Domingo 8 de
septiembre de 2019.
Sabiduría 9,13-18; Filemón 9b-10.12-17; San Lucas
14,25-33.
“Mes de la Biblia”
Oración inicial:
“Aquí nos tienes, Señor, abriendo tus Escrituras,
pidiendo de tus honduras, el don del Espíritu Santo.
Venga a nosotros soplando, despertando corazones,
acogiendo entre sus dones, el poder hoy escucharte.
Danos oídos atentos y mirada penetrante,
mantén el alma expectante a tu Palabra Divina.
Sea ella nuestra guía mientras vamos caminando
y por la vida anunciando tu presencia peregrina”. Amén.
(Hno. Javier)
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Sabiduría 9,13-18; Filemón 9b-10.12-17; San
Lucas 14,25-33.
Claves de lectura:
1. «El que no renuncia a todos sus
bienes... ». (Evangelio)
Esto es lo que Jesús exige en el
evangelio cuando alguien quiere ser discípulo suyo. Bienes en este
contexto son también las relaciones con los demás hombres, incluidos los
parientes y la propia familia. Y Jesús utiliza la palabra «odiar», un término
ciertamente duro que adquiere toda su significación allí donde algún
semejante impide la relación inmediata del discípulo con el maestro o la
pone en cuestión. Jesús exige, por ser el representante de Dios Padre en
la tierra, aquel amor indiviso que la ley antigua reclamaba para Dios:
«con todo el corazón, con todas las fuerzas». Nada puede competir con
Dios, y Jesús es la visibilidad del Padre. El que ha renunciado a todo
por Dios está más allá de todo cálculo. El hombre tiene que deliberar y
calcular sólo mientras aspira a un compromiso. Si fija la mirada en este
compromiso, no terminará su construcción, no ganará su guerra. Jesús plantea
esta escandalosa exigencia a una gran multitud de gente que le sigue
externamente: ¿pero quién en esta gran masa está dispuesto a cargar con
su cruz detrás de Jesús? (Los romanos habían crucificado a miles de
judíos revoltosos, todo el mundo podía entender lo que significaba la
cruz: disponibilidad para una muerte ignominiosa en la desnudez más completa).
Jesús había renunciado a todo: a sus parientes, a su madre; no tiene
dónde reclinar la cabeza. El mismo tendrá que «llevar a cuestas su cruz»
(Jn 19,17). Sólo el que lo ha dejado todo puede -en la misión recibida de
Dios- recibirlo, «con persecuciones» (Mc 10,30).
2. «Me harás este favor con toda
libertad». (2°Lectura)
En la segunda lectura Pablo intenta
educar a su hermano Filemón en este desprendimiento, en esta renuncia a
todo lo propio, un desasimiento que no sólo es compatible con el amor puro,
sino que coincide con él. Cuando le remite al esclavo fugitivo, Pablo
hace saber a Filemón que le hubiera gustado retenerlo a su servicio, pero que
deja que sea él, Filemón, el que tome la decisión; le desliga de su
propiedad (el esclavo pertenecía a Filemón), pero también de todo cálculo
(pues no gana nada si se lo devuelve a Pablo). E incluso le expropia aún
más profundamente, al enviar a Onésimo no como esclavo sino como hermano
querido, pues en eso es en lo que se ha convertido para Pablo; por eso
«cuánto más ha de quererlo» Filemón, y esto tanto «como hombre» (pues el
esclavo se ha convertido para Filemón mediante el amor de Pablo en un
semejante, en un hermano) como «según el Señor», que es el desasimiento
por excelencia, superior a todo deseo de poseer.
3. «Se salvarán con la
sabiduría». (1°Lectura)
El mandamiento de Jesús sobre la
perfecta expropiación -con vistas a la pura disponibilidad para Dios- no
es algo que pueda conseguir el hombre con su esfuerzo, es una sabiduría
(en la primera lectura) que viene dada de lo alto. El que piensa con
categorías puramente intramundanas, tiene que preocuparse de muchas
cosas, porque las cosas terrenales son muy precarias; y esta preocupación
le impide divisar el panorama de la despreocupación celeste. Su
obligación de calcular no le permite hacerse una idea de los «planes de
Dios», que se fundamentan siempre en la entrega generosa y no en cálculos
o razonamientos. Sólo «la sabiduría» puede «salvar» al hombre de esta
preocupación que le impide toda visión de las cosas del cielo.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ
DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 281 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 281 s.)
MEDITACIÓN.
La empresa más arriesgada.
Salomón pide sabiduría a Dios para
que le guíe prudentemente en sus empresas; con ella sus obras serán
agradables a Dios, y podrá juzgar a su pueblo con justicia. Si Salomón
pide a Dios discernimiento para tener tino en el enfoque y solución de
los problemas terrenos, ¿cuánto más necesita pedirlo para saber cumplir
la voluntad de Dios?, pues "¿qué hombre conoce el designio de Dios,
quién comprende lo que Dios quiere..., si tú no le das tu sabiduría
enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" (Sabiduría 9,13). Si los
asuntos humanos a veces son tan difíciles, ¿qué ocurrirá, con los caminos
del Señor, que son: "Un abismo de riqueza, de sabiduría y de
conocimiento, sus decisiones son insondables y sus caminos irrastreables?
¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién es su consejero?" (Rom
11,33). Si las realidades terrestres apenas las conocemos, ¿qué ocurrirá con
las realidades sobrenaturales?
Dios ha grabado en el corazón de
todos los hombres la ley natural, y ha dado a su pueblo la ley en el
Sinaí, pero el instinto desordenado, la fuerza de las pasiones y la influencia
del ambiente mundano, enturbian el agua clara de la conciencia de los
hombres, como lo testifica Pablo: "Los objetivos de los bajos
instintos son opuestos al Espíritu y los del Espíritu a los bajos
instintos, porque los dos están en conflicto. Resultado: que no podéis hacer
lo que quisierais" (Gál 5,17). De tal manera que "en lo íntimo,
cierto, me gusta la ley de Dios, pero en mi cuerpo percibo unos criterios
diferentes que guerrean contra los criterios de mi razón y me hacen
prisionero de esa ley del pecado que está en mi cuerpo" (Rom 7,22).
"¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de
muerte?" (Rom 7, 24). Sólo la sabiduría de Dios nos enseñará lo que
le agrada y con ella nos dará la fuerza salvadora.
Con tu sabiduría, Señor, nos
enseñarás a "calcular nuestros años para que adquiramos un corazón
sensato, y comprendamos que mil años en tu presencia son un ayer que
pasó, una noche en vela, y como la hierba que por la mañana florece y por
la tarde la siegan y se seca. Que tu bondad, Señor, baje a nosotros y
haga prósperas las obras de nuestras manos" (Salmo 89).
Dios nos ha revelado su designio de
amor en Jesús, Sabiduría divina encarnada, quien, mientras va caminando
hacia Jerusalén acompañado de mucha gente, que ha escuchado la parábola
de la gran cena y la invitación general para que se llene su casa: "Sal a
los caminos y a los cercados y haz entrar a la gente para que se llene mi
casa" (Lc 14,23), plantea las exigencias de su seguimiento.
La primera condición y fundamental,
es seguirle con la cruz: "El que no carga con su cruz y viene en pos
de mí, no puede ser discípulo mío" (Lucas 14,25). Como Cristo, su
discípulo ha de entregarse a Dios y a los hermanos, especialmente a los
más pequeños y desprovistos.
La segunda, es el desprendimiento de
la propia familia: "Si alguno viene conmigo y no está dispuesto a
renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". Lo que quiere
Jesús significar es que hay que renunciar a cerrarse en el gueto de la
biología, de la tribu, del clan familiar, nacional-racista, dominado por
el orgullo y por el egoísmo, individual o colectivo. Jesús no quiere que
se utilice a Dios para difundir el ideal propio, la "capilla" propia.
Así no se sirve al Reino, sino que se aprovecha como escalón para
conseguir prestigio y otros intereses. Esos apegos afectivos atan e
impiden la creación de la familia universal que él está ya creando, a
cuya edificación puede y debe contribuir la familia propia, que sólo así
quedará justificada en su fin.
Por último, el que quiera seguir a
Jesús ha de renunciar a todo lo que tiene. Es lo que le pidió al joven
rico (Mt 19,29), a cambio de su amistad. Se puede vivir la renuncia sin
necesidad de salir del mundo y de su ambiente y de su propio trabajo. Basta con
orientar todas las energías y todo lo que se tiene hacia el reino de
Jesús, que ya está actuante entre nosotros. Y poner nuestras cosas al
servicio de los hermanos.
Esa es la torre que hemos de
construir. Esa es la guerra que hemos de ganar. Torre y guerra ante cuya
construcción y conquista no nos podemos evadir, porque en ellas está
implicada nuestra salvación. La enseñanza del Señor es: Si los proyectos de
este mundo exigen e imponen un precio, unos planes y unos sacrificios,
¿cómo podremos sin planes, sin sacrificios, sin precio, enfrentar el plan
supremo del Reino? Para eso necesitamos y hemos de pedir, como Salomón,
un espíritu de sabiduría que él nos da, junto con el consuelo y la
seguridad de que el principal constructor de la torre y el general que dirige
la guerra es el Señor que ha vencido la muerte con su resurrección. Y que
nos fortalece con el pan de la eucaristía.
(Aporte de J. MARTI BALLESTER)
Para la reflexión personal y grupa:
¿A
qué renunciamos, de hecho, los cristianos?
¿Sabemos
calcular bien nuestras propias fuerzas?
ORACIÓN-
CONTEMPLACIÓN.
Los ejemplos que
emplea Jesús son muy diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende
un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios
y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador
se pone a construir una torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un
tiempo para calcular si podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede
inacabada, provocando las burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar
en combate con un adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla
puede terminar en victoria o será un suicidio.
A primera vista,
puede parecer que Jesús está invitando a un comportamiento prudente y
precavido, muy alejado de la audacia con que habla de ordinario a los suyos.
Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere encomendar a los suyos es
tan importante que nadie ha de comprometerse en ella de forma inconsciente,
temeraria o presuntuosa.
Su advertencia
cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de
nuestra fe. Jesús llama, antes que nada, a la reflexión madura: los dos
protagonistas de las parábolas «se sientan» a reflexionar. Sería una
grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús, que no saben lo que
quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos
a sentar para aunar fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino
que hemos de seguir? ¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del
evangelio y más meditación para descubrir llamadas, despertar carismas y
cultivar un estilo renovado de seguimiento a Jesús?
Jesús llama
también al realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes.
¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin
conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso
al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los
hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de
hoy con estrategias de ayer?
Sería una
temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos
expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo. Según la parábola,
la "torre inacabada" no hace sino provocar las burlas de la
gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde
de Jesús que invita a sus discípulos a ser "fermento" en medio del
pueblo o puñado de "sal" que pone sabor nuevo a la vida de las
gentes.
(Aporte
de José Antonio Pagola, 5 de septiembre de 2010)
Oración final:
“Señor,
enséñanos a no tomar con negligencia y superficialidad el camino que nos
propones; ayúdanos a descubrir que ese camino no es solo una parte sino todo en
nuestra vida. Y que para tomarlo en serio tenemos que estar dispuestos a
entregártelo todo”. Amén.
Hno.
Javier.
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