16 mar 2019

2° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C.

                          Domingo 17 de marzo de 2019.






Génesis 15,5-12.17-18; Filipenses 3,17-4,1; San Lucas 9,28b-36.

Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, condúcenos al monte de la revelación donde la Palabra Viva nos muestre su hondura y nos anime a seguir el camino de la fe entres las luces y sombras de la vida”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Génesis 15,5-12.17-18; Filipenses 3,17-4,1; San Lucas 9,28b-36.

Claves de lectura:

1. "Hablaban de su muerte». (Evangelio)
Esta lectura del relato de la transfiguración según Lucas es la única que nos dice algo sobre el contenido de la conversación del Señor transfigurado con Moisés y Elías: hablaban de la muerte de Jesús; por tanto del acontecimiento capital de la redención del mundo. En función de esto hay que interpretar toda la escena. Jesús se muestra transfigurado ante sus discípulos, porque ya les había anunciado su muerte. La voz del Padre que viene del cielo, y designa al Hijo como el escogido, alude también a su acto redentor en la cruz. Y cuando al final los discípulos ven de nuevo a Jesús solo, saben cuánta plenitud de misterio se oculta en su simple figura, pues todo esto: su relación con toda la Antigua Alianza, su relación permanente con el Padre y el Espíritu, que en forma de nube ha cubierto también con su sombra a los discípulos, representantes de la futura Iglesia, se encuentra incluido en él. Su transfiguración no es una anticipación de la resurrección -en la que su cuerpo será transformado de cara a Dios-, sino, por el contrario, la presencia del Dios trinitario y de toda la historia de la salvación en su cuerpo predestinado a la cruz. En este cuerpo de Jesús queda definitivamente sellada la alianza entre Dios y la humanidad.

2. « Un terror intenso y obscuro cayó sobre él». (1° Lectura)
En el monte de la transfiguración los discípulos primero se caen de sueño y después tienen miedo. Es eso lo que sucede cuando Dios se acerca tanto al hombre. La primera lectura se remonta a la primera conclusión de la alianza, que se realiza en una primitiva ceremonia entre Dios y el patriarca Abrahán. La promesa del Señor se había producido anteriormente, al igual que en el evangelio la predicción de la cruz había precedido a la transfiguración. La
confirmación de esta promesa de Dios se produce en una ceremonia arcaica (atestiguada también en otros pueblos), pero lo esencial aquí es el sueño profundo que invade a Abrahán y el terror (intenso y oscuro), signos ambos de lo numinoso del acontecimiento, el cual, al igual que la transfiguración de Señor, remite esencialmente al cumplimiento de la promesa de Dios: la donación de la tierra y la amplitud del reino. Estos dos acontecimientos no están cerrados en sí mismos, sino que remiten al pasado y al futuro.

3. «Somos ciudadanos del cielo». (2°Lectura)
La segunda lectura pone toda la existencia humana en esta provisionalidad, que ahora, como la transfiguración, remite al futuro. El que está instalado en lo carnal es un «enemigo de la cruz de Cristo». Pero el que sigue a Cristo, lo aguarda del cielo, del que el cristiano es ya ciudadano por adelantado. Y el cielo no es un lugar sin mundo, sino el lugar donde nuestra «condición humilde» se transformará «según el modelo de su condición gloriosa», y donde el mundo del Creador recibirá su forma última y definitiva como mundo del Redentor. Aquí nosotros estamos definitivamente integrados en la alianza corporal entre Dios y la creación en Jesucristo, que encarna en sí mismo esta alianza entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 231 s.)


MEDITACIÓN.

Tentación de Jesús y tentación de Pedro.

Para comprender la escena de la transfiguración de Jesús es necesario situarla en su contexto. En este caso la secuencia de acontecimientos en la liturgia es muy cercana a la evangélica.
El domingo primero de Cuaresma se leía en el evangelio la tentación de Jesús. Tentación simbólicamente triple, que puede resumirse en una: realizar su misión mesiánica en poder y prestigio o asumir hasta el fondo la condición humana aun en el fracaso y el sufrimiento. Ser un líder poderoso o un compañero vulnerable del hombre para así salvarlo. Jesús vence la tentación y no huye del camino de Jerusalén, donde va a ser reconocido Hijo de Dios precisamente en el momento de máxima humillación, la cruz. Pues bien, la escena de la transfiguración tiene lugar significativa- mente en el evangelio de Lucas "ocho días después de este discurso" (9,28). ¿Qué discurso? Aquél en que Jesús comunica a sus discípulos, después que le han reconocido como Mesías de Dios (9,20), que "tiene que padecer mucho, ser rechazado por las autoridades religiosas, sufrir la muerte y al tercer día resucitar" (9,22). Jesús, que ha superado su propia tentación de líder poderoso a "lo divino", confía su camino a los discípulos después que le han confesado como Mesías. Es más, se atreve a anunciar que "el que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo y cargue cada día con su cruz" (9,23). Pasajes paralelos de Marcos y Mateo nos cuentan la reacción de Pedro, que increpa a Jesús ante esa perspectiva. Pedro tiene una concepción del mesianismo de Jesús que éste no comparte. Si el domingo pasado contemplamos a Jesús venciendo la tentación sobre su camino mesiánico, en este domingo vemos a Pedro (y a la comunidad cristiana) tentados. Por eso, "ocho días después" de la confidencia de Jesús, en el evangelio de Lucas, y ocho días después del domingo de las tentaciones, en la liturgia, se nos proclama el evangelio de la transfiguración.

Se los llevó a lo alto de la montaña:

Ante la incomprensión de los discípulos se los llevó "a lo alto de la montaña para orar" (9,28). La montaña bíblicamente es lugar donde se eleva uno sobre la cotidianiedad y se hace presente Dios. El camino hacia la cruz de Jesús va a pasar la prueba del refrendo de Dios. La oración tiene un doble efecto: actualizar esa relación con el Padre en la montaña y solicitar su apoyo para que los discípulos comprendan. El aspecto de su rostro cambió cuando entró en la esfera de relación con el Padre y resplandecía como depositario de "la gloria de Dios".
Es más: Moisés y Elías aparecen con gloria junto a Jesús. También ellos son, en esta escena, actores que representan no su propia opinión sino la receptividad ante Dios que deja reflejar su gloria en ellos. Son la Ley y los Profetas, es decir, todo el Antiguo Testamento. Como Moisés conversaba en la tienda con Dios, para recibir sus instrucciones, ahora conversa con Jesús acerca de su "éxodo", lo que la traducción litúrgica llama "muerte". Moisés y los profetas comprendieron en sus encuentros con Yahvé el sentido del gran éxodo de Israel y de los nuevos éxodos desde las nuevas cautividades. Éxodos de liberación. Ahora comentan con Jesús el éxodo definitivo, el paso de Jesús de la muerte a la vida, primogénito de una humanidad que ha de pasar también de la muerte a la vida.

Un retiro interesado.

El ambiente delicioso en lo alto de la montaña, el resplandor de los personajes, la transfiguración de Jesús, la lejanía de la dura realidad, hace que los discípulos estén encantados en este "retiro" en que trasciende la gloria de Dios. ¡Aquí sí que se encuentran a gusto! "¡Maestro, qué hermoso es estar aquí!" (9,33).
Pedro no sabía lo que decía. Porque el "retiro" a que les había invitado Jesús no era una evasión de la realidad de su camino, sino lo contrario. Era un retiro interesado. Mientras estaba hablando Pedro les cubrió una nube (todavía más claro signo de que efectivamente estaban cogidos por Dios) y una voz decía: "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle". No sólo quien les hablaba de cruz es el Hijo, sino que del retiro tienen que salir con la decisión de escucharle en ese tema del que no querían ni oir hablar: el mesianismo de Jesús llegará a la vida a través del amor hasta la muerte.

¿Silencio de Dios?

En nuestro tiempo hablamos mucho, demasiado, de silencio de Dios, de ausencia de Jesús. ¿No será que, como Pedro, le buscamos donde no está? Nos acercamos a los círculos de poder, a los triunfadores, a la Iglesia en su cara más imponente socialmente. Y no reconocemos a Dios. Vacío de Dios. Silencio de Dios. ¿Hemos probado a encontrarle junto a los que sufren y fracasan, junto a los que llevan su cruz propia o son crucificados por otro? ¿No será que confesamos, como Pedro, a Jesús como Mesías, pero seguimos sin aceptar su camino?
También nosotros necesitamos retirarnos a lo alto del monte para orar y entrar en la esfera de Dios. Pero ¿nuestros retiros espirituales, nuestra oración, es un entrar en la esfera de Dios para comprender su camino o un intento siempre necesariamente frustrado de hacer tres chozas para quedarnos allí y evadirnos de la realidad? Nuestra oración ¿es una relación con el Padre para oír su renovada invitación a escuchar a Jesús? ¿O es un lujo espiritual donde nos relajamos... para luego seguir nuestro propio camino, mientras nos obstinamos en afirmar que Dios calla?
(Aporte de J. M. LEMANY, DABAR 1992, 19)

Para la reflexión personal y grupal:
Hay momentos en la vida en los que necesitamos ver más allá, captar el sentido profundo de lo que hacemos, para llenarnos de energía; ¿necesito hacer un alto en el camino y subir al monte Tabor?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

¿DONDE ESCUCHAR LA BUENA NOTICIA?
Este es mi Hijo, el escogido. Escúchenlo.

Nos habíamos llegado a creer que el progreso científico y el desarrollo de la técnica iban a ofrecernos por fin la felicidad y el sosiego que anda buscando siempre nuestro corazón. Hoy nos vemos obligados a abrir los ojos y reconocer que el progreso técnico ha sido fuente de bienestar y de elevación humana, pero que ha generado también dolorosas esclavitudes.
Las soluciones que hemos encontrado hasta ahora son «respuestas incompletas a las aspiraciones humanas». Poco a poco, se va extendiendo entre nosotros la oscura sensación de que el hombre no es capaz de salvarse radical y totalmente a sí mismo. Tenemos medios de vida pero no sabemos exactamente para qué vivir. Nos lanzamos al disfrute intenso de la vida, pero nos sentimos cada vez más insatisfechos. Deseamos y necesitamos paz pero presentimos que la misma supervivencia del hombre está gravemente amenazada por el militarismo, el terrorismo y las modernas armas nucleares.
Los jóvenes han buscado, por su parte, en la «liberación sexual» una nueva plenitud. Pero muchos de ellos se debaten hoy entre el aburrimiento de la vida, la tentación de la droga y el fantasma del paro. El hombre de hoy inseguro e insatisfecho comienza a buscar algo nuevo. Las nuevas generaciones viven decepcionadas pero expectantes. Están cayendo innumerables sueños y esperanzas, pero la humanidad busca «el resurgir de la esperanza». ¿Dónde escuchar la Buena Noticia que estamos necesitando oír?
El relato evangélico nos recuerda aquella voz que conmovió a los discípulos y que debería resonar también hoy en el corazón de esta profunda crisis que vive la humanidad: «este es mi Hijo amado. Escuchadlo».
Pero, ¿dónde escuchar hoy la Buena Noticia de Jesús? ¿Dónde comprobar la energía salvadora y humanizadora que encierra el proyecto de vida impulsado por Cristo? ¿Dónde encontrarse con la fuerza liberadora del evangelio? Los Obispos nos hacen una llamada urgente en su carta pastoral. Sólo unas iglesias que se esfuerzan por ser coherentes con las exigencias del evangelio podrán tener la credibilidad suficiente como para ofrecer a Cristo como «la clave, el centro y el fin de la historia humana».
Sólo unos hombres que sepan vivir como «hombres nuevos», liberados de tantas «esclavitudes modernas», con un estilo de vida sencillo, solidario y servicial, animados por una profunda alegría interior, incansables en su fe en el Padre, pueden hacer creíble hoy el evangelio de Jesucristo.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS, NAVARRA 1985.Pág. 273 s.)

Oración final:
“Señor, creer en ti es sentirnos como Pedro, Juan y Santiago, casi atontados frente a ese “misterio” ante el cual, quizá lo más sabio sea “guardar silencio” y esperar... O dejar transcurrir la noche, como Abraham, hasta que alguna llamarada de luz y de fuego nos dé fuerzas para continuar la marcha hacia esa tierra siempre prometida y deseada, pero también siempre proyectada un poco más allá de nuestros fáciles cálculos”. Amén.
                                                                                                              Hno. Javier.

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