dirección nos ponemos.
Y
dado que cada domingo el evangelio nos mostrará un acontecimiento o una palabra
de Jesús que afecta aspectos profundos
de nuestra vida personal y comunitaria, podría
resultar pedagógico, ahora que se inicia un nuevo curso, plantear la
Eucaristía y la predicación de los cinco
domingos de septiembre como una reflexión sobre cinco actitudes básicas personales o comunitarias que nos
pueden servir de guía y programa para todo el
año. Si se planteara así, iría bien, por ejemplo, escribir estas
actitudes con un rótulo y colgarlo en
algún lugar de la iglesia para que todo el año sirva de recordatorio.
LLAMADOS A SER "UN PUEBLO SABIO E
INTELIGENTE".
Moisés
en la primera lectura reivindica el seguimiento de los mandamientos de Dios
con un argumento que a primera vista
puede parecer sorprendente: no porque Dios lo haya mandado, sino porque de por sí mismos se ve
que son buenos, que valen la pena. Hasta el
punto que, en estos mandamientos, se muestra como Dios no es un Dios
arbitrario que manda cosas porque sí, sino
que el mandamiento de Dios es que el hombre viva de la manera más humanizadora. ¡El Dios de Israel
es el Dios que se manifestó precisamente
liberando a su pueblo de la esclavitud! Esta novedad de Israel llega a
plenitud en Jesucristo. El mandamiento
de Jesús es éste: que el hombre sea humano hacia sí mismo y hacia los demás. Y por tanto, cuestiona toda
ley que mande otras cosas, aunque parezca
que venga de Dios. Incluso la tradición ritual de las abluciones, que
originalmente fue un bien, porque obligaba
a la higiene, es cuestionada: Jesús, aquí, diríamos que reivindica la autonomía de la ciencia, ya que la higiene ha
de ser defendida en nombre de la higiene, y
no convertirla en una especie de mandamiento divino arbitrario, una
exigencia del culto.
El
Evangelio será, en definitiva, esto: la revelación de que el Reino de Dios es
todo aquello que haga a los hombres más
humanos; la revelación de que el camino de Dios es combatir todo lo que hace daño al hombre (la
lista de cosas que según Jesús "contaminan" al hombre) y dedicarse a todo lo que le hace
bien: el amor. El Evangelio será revelar que
Dios no manda cosas arbitrarias e injustificables, sino tan sólo lo que
humaniza y realiza al hombre. Eso es, al
fin y al cabo, lo que Jesús vivió.
Y
todo hombre limpio de corazón, aunque no sea creyente, si lee el Evangelio
fácilmente reconocerá que en él se
revela lo más auténtico del ser hombre. (Y por eso, a menudo el comportamiento de los cristianos o incluso de
algunos criterios eclesiales pueden enturbiar
esta limpieza del Evangelio).
NO LAS LEYES Y LOS RITOS SINO LA VIDA ENTREGADA AL AMOR.
Esta
sería la actitud que hoy el evangelio quiere resaltar: la fe en Jesús no tiene
su fundamento en leyes y ritos sino en
sacar de nosotros todo aquello que nos contamina: todo aquello que nos estropea
por dentro, y sobre todo aquello que hace daño a los demás, sea por acción o por omisión. La lista que
hace Jesús es muy significativa, y afecta a las relaciones personales, a la
vida de matrimonio, a la vida económica y laboral, a todo lo que hacemos.
Porque
es aquí, en todas las realidades y aspectos de nuestra vida de cada día,
donde se juega la realidad o la falsedad
de nuestro seguimiento a Jesús. Y aquí irá bien leer la claridad y contundencia con que Santiago, en
la segunda lectura, expresa cuál es "la
religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre", en perfecta
sintonía con lo que ha dicho Jesús en el
evangelio de hoy.
(Aporte de JOSÉ LLIGADAS, MISA DOMINICAL 1991, 12)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Es nuestra liturgia verdadera, desde el corazón?
¿Qué cupo de fariseísmo hay en nuestras vidas?
¿Dónde
está nuestro corazón?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
LA QUEJA DE DIOS.
Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud
crítica. No vienen solos. Les acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén,
preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de
las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen
la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los
discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha
enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?
Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que
iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús
se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy
fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la queja de Dios.
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí". Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios
con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras
hermosas, mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo,
el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese
centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin
contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor
al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por
costumbre, pero en la que faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
La doctrina que enseñan son preceptos humanos. En toda religión
hay tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que
han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer
mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de lo que Dios
espera de nosotros. Nunca han de tener la primacía.
Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su
pensamiento con unas palabras muy graves: "Vosotros dejáis de lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres". Cuando
nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar
el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de
Dios. En la religión cristiana, lo primero es siempre Jesús y su llamada al
amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas, por muy importantes que
nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
(Aporte de José
Antonio Pagola, 2 de
septiembre de 2012)
Oración final:
“Dios, Padre nuestro, de quien procede todo bien y cuyo Espíritu
nos llama a la libertad. Te rogamos que las normas, leyes, ritos y formas… que
muchas veces interponemos en nuestra relación contigo, no logren ocultarnos tu
rostro de amor, para que lejos de aferrarnos a tradiciones simplemente humanas,
estemos libres para encontrar creativamente vías siempre nuevas de llegar hasta
Ti y de contemplar tu rostro”. Amén.
Hno. Javier.
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