Domingo 7 de abril
de 2019.
Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; San Juan 8,1-11.
"Una
de las verdades fundamentales del cristianismo, verdad con demasiada frecuencia
desconocida, es ésta: lo que salva es la mirada".
(Simone Weil)
Oración inicial:
“Ayúdame Señor, a
que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las
apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a
ayudarle. Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en
cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y
gemidos. Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás
critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para
todos”. (Sor Faustina Kowalska)
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; San Juan
8,1-11.
Claves de lectura:
1. "Tampoco yo te
condeno". (Evangelio)
Curiosamente todos los
textos de la misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea
algo nuevo y hacia la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción
a la semana de pasión. Pero justamente aquí se realiza lo nuevo, la salvación
definitiva; y toda nuestra vida consistirá en dirigirnos hacia esta acción de
Dios.
El evangelio nos muestra
a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer
pecadora. Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo
dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir a acusadores y acusada
en la comunidad de la culpa; y la segunda para -como nadie puede ya condenar a
otro- pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación
deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no
para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia
de todos» (Rm 11,32). El que nadie pueda condenar a la pecadora pública se debe
no sólo y no tanto a las primeras palabras de Jesús cuanto y sobre todo a las
segundas; él ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos
nosotros, y por esta razón ya nadie puede condenar a otro ante Dios.
2. «Olvidándome de lo
que queda atrás». (2° Lectura)
Pablo, en la segunda
lectura, está totalmente subyugado por este perdón de Dios otorgado mediante la
pasión y resurrección de Cristo. Comparado con esta verdad, nada tiene ya valor:
todo es abandonado como «basura» para ganar el acontecimiento de la pasión y
resurrección de Cristo. El apóstol sabe que esto, que ya ha sucedido, es
nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a
derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos sólo
en la «meta». Porque esta meta está ya presente -el hombre ha sido ya
«alcanzado» por Cristo»-, sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido
(Pablo subraya esto dos veces). El cristiano no mira hacia atrás, sino siempre
hacia lo que está por delante: toda su existencia recibe su sentido de esta
carrera. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta
del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta
está ya perdonada.
3. "Miren que
realizo algo nuevo". (1° Lectura)
Ya el Antiguo Testamento
había hecho de este mirar hacia delante un mandamiento: «No recuerden lo de
antaño». En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el
comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que este
hacer memoria del comienzo podía fortalecer la fe en el Dios que camina
actualmente con el pueblo. Pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de
este recuerdo del pasado, sobre todo no ahora, pues eso significaría pensar en
el tiempo del exilio: el Señor promete algo nuevo, y es ciertamente algo que
«ya está brotando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva
Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la
vida eterna. De este modo Dios traza una camino para Israel, a través del
desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza
un camino que conduce a la bienaventuranza eterna.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 237 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 237 s.)
MEDITACIÓN.
Lo que salva es la
mirada.
El impresionante relato,
que acabamos de escuchar, forma parte del evangelio de Juan. Sin embargo, los especialistas
afirman unánimemente que no fue escrito por el cuarto evangelista. Su estilo es
muy distinto y, además, este relato no forma parte de los códices más antiguos
de dicho evangelio.
Ningún Padre griego
comenta este texto y hay que esperar al siglo Xll para encontrarse con un
escritor griego que lo comenta, advirtiendo que falta en los mejores ejemplares
del evangelio de Juan. Sin embargo este relato está bien atestiguado por los
Padres latinos y forma parte de la Vulgata. Como afirma un comentario: «No han
de ponerse en duda el carácter inspirado y la autenticidad histórica del
relato, pero indudablemente no es obra de Juan. Su estilo es el de los
sinópticos, especialmente el de Lucas, y lo más probable es que originariamente
perteneciera a este evangelio» (AA.VV., Comentario bíblico "San
Jerónimo" ll/1, Cristiandad, Madrid 1972).
La razón de por qué este
pasaje se sitúa en este lugar del evangelio de Juan puede deberse a que unos
pocos versículos más adelante, Jesús dice: "Sus juicios siguen normas
humanas; yo no llevo a nadie a juicio".
Teniendo en cuenta todas
estas razones, la liturgia de la Iglesia acierta al presentar este relato
dentro de un ciclo cuaresmal en que los evangelios están tomados de Lucas.
Probablemente si, al comenzar la proclamación del evangelio de hoy, se lo
hubiese atribuido a Lucas, nadie se hubiera sorprendido. Su estilo es muy
parecido; incluso se inicia con esa afirmación de que Jesús se había retirado
por la noche a orar al monte de los olivos -Lucas presenta con frecuencia a
Jesús en oración, de forma especial antes de los acontecimientos importantes en
su vida-.
La liturgia acierta
además en la selección del evangelio de hoy dentro del ciclo de Lucas: podemos
decir que este pasaje de la mujer sorprendida en adulterio es una continuación
o, mejor aún, una concreción, del maravilloso evangelio del domingo pasado. Los
personajes son distintos, pero el mensaje es el mismo: el hijo pródigo es ahora
la mujer sorprendida en flagrante adulterio; el hermano mayor se convierte en aquellos
que acusan a la mujer y la quieren lapidar; el padre bueno es ahora el mismo
Jesús, aquel que ha venido a manifestarnos al Dios a quien nadie ha visto
jamás.
Era impresionante
también la parábola del domingo pasado, al presentarnos con cinco espléndidos
brochazos la grandeza y la generosidad del perdón del Padre Dios: «cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le
echó al cuello y se puso a besarlo». Pero no menos impresionante es ese momento
final del relato de hoy, cuando se nos dice que «quedó solo Jesús, y la mujer
en medio, de pie... "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha
condenado?"... "Ninguno, Señor"... "Tampoco yo te condeno.
Anda, y en adelante no peques más"».
Escribe Simone-Weil que
«una de las verdades fundamentales del cristianismo, desconocida con demasiada
frecuencia, es esta: «Lo que salva es la mirada». En el relato de hoy la mujer
no dice una palabra que nos parecería esencial. Mientras que el hijo pródigo
-aunque en su vuelta a casa se mezclase el hastío de las algarrobas y el
bienestar perdido- formula una oración: «Padre he pecado contra el cielo y
contra ti», la mujer se limita a contestar que se han ido todos los que la
condenaban y en ningún momento pide perdón por su pecado. Falta esa palabra que
consideramos necesaria: la palabra «perdón».
Los comentaristas de
este evangelio han especulado sobre qué escribiría Jesús en el suelo -la única
vez que los evangelios nos presentan a Jesús escribiendo-; por otra parte, el
verbo griego utilizado puede significar también «dibujar, hacer signos», o
también «poner una acusación por escrito».
Pero se han ocupado muy
poco de las miradas que se dirigieron Jesús y la mujer en aquel momento en que
se quedaron solos. Sin duda fue un momento en que se plasmó esa verdad
fundamental cristiana tan olvidada de que "lo que salva es la
mirada". «Lo que salva es la mirada»: todos hemos experimentado alguna vez
la fuerza de una mirada que dice más que muchas palabras y gestos. Algo
maravilloso de la persona de Jesús debió ser precisamente su mirada.
Otro acierto de la
liturgia de hoy es la selección de la primera lectura, porque uno cree que
Jesús, al mirar a aquella mujer, le estaría diciendo al corazón lo que había
expresado el profeta Isaías: "No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo
antiguo; mira que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notas?". Y
aquella mujer comenzaría a sentir, porque experimentaba una mirada que la
quería y comprendía, que se abrían caminos nuevos en el desierto de su vida,
ríos en el yermo de su corazón. Y comenzó también a experimentar lo que hoy
también decía san Pablo: «Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda
atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta».
"Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más". «Lo que
salva es la mirada»: porque había alguien que creía en ella, aquella mujer
podía comenzar a caminar. «Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras,
sino una mano amiga que la ayudara a levantarse» (J. A. Pagola). Lo que la
mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mirada que la salvase y le
dijese que, olvidando su pasado, podía comenzar a escribir un futuro nuevo.
Algunos especialistas consideran que el extraño curso del relato evangélico de
hoy tiene otra explicación: la dificultad de las comunidades cristianas en
comprender la actitud de Jesús, su perdón generoso. Notemos que en los primeros
siglos de la Iglesia había tres pecados calificados únicamente como mortales:
el homicidio, la apostasía y el adulterio, cuyo perdón era especialmente
dificultoso. Creyeron mejor silenciar y ocultar un relato en el que el perdón
del adulterio era concedido con tan gran facilidad. Les costaba trabajo
comprender que el perdón de Dios fuese tan generoso: «Tampoco yo te condeno.
Anda, y en adelante no peques más».
Quizá tampoco nosotros
mismos nos acabamos de creer ese perdón de Dios. ¡Cuántas veces nuestros
sentimientos de culpabilidad constituyen para nosotros una barrera que nos
impide sentir que siempre Dios nos puede decir al corazón: «No recuerdes lo de
antaño, no pienses en lo antiguo. mira que realizo en ti algo nuevo»! ¿No nos
sucede muchas veces que el lastre de nuestro pasado nos impide olvidarnos de lo
que queda atrás y lanzarnos hacia lo que está por delante, corriendo hacia
metas nuevas? ¿No habría que decir que este relato se ha salvado casi
milagrosamente, entrando de rondón en el cuarto evangelio para mostrarnos que
aquello de la parábola del Padre bueno no es una utopía poética, sino la
realidad que Jesús mismo vivió?
"Sus juicios siguen
normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio": estas son probablemente las
palabras de Jesús que sirvieron para que el relato de la adúltera entrase en el
cuarto evangelio. ¿Qué escribía Jesús en el suelo? Sin duda, algo que dolió en
el corazón a aquellos que estaban dispuestos a aplicar la condena de muerte de
la ley de Moisés. ¿No nos haría falta muchas veces que alguien nos recordase
ciertas cosas antes de comenzar a lanzar piedras contra los demás? ¿No tenemos
que reconocer que con bastante frecuencia nuestras condenas tienen dosis muy
fuertes de emotividad descontrolada, de visceralidad, de una insuficiente
penetración por el espíritu del evangelio?
Para hablar más en
concreto, y desde una inequívoca actitud de condena de la corrupción, de la
violencia y el terrorismo, creo que también nos tenemos que preguntar si
nuestra visceralidad no nos está impidiendo asumir algo tan esencial como la
presunción de inocencia de aquellos a quienes condenamos. ¿Quién de nosotros al
enjuiciar o condenar a los demás se pregunta qué podría Jesús escribir en el
suelo acerca de nuestra vida o cuál sería hoy la actitud del Maestro? ¿No nos
podría hoy seguir diciendo que «nuestros juicios siguen normas humanas»?
(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS
A LA VISTA,
Homilías ciclo C, Madrid 1994.Pág. 102 ss.)
Homilías ciclo C, Madrid 1994.Pág. 102 ss.)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Por qué juzgamos a los demás con dureza?
¿Nos sometemos con docilidad a la mirada de Dios?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
Si de tu padre siempre
encontraste la mano,
si a tu madre nunca buscaste en vano;
si nunca padeciste hambre,
ni la miseria fue tu compañera..
No tires la primera piedra.
si a tu madre nunca buscaste en vano;
si nunca padeciste hambre,
ni la miseria fue tu compañera..
No tires la primera piedra.
Si nunca sufriste la
injusticia
de insultos, condenas y malicias;
si nunca fuiste humillado,
ni en soledad mil veces has llorado..
No tires la primera piedra.
de insultos, condenas y malicias;
si nunca fuiste humillado,
ni en soledad mil veces has llorado..
No tires la primera piedra.
Si nunca has conocida la
locura,
ni estuviste sediento de ternura,
ni buscado en el fondo de un vaso
la forma de olvidarte de un fracaso...
No tires la primera piedra.
ni estuviste sediento de ternura,
ni buscado en el fondo de un vaso
la forma de olvidarte de un fracaso...
No tires la primera piedra.
Si nunca has contenido
un sollozo
tumbado en el rincón de un calabozo;
si nunca te tuviste que bajar
sin tan siquiera tener derecho a hablar...
No tires la primera piedra.
tumbado en el rincón de un calabozo;
si nunca te tuviste que bajar
sin tan siquiera tener derecho a hablar...
No tires la primera piedra.
(Pastoral Penitenciaria
Francesa)
Siempre me ha
sorprendido la actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su
mensaje, pero increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las
personas.
Tal vez, el caso más
expresivo es su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla de manera tan
radical al exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que los
discípulos opinan que, en tal caso, «no trae cuenta casarse». Y, sin embargo,
cuando todos quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio, es Jesús el
único que no la condena. Así es Jesús. Por fin ha existido alguien sobre la
tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y ningún poder.
Alguien grande y
magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió mal por mal. Alguien a quien
se mató porque los hombres no pueden soportar el escándalo de tanta bondad. Sin
embargo, quien conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es
condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en
esa actitud de comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que
prescribe la ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y
resentidas.
El creyente descubre,
además, en esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un
mensaje de salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te
comprenda, cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas
a quien acudir, has de saber que Dios es tu amigo. El está de tu parte. Dios
comprende tu debilidad y hasta tu pecado.»
Esa es la mejor noticia
que podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los
enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre
podrá esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se
acaba la comprensión de los hombres, sigue firme la comprensión infinita de
Dios. Esto significa que, en todas las situaciones de la vida, en toda
confusión, en toda angustia, siempre hay salida. Todo puede convertirse en
gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados en el amor y la fidelidad de
Dios.
Por fuera, las cosas no
cambian en absoluto. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza.
Las amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la
vida. Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos
podrá separar del amor de Dios.
En realidad, no es tan
importante lo que nos sucede en la tierra. Al menos si vivimos desde esa fe que
san Pablo expresaba así: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, la angustia, la persecución... el peligro, la espada? Estoy
persuadido de que ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo futuro... ni
criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús,
nuestro Señor" (Rm 8, 35-39).
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 38 s.)
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 38 s.)
Oración final:
“Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber amar y perdonar como nosotros hemos
sido amados y perdonados por el Señor. Que trabajemos intensamente por su
Reino, hasta que llegue el día en que disfrutemos de la paz y de la alegría de
los hijos de Dios en la eternidad”. Amén.
Hno. Javier.
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