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5 jul 2013

SANTA MARIA GORRETTI , PATRONA DE LOS ADOLESCENTES.






María Goretti  (vida de santos para niñOS)

         María nació en 1890, en un pueblecito de Italia que se llamaba Corinaldo. Hija de Tenía 6 hermanos, sus padres eran muy pobres pero eran muy felices porque se querían mucho entre ellos y jugaban, se cuidaban, les gustaba ir a misa todos los domingos y rezar por la noche.


Después de no encontrar trabajo en su pueblecito, el padre de María decidió irse a trabajar al castillo de un señor muy rico a otra ciudad de Italia.

      María iba creciendo y mostraba claramente a sus padres y hermanos que era muy lista y muy buena: no era nada caprichosa, ni de desobediente, y jamás decía una mentira. Era realmente el ángel de su familia.

         Tras un año de trabajo muy duro en el campo, su padre se puso muy enfermo y se murió.

         Al ser muy pobres y su padre ya no estar con ellos, la madre de María tuvo que ponerse a trabajar, dejando la casa al cuidado de los hermanos mayores.

         María lloraba a muchas veces por que le daba pena que su padre no estuviera, y le echaba de menos… le pedía todos los días a Dios que su padre estuviera feliz en el Cielo y cuidara de él.

                                                                                                                                                                

         María tenía como vecino a un chico muy bruto y muy malo que se llamaba Alessandro, que siempre la estaba persiguiendo para que la diera besos y fuera su novia.

         A María, este chico no le gustaba nada, y además después de tomar la Primera Comunión y recibir a Jesús en la Misa. Había decidido que quería ser monja, no casarse ni tener hijos, y vivir totalmente para Dios en un convento con otras monjas, rezando y queriéndole mucho a Jesús.

         Como Alessandro era muy cabezota y no estaba muy bien de la cabeza, la amenazó varias veces con matarla si no la besaba ni le daba abrazos; pero María seguía diciéndole que no, y que ella solo quería a Jesús.

Un día Alessandro, aprovechando que no estaba en su casa la madre de María, la ató con una cuerda y la obligó a que le diera besos. Como ella se negó porque solo quería ser monja y querer a Jesús, él muy enfadado la dio con un cuchillo y acabó con su vida. Pero antes de morir, le perdonó, como Jesús había perdonado en la Cruz a los malos que no le quisieron e hicieron que le crucificaran sin haber hecho nada malo.

         Como María había sido muy buena y había dado su vida por Jesús y por no hacer cosas malas que no le gustaran a Dios. Subió muy rápido al Cielo. Alessandro fue a la cárcel, pero allí se arrepintió del mal que había hecho y decidió meterse en un convento y vivir con unos frailes el resto de su vida, pidiendo perdón a Dios.

 

El caso de María Goretti se extendió por todo el mundo. En 1947, el Papa Pío XII la beatificó y en 1950 la canonizó. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, de 82 años, dos hermanas y un hermano. Y, aunque parezca increíble, también asistió Alejandro, el arrepentido asesino de la santa.Santa María Goretti fue santa no por el hecho de tener una muerte injusta y violenta, sino porque murió por defender una virtud inculcada por la fe cristiana. A esta santa se la llama la “Mártir de la pureza”. Sus imágenes la representan como una campesina con un lirio en la mano, que es el símbolo de la virginidad, y con la corona del martirio.

                                      ¿Qué nos enseña la vida de María Goretti?

·         La principal enseñanza es la vivencia de la virtud de la pureza: pureza de alma y cuerpo.

·         A perdonar a nuestros enemigos, a pesar de que nos hayan causado un daño irreparable. Como también lo hizo el Papa Juan Pablo II, al perdonar a Alí Agca, quien tratara de asesinarlo en 1981.

·         María Goretti nos enseña a ser fuertes ante situaciones difíciles, confiando siempre en Dios.

 

BIOGRAFIA DE SANTA MARIA GORRETTI


 Virgen y mártir. Año 1902. Santa María Goretti nació en Corinaldo, Italia el 16 de octubre de 1890 hija de Luis Goretti y Assunta Carlini, ambos campesinos. María fue la segunda de seis hijo.

 Vivió en el seno de una familia humilde y perdió a su padre a los diez años por causa del paludismo. Como consecuencia de la muerte de su padre, la madre de María Goretti tuvo que trabajar dejando la casa y los hermanos menores a cargo de ésta quien realizaba sus obligaciones con alegría y cada semana asistía a clases de catecismo.

 A los once años hizo su primera comunión haciéndose, desde entonces, el firme propósito de morir antes que cometer un pecado. En la misma finca donde vivía María trabajaba Alejandro Serenelli, quien se enamoró de María que en ese entonces contaba con doce años. Serenelli, a causa de lecturas impuras, se dedicó a buscar a María haciéndole propuestas que la santa rechazaba haciendo que Serenelli se sintiera despreciado.

 El 5 de julio de 1902 Serenelli fue en busca de María quien estaba sola en su casa y al encontrarla la invitó a ir a una recámara de la casa a lo que María se negó por lo que aquél se vio obligado a forzarla. María se negaba advirtiéndole a Serenelli que lo que pretendía era pecado y que no accedería a sus pretensiones por lo que éste la atacó con un cuchillo clavándoselo catorce veces. María no murió inmediatamente, fue trasladada a la hospital de San Juan de Dios donde los médicos la operaron sin anestesia porque no había y durante dos horas la santa soportó el sufrimiento ofreciéndo a Dios sus dolores.

 Antes de morir, un día después del ataque, María alcanzó a recibir la comunión y la unción de los enfermos e hizo público su perdón a Serenelli. El asesino fue condenado a 30 años de prisión donde al principio no daba muestras de arrepentimiento. La tradición cuenta que después de un sueño donde María le dijo que él también podía ir al cielo, Serenelli cambió completamente volviéndose hacia Dios y ofreciendo sus trabajos y sufrimientos en reparación de sus pecados.

 Después de 27 años de cárcel fue liberado y acudió a pedir perdón a la madre de la santa, quien no solo lo perdonó sino que lo defendió en público alegando que si Dios y su hija lo habían perdonado, ella no tenía porque no perdonarlo. La fama de María Goretti se extendía cada vez más y fueron apareciendo las muestras de santidad, que fue fruto de su cercanía a Dios y su devoción a laVirgen María. Después de numerosos estudios, la Santa Sede la canonizó el 24 de junio de 1950 en una ceremonia que se tuvo que realizar en la Plaza de San Pedro debido a la cantidad de asistentes que se calculaban en más de quinientas mil personas.

En la ceremonia de canonización acompañaron a Pío XII la madre, dos hermanas y un hermano de María. Durante esta ceremonia Su Santidad Pío XII exhaltó la virtud de la santa y sus estudiosos afirman que por la vida que llevó aún cuando no hubiera sido mártir habría merecido ser declarada santa.

«A través de la oración logramos estar con Dios. Pero, quien está con Dios, está lejos del enemigo. La oración es apoyo y defensa de la castidad, freno de la ira, sosiego y dominio de la soberbia. La oración es custodia de la virginidad, protección de la fidelidad en el matrimonio, esperanza para quienes velan, abundancia de frutos para los agricultores, seguridad para los navegantes» («De oratione dominica 1»: PG 44,1124A-B).

 El Apóstol San Pablo nos  enseñó :Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús (...) a que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más... Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación” (1 Ts 4, 1-3).

 


“Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y *santidad ” Efesios 4:22-24

 “Huye de las pasiones de la juventud, y busca la justicia, la fe, el amor y la paz, junto con todos los que con un corazón limpio invocan al Señor”.  2 Timoteo 2

 “Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias; antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”. Rom 13: 13-14

“¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo”. 1 Corintios 6

Paul Claudel le escribe a su hijo:"Mi querido hijo:No creas a los que te dicen que la juventud ha sido hecha para divertirse. La juventud no ha sido hecha para el placer sino para el heroísmo. Porque un joven necesita heroísmo para resistir a las tentaciones que le rodean."

 "En la vida hay que entrenarse. Entrenarse es hacer un esfuerzo cuando no hace falta, para saber esforzarse cuando haga falta. El que no sabe decir no cuando pudiera decir sí, no sabrá decir no cuando tenga que decir no. El que no sabe privarse de lo lícito por ensayo, no sabrá privarse de lo ilícito cuando sea necesario." -EDUARDO ARCUSA, S.I.: Eternas Preguntas, VIII, 4. Ed. Balmes. Barcelona

 Señor, ayúdame a discernir los movimientos de mi corazón. Ayúdame a distinguir entre las grandes riquezas de la sexualidad como tú la creaste y las distorsiones de la lujuria. Te doy permiso, Señor, de demoler mis lujurias- Llévatelas. Crucifícalas para que llegue a experimentar la resurrección del deseo sexual como tú lo pretendes. Dame un corazón puro. Amén.

 Para crecer en pureza “debemos estar comprometidos a una progresiva educación en autocontrol de la voluntad, de los sentimientos, de las emociones; y esta educación debe desarrollarse empezando con los actos más simples en los que es relativamente fácil poner la decisión interior en práctica” Juan Pablo II (Oct. 24, 1984).

            ORACIÓN PARA PEDIR LA PUREZA

oh custodio y padre de vírgenes san José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes María, por estas dos queridisimas prendas, Jesús y María, te ruego y suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia y corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén. 

 Consagración del joven al Corazón de Cristo

Corazón divino de Jesús, por el Corazón de María, la mujer nueva de Nazaret, nos consagramos a tu Corazón para ser en nuestro mundo antorcha de esperanza para los decaídos, alegría para tantos jóvenes que se encuentran solos y desesperados. No nos dejes caer en la tentación de no hacer nada. Ayúdanos a sembrar los caminos de amor a los que sufren y ser entre los jóvenes constructores de la Civilización del Amor. Amén 

 Palabras de Juan Pablo II para los jóvenes

«Los que os hablan de un amor espontáneo y fácil os engañan. El amor según Cristo es un camino difícil y exigente. El ser lo que Dios quiere, exige un paciente esfuerzo, una lucha contra nosotros mismos. Hay que llamar por su nombre al bien y al mal». -Lourdes el 15 de agosto de 1983

 «¿Quieres encerrarte en el círculo de tus instintos? En el hombre, a diferencia de los animales, el instinto no tiene derecho a tener la última palabra». -Rímini (Italia), agosto de 1985.

El Catecismo de la iglesia Católica nos dice:

2339 La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado. "La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados".

2340 El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración. "La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos".

2341 La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.

2342 El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo  reiterado en todas las edades de la vida. El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.

2343 La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. "Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de crecimiento".

2344 La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo cultural, pues "el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados". La castidad supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.

2345 La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo. La totalidad del don de sí

2346 La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.

2347 La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos, a quien se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina

San Luis Maria Grignion de Montfort

 Virgen María, Madre mía, me consagro a ti  y confío en tus manos toda mi existencia.
Acepta mi pasado con todo lo que fue. Acepta mi presente con todo lo que es. Acepta mi futuro con todo lo que será. Con esta total consagración te confío cuanto tengo y cuanto soy, todo lo que he recibido de Dios.
Te confío mi inteligencia, mi voluntad, mi corazón. Deposito en tus manos mi libertad, mis ansias y mis temores, mis esperanzas y mis deseos, mis tristezas y mis alegrías. Custodia mi vida y todos mis actos para que le sea más fiel al Señor y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío ¡Oh María! mi cuerpo y mis sentidos para que se conserven puros y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te confío mi alma para que tú la preserves del mal. Hazme partícipe de una santidad igual a la tuya; hazme conforme a Cristo, ideal de mi vida.
Te confío mi entusiasmo y el ardor de mi juventud, para que tú me ayudes a no envejecer en la fe. Te confío mi capacidad y deseos de amar; enséñame y ayúdame a amar como tú has amado y como Jesús quiere que se ame.
Te confío mis incertidumbres y angustias para que en tu corazón yo encuentre seguridad, sostén y luz en cada instante de mi vida. Con esta consagración me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios que esta elección comporta y te prometo, con la gracia de Dios y con tu ayuda, ser fiel al compromiso asumido.
¡Oh María!, soberana de mi vida y de mi conducta, dispón de mí y de todo lo que me pertenece, para que camine siempre junto al Señor bajo tu mirada de Madre.
¡Oh María! Soy todo tuyo y todo lo que poseo te pertenece ahora y siempre. ¡Amén!

 Oración para suplicar la gracia de custodiar la castidad
Señor Jesucristo, esposo de mi alma, delicia de mi corazón, más bien corazón mío y alma mía, frente a ti me postro de rodillas, rogándote y suplicándote con todo mi fervor de concederme preservar la fe que me has dado de manera solemne. Por ello, Jesús dulcísimo, que yo rechace cada impiedad, que sea siempre extraño a los deseos carnales y a las concupiscencias terrenas, que combaten contra el alma y que, con tu ayuda, conserve íntegra la castidad.¡Oh santísima e inmaculada Virgen María!, Virgen de las vírgenes y Madre nuestra amantísima, purifica cada día mi corazón y mi alma, pide por mí el temor del Señor y una particular desconfianza en mis propias fuerzas.

San José, custodio de la virginidad de María, custodia mi alma de cada pecado.Todas ustedes Vírgenes santas, que siguen por doquier al Cordero divino, sean siempre premurosas con respecto a mí pecador para que no peque en pensamientos, palabras u obras y nunca me aleje del castísimo corazón de Jesús. Amén
 

 "Que santa María Goretti ayude a los jóvenes a experimentar la belleza y la alegría de la bienaventuranza evangélica: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"".

"La pureza de corazón, como toda virtud, exige un entrenamiento diario de la voluntad y una disciplina constante interior. Exige, ante todo, el asiduo recurso a Dios en la oración".

 El Papa Juan Pablo II la presenta especialmente como modelo para los jóvenes: "Nuestra vocación por la santidad, que es la vocación de todo bautizado, se ve alentada por el ejemplo de esta joven mártir. Mirad la, sobre todo vosotros los adolescentes, vosotros los jóvenes. Sed capaces, como ella, de defender la pureza del corazón y del cuerpo; esforzaos por luchar contra el mal y el pecado, alimentando vuestra comunión con el Señor mediante la oración, el ejercicio cotidiano de la mortificación y la escrupulosa observancia de los mandamientos" (29 de septiembre de 1991).

Por eso el Papa no teme decir a los jóvenes: "No tengáis miedo de ir contracorriente, de rechazar los ídolos del mundo". y explica: "Mediante el pecado, damos la espalda a Dios, nuestro único bien, y elegimos ponernos del lado de los ídolos que nos conducen a la muerte ya la condenación eterna, al infierno". María Goretti "nos alienta a experimentar la alegría de los pobres que saben renunciar a todo con tal de no perder lo único que es necesario: la amistad de Dios... Queridos jóvenes, escuchad la voz de Cristo que os llama, también a vosotros, al estrecho sendero de la santidad" (29 de septiembre de 1991).

ORACIÓN A SANTA MARIA GORETTI

¡ Oh Santa María Goretti, que ayudada por la divina gracia no vacilaste en derramar tu sangre a la tierna edad de doce años y en sacrificar tu vida para defender tu pureza virginal !

¡ Vuelve tus ojos, oh celestial doncella, sobre la humanidad tan alejada del camino de la eterna salvación !

Enseña a todos, especialmente a la juventud, con que valentía y prontitud deben posponer todas las cosas al amor de Jesús.
Intercede ante el Señor para que nos infunda verdadero horror al pecado para que apartándolo siempre de nosotros, podamos vivir en gracia de Dios y merecer el premio eterno del cielo.

Así sea.

Oración

Santa María Goretti, este día te pido que me ayudes a vivir la virtud de la pureza, para entender que la castidad es un medio para cultivar mi voluntad y así, lograr la santidad en el estado de vida al que Dios me llama. Amén.
Oración -del Oficio Divino

Señor, fuente de la inocencia y amante de la castidad, que concediste a tu sierva María Goretti la gracia del martirio en plena adolescencia, concédenos a nosotros, por su intercesión, firmeza para cumplir tus mandamientos, ya que le diste a ella la corona del premio por su fortaleza en le martirio. Por nuestro Señor Jesucristo.
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Para poder crear un clima favorable a la castidad, es importante practicar la modestia y el pudor en la manera de hablar, de actuar y de vestir. Con esas virtudes, la persona es respetada y amada por sí misma, en lugar de ser contemplada y tratada como objeto de placer. De ese modo, los padres deberán velar para que ciertas modas no profanen la casa, en especial a través de un mal uso de los medios de comunicación de masas. Habrá que animar a los niños y adolescentes a estimar y practicar el dominio de sí mismos, a ser discretos, a vivir con orden, a realizar sacrificios personales en medio de un espíritu de amor por Dios y de generosidad hacia los demás, sin sofocar los sentimientos y las tendencias de cada uno, sino canalizándolas hacia una vida de virtud (cf. Consejo pontifical para la familia, íd. 56,-58). Siguiendo el ejemplo de María Goretti, los jóvenes descubrirán "el valor de la verdad que libera al hombre de la esclavitud de las realidades materiales", y podrán "descubrir el gusto por la auténtica belleza y por el bien que vence al mal" (Juan Pablo II, íd).>>

27 jun 2013

¿Qué significa las letras JHS?


 



   
Este símbolo IHS o JHS es muy famoso y se usa en multitud de lugares.

Su significado es muy sencillo: es la abreviatura del nombre de Jesús.

Hoy es precisamente el Dulce Nombre de Jesús, pues a los 8 días de nacer San José y la Virgen, como judíos piadosos y observantes de la Ley que eran lo llevaron al templo para circuncidarlo y le pusieron el nombre que el arcángel San
Gabriel había dicho a María: A los ocho días circuncidaron al niño y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel había dicho a María antes de que estuviera encinta

J: Jesús
H: Hombre
S: Salvador


Significa Joshua (En español se traduce como Jesús y significa Salvador) por eso "jesus hombre salvador"

En el hebreo no se escribían las vocales, así como el de Dios es YHVH y significa Yahvé (En español se traduce como "Yo soy"

13 jun 2013

LA MESA DE LA PALABRA Y LA MESA DE EUCARISTIA ¿PARADIGMAS DE LA CATEQUESIS?

El obispo de Morón y anterior presidente de la Comisión Episcopal de Catequesis, Mons. Luis Eichhorn, nos hizo llegar su aporte escrito al II SENAC. Lo compartimos con ustedes semanas antes del encuentro para que puedan “espiar” un poco acerca de la riqueza, la actualidad y rigor del pensamiento que se va a desplegar en estos días en Córdoba.

Por Mons. Luis Eichhorn

1. Primacía y centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y en la catequesis

Dice el Concilio Vaticano IIº: “Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: ‘La Palabra de Dios es viva y eficaz’ (Heb 4, 12), ‘puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados’ (Hec 20, 32; cf. 1 Tes 2, 13)”[1].

Estas palabras nos mueven a hacer una reflexión que creo importante para nuestra vida como catequistas, y para toda la tarea catequística en general. El Papa Benedicto XVI confirma la importancia de fundamentar la vida de la Iglesia en la Palabra de Dios: “El Sínodo ha vuelto a insistir más de una vez en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente”[2], y en otra parte, en referencia directa a la actividad catequística: “Un momento importante de la animación pastoral de la Iglesia en el que se puede redescubrir adecuadamente el puesto central de la Palabra de Dios es la catequesis, que, en sus diversas formas y fases, ha de acompañar siempre al Pueblo de Dios”[3].

La Palabra de Dios es fuente de Vida: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68).

Es la primera consideración que hacemos: el plan de amor de Dios es darse, comunicarse: ¡Dios es amor! Y lo hace a través de su Hijo, Palabra hecha carne. Dios se mete en nuestra historia, en nuestra vida. Su Palabra encarnada es el Emmanuel, Dios con nosotros.

Esta Palabra es viva, eficaz, ayer, hoy y siempre[4]. Esta es nuestra convicción, nuestra fe: hoy Dios nos habla, entabla una conversación con nosotros, nos interpela, nos llama, nos ilumina…; “Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía”[5]; “En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos”[6].

Hay frases de Jesús en el Evangelio que nos hace ver la profundidad y las consecuencias de esto:

“El que me ama será fiel a mis palabras, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

 

“Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15, 7).

Todo el acontecimiento de la revelación, la historia de salvación, contenida en la Tradición de la Iglesia, es consignada en los textos Sagrados: “Los textos inspirados por Dios fueron confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar la fe y guiar la vida de caridad”[7].

Nuestra oración y vida espiritual debe fundarse en la Palabra, en las Sagradas Escrituras, leídas en la comunión con toda la Tradición de la Iglesia. Toda la vida del cristiano y de la Iglesia, toda su actividad pastoral, y por tanto, su catequesis, están animadas por la Palabra de Dios; es decir, tienen en ella su fuente misma que alimenta y nutre.

2. Espiritualidad bíblica de los catequistas

El catequista participa desde su vocación en el ministerio de la Palabra: esto implica una relación especial, personal y comunitaria, íntima y profunda con la Palabra; podríamos decir que todo gira en torno a ella, como una rueda lo hace en torno a su eje: sin él no podría moverse. Es la espiritualidad del catequista, centrada en la Palabra.

Es necesario, pues, alimentar nuestra oración, nuestra escucha y diálogo con el Señor, nuestro conocimiento y nuestra intimidad con Él, a través de la asidua (diaria) lectura orante de la Palabra. Leer orando, meditar creyendo y contemplar amando; dejando que esa Palabra “viva” -¡Dios me está hablando, tiene algo que decirme!- penetre en mi corazón, mi inteligencia, mis afectos, mi vida toda y la transforma en una Palabra, un Evangelio viviente, encarnado. Cultivar, por tanto, una auténtica espiritualidad bíblica.

Esta práctica de lectura orante y el cultivo de una espiritualidad bíblica, además, debe ser el objetivo central y el más importante en nuestras comunidades catequísticas: nuestras reuniones, primero y sustancialmente, deben girar en torno a esto: somos catequistas, y en primer lugar, comunidad de discípulos reunidos “en nombre de Jesús”: ¿hay algo más importante para los discípulos del Señor que escuchar a su maestro? ¡es nuestra propia identidad! Conocer a Cristo, tener una fuerte experiencia de Él entre nosotros, como nos decía san Pablo: “Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él…” (Filip, 3, 8).

Más aún, la Palabra es inspirada por el Espíritu Santo a la comunidad: es su ámbito propio, donde resuena con todos sus matices y armónicos. Más aún, la Palabra es para la comunidad, crea comunidad[8]. ¡Cuántas horas perdidas en nuestras reuniones “operativas”, de “planificación”, de “preparación de encuentros”! ¡Cuánto tiempo perdido, cuando lo esencial es escuchar, orar, compartir la Palabra: “Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados” (Col 3, 16). No digo que no sea importante lo práctico y concreto, el planificar tareas, pero démosle a la Palabra el principal lugar; lo demás “se les dará por añadidura”(Mt 6, 33).

3. Catequesis centrada en la Palabra de Dios y en la Liturgia

Una cuestión que se nos plantea con frecuencia es: ¿qué texto leer? Y en esto creo que, como catequistas, no debemos perder el rumbo: atender a la vida de la misma comunidad eclesial, que es el ámbito propio de la catequesis. Toda la vida de la Iglesia es alimentada por la Liturgia, donde la Palabra tiene su lugar descollante, imprescindible. Es el lugar propio donde la acción del Espíritu Santo hace resonar la Palabra y la vuelve eficaz. Al respecto, el Documento post-sinodal Verbum Domini, nos enseña: “Al considerar la Iglesia como ‘casa de la Palabra’, se ha de prestar atención ante todo a la sagrada Liturgia. En efecto, este es el ámbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde. Todo acto litúrgico está por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura”[9]. Y en otro lugar: “En la lectura orante de la Sagrada Escritura, el lugar privilegiado es la Liturgia, especialmente la Eucaristía, en la cual, celebrando el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Sacramento, se actualiza en nosotros la Palabra misma. En cierto sentido, la lectura orante, personal y comunitaria, se ha de vivir siempre en relación a la celebración eucarística”[10].

¡Qué elemento clave para centralizar y articular nuestra catequesis en torno al Año Litúrgico, y para ir viviendo nuestra fe, esperanza y caridad –nuestra espiritualidad– centrada en este camino eclesial! Pensemos, que cada año, se nos ofrece un Evangelio completo, y partes importantes del Evangelio de Juan; en tres años, (Ciclos A, B, y C), leemos todo el Nuevo Testamento y partes fundamentales del Antiguo: una catequesis completa, si la acompañamos con los textos apropiados del Catecismo de la Iglesia Católica[11]. Este es un elemento dinámico que no sólo puede renovar totalmente la catequesis, tanto de iniciación cristiana como el itinerario catequístico permanente, sino que también renueva a toda la comunidad.

Nuestros itinerarios catequísticos, por lo general, siguen un esquema distinto, poco afín al Año Litúrgico, y divorciado de las mismas celebraciones dominicales; creo que si planificamos y replanteamos nuestros objetivos catequísticos, esto no sólo es posible sino que será la gran transformación catequística que estamos proponiendo desde el replanteo de la iniciación cristiana en estilo catecumenal.

Como consecuencia de lo que acabamos de decir, se nos plantea una pregunta: ¿cómo usamos la Palabra de Dios en la catequesis?

En primer lugar, evitar el caer en planteos o posiciones fundamentalistas, usándola Palabra para “dar razón” a mi teoría o ideología. Lo correcto es lo contrario: ¡escuchar a Dios! Dejarnos iluminar por su Palabra. Discernir desde ella los signos de los tiempos. En ella Dios se revela, se da a conocer, nos ilumina sobre su proyecto para nosotros; con su Palabra nos llama: nuestra vocación. Su Palabra es Verdad, es Espíritu y Vida (cf. Jn 6, 63; 7, 16-18. 28-29; 8, 43-47; 12, 43-50; 14, 24). El itinerario mismo de toda la catequesis, será, entonces, la Palabra de Dios en su contexto litúrgico.

La Palabra es la fuente principal de la catequesis: de ella mana nuestro anuncio, nuestra iluminación, nuestra enseñanza. Sólo desde una escucha atenta de la Palabra podremos extraer una catequesis que “toque el corazón”, que resuene en el interior de cada persona; porque es Palabra “viva y eficaz”. Como ocurrió con los discípulos de Emaús: “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas la Escrituras lo que se refería a Él (…) Y se decían: ‘¿No ardía acaso nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc. 24, 27.32); podemos ver también un ejemplo hermoso sobre la catequesis con la Palabra de Dios en el encuentro del diácono Felipe con el Etíope (cf. Hech 8, 26-40). Recuperar, por tanto el amor, el aprecio, la confianza en la fuerza misma de la Palabra de Dios, Palabra inspirada por el Espíritu, que sigue hablando hoy.

4. La vida espiritual del catequista

Cuando tratamos de “vida espiritual”, hablamos de la vivencia interior, de la intimidad, del trato y relación personal con el Señor. Vínculo establecido y conducido por el Espíritu Santo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14, 15-17); “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!” (Rom 8, 14-15).

Es la experiencia personal de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunión de amor, un Dios que es amor, que mora en nuestro corazón. Es la vida espiritual (espiritualidad) de todo bautizado, la cual es potenciada, y se desarrollar por la fuerza de la Gracia de Dios –como la semilla de mostaza, o el poco de levadura que la mujer mezcla con la harina (cf. Mt 13, 31-33)– si con humildad amor, oración, entrega, dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros. Es, en definitiva, el desarrollo pleno del llamado (vocación) a la santidad que se nos hizo en el Bautismo. Esta vida espiritual, a veces, puede languidecer, debilitarse, como brasa que lentamente se va apagando perdiendo su fuego y su luz, terminando por desaparecer: no nos engañemos; la vida espiritual auténtica, fruto del Espíritu, es el motor mismo, la fuerza, la dinámica de toda la vida del cristiano y de la Iglesia y sus comunidades concretas: si no hay VIDA, nada se mueve, todo termina en muerte. Por algo denunciaba el Cardenal Ratzinger –después Benedicto XVI– “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en la cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”[12].

Uno de los motivos por el cual encontramos, a veces, una cierta mediocridad en nuestra catequesis, es la falta de vivencia y calidad espiritual, condición imprescindible para un catequista que quiera ser fiel a su vocación. La verdadera fuerza (dinamismo) que podrá renovar profundamente la catequesis es una Vida cristiana vivida a pleno, en una vida espiritual cultivada, abonada, regada, desde la misma Palabra de Dios, fuente inagotable y pura de vida espiritual en la Iglesia[13]. Es ahí donde debemos beber el agua pura, manantial de vida: “Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación…” (Is 12, 3; cf. Jn 7, 37-39; 19, 34); “También todos comieron la misma comida y bebieron la misma bebida espiritual. En efecto, bebían el agua de una roca espiritual que los acompañaba, y esa roca era Cristo” (1 Cor 10, 3-4).

Una vida espiritual no puede centrarse exclusivamente en devociones o prácticas de piedad, sino que principalmente debe alimentarse cotidianamente con la Palabra; una vida espiritual sólida tiene dos cimientos: la Palabra de Dios y la Eucaristía.

Si consideramos que en la Liturgia la Palabra tiene un puesto descollante, y que la Eucaristía, en la cual celebramos el Misterio central de nuestra Fe cristiana que es la Pascua del Señor, vemos claramente que éstos son dos lugares privilegiados para la vida de los creyentes; en la Palabra y en la Eucaristía se nutre la vida espiritual de los creyentes: “Se entiende así la gran importancia del precepto dominical, del ‘vivir según el domingo’, como una necesidad interior del creyente, de la familia cristiana, de la comunidad parroquial”[14].

La Palabra de Dios será, pues, el alimento cotidiano de nuestra vida espiritual. Lo afirma el Papa Benedicto en Verbum Domini: “El Sínodo ha vuelto a insistir más de una vez, en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente, en los diferentes ministerios y estados de vida, con particular referencia a la lectio divina. En efecto, la Palabra de Dios está en la base de toda espiritualidad auténticamente cristiana”[15]. Y recomienda la práctica periódica de la lectura orante de las Sagradas Escrituras, en especial la Lectio Divina con los textos del Domingo próximo: “La lectura orante personal y comunitaria prepara, acompaña y profundiza lo que la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico. Al poner tan estrechamente en relación lectio y liturgia, se pueden entender mejor los criterios que han de orientar esta lectura en el contexto de la pastoral y la vida espiritual del Pueblo de Dios”[16].

La Iglesia es la “casa de la Palabra”, y en especial, en su Liturgia, ámbito privilegiado del diálogo entre Dios y su pueblo: Él nos habla, nosotros escuchamos y respondemos; la liturgia es una continua, plena y eficaz exposición de la Palabra de Dios. Ahí la acción del Espíritu Santo ka hace operante en el corazón de los fieles. En la Liturgia, por otra parte, con “sabia pedagogía”, la Iglesia proclama y escucha las Sagradas Escrituras siguiendo el ritmo del año litúrgico, en cuyo centro resplandece el Misterio Pascual, al que se refieren todos los misterios de Cristo y de la Historia de la Salvación, los que se actualizan sacramentalmente[17].

Subrayando esta idea, me viene a la memoria lo que enseñaba san Bernardo, un gran amante de la Palabra:

“El que me ama guardará mi Palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada”.

He leído también en otra parte:

“El que teme al Señor obrará bien”. Pero veo que dice aún algo más acerca del que ama a Dios y guarda su Palabra. ¿Dónde debo guardarla? No hay duda de que en el corazón, como dice el profeta: “En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti”.

Conserva tú también la Palabra de Dios, porque son “dichosos los que la conservan”. Que ella entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, y tu alma se deleitará como si comiera un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien, sacia tu alma con este manjar delicioso. Si guardas así la Palabra de Dios es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y Él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, “nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial”[18].

Jesús, al enseñar a orar a sus discípulos, les dice: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá…” (Lc 11, 9). Es la base de los pasos que conforman el método de la Lectio Divina: cito un texto del Monje Guigo en su famosa carta al Hno. Gervasio (1173), quien nos transmitió la tradición de esta forma de oración:

“La lectura es un examen detenido de la Escritura realizado con espíritu atento. La meditación es una operación reflexiva de la mente que investiga, con ayuda de la razón, el conocimiento de la verdad oculta. La oración es una ferviente elevación del corazón hacia Dios para alejar los males y recibir los bienes. La contemplación es una elevación por encima de sí misma de la mente suspendida en Dios, que degusta las alegría de la eterna dulzura. Una vez descritos los cuatro grados, nos queda ahora por ver sus funciones.
La lectura busca la dulzura de la vida bienaventurada, la meditación la encuentra, la oración la pide y la contemplación la gusta. Por eso el Señor mismo dice: “Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. Buscad leyendo y encontraréis meditando, llamad orando y se os abrirá contemplando. La lectura pone, por así decirlo, el alimento sustancial en la boca, la meditación lo mastica y tritura, la oración obtiene gustar, la contemplación es la dulzura misma, que alegra y reconforta. La lectura sitúa en la corteza, la meditación en la médula, la oración en la impetración del deseo y la contemplación en el gozo de la dulzura obtenida” (…).
“De todo esto podemos deducir que la lectura sin la meditación es árida, la meditación sin la lectura errónea, la oración sin la meditación tibia, la meditación sin la oración infructuosa; la oración fervorosa requiere la contemplación, pero una contemplación adquirida sin oración es rara o milagrosa (…) Lo cual Él mismo nos enseña a hacer cuando dice: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. Pues ahora el Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan”.

5. Eucaristía, centro de nuestra catequesis de iniciación cristiana y del itinerario permanente

La centralidad de la Eucaristía es algo incuestionable y ya sabido; con sólo recordar las palabras de Jesús en Cafarnaún, nos damos cuenta de ello:

“Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él…” (Jn 6, 53-56).

Sería hermoso poder desarrollar ampliamente este tema, pero quiero especialmente, con respecto a la catequesis y a la Palabra de Dios, referirme al tema de la Eucaristía y la catequesis.

El catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una pauta imprescindible al respecto: “La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. ‘La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación d los hombres.

La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo (es ‘mistagogia’), procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los ‘sacramentos’ a los ‘misterios’”[19].

Tanto la iniciación cristiana, como el itinerario catequístico permanente, tienen por objetivo una “vida eucarística”, esto es, una vida cristiana centrada en la vivencia del Misterio Pascual, que la comunidad celebra domingo a domingo con todas la consecuencias que tiene el vivir de “una forma eucarística”[20] nuestra fe y nuestro amor.

Sabemos que la fuerza misma de la iniciación cristiana se fundamenta en los sacramentos, donde Jesucristo actúa en plenitud. La catequesis de iniciación no es, pues, una preparación para participar plenamente en la primera Eucaristía, sino que es en la participación eucarística misma donde se va conformando el ser cristiano, su personalidad, su vida coherente con la fe que se profesa y se celebra en la comunidad. Aparece así la fuerza de la catequesis mistagógica, que lleva a comprender, profundizar, encarnar en nuestras vidas el Misterio de Cristo muerto y resucitado, integrándose en una auténtica comunidad pascual, testigo de la Buena Noticia de Jesús resucitado. Las primeras comunidades cristianas (cf. Hech 2, 42-47; 4, 37 y sigs.) nos dan ejemplo de esto: centradas en la comunión fraterna, celebrando la “fracción de pan” y perseverando “en la enseñanza de los Apóstoles”: la misma comunidad, el testimonio apostólico, la vida fraterna, el Misterio que celebran –“Cristo entre ustedes” (Col 1, 27)– es el marco propio en el que se forja la personalidad del discípulo de Jesús: es el “camino” del discipulado, la Nueva Vida que anuncian los Apóstoles (Cf. Hech 5, 20).

Así, afirmamos que el primer y más importante encuentro y lugar de la catequesis es la misma celebración dominical de la comunidad; es el primer e indispensable “encuentro semanal”: es en ese ambiente, con la proclamación de la Palabra –que es “Espíritu y Vida”– participando en forma cada vez más consciente y más activa[21], se logrará el fruto deseado: “hacer un cristiano”. La catequesis, no puede ser algo paralelo a la liturgia comunitaria y mucho menos algo divorciado de ella; ¡cuánta lucha, en ciertas comunidades, para que los chicos vayan a Misa! ¡Y ni qué hablar de los padres, primeros educadores y transmisores de la fe! ¿Y los catequistas? Un día, un párroco, me dice: “¿Qué quiere que haga, Padre, si ni los catequistas vienen a Misa!”. Creo que es un tema que hay que encararlo con decisión y voluntad firme para una renovación profunda. ¡Es todo un desafío! Metodológico, pastoral, incluso cultural. Me animo a decir, una “revolución copernicana” en nuestras parroquias.

Como decía más arriba, participando en la Misa dominical, en tres años leemos prácticamente toda las Sagradas Escrituras –el Nuevo Testamento; del Antiguo, sus partes más significativas- si sabemos aprovechar esto, podemos hacer una catequesis hermosa, siguiendo el Año Litúrgico y la misma Historia de la Salvación. Nos dice el Papa Benedicto: “Exhorto, pues, a los Pastores de la Iglesia y a los agentes de pastoral a esforzarse en educar a todos los fieles a gustar el sentido profundo de la Palabra de Dios que se despliega en la liturgia a lo largo del año, mostrando los misterios centrales de nuestra fe”[22]. Con buen método, mediante lectura orante, se ora, se aprende, se profundiza en el mensaje mismo de la Biblia. Un encuentro semanal, otro día, puede servir para completar y hacer un itinerario apropiado para sistematizar los conceptos y tendiente a fijar los mismos en el proceso de enseñanza –propio de la catequesis– y las actitudes básicas necesarias para la vida cristiana y la integración práctica en la comunidad, dar la imprescindible impostación vocacional, misionera, de compromiso con la realidad temporal (familiar, escolar, etc.) en la que vive el catequizando.

Al respecto, hay que hacer dos consideraciones que creo importantes: la primera, referida a los subsidios catequísticos, los cuales han de ser reformulados siguiendo la temática propia de los domingos a lo largo del año litúrgico, teniendo en cuenta que, de hecho, lo comenzamos (según el calendario civil propio del hemisferio sur) en cuaresma-pascua, lo cual nos facilita un comienzo fuertemente kerygmático, centrado en el misterio fundamental de nuestra fe que es la Pascua de resurrección; la segunda, es la oportunidad que nos brinda una aplicación práctica del “Directorio para las Misas con niños”[23], que junto con la Plegarias para las misas con niños del Misal Romano, son un instrumento muy valioso para la iniciación a la vida eucarística en nuestra catequesis; el mismo da muchas posibilidades pastorales prácticas; por ejemplo, en el Nº 17 dice: “Más aún, en algunas ocasiones, si las condiciones del lugar y las personas lo permiten, puede ser oportuno celebrar con los niños la liturgia de la palabra en un local separado, pero no demasiado alejado; antes de comenzar la liturgia eucarística, serían introducidos en el sitio donde entre tanto los adultos habrían celebrado su propia liturgia de la palabra”. Las posibilidades que esto presenta son muy favorables a esta propuesta que estoy haciendo.

Agrego a esto una idea más, que amplía la fuerza de esta idea y nos puede dar una pauta para la pastoral catequística, litúrgica y comunitaria. Si la Palabra que se proclama el domingo está bien comentada, explicada en la homilía, si está acompañada de la catequesis, se puede proponer a toda la comunidad, a modo de consigna semanal, ciertas actitudes o actividades concretas para vivir esa Palabra. Entonces se produce un milagro: se construye la comunidad, y asentada sobre roca, tal como lo enseña Jesús: Mt 7, 24-24-25. La comunidad, así, desde la Eucaristía, es evangelizada y se convierte en comunidad evangelizadora: da testimonio por la vivencia alegre y entusiasta del Evangelio. Recordemos: “La Palabra construye comunidad, construye la Iglesia”[24].

Este planteo metodológico nos ayuda a superar ciertos problemas que dificultan el proceso catequístico. El tema siempre reconocido pero nunca solucionado: ¿cómo hacer para que los catequizandos –tanto niños como adultos– al concluir un proceso catequístico continúen, integrados activamente en la comunidad? Es lógico que si la finalidad de todo el esfuerzo apunta a que logren prepararse para la primera comunión, al terminar el proceso, con este evento al final del itinerario, es muy difícil que “perseveren”. No hay motivación, no hay experiencia de comunidad, no hay “grupo afectivamente acogedor”. Los mismos padres, están “aliviados, porque ya todo terminó”. Creo que el problema reside en el concepto equivocado de nuestra catequesis: es “para” la primera comunión, cuando sabemos que la iniciación cristiana es un proceso que tiene como objetivo la inserción en el Misterio de Cristo, para vivir una vida cristiana –como cristiano maduro en su fe– integrado en su comunidad. La participación y comunión eucarística son el ámbito propio donde se desarrolla este proceso, y constituyen etapas, medios del itinerario catecumenal. ¿Por qué la primera comunión tiene que hacerse al final del proceso catequístico? ¿Por qué no pueden nuestros catequizandos acercarse a comulgar, cuando reúnan las condiciones necesarias, de acuerdo a su maduración personal? ¿No ayuda esto al mismo proceso de formación? Esto implica un elemento que no siempre tenemos en cuenta: la “sacramentalidad” de la catequesis –que no es lo mismo que una “catequesis sacramentalista”–. Todo el proceso catecumenal de iniciación cristiana es considerado como “un gran sacramento”, por la unidad intrínseca que hay tanto entre los tres sacramentos de la iniciación como con el proceso gradual y por etapas del catecumenado. Los sacramentos –eficaces “ex opere operatum”– por su propio efecto, por la Gracia que otorgan, introducen en la vivencia misma del Misterio Pascual de Cristo, identifican con Él, y además guían, conducen y hace realidad el proceso de crecimiento y maduración de la fe, que es el fin de la catequesis. Recordemos lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica, en el número que ya he citado anteriormente: “La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres”. Esta frase del Catecismo (Nº 1074) es una cita de CatechesiTradendae, documento post-sinodal de Juan Pablo IIº; en el siguiente párrafo (1075), nos habla de la catequesis mistagógica, como modalidad propia de la catequesis litúrgica. Que no es solamente catequesis sobre la Liturgia, sino, fundamentalmente, desde la Liturgia. La inserción del catequizando en la comunidad celebrante debe hacerse desde el mismo inicio del proceso y su participación plena, recibiendo la comunión eucarística, ni bien se den las condiciones propias para hacerlo –luego de un atento discernimiento por parte del catequista, junto con el párroco y los padres mismos–. Así, será normal que el la Misa dominical, semanalmente, algún o algunos catequizandos reciban su primera comunión, logrando una vivencia espiritual profunda, sin tanta alharaca social. Esto está, lo sabemos, a contrapelo de la cultura, y es motivo de discusiones y peleas. La experiencia dice que si se explica bien, con paciencia, después de haber hecho un trabajo evangelizador con los padres, es posible. Para conformar a todos, puede hacerse también en alguna fecha apropiada una “Fiesta Eucarística”, en la que se celebre la comunión de forma conjunta, con todos los elementos festivos tradicionales; pero está será posterior y de forma que no insinúe de ninguna manera la finalización del proceso catequístico. Esto solicita una atención seria a la pastoral familiar que debemos desarrollar con los padres de los niños de catequesis.

Así logramos unir definitivamente la Liturgia y la catequesis, las cuales son inseparables: una y otra se necesitan y complementan. No se trata, pues, de hacer celebraciones a lo largo del proceso catequístico, sino que el mismo proceso está conformado en torno a la Liturgia dominical –y por ende al Año Litúrgico– y también es iluminado por la misma celebración, desde la Mesa de la Palabra y la Mesa eucarística, donde se celebra el Misterio de la Pascua.

Hay otra ventaja en esto: la comunidad, decimos, es fuente, cauce y meta de la catequesis; solamente así, desde el corazón mismo de la comunidad celebrante, se logrará este ideal. La celebración eucarística dominical es la manifestación más plena de la comunidad de fe, esperanza y caridad que es la Iglesia, ya “hace” a la misma Iglesia. Porque será la misma comunidad la que acoge, acompaña, festeja, al catequizando. Y si este proceso se inicia –en el caso de la catequesis de niños– cuando los mismos son muy pequeños, los mismos padres los acompañan a la Misa y terminan siendo evangelizados, incorporándose a la comunidad. ¿Deberemos pensar en adelantar la edad para el comienzo de la catequesis? ¿Desde los tres años? ¿Por qué no?

6. Una pastoral orgánica como marco necesario

Otro tema que nos preocupa es el de la pastoral orgánica, y creo que desde esta forma de encarar la catequesis encontramos una pista para su implementación de manera real y auténtica. Hasta ahora es una utopía: confundimos las cosas y reducimos la organicidad pastoral a una mera coordinación y colaboración, a objetivos comunes y proyectos planificados; todo esto está bien, es necesario y forma parte de una pastoral. Todo, por supuesto, debe ser fruto del espíritu de comunión, de una espiritualidad de comunión verdaderamente vivida.

La pastoral orgánica va más allá, es algo más profundo e integral. Jesús da su mandato a los discípulos: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 18, 18-20). Este texto instituye la pastoral orgánica. La Iglesia continúa y prolonga en el tiempo la presencia de Jesús, el Hijo de Dios encarnado[25], concretando en cada época y en cada lugar la acción salvífica de Jesús. Es un mandato misionero: “Vayan…”; es envío, misión, tarea, que es la del mismo Cristo. La acción pastoral de la Iglesia tiene por autor principal a Jesús, que está con nosotros siempre, y es una tarea integral, global; lo correcto es decir “orgánica”, pues es la obra del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, que como organismo vivo –que vive la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– realiza todo lo que Jesús manda y hace: anuncia la Buena Noticia del Reino, hace discípulos, santifica bautizando, enseña a vivir un nuevo estilo de vida, como Jesús nos ha mandado: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12), para lo cual envía sobre nosotros el Espíritu que todo lo hace nuevo. Cuando cada una de nuestras acciones pastorales integre todas estas dimensiones, podremos entonces hablar de organicidad en la pastoral; y para poder hacerlo es como se necesita la colaboración subsidiaria de todos, el espíritu de comunión, el trabajar juntos, sin envidias ni recelos, sino con la alegría, el entusiasmo, la parresía de los primeros Apóstoles.

La catequesis centrada en la eucaristía, que forma al discípulo para una vida eucarística tiene la peculiaridad de ser de por sí orgánica: es anuncio, es kerygmática; hace discípulos, comunidad de seguidores de Jesús; santifica, bautizando, poniendo en camino de crecimiento de la Vida de Gracia; enseña lo que Jesús mandó: una vida coherente, comprometida, que trabaja para la presencia y extensión del reinado de Jesús en el mundo, construyendo la civilización del amor. Tarea de toda la comunidad, en la cual, en espíritu de comunión y participación, todos se integran y colaboran, como parte integrante de la vida cristiana. Es una vida a la cual se invita, que se propone, de la cual se da testimonio, y que es compartida por las familias, pequeñas iglesias domésticas. Se trata, en definitiva, desde la Iglesia comunidad, hacer cristianos que vivan su fe y su compromiso con la sociedad en y desde su comunidad. Un cristiano hombre nuevo para el mundo nuevo que se inaugura con el advenimiento del Reinado de Dios:

“El que vive en Cristo es una nueva criatura; lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente” (2 Cor 5, 17).

Así la catequesis de iniciación, como también la de adultos en itinerario permanente, renueva las comunidades, renueva la pastoral, renueva la vida cristiana misma de nuestros fieles creyentes.

Y todos en comunión, creyendo, celebrando, compartiendo la vida, buscando el Reino de Dios, “edificándonos mutuamente” con la fuerza de la Palabra.

Luis Guillermo Eichhorn

Obispo de Morón

NOTAS

[1] Concilio Vaticano IIº, Dei Verbum, 21.
[2] Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[3] Id. 74.
[4] Cf.: Heb 4, 12.
[5] Concilio Vaticano IIº, Dei Verbum, 2.
[6] Id. 21.
[7] Papa Francisco, Discurso a la Pontificia Comisión Bíblica, 12 de abril de 2013.
[8] Cf. Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[9] Benedicto XVI, Verbum Domini, 52.
[10] Id. 86.
[11] La Conferencia Episcopal Argentina ha publicado un subsidio “Servidores de la Palabra”. Para preparar la homilía”, que tiene citas del CATIC y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, para cada domingo del año. Un recurso valiosísimo para la catequesis.
[12] Card. Ratzinger, citado en el Documento de Aparecida, Nº 12.
[13] Benedicto XVI, Verbum Domini, 21.
[14] Documento de Aparecida, 252.
[15] Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[16] Id.
[17] Cf.: Benedicto XVI, Verbum Domini, 52
[18] San Bernardo, abad. Sermón 5, en el Adviento del Señor.
[19] CATIC, 1074-1075.
[20] Benedicto XVI, SacramentumCaritatis, 3ª parte.
[21] Cf.: Concilio Vaticano IIº, SacrosanctumConcilium, 11.
[22] Benedicto XVI, Verbum Domini, 52.
[23] Directorio para la Misa con niños. 1º de noviembre de 1973, publicado por la Secretaria de Estado del Vaticano por expreso mandato del Papa y por la Sagrada Congregación para el Culto Divino. La Oficina del Libro de la CEA lo publicó en el año 1995.
[24] Benedicto XVI, Verbum Domini, 86.
[25] Cf. Pablo VI, EvangeliiNuntiandi, 14.
www.catequistas.org
www.isca.com.ar