27 ene 2019

3° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C



                                                    Domingo 27 de enero de 2019.
Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10; 1° Corintios 12,12-30; San Lucas 1,1-4; 4,14-21.


Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia, tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza, elimina con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad. Ábrenos los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus caminos en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10; 1° Corintios 12,12-30; San Lucas 1,1-4; 4,14-21.

Claves de lectura:

1. «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios». (1° Lectura)
Este «hoy» de la lectura solemne de la ley a cargo de Esdras ante todo el pueblo reunido en asamblea (primera lectura) es un preludio veterotestamentario del «hoy» que pronuncia Jesús en el evangelio. Esta solemne lectura de la ley en tiempos de Esdras se describe de forma impresionante, añadiéndose algunas explicaciones al respecto; el pueblo está visiblemente emocionado: se inclina y se postra rostro en tierra en señal de adoración; llora porque desconocía lo que acaba de escuchar, pero se le invita a regocijarse y a celebrar un banquete porque su acogida de la palabra de Dios hace que este episodio sea un acontecimiento gozoso: «Pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza». Por eso nos extraña tanto más que un «hoy» mucho más importante salido de la boca de Jesús (en el evangelio) provoque entre sus oyentes reacciones totalmente diversas.

2. «Hoy se cumple esta Escritura». (Evangelio)
En el evangelio de hoy escuchamos solamente la parte introductoria de la escena, cuando Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado, lee también la Escritura y pronuncia unas palabras incomprensibles y blasfemas para sus oyentes: que hoy se ha cumplido la profecía de Isaías, que «el Espíritu del Señor está sobre mí, que me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar la libertad a los oprimidos». Jesús aplica estas palabras a su persona: sale de la oscuridad de sus años de juventud y aparece ante todos sus conocidos con una luz nueva e inaudita, asumiendo precisamente el papel del Mesías. En el evangelio del próximo domingo se cuenta cómo fue acogido esto por los oyentes: no con lágrimas y júbilo, sino con indignación. Pero nosotros nos detenemos aquí y nos admiramos de dos cosas: del coraje de Jesús para asumir su misión, y de su humildad al designar su actividad como pura obediencia al «Espíritu del Señor» que está sobre él. Ambas cosas unidas caracterizan su convicción más profunda y muestran su singularidad: su misión es el cumplimiento de todas las promesas más excelsas de Dios, pero él la lleva a cabo como el verdadero «Siervo de Dios», en el espíritu del Siervo de Yahvé proclamado en el pasaje de Isaías.

3. «Todos hemos bebido de un solo Espíritu». (2° Lectura)
Pero, ¿qué significa para nosotros el hoy? Algo completamente distinto de lo que significaba para el antiguo pueblo de Israel. La segunda lectura lo describe: el pueblo antiguo era un pueblo que lloraba y se regocijaba ante la ley. Pero nosotros somos un cuerpo, asumido en el hoy de Cristo. Los judíos no eran miembros de un cuerpo, sino individuos dentro de la comunidad del pueblo; nosotros somos los unos para los otros miembros dentro del cuerpo de Cristo. Pablo describe esto detalladamente. Ya no hay individuos, sino sólo órganos, cada uno de los cuales actúa para el todo vivo del organismo. El todo, Cristo solo, es lo indivisible, in-dividuum. Nuestra diferencia no existe para nosotros, sino para todos los demás que junto con nosotros forman lo indivisible. Y esto no fisiológicamente, sino éticamente: en el siempre-hoy de Cristo nosotros vivimos para él y los unos para los otros. Por eso cada uno tiene una tarea personal, insustituible, pero no para sí mismo, sino para el todo vivo; una tarea que cada cual debe cumplir en el Espíritu del todo, que es el que le ha conferido su singularidad. Y como todos «han bebido de un solo Espíritu», todo el que posee el Espíritu ha de vivir también fuera de sí mismo, en el amor a los otros, en los otros. Este es el hoy que resulta del hoy plenificador de Cristo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Págs. 223 s.)


MEDITACIÓN.

El primer signo de Jesús.

El texto evangélico que acabamos de escuchar está compuesto por dos fragmentos diversos, uno el comienzo del evangelio de Lucas y otro el inicio del capítulo cuarto. Entre uno y otro fragmento están los relatos de Lucas sobre la infancia de Jesús, la predicación de Juan Bautista, la breve referencia al bautismo de Jesús y el episodio de las tentaciones del Señor, que escucharemos en el primer domingo de cuaresma. Después de esta prueba en el desierto, Jesús comienza su ministerio en Galilea, en la región en la que había crecido.
El evangelio de Lucas es el único que aparece dedicado a un personaje, a ese «ilustre -o excelentísimo- Teófilo», que no sabemos quién es. Quizá era un personaje real, un cristiano, aunque también puede ser un artificio de Lucas y poseer un significado colectivo. En efecto, Teófilo significa «amado de Dios», y ese nombre cuadra a todo cristiano.
Lucas afirma que muchos han emprendido la tarea de relatar los hechos de la vida de Jesús, de los que la mayoría se han perdido. Eran relatos que recogían lo que habían experimentado los que fueron testigos oculares de la vida de Jesús y después se convirtieron en predicadores de su mensaje. El tercer evangelista afirma que ha investigado con cuidado todo desde los orígenes -y, efectivamente, Lucas es el que más datos nos da sobre la infancia de Jesús-. Añade que realizó su trabajo con cuidado y escribió todo por su orden, lo cual no está reñido con el hecho de que reflejase también su propia teología y su propia visión del camino y de la vida de Jesús.
Este es el evangelio que nos va a acompañar durante todo este año y podemos pensar que se nos dedica también a nosotros, como Teófilos, «amados de Dios». Con la misma sencillez con la que Pedro se refería al inicio del cristianismo -«la cosa empezó en Galilea»- también Lucas se refiere a «los hechos que se han verificado entre nosotros». Nadie puede discutir que aquella cosa y aquellos hechos han trasformado la historia de los hombres. Si el evangelio de Juan sitúa el comienzo de la actividad de Jesús y su primer signo en una boda de Caná de Galilea, Lucas sitúa el primer signo de Jesús precisamente en la aldea donde había crecido, en Nazaret. En cualquier caso, tanto en Juan como en los evangelios sinópticos, «la cosa empezó en Galilea». Todavía Jesús no ha escogido sus discípulos y aparece como un predicador solitario, enviado con la fuerza del Espíritu que había bajado sobre él durante el bautismo, que le había llenado y le había empujado a la prueba del desierto. Aquel predicador solitario, con la fuerza del Espíritu, iba por las sinagogas de Galilea, su fama se extendía por toda la comarca, «y todos se hacían lenguas de él».
Y Jesús llega a Nazaret, a esa pequeña y desconocida aldea galilea -nunca citada anteriormente por la Biblia-. Allí había crecido -como dirá el mismo Lucas "en saber, estatura y favor de Dios y de los hombres"-. Allí había jugado como niño y tenido esas amistades infantiles que tanto peso tienen después en la vida; allí había aprendido a trabajar y a hacerse hombre; allí era conocido por todos aquellos que habían compartido la monotonía de la vida aldeana. Sin duda habría expectación cuando Jesús entró en la sinagoga de aquel pueblo en el que acontecían tan pocas cosas: ¿qué había sucedido en el hijo de José el carpintero para que su fama se extendiese por toda la comarca y todos se hiciesen lenguas de él?
El servicio religioso de los sábados en la sinagoga, al que alude también la primera lectura de hoy, estaba muy articulado. Después de una primera parte de plegarias, venían las lecturas. La primera estaba tomada de la ley o torá y se hacía ordenadamente en ciclos de tres años -como sucede también en la actualidad entre nosotros-. Eran lecturas que debían hacerla lectores profesionales y en las que no se podía añadir o modificar nada. La segunda lectura, por el contrario, podía elegirla y hacerla cualquier varón asistente. Podía además realizar un comentario o homilía. Es lo que hace Jesús en el evangelio de hoy: actúa no como un lector profesional, sino como un seglar.
No sabemos lo que experimentaría Jesús en aquellos momentos. Pero no se puede evitar pensar que el que fue verdaderamente hombre viviese algo similar a lo que siente un misacantano la primera vez que tiene que predicar ante sus familiares y amigos, ante las personas entre las que ha crecido, en el pueblo o en la ciudad en la que ha nacido, jugado, estudiado...
También Jesús hizo lo que todos hemos hecho en esos momentos: presentar un resumen del programa que hemos asumido, de la misión que intentamos iniciar. Es lo que hizo Jesús, y para ello escogió un viejo texto de Isaías -aunque en el evangelio da la impresión de que lo encontró al azar-: «El Espíritu del Señor está sobre mí", ese Espíritu tan presente en la vida de Jesús en el evangelio de Lucas. Y su misión es dar una buena noticia, un evangelio, a los pobres, la libertad a cautivos y oprimidos, la vista a los ciegos y, para todos, el año de gracia del Señor.
Lucas refleja con suspense el momento de tensión y expectativa en que todo el pueblo de Nazaret tiene los ojos fijos en Jesús. Y surgen las primeras palabras del predicador: «Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje».
Ya decíamos que el primer signo de Jesús en el evangelio de Juan estaba lleno de simbolismos más importantes que la conversión del agua en vino: era la presentación del nuevo estilo, de la nueva religión, que ya no cabe en las tinajas de piedra de la ley antigua.
El primer signo del evangelio de Lucas es la presentación del programa de Jesús, del vino nuevo que él nos trae. Su programa es una buena noticia, una noticia alegre, un año de gracia y no de condena que nos viene de nuestro Dios; es un evangelio que está especialmente dirigido a los pobres y es para ellos buena noticia. El programa de Jesús trae libertad de todas las cautividades y opresiones que encadenan al ser humano; es luz que ilumina la ceguera y la tiniebla del hombre (un tema tan querido por el prólogo de Juan). Este es el vino nuevo que Jesús nos trae, esta es su buena noticia: ya no dependemos de la ley que nos vino por Moisés, estamos en la verdad y en el amor que nos ha traído Jesucristo.
«Hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje». Hoy también, veinte siglos más tarde, en esta eucaristía en que nos reunimos creyentes en Jesús, se cumple ese programa del maestro. Hoy también, veinte siglos más tarde, se actualizan aquellos «hechos que se han verificado entre nosotros», como decía el prólogo de Lucas.
«Hoy, en nuestra presencia», se presenta otra vez Jesús y nos habla al corazón a los que somos «amados de Dios» y tenemos los ojos fijos en él. Y hoy, veinte siglos más tarde, nos sigue repitiendo su mismo programa. Jesús sigue siendo buena noticia para los pobres: porque se solidariza especialmente con ellos. Como dice J. A. Pagola, «Dios no puede ser neutral ante un mundo dividido y desgarrado por las injusticias de los hombres. El pobre es un ser necesitado de justicia. Por eso, la llegada de Dios es una buena noticia para él. Porque Dios no puede hacerse presente entre los hombres sino defendiendo la suerte de los injustamente maltratados».
Y trae libertad a un mundo en que tanto se habla de libertad, de ruptura de cadenas que secularmente han esclavizado al hombre, pero en el que han surgido nuevos dioses que encadenan y tiranizan al ser humano. También trae luz a un hombre que sabe tantas cosas, pero al que le falta la sabiduría para saber vivir, para sacar verdadero gusto a tantas cosas que tiene entre manos pero que le dejan el corazón vacío. Y a todos, a ricos y pobres, a justos y pecadores, nos anuncia el año de gracia del Señor. Jesús omite del viejo texto de Isaías la alusión al «día del desquite -o de la venganza- de nuestro Dios». Para Jesús ya todo es gracia. Ese es el programa del nuevo predicador hace veinte siglos que hoy nos dirige a nosotros, «amados de Dios»: «Hoy, en nuestra presencia, se sigue cumpliendo este pasaje».

(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS A LA VISTA, Homilías ciclo C,
Madrid 1994.Pág. 202 ss.)


Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué relación vemos entre la Buena Noticia y el Reino de Dios? 
¿La Buena Noticia es para los pobres? ¿También para los ricos? ¿De la misma manera?
Como discípulo, ¿Tengo la mirada puesta en Jesús esperando su enseñanza, para acogerla y ponerla en práctica?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

NO SOLO UN ASUNTO PRIVADO.
Para dar la Buena Noticia a los pobres...

Está muy extendida entre nosotros la tendencia a comprender y vivir la fe como un asunto puramente privado. Bastantes piensan que la presencia comprometida de la Iglesia en la vida pública es algo totalmente ajeno a la acción evangelizadora querida por Jesús.
La Iglesia tendría una misión exclusivamente religiosa, de orden sobrenatural, ajena a los problemas políticos y económicos, y debería limitarse a ayudar a sus fieles en su santificación individual.
Pero luego se observa una postura curiosa. Se bendice y aprueba la intervención eclesial cuando viene a legitimar o fortalecer las propias posiciones, y se la condena como una degradación de su misión o una intrusión ilegítima cuando critica las propias opciones. Este doble criterio a la hora de valorar la intervención de la Iglesia, ¿no está indicando una fidelidad mayor a la propia opción socio-política que a la búsqueda sincera de las auténticas exigencias de la fe?
Es indudable que la Iglesia puede en algún caso no respetar debidamente la autonomía propia de lo político y económico. Pero lo que resulta sospechoso es esa reacción casi visceral ante cualquier posicionamiento de la Iglesia que trate de concretar las exigencias sociales de la fe, sin coincidir con nuestra propia posición.
Lo paradójico es que, con frecuencia, se le pide a la Iglesia que «se dedique a lo suyo». Pero, resulta que «lo suyo», es actuar animada por el mismo Espíritu de Jesús quien se veía «enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos... y a dar libertad a los oprimidos».
No se quiere entender que la Iglesia, si quiere seguir a Jesús, debe buscar la salvación integral del hombre, que abarca a las personas concretas, los pueblos, las estructuras y las instituciones creadas por el hombre y para el hombre.
La Iglesia es entre nosotros una institución de gran incidencia pública, un «poder fáctico», como dicen algunos. El problema de la Iglesia es cómo convertirse en servicio evangelizador, inspirador de una sociedad más humana y fraterna, cómo poner su influencia social al servicio de los más desheredados de la sociedad.
La salvación cristiana no puede reducirse a lo económico ni a lo político o cultural, pero la Iglesia «no admite circunscribir su misión sólo al terreno religioso, desentendiéndose de los problemas temporales del hombre». Es un deber suyo «ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización» (Pablo Vl).
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 303 s.)



Oración final:
“Padre Dios que en tantos pueblos y religiones has suscitado desde el principio de los tiempos, por obra de tu Espíritu, hombres y mujeres capaces de intuir tu amor liberador por los pobres, y que en Jesús nos has dado a nosotros el modelo perfecto; te pedimos, que también nosotros "hoy", en nuestro día a día, demos cumplimiento al sueño de los profetas, sintiéndonos enviados a anunciar la Buena Noticia a los pobres y a todos los que necesitan volver su mirada hacia ellos. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro”. Amén.


Hno. Javier, msa.
  

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