13 jun 2019

LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD CICLO C.




Domingo 16 de junio de 2019.
Proverbios 8,22-31; Romanos 5,1-5; San Juan 16,12-15.


Oración inicial:
“Señor Dios Eterno, Único y Verdadero, misterio infinito de amor y de vida, Trinidad Santísima, haz de la humanidad creada a tu imagen una sola familia, y que la comunidad eclesial, redimida por la sangre de tu Hijo y renovada por el Espíritu, sea siempre un vivo reflejo de tu misterio comunitario de amor, signo de liberación para los pobres y los últimos de la tierra, y fermento de unidad y de paz para todo el género humano. Por nuestro Señor Jesucristo”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Proverbios 8,22-31; Romanos 5,1-5; San Juan 16,12-15.

Claves de lectura:

1. «Los guiará hasta la verdad plena». (Evangelio)
En el evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo, que los guiará hasta le verdad completa. Esta totalidad es el misterio íntimo de Dios, su esencia, una esencia que sólo El conoce: porque al igual que únicamente el espíritu del hombre conoce la intimidad del hombre, así también, y mucho más aún, la intimidad de Dios nadie la conoce, si El mismo no nos la da a conocer y no nos hace partícipes de ella (1 Co 2,10-16). Esta autoapertura de Dios es entonces también «la verdad plena», pues tras la verdad de Dios o más allá de ella no puede haber ninguna otra verdad, y toda verdad contenida en el mundo creado no es sino un reflejo y una imitación de la verdad divina. Pero la verdad íntima de Dios es que Dios en cuanto origen y Padre se comunica ya desde siempre total e incondicionalmente a su «Palabra» o «Expresión» o «Impronta», que es «engendrada» en esta entrega total; se trata de un acto del amor más original al que sólo se puede corresponder con un amor recíproco igualmente total e incondicional. Pero cuanto más incondicional sea el amor, tanto más fecundo será: un simple «yo-tú» eterno se agotaría en sí mismo si el encuentro no fuera al mismo tiempo la producción de un fruto que (al igual que el niño es el fruto del encuentro de sus padres) testimonia el encuentro eterno del Padre y el Hijo. Los seres finitos, incluso cuando se aman, engendran y dan a luz en el amor, son seres yuxtapuestos; pero el ser infinito, que es Dios, sólo puede ser único: los que se aman en El sólo pueden existir el uno en el otro. Cuando el Hijo se hace hombre, no puede revelarnos otra cosa que el amor del Padre y su amor al Padre, y el amor de ambos por nosotros. Pero nosotros sólo podemos comprender este misterio y participar interiormente en él, si el Espíritu, que es a la vez la reciprocidad y el fruto de este amor, se derrama sobre nosotros. Este Espíritu no puede añadir nada más ni nada nuevo, pero su enseñanza es tan ilimitada como el propio amor divino. Si la revelación del Hijo ha «dado a conocer» (Juan 1,18) el amor divino «hasta el extremo» (Jn 13,1), y este extremo se alcanza con la muerte y resurrección, lo que comunique el Espíritu será tan ilimitado como lo que ha enseñado el Hijo.

2. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo». (2° Lectura)
La segunda lectura subraya esta verdad una vez más. Con su pasión y muerte, Jesús ha realizado finalmente el amor de Dios hacia nosotros y por nosotros, amor que no puede ser sino su propio amor trinitario, pues Dios no nos ama de una forma distinta a como se ama en sí mismo. El que nosotros, que hemos tenido «acceso» a este amor, seamos confortados en las tribulaciones y perseveremos en la paciencia, con la esperanza de participar en este amor, es decir: el que el sufrimiento en este mundo no nos aleje de Dios sino que nos acerque a El, y esto se convierta en nosotros en certeza, se lo debemos al Espíritu del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Merced a este Espíritu, nosotros mismos quedamos incluidos en la corriente eternamente fluyente del amor divino.

3. «Yo estaba junto a él, como aprendiz; yo era su encanto cotidiano» (1° Lectura)
Esto vale para los cristianos. Pero el misterio trinitario de Dios está desde el principio impreso en toda su creación, como se indica en la primera lectura. Ya antes de las aguas primordiales, existía esta Sabiduría de Dios, que aquí es designada como su hijo (aprendiz, su encanto cotidiano) y que en otros pasajes le ayuda a proyectar la creación; una Sabiduría que en la Antigua Alianza puede simbolizar tanto al Hijo como al Espíritu, algo divino y a la vez distinto del Creador paterno, de modo que todas las criaturas llevan impresa una huella de la entrega y de la fecundidad divinas. Cristo y el Espíritu Santo enviado por él no son simplemente la revelación de un misterio extraño y totalmente nuevo, sino al mismo tiempo también el desvelamiento para la criatura de su propio ser y de su sentido último.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 254 s.)

MEDITACIÓN.

Texto. Está entresacado de la conversación de Jesús con sus discípulos poco antes de partir para el Padre. El primer versículo pone expresamente de manifiesto el carácter inconcluso de la revelación de Jesús durante el período de su vida terrestre: hay muchas cosas con las que los discípulos de entonces no podían cargar. Las palabras miran hacia el futuro de la comunidad creyente, un futuro que se prevé difícil, como lo sugiere el propio verbo empleado ("cargar"), tras el que late la imagen del acarreo de cargas pesadas. Puesto que la perspectiva es el futuro de la comunidad creyente, resulta inútil cavilar sobre qué es lo que Jesús no podía decir todavía a sus discípulos. La frase se refiere a situaciones comunitarias posteriores, obviamente imprevistas en el presente de los discípulos con Jesús.
Lo verdaderamente importante y decisivo es la presencia del Espíritu en el futuro de la comunidad, una presencia que le abrirá a ésta la posibilidad de entender su situación existencial a la luz de las palabras de Jesús.
Al Espíritu se le designa como "Espíritu de la verdad". Función suya, entre otras formuladas en otros textos, es guiar a la comunidad creyente hacia la totalidad de la verdad. La verdad de la que aquí se habla es la revelación que promete la vida y que ha traído Jesús. Se trata de la penetración profunda en el contenido de la revelación y simultáneamente de su aplicación al comportamiento de la comunidad en medio del mundo. En comparación con otras funciones que se le asignan al Espíritu en el cuarto evangelio, ésta es la que cobra mayor relieve en la experiencia cristiana.
El Espíritu no oscurece la posición reveladora de Jesús. La función de guía del Espíritu está en conexión con Jesús, al igual que Jesús lo está con el Padre. La comunicación de lo que está por venir no debe entenderse como algo completamente nuevo más allá de la revelación de Jesús, algo así como la manifestación de sucesos futuros. "Hablar de lo oído y comunicar lo que está por venir" son, en realidad, expresiones mutuamente complementarias. El Espíritu no anuncia nada nuevo, sino que abre el mensaje mismo de Jesús a las nuevas y cambiantes situaciones de la comunidad, de forma que ese mensaje vaya adquiriendo su sentido siempre actual. La guía del Espíritu saca a la luz del día a día cambiante las insospechadas e insondables virtualidades de la revelación del Padre traída por Jesús. Lo que está por venir no son sucesos futuros, sino la actualización de la definitiva revelación que Jesús hizo del Padre, revelación que en este texto y en el resto del cuarto evangelio recibe el nombre de "la verdad".
Comentario. La liturgia del día nos invita a centrar nuestra atención en Dios. ¿Cómo hacerlo? Los caminos con punto de partida en análisis de carencias y necesidades humanas tiene graves y, tal vez, insalvables inconvenientes, el único camino con garantía absoluta es Jesús.
Acercándonos a Jesús empezamos descubriendo en él una personalidad humana extraordinaria: su actitud, sus palabras, sus gestos, sus acciones así lo confirman. Jesús despierta simpatía y confianza aun sin haberle visto. Pero poco a poco este descubrimiento inicial se nos queda corto. La persona de Jesús, en efecto, nos abre horizontes y honduras que trascienden lo humano. A través de Jesús y en Jesús Alguien demuestra una total y absoluta realidad, no obstante su invisibilidad. Alguien está ahí y es. No sabiendo cómo llamarle, le llamamos Dios. Jesús no le llama: está en El y vive con El, en cercanía y familiaridad humanamente inexplicables.
Llega un momento en que el trato con Jesús y el conocimiento de él nos llevan a la certeza total de Dios, aunque no acertemos a explicar su realidad. Lo que sí es cierto es que, a través de Jesús, Dios adquiere unos perfiles bien delimitados, que explican y dan respuesta a nuestras más hondas aspiraciones. Gracias a Jesús estamos absolutamente seguros de que nosotros no llegamos a Dios a partir de nosotros mismos, sino que nosotros adquirimos explicación a partir de Dios y que, por eso, nuestra vida tiene sentido.
(Aporte de ALBERTO BENITO, DABAR 1992, 33)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Ha evolucionado la imagen o idea que tenemos hoy de Dios?
¿Qué influjo tiene en nuestras vidas el Dios trinitario?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

LA VIDA A PARTIR DEL DIOS TRINO.
El evangelio que pone ante nosotros la iglesia este año en la fiesta de la santísima Trinidad, es, ante todo, un evangelio sobre el Espíritu santo, pero precisamente al tratar de él, descubre el misterio de la trinidad, del Dios trino. Porque el Espíritu no habla de sí mismo, sino que, como enviado del Padre, es su presencia insustituible. El Padre de tal manera se da al Hijo que todo lo que él tiene es del Hijo: cada una de las tres personas tiende hacia la otra, está solamente en las otras y, en este círculo del amor que se desborda, vive la más alta unidad y la más alta consistencia que suministra a todos la estabilidad y la unidad que existe.
Tal vez nos parecerán estas afirmaciones un tanto lejanas o distantes por lo abstruso del misterio, al cual no puede rozar nuestra insignificante y pequeña vida. Pero, a poco que se reflexione, se puede advertir que aquí se obtiene una comprensión de la realidad que, precisamente por su profundidad, penetra en todos los campos y que debería comportar todas las decisiones. Pues, siendo así las cosas, lo propiamente estable, lo propiamente consolidado, y constitutivo de la unión se halla configurado de un modo totalmente distinto de lo que ordinariamente nos imaginamos: no es lo fijo palpable lo fundamental, sino aquel movimiento del corazón y del espíritu que se abandona a sí mismo y se pone en camino hacia el otro. Tales tentativas de trasladar el misterio de Dios a su imagen, el hombre, y de comprender de esa manera lo uno a partir de lo otro no son solamente pías adaptaciones suplementarias o adicionales: el mismo evangelio del día de hoy habla de un modo totalmente trinitario y, precisamente por ello y no al mismo tiempo o junto a ello, habla, de un modo totalmente realista y práctico, de la vida de la iglesia y de la orientación de los cristianos en la iglesia y en el mundo. Su hablar sobre la trinidad no es un vuelo especulativo de altura que no tenga otro objetivo que a sí mismo, sino que resulta de la necesidad de responder a los cristianos que se interrogan, los cuales se hallan inmovilizados y encallados entre dos miembros de un dilema al parecer insoluble.
Por una parte, tenemos la innovación gnóstica: una modernización de lo cristiano que «no toma de lo Suyo», sino que sitúa lo propio por encima de lo suyo; y, por otra parte, la angustia de los piadosos que no pueden comprender aquel crecimiento del evangelio que se manifiesta tal vez ya en el evangelio de Juan si se le compara con los sinópticos. Ahora bien, a ellos se les dice que la palabra del «Jesús histórico» sólo podía ser un comienzo. Su plena envergadura o su pleno alcance sólo se hace patente en la medida en que es interpretado, y sale airoso en su lucha con los tiempos que avanzan.
Esto tuvo su vigencia para la generación de los discípulos; esto vale asimismo para toda la iglesia, la cual es el proceso continuado de la encarnación del Verbo o de la Palabra. Por una parte, no puede haber nada nuevo y más grande por encima de Cristo, el Dios hombre: Dios no tiene una respuesta mayor que él mismo; Cristo es definitivo y, a partir de él, la Iglesia. Pero esto no significa el encadenamiento a lo que es, sino un crecimiento vivo a través de la inclusión de toda la carne de la humanidad en la encarnación del Logos. Así, en último término, esta ley fundamental se traspasa al individuo: solamente cuando él pone su carne y el tiempo que avanza de su vida a disposición de la palabra, queda abierto el tiempo, como tal, para Cristo. La fidelidad y el crecimiento no se hallan encontrados, sino que se condicionan mutuamente. Donde hay fidelidad, hay vida; donde hay despotismo o autosuficiencia, está la ruina.
La clave, tanto para la iglesia como para el individuo en los laberintos del tiempo, radica, por tanto, en la misma trinidad. La solución de las cuestiones que nos zarandean hoy no se logra mediante teorías, sino a partir de lo «espiritual», introduciéndonos en la forma trinitaria, es decir, no tomando de lo propio, sino de lo suyo. La ausencia de egoísmo de los testigos acredita a la iglesia, así como lo fue y lo es la acreditación de Cristo y del Espíritu. Precisamente así surge la dependencia viviente, y surge también el avanzar v el crecer, la introducción en toda la verdad, que es más rica y más grande que todas nuestras invenciones.
(Aporte de JOSEPH RATZINGER, EL ROSTRO DE DIOS,
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 90-92)

Oración final:
“Oh Dios-Trinidad, misterio de amor eterno, insondable, del que apenas podemos balbucir una lejana aproximación. Aviva en nosotros tu misma Vida, la que creaste y depositaste en cada una de tus criaturas, para que nos sintamos convocados a acrecentar la Vida, arrollados por esa corriente original y eterna de vida en comunión  de amor que tú mismo eres: Padre, Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos” Amén.


¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!


Hno. Javier.


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