En
este pasaje distinguimos tres partes:
(1)
El anuncio de la destrucción del Templo (21,5-6)
(2)
No dejarse confundir sobre la llegada del fin (21,7-11)
(3)
El tiempo de persecución como oportunidad de testimonio (21,12-19)
El
discurso de Jesús parece a primera vista oscuro y quizás algo negativo. Pero si
miramos bien, notaremos cómo poco a poco va colocando palabras positivas, como
si fueran luces discretas en medio de la oscuridad, y esto es lo que en última
instancia importa. Notemos esta constante: caminando a través de las crisis
maduramos para la plena vida.
1.
El anuncio de la destrucción del Templo (21,5-6)
Un comentario sobre el esplendor del Templo
conduce al anuncio, por parte de Jesús, de que éste será completamente
destruido en días futuros.
1.1. Los elogios de la belleza del
Templo de Jerusalén (21,5)
En
principio es una cuestión de apreciación artística. La estética de los
arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que han dejado allí sus ofrendas
votivas es motivo de admiración de residentes y visitantes. La magnificencia del
Templo obedece al gusto de su último reconstructor: el rey Herodes el Grande.
Herodes, de origen idumeo (un pueblo de comerciantes al sur de Palestina),
quiso ganarse el favor de sus súbditos promoviendo esta construcción de
dimensiones casi colosales. Se hizo en el mismo lugar donde el rey Salomón
había construido el primer Templo y donde después del retorno del exilio se
había hecho la primera reconstrucción por parte del movimiento de Esdras y
Nehemías.
En
los días del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si
bien no terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar
boquiabiertos ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales
y decoración.
1.2. La profecía de Jesús.
Jesús
le hace una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de
situación: “días vendrán” (el mismo lenguaje utilizado en 5,35 y 17,22 para
señalar cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido:
los muros se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”. En 19,44,
precisamente antes de entrar en la ciudad santa y de cara a ella, encontramos
una profecía similar por parte de Jesús. El mensaje de Jesús es que no hay que
sentirse absolutamente seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se
espera que los bellos y grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día
será destruido. Ahora bien, hay un matiz en la frase que es digno de ser notado: el
“llegarán días” se refiere a que el panorama del Templo destruido durará largo
tiempo. Esto es importante para entender que el “fin” del que se va a hablar
enseguida no es el día de la destrucción del Templo sino en ése período.
2. Primera parte de la enseñanza: no dejarse
confundir sobre la llegada del fin (21,7-11)
Puesto que en la mentalidad judía de estos
tiempos se pensaba que el fin del Templo sería uno de los signos del fin de los
tiempos, la pregunta sobre la llegada del fin de la historia pasa ahora a
ocupar el centro de atención:
(1)
La gente plantea dos preguntas a Jesús (21,7) y (2) Jesús responde (21,8-11).
2.1. Las preguntas (21,7)
Jesús
es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le plantea la doble pregunta:
(1) cuándo sucederá y (2) qué signo inequívoco dará el pronóstico. En la
pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se debe a que la
destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los últimos días,
pero no el único. Por eso el discurso va más allá del asunto del Templo y se
explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en la
mentalidad popular. Sobre todo aquellos que tenían que ver con desgracias. Esto
no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se tiende a pensar es
en el fin del mundo. Pero hay un punto importante que no podemos
perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la suerte de
Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las relaciones de
Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las vicisitudes comunes
de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de todas las crisis de la
humanidad, en la cuales está siempre indicado el comportamiento del hombre para
con Dios.
2.2.
La respuesta (21,8-11)
Como
se ve en la respuesta que sigue, a Jesús la pregunta por el “cuándo” le
interesa poco o nada. El verdadero problema está en ver y comprender en esos
acontecimientos (“estas cosas”) los signos” que remiten a la relación con Dios
y a las decisiones más adecuadas que hay que tomar.
Notemos
la respuesta se desarrolla en dos partes:
(1)
Contra los charlatanes: advierte sobre los falsos Mesías (21,8-9).
(2)
La realidad de la violencia: describe, en tres círculos concéntricos, tres
niveles progresivos de conflictividad (21,10-11)
En el centro de la enseñanza encontramos el
aviso: “Aún no habrá llegado el fin” (21,9b). Ésta
vale para ambas partes.
2.2.1. Contra los charlatanes: la
advertencia sobre los falsos mesías (21,8-9)
Jesús
habla fuerte, con imperativos. La enseñanza debe quedar inculcada en los
oyentes. La fragilidad de sus seguidores parece preocupar a Jesús. Cuando se
viven tiempos difíciles es muy fácil ser “engañados” (literalmente “apartados”
o “desviados”, ver Ap 2,20; 12,9; 13,14), caer en manos de aprovechadores de la
situación. Estos charlatanes aprovecharán las calamidades para anunciar el fin del
mundo y se ofrecerán como rescatadores de los que no quieran perecer en los
eventos finales. Con un nuevo plural, Jesús deja entender que éstos florecerán
por todas partes y todo tiempo. Se presentarán:
(1)
Como “Mesías”: Para tener credibilidad éstos se presentan en el nombre de
Jesús, autodenominándose “Mesías”. Diciendo “Yo soy”.
(2)
Como portadores de mensajes de parte de Dios. El contenido de su predicación es
“el tiempo está cerca” (ver Dn 7,22 y su eco en Ap 1,3; 22,10), es decir,
ganarán discípulos que adherirán a ellos esperando la salvación. En los Hechos
de los Apóstoles se nos cuenta que situaciones similares sucedieron en aquellos
tiempos: Hch 5,37; 20,30.
2.2.2. La realidad de la violencia:
tres niveles progresivos de conflictividad (21,10-11)
Si
bien los discípulos no deben dejarse “desviar” (o engañar) por falsos profetas
que aparecen en tiempos de desgracia ofreciendo una salvación que no pueden
dar, tampoco deben escandalizarse ante
la realidad del mal en el mundo. En medio de las guerras y de los desastres
naturales se da una situación de muerte a la que hay que ponerle remedio, pero
hay que tenerlo claro: no son vaticinio de parte de Dios de que ha llegado el
fin inmediato del mundo. Siguiendo la lectura del pasaje notamos cómo se van
describiendo eventos trágicos de menor a mayor escala planetaria, incluso
cósmica. El mensaje es siempre el mismo: “El fin no es inmediato” (21,9b).
Notemos
cómo en orden se van describiendo tres niveles de conflictividad:
Conflictos
locales en Palestina. (21,8-9)
Los
discípulos escucharán hablar de guerras e insurrecciones (ver Santiago 3,16).
Aquí parece estarse hablando de guerras civiles. Es posible que se esté
pensando en la guerra judía (66-70dC) que culminó en el 70 dC. También en esa
época hubo falsas profecías y mala interpretación de los signos de los tiempos.
Las guerras que aparecen en el discurso apocalíptico, son típicas de su
lenguaje (Is 19,2; Ez 13,31; Dn 11,44; Ap 6,8). Los disturbios pueden llegar a
hacer pensar que llegó el fin y llenar los corazones de miedo, pensando que no
sobrevivirán. Lucas es claro cuando dice “primero”, es decir, “antes del fin”.
Lo cual quiere decir que es apenas el comienzo de un largo tiempo. Así reafirma
que: “el fin no es inmediato” (21,9b).
Conflictos
internacionales (21,10)
Después
de un breve quiebre en el discurso (“entonces le dijo…”), Jesús retoma el
realismo de la descripción de situaciones de violencia: “Entonces, les dijo:
“Se levantará nación contra nación y reino contra reino‟” (21,10). Los
discípulos no deben aterrarse. Estos eventos están en el plan de Dios: deben
suceder y así se realiza el plan de Dios (Dn 2,28). La idea de fondo sigue
siendo la misma: esto no significa que ha llegado el fin.
Conflictos
naturales en la tierra y en el cielo: signos cósmicos (21,11)
Pasamos
ahora a los desastres naturales y a los signos cósmicos: “„Habrá grandes
terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y
grandes señales en el cielo‟” (21,10-11) También la literatura apocalíptica
acostumbra hablar de terremotos (ver Is 13,13; Ageo 2,6; Zc 14,14; Ap 6,12;
8,5) y de eventos climáticos que matan las cosechas y provocan la hambruna (ver
Is 14,30; 8,21; Ap 18,8). Junto a los
desastres en la tierra, se anuncia que se verán signos terribles en el cielo.
Parece hacerse referencia a fenómenos inusuales que los astrónomos no consiguen
explicar. Las convulsiones cósmicas también pertenecen a los típicos signos
apocalípticos (ver Joel 2,30-31; Am 8,9; Ap 6,12-14). Todos son signos apocalípticos
del fin pero no son el fin. La misma idea sigue martillando: “pero el fin no es
inmediato” (21,9b).
3.
Segunda parte de la enseñanza: el tiempo de persecución como oportunidad de
testimonio (21,12-19)
Dentro
del escenario de conflictividad que se da en el tiempo entre el ministerio de
Jesús y el retorno glorioso del Señor al fin de la historia, ahora se sitúan
los discípulos: “Antes de todo esto…”. También por causa de la fe se sufre
violencia. Jesús nos invita a ver bajo esta nueva perspectiva la era de los
mártires. Del peligro de ser “engañados” o confundidos pensando que estamos
ante el “fin”, el discurso pasa a un peligro mayor al que se expone el
discípulo: el peligro de sucumbir ante
la tentación de ceder en la fe. Los escenarios de la persecución que amenazan
la fe y el testimonio de los discípulos son dos:
(1)
El arresto y el juicio en los tribunales (21,12-15)
(2)
La traición en la familia y el odio generalizado (21,16-19)
3.1.
Fe y testimonio ante el arresto y el juicio en los tribunales (21,12-15)
Jesús
primero describe el escenario y luego enseña cómo reaccionar frente a él.
3.1.1.
El escenario de la persecución (21,12-13)
Lo
primero que se aclara es que lo anunciado ocurrirá “antes de todo esto”. Es
decir que hay una antesala: la violencia entre los hombres y los desastres del
mundo comienzan primero en la violencia –por parte de judíos y paganos- contra
los discípulos por causa de su fe en Jesús. La persecución (ver 11,49), la
captura y la entrega a las autoridades –como es frecuente en los Hechos de los
Apóstoles (Hch 8,3; 12,4; 21,11; 22,4; 27,1; 28,17)- es una ocasión propicia
para dar el testimonio de Jesús: “Esto os sucederá para que deis testimonio”
(21,13). Lo importante es que este es el tiempo del testimonio. Hay que aprender
de los mártires. Los lugares a los cuales serán llevados los discípulos
son las “sinagogas” –las cuales tenían eventualmente la función de corte
judicial local- y las “cárceles” –una forma de castigo ampliamente conocida
(ver Hch 8,3; 22,4)-.
3.1.2.
La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (21,14-15)
Habiendo
dicho que enfrentarán situaciones penosas ante los jueces, ahora Jesús instruye
a los discípulos para que sigan un comportamiento consecuente con su fe. Los
que sufren por su nombre, reciben coraje y sabiduría de la persona de Jesús.
Entonces no hay que dejarse dominar por la ansiedad, ya que Jesús promete que
él mismo (“yo”) dará tanto boca (capacidad de expresión; ver Ex 4,11.15; Ez
29,21) como sabiduría (contenido; ver Hch 6,10). Pero a ellos les corresponde
“Decidir no preparar el discurso” (ver 12,11). Es interesante notar en esta
línea cómo el nombre de Jesús está en lugar de la conocida mención al Espíritu
Santo (ver 12,12). En consecuencia, los adversarios no serán capaces de
resistir.
3.2. Fe y testimonio ante la
traición en la familia y el odio generalizado (21,16-17)
Por
segunda vez, y con un grado de tensión mayor, Jesús describe un segundo
escenario de los conflictos por causa de la fe y educa a los discípulos para
reaccionar adecuadamente frente a ellos.
3.2.1. El nuevo escenario de la
persecución (21,16-17)
El
asunto se pone todavía más cruel cuando la persecución procede de los seres
queridos: “Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y
matarán a algunos de vosotros” (21,16). Este nuevo escenario se desborda en el
rechazo generalizado que reciben los discípulos de Jesús: “y seréis odiados de
todos por causa de mi nombre” (21,17).
La violencia es como un espiral que sube desde la familia y va
contagiando los diversos estamentos de la vida social. Aquí se habla
expresamente de una violencia que se sufre por causa de la fe: el
motivo es la lealtad a Jesús. Ésta destapa otras falsas lealtades (ver
6,22.27). También en este caso –en que describe una injusticia generalizada-
Jesús acude al lenguaje apocalíptico profético, (Miqueas 7,4b-6). Pero es
importante tener en cuenta la conclusión de esta profecía: “Mas yo miro hacia
Yahvé, espero en el Dios de mi salvación: mi Dios me escuchará” (Mq 7,7).
3.2.2. La enseñanza de Jesús sobre
cómo reaccionar (21,18-19)
Con
todo lo cruel que pueda parecer y quizás hasta exagerado, Jesús está
describiendo duras verdades. De ahí pasa a su exhortación final: un discípulo
debe ser sólido en su fe y su testimonio, estos sucesos no pueden realmente
debilitarlos. Es mostrando solidez como ellos alcanzarán la vida resucitada. En
las palabras finales vemos cómo el “don” y el “esfuerzo” se aúnan en el camino
de la fe.
(1)
El don de Dios: “Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza” (21,18)
El
discípulo, así como su Maestro que se abandonó en las manos del Padre (ver
23,46), se siente seguro de su Padre. Precisamente hablando de Dios Padre, en
12,7, Jesús le había prometido a sus discípulos leales que ni un cabello
perecería (ver Hch 27,34). En un contexto de martirio estas son las palabras
precisas que necesita oír el discípulo y apóstol de Jesús. Los conflictos
parecerán grandes, horrorosa incluso la muerte de algunos hermanos, pero la comunidad
de los discípulos no debe perder por esto su confianza en Jesús.
(2)
El esfuerzo del discípulo: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”
(21,19)
Esta
frase final también se podría traducir: “Sufriendo con entereza se salvarán”
(P. Ortiz). En el fondo está virtud de la “paciencia” y la “entereza de
carácter” como característica del discípulo. En otras palabras: saber cargar la
propia cruz. Jesús espera discípulos que perseveren en la
fidelidad así como él lo hizo y de esa forma alcanzarán la plenitud de la vida.
La carta de presentación de un discípulo de Jesús será entonces: “Vosotros sois
los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas” (22,28).
Esto
nos remite a otro pasaje lucano sobre el discipulado: es verdadero discípulo
“oyente de la Palabra” es aquel que llega a “dar fruto con perseverancia”
(8,15). Dicha perseverancia es el resultado del cultivo de la semilla de la
Palabra del Reino en el corazón, y para esto es la “Lectio Divina”.
En
conclusión…
¡Que no se acabe la profecía!
Ante la pregunta por el
“cuándo” y el “cómo” de la llegada del “fin” y de cara ante la lista de
acontecimientos trágicos enumerados, Jesús nos hace caer en cuenta que ninguno
de ellos es exclusivo de ningún período histórico particular. Lo mismo vale para
las persecuciones a los discípulos. Lo que cuenta es que en medio de ellas debe
brillar la fuerza de la fe y del testimonio. Un discípulo de Jesús no es inmune
a las crisis de la humanidad; pero en medio de ellas no puede caer ni en stress
ni tampoco adormecerse acunado en falsas seguridades de espiritualidades
superficiales que ignoran la realidad de la vida o invitan a la fuga de ella,
sino movilizar la evangelización con la fuerza de los profetas.
Con las enseñanzas de
hoy retomamos con mayor conciencia de sus implicaciones el evangelio de las
Bienaventuranzas que leímos al inicio de este año: “Bienaventurados seréis
cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban
vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y
saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese
modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).
En medio de las
dificultades del mundo (violencia, pobreza, marginación, silenciamiento de las
voces críticas) los discípulos son “profetas”. Como lo deja entender el pasaje
de hoy, viviendo las actitudes enseñadas por Jesús, ellos encararán con
realismo histórico y fe madura las violencias presentes y futuras, y alcanzarán
la plena libertad.
Habrá dificultades, sí,
muchas de ellas absurdas, pero así como en aquella ocasión que nos narra los
Hechos de los Apóstoles, los discípulos siguen adelante “contentos por haber
sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hechos 5,41). Esto
es vivir las bienaventuranzas y ser ante el mundo un signo de esperanza.
(Aporte del P. Fidel Oñoro, cjm,
Centro Bíblico Pastoral para América Latina. CELAM)